http://www.eldiario.es/politica/Shahaiya-palabra-desolacion-tragico-significado_0_283471885.html"Nos
matan sin que nadie diga nada. ¿Cuántos más debemos morir?"
No hay camillas ni ambulancias suficientes para todos los muertos y heridos
en el barrio de Shayaía, en Ciudad de Gaza
Sesenta palestinos han muerto en el ataque israelí en las últimas 24 horas
Ochocientos metros de cascotes y escombros después de penetrar en el barrio
palestino de Shayaía, la palabra desolación pierde su trágico significado,
vacía e incapaz de describir tanta tragedia acumulada.
Una macabra senda de esqueletos de hormigón todavía humeantes, amasijos de
ambulancias calcinadas, árboles tronchados, rostros apresurados, voces
indignadas, miradas atribuladas y cámaras que no dan abasto para filmar
tanto estrago.
Hace apenas media hora que Israel ha aceptado, bajo presiones, una tregua
humanitaria tras más de diez horas de incesantes bombardeos en este barrio
del este de Gaza, y el tránsito de coches, personal sanitario, voluntarios
civiles y bomberos es frenético.
Unos reclaman una camilla, otros se afanan para despejar el camino
-salteado de escombros, basura, juguetes ennegrecidos, trozos de
cotidianidad e ilusiones truncadas-, mientras alguien pide con
desesperación una rueda para poner en marcha una ambulancia atestada de
cuerpos.
No hay camillas para tantos muertos ni ojos suficientes para ver todos los
cadáveres que saltean aquello que un día fueron aceras por las que avanzaba
la vida.
El de un hombre mayor, vestido con un chándal empapado de sangre, permanece
destrozado a la puerta de una casa, oculto bajo un montón de ramas
arrancadas.
Ha pasado ya más de una hora de la citada tregua, cientos de personas en su
vecindad, y nadie lo había visto hasta que alguien que corría tropezó y
sonó el grito más temido: "shahid, shahid" (un mártir, un mártir). También
el más repetido.
Según fuentes oficiales, al menos sesenta personas, en su gran mayoría
civiles, han perdido la vida en Shayaía y más de un centenar resultaron
heridas, en el que hasta el momento es el ataque más devastador de la
actual ofensiva israelí en la franja.
"Existe la palabra justicia, existe la palabra justicia. Nos matan sin que
nadie diga nada, nadie quiere a los palestinos. ¿Cuántos más debemos
morir?", grita una mujer que en apenas unos segundos pasa de la indignación
sublime a las lágrimas desconsoladas.
El Ejército israelí afirma que avisó a los habitantes de Shayaía para que
abandonara sus casas porque la presencia en sus calles de milicianos ponía
en riesgo sus vidas.
Pero hace días que no existe ya lugar para huir de la guerra en Gaza, una
superpoblada franja de costa en la que viven encerradas dos millones de
personas sin derecho a salida.
Israel vigila su cielo, controla su mar y ha levantado una aislante verja
en su perímetro, protegida por cerca de 300 metros de lo que denomina "zona
colchón".
Egipto mantiene sellada su única puerta de conexión con el mundo, por la
que ni siquiera deja que se evacúe a los heridos, cerca de 2.500 desde que
el pasado 8 de julio Israel iniciara su tercera ofensiva contra la franja
desde que en 2007 el movimiento islamista Hamás se hiciera con su control.
Y las escuelas-albergue de la Agencia de Naciones Unidas para los
Refugiados Palestinos (UNRWA) están desbordadas, sobrepasadas en su
capacidad de acogida -calculada en 50.000 personas- desde que el jueves por
la noche Israel endureciera su castigo bélico con una incursión terrestre.
Desde entonces, cientos de aviones de combate, drones, barcos de guerra y
carros de combate, apoyados por unidades de elite de la infantería y más de
40.000 reservistas, bombardean sin descanso las principales localidades y
barrios del norte, el centro y el sur de esta ratonera.
Ni siquiera despuntada el alba cesa en Gaza el bramar de las bombas
israelíes y el rugir de los cohetes de los milicianos islamistas,
acompañado por dispersos tableteos de metralleta que anuncian combates
cuerpo a cuerpo.
Una ráfaga suena en el aire, y de repente todo el mundo vuelve a correr
rumbo al cementerio musulmán que preside una de las entradas principales a
Shahaiya, a apenas quince minutos en coche del centro de Gaza.
Alguien grita: "Hay milicianos", y de entre uno de los edificios derribados
por las bombas israelíes, emerge un hombre en uniforme militar que cubre su
rostro con una "kufiya" palestina y esconde un fusil de asalto bajo su
casaca.
La imagen de una doble culpabilidad -triple si se incluye la lentitud y la
pereza de la comunidad internacional- que, quizá, nunca debería poder
justificar la injusta muerte de tantos y tantos civiles.
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