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Autor: nodosolidale
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Israel y Palestina en 2018
Descolonización, no paz

por Ilan Pappe *

Setenta años después de la creación del Estado de Israel ya no
podemos
hablar de conflicto israelí-palestino.

Los fundadores del Estado de Israel fueron principalmente personas que
se establecieron en Palestina en el comienzo del siglo XX. Vinieron
sobretodo de Europa del Este inspirados por ideologías nacionalistas
románticas en auge en sus países de origen, decepcionados por su
incapacidad para asimilarse a estos nuevos movimientos nacionalistas y
entusiasmados por las perspectivas del colonialismo moderno.

Algunos eran antiguos miembros de movimientos socialistas que
esperaban fusionar su nacionalismo romántico con experimentos
socialistas en las nuevas colonias. Palestina no siempre fue su única
opción pero se convirtió en la preferida cuando se hizo patente que
encajaba bien con las estrategias del Imperio británico y la visión
del mundo de los poderosos cristianos sionistas a ambos lados del
Atlántico.

Desde la Declaración Balfour de 1917 y durante todo el período del
Mandato británico de 1918-1948, los sionistas europeos comenzaron a
construir la infraestructura para un futuro Estado con la ayuda del
Imperio británico. Ahora sabemos que esos fundadores del Estado judío
moderno eran conscientes de la presencia de una población nativa con
aspiraciones propias y con su propia visión de futuro para su patria.

La solución a este “problema” –en lo que se refiere a los
fundadores
del sionismo– fue des-arabizar Palestina para facilitar la vía hacia
el surgimiento del Estado judío moderno. Fueran socialistas,
nacionalistas, religiosos o laicos, los dirigentes sionistas planearon
el desalojo poblacional de Palestina desde la década de 1930.

Al final del Mandato británico los líderes sionistas tenían claro que
lo que ellos imaginaban como un Estado democrático solo podría existir
sobre la base de una presencia judía absoluta en su territorio.

Setenta años de limpieza étnica sostenida

Aunque oficialmente aceptaron la partición endorsada por la resolución
181 de 29 de noviembre de 1947 (sabiendo que sería rechazada por los
palestinos y por el mundo árabe), la consideraron como un desastre
porque preveía para el Estado judío casi la misma cantidad de
palestinos que de judíos. Que esa resolución únicamente otorgara el
54% de Palestina al Estado judío lo consideraron igualmente
insatisfactorio.

La respuesta sionista a ese reto fue embarcarse en una operación de
limpieza étnica que expulsó a la mitad de la población de Palestina y
demolió la mitad de sus pueblos y la mayoría de sus ciudades. La
respuesta panárabe, insuficiente y tardía, no pudo evitar que el
sionismo se apoderase del 78% de los territorios palestinos.

Sin embargo, estos “logros” no resolvieron el “problema de
Palestina”
para el recién fundado Estado de Israel. Al principio pareció
manejable: la minoría palestina que quedó en el interior de Israel fue
sometida a un severo gobierno militar y al mundo ni le preocupó ni
cuestionó el alarde israelí de ser la única democracia de Oriente
Próximo. Además, la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP)
se fundó en 1964 y tardaría en influir en la realidad sobre el
terreno.

Entonces pareció que líderes del mundo árabe como Gamal Abdel Nasser
irían al rescate de Palestina. Ese momento histórico de esperanza, sin
embargo, fue breve. La derrota del ejército egipcio en la guerra de
junio de 1967 y su éxito parcial en la guerra de octubre de 1973
disminuyeron el compromiso oficial egipcio con Palestina. Desde
entonces ningún régimen árabe se ha interesado de verdad por el
destino de Palestina a pesar de que las sociedades árabes lo han hecho
suyo plenamente.

La guerra de junio de 1967 permitió a Israel hacerse con la totalidad
de la Palestina del mandato pero eso solo profundizó el problema de
colonización al que ya estaba haciendo frente: más territorio suponía
más población nativa.

La guerra también transformó el núcleo de la dirección del Estado
judío: el pragmático Partido Laborista fue reemplazado por los
revisionistas de derechas y por los nacionalistas, menos preocupados
por la imagen exterior de Israel. En cambio, estaban decididos a
quedarse con los territorios ocupados como parte del Estado de Israel
manteniendo la limpieza étnica de 1948 por otros medios: transfiriendo
a la población local, enclaustrándola y despojándola de todo derecho
civil y humano elemental y, al mismo tiempo, institucionalizando un
nuevo marco legal para la minoría palestina del interior de Israel que
perpetuase su estatuto como ciudadanos de segunda categoría.

La resistencia palestina en forma de dos intifadas y las protestas
civiles dentro de Israel no han impedido que el Estado judío haya
establecido a principios de este siglo un Estado judío de apartheid en
toda la Palestina histórica. La resistencia palestina, ignorada por
los países árabes y por el resto del mundo, han provocado acciones
bárbaras y extremas de Israel que han menoscabado su condición moral
ante el mundo.

Sin embargo, la “guerra contra el terrorismo” tras los ataques del
11-S, los amargos frutos de la invasión anglo-estadounidense de Iraq,
y la Primavera Árabe permitieron a Israel mantener sus alianzas
estratégicas con las élites políticas y económicas de Occidente y
más
allá (con China e India, e incluso Arabia Saudí).

Hasta ahora la ambigua situación internacional no ha debilitado la
realidad económica de Israel. Se trata de un país con un alto
desarrollo tecnológico y de economía neoliberal que ha afrontado bien
la crisis de 2008 pero que cuenta con una de las mayores brechas en
desigualdad y polarización entre los miembros de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico. Esta volátil realidad
socioeconómica provocó en 2011 un movimiento de protesta popular,
aunque resultó bastante ineficaz. Sin embargo, siguen latentes las
condiciones para otra gran oleada de protestas que podría
desencadenarse de producirse otro levantamiento palestino o una guerra
como consecuencia de la imprudencia de la política del presidente de
Estados Unidos, Donald Trump y del primer ministro israelí Benjamin
Netanyahu. Ambos están haciendo todo lo posible para arrastrar a
Israel a una guerra con Irán y Hezbolá.

De la descolonización a la paz

Setenta años después de su creación, Israel es un Estado racista y de
apartheid cuya opresión estructural de los palestinos sigue siendo el
principal obstáculo para la paz y la reconciliación.

Es mucho lo que ha conseguido fusionando comunidades judías de todo el
mundo en una nueva cultura hebrea y creando el ejército más fuerte de
la región. Sin embargo, todos estos logros no han legitimado al Estado
ante todo el mundo.

Paradójicamente, solo los palestinos podrían otorgarle plena
legitimidad o aceptar como legítima la presencia de millones de
colonos judíos mediante la solución de un solo Estado.

El proceso de paz reproducido y orquestado por Estados Unidos desde
1967 ignoró por completo la cuestión de la legitimidad israelí y la
perspectiva palestina del conflicto. Esta indiferencia junto con las
iniciativas diplomáticas que no cuestionaron la ideología sionista que
conforma las actitudes de la mayoría de los judíos israelíes son las
principales razones de su fracaso.

En 2018 ya no se puede hablar de conflicto árabe-israelí. Los
regímenes árabes están dispuestos a establecer relaciones
estratégicas
con Israel a pesar de la objeción de su ciudadanía y, aunque todavía
existe el riesgo de una guerra israelí con Irán, por el momento no
parece que vaya a involucrar a ningún Estado árabe.

Desde nuestro punto de vista parece igualmente inútil seguir hablando
de conflicto israelo-palestino. La terminología correcta para
describir el estado actual de las cosas es la continuación de la
colonización israelí de la Palestina histórica, o como lo llaman los
palestinos “al Nakba al Mustamera” (la Nakba en desarrollo).

Por lo tanto, 70 años después hay que recurrir a un término que puede
parecer obsoleto para describir lo que realmente puede traer paz y
reconciliación a Israel y Palestina: descolonización. Cómo ocurra
exactamente aún está por ver. Requeriría en primer lugar una
posición
palestina más precisa y unida sobre el desenlace político o la
actualización del proyecto de liberación.

Tal proyecto contará con el apoyo de israelíes progresistas y de la
comunidad internacional, que también tendrán que hacer su parte. Deben
trabajar para la creación de una democracia para todos desde el río
hasta el mar basada en la restitución de los derechos denegados a los
palestinos en los últimos 70 años, el principal de los cuales es el
derecho al retorno de los refugiados.

Este no es un plan a corto plazo y requeriría una presión sostenida
sobre la sociedad israelí para que renuncie a sus privilegios y se
enfrente a la verdad de que esta es la única forma de llevar la paz y
la reconciliación a un país desgarrado desde dentro.

* Ilan Pappe, historiador israelí, Director del Centro Europeo de
Estudios de Palestina en la Universidad de Exeter.

https://www.aljazeera.com/
Traducción de Loles Oliván Hijós – Rebelión
tomado de:
http://www.rebelion.org/