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¿Qué le queda a la juventud palestina sino resistir?
Colaboración/1 marzo, 2016/0 comentarios
Por Susana Norman
«Jalla, jalla, (ven, ven) muestra si eres hombre». Algunos niños
palestinos del campamento de refugiados Aida en Belén arrojan canicas
verdes, blancas y azules con hondas de madera contra la torre de
vigilancia del muro del apartheid sionista situado frente de la entrada
del campamento. Una voz ronca les responde en hebreo a los niños desde
la torre. Los soldados no contestan las canicas con granadas de gas esta
vez. Pero las calles revelan que la zona es un campo de batalla. Están
repletas de granadas y cartuchos de balas de hule ya utilizadas. Las
paredes, en un área de juegos para niños en el jardín de una ONG
cercana, están quemadas. Casi diariamente hay pequeñas o grandes
confrontaciones. Aquí es un campo de batalla entre uno de los ejércitos
más entrenados del mundo, con armamento pesado y apoyo financiero
estadounidense, contra unos niños con piedras y canicas coloridas que
diariamente pierden sus sueños.
Refugiados y desplazados internos
Sobre el arco en la entrada al campamento Aida, posa una llave grande de
acero. La llave ha sido el símbolo de lucha para los refugiados
palestinos. Durante lo que se recuerda como Al-Nakba, la catástrofe, en
1948, las familias fueron obligadas a huir de sus casas, y la única
pertenencia que se llevaron eran las llaves de sus casas. Creyeron que
volverían pronto. Los primeros 3 ó 4 años vivían en carpas improvisadas,
apoyados por la Cruz Roja, hasta que casas básicas fueron construidas
por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en Oriente Próximo
(UNRWA por sus siglas en inglés). En aquel tiempo, muchos estaban en
desacuerdo con la construcción de las casas, ya que les alertaba del
riesgo de que su desplazamiento forzoso duraría más tiempo de lo que
jamás se habían imaginado. Ahora han pasado 67 años y no han podido
retornar a sus tierras.
Los niños de hoy son la tercera o la cuarta generación de refugiados,
pero ninguno de ellos dice que es de Aida o de Belén. Son de alrededor
de 17 comunidades cercanas al oeste de Jerusalén y Hebrón y tienen la
esperanza, y el derecho reconocido internacionalmente para regresar a
sus tierras. Lo que hace Israel es ilegal según este derecho
internacional. A pesar de eso, los 750,000 desplazados del Al-Nakba en
1948, y los cerca de 350,000 desplazados en el Al-Naksa, la tragedia, de
1967 no han podido retornar. Hoy son alrededor de 7 millones de
refugiados palestinos en el mundo entero, lo cual les convierte en el
grupo de refugiados más grande y duradero del mundo. Se estima que el
número de desplazados internos en la Palestina ocupada (Cisjordania,
Gaza y el este de Jerusalén) asciende a 263,500. Este número está en
aumento. Repetidas demoliciones de casas en Jerusalén y el Valle de
Jordán, el aniquilamiento provocado por el muro y el avance de los
asentamientos israelíes, confiscaciones de tierras y incursiones
militares obliga a cada vez más familias a abandonar sus tierras.
Los mártires bajo la ocupación sionista
Mohamed es activista en el campamento Aida y junto con otros compañeros
está levantando un sitio memorial en la entrada del campamento para
recordar a los mártires de Aida. Cuenta que en la primera y la segunda
intifada, 33 fueron los muertos en el campamento. «No quieren que
existamos en estas tierras. Ahora construyeron el muro para que no
podamos acercarnos a ellos. Nos encierran entre asentamientos de colonos
israelíes y el muro». En Aida son frecuentes las incursiones militares.
De día o de noche, las calles del campamento, que mide solo 1.7 km2, y
donde radican más de 5,000 personas, se llenan de gases. El año pasado,
Noha Katamish, una mujer de 45 años, murió por los daños del gas que
entró por la ventana de su casa. Algunos meses después, murió por
disparos de arma de fuego, Abed Al-Rahman Shadi Obeidallah, un niño de
13 años. Cuando los soldados vienen de noche, es, la mayor de las veces,
para detener alguien. Mohamed cuenta que sólo de Aida, alrededor de 300
jóvenes están presos. «Muchos son detenciones administrativas, y los
chavos permanecen presos sin acusación, razón o sentencia. Pensarán los
israelíes que quieres o planificas hacer algo. Pero no existe razón o
evidencia. El acusador y el juez es el mismo: Israel. Es como si fuera
la misma persona. Si la comunidad internacional no puede protegernos,
tampoco lo logramos nosotros. No tenemos nada aquí. Algunos jóvenes
arrojan piedras para expresar su frustración y sentimientos negativos.
Sienten que nadie se preocupa por ellos».
En Deheisheh las paredes hablan
En el sur en Belén se ubica otro campamento de refugiados, Deheisheh. En
un espacio de entre 1 y 1.5 km2 radican alrededor de 11,500 desplazados
internos, provenientes de 48 comunidades. A pesar de que algunas de las
localidades de origen están a sólo 12 km de distancia, los pustos de
control y el muro les impiden retornar. Como en Aida, los servicios
básicos, como agua y luz son inestables, y el desempleo es alto.
Las paredes de las casas en Deheiwheh son convertidas en memoria de la
juventud exterminada. Rostros de jóvenes asesinados por el Estado de
Israel pintados en negro con fondo blanco acompañan a quienes transitan
por sus estrechas calles. «Nuestros mártires han hablado, ahora las
piedras hablan por ellos», se lee en árabe en una de las paredes.
También está pintado el niño descalzo Handala, presente en las
caricaturas de Naji Al-Ali, y que simboliza la resistencia de la niñez
palestina, olvidado o ignorado por el mundo.
Hamsa es el responsable para las delegaciones internacionales que
visitan el Centro Ibdaa, un centro que implementa procesos culturales en
Deheisheh. Para él, las expresiones artísticas no sólo recuerdan a los
mártires, sino ofrecen canales para que la juventud exprese su
frustración. «Queremos cambiar la imagen estereotipada de la juventud
palestina como alguien que solo arroja piedras, tal como se les
representa en los medios occidentales. Nuestros hijos aún tienen sueños.
Hacen arte, bailan, hacen deporte, y estudian». Tanto en el campamento
Deheisheh como en Aida se han formado coros, grupos de pintura y radios
comunitarias, lo último para contrarrestar el impacto de la información
tergiversada en los medios convencionales.
A pesar de los esfuerzos, también en Deheisheh la juventud es
perseguida. 825 están presos, y el campamento tiene 153 mártires. Uno de
los rostros que nos miran desde las paredes es el de Malek Akram,
asesinado el año pasado con una bala expansiva en la cabeza mientras
jugaba en la calle. Según el cirujano que realizó la autopsia, la bala
detonó en 300 fragmentos por causa del impacto, posiblemente una bala de
nuevo tipo, más avanzada y peligrosa que los Dum-Dum, que son ilegales,
pero que el ejército israelí ha usado en contra de civiles palestinos en
varias ocasiones.
Entre los rostros de las paredes de Deheisheh está también el de uno de
los paramédicos voluntarios que en un pequeño local entre los
campamentos Aida y Deheisha vigilan 24 horas al día por la seguridad de
los vecinos. Hace pocos meses, él también fue asesinado por una bala
durante una incursión militar en Deheisheh. Su compañero, Abed Ghareep,
nos recibe en el cuarto desde donde los voluntarios ofrecen primeros
auxilios a quienes han sido lastimados por los gases o por las balas de
goma durante las confrontaciones o en las incursiones militares
nocturnas. Cuentan con una cama, una camilla, máscaras de gas y
equipamiento básico de primeros auxilios. «Nuestro trabajo significa
mucha exposición ya que intentamos salvar vidas durante las
confrontaciones entre el ejército israelí y la población aquí», cuenta
Ghareep. El modesto cuarto ha sido atacado en varias ocasiones por el
ejército. Uno de sus compañeros añade, «mientras otras personas sueñan
con lo que harán en el futuro, los niños palestinos sueñan con
sobrevivir. Todos los días beso a mi esposa, pensando que puede ser la
última vez y cada noche que vuelvo a casa, estoy feliz por haber
sobrevivido otro día. Nunca sabes cuando la bala te alcanza. Me entra
pavor cada vez que mis hijos salen de casa, muchos mueren jugando o
yendo a la escuela».
La resistencia pacífica
Los palestinos tienen 67 años de vivir bajo la ocupación. En cuanto los
medios de comunicación occidentales se concentran en las bombas suicidas
y los misiles de Hamas, y se ilustra de manera perversa la situación
entre el ocupado y el ocupante, entre el colonizado y el colonizador,
como si fuese una guerra entre dos partes iguales, la experiencia
acumulada de los palestinos en resistencia civil es silenciada. Esta
resistencia se realiza justamente a través del arte, la música, la
persistencia en el territorio y las protestas pacíficas que, al ser
brutalmente reprimidos, a veces sí se contesta con hondas y canicas
coloridas. Y hay victorias, pequeñas o grandes, pero han costado sangre.
Tal es el caso del pueblo de Bil’in, a escasos 12 kilómetros de Ramala.
La comunidad de Bil’in es hermosa, ubicada en un pequeño valle, llena de
flores y pequeños arboles de olivos y castaños. Es viernes, y algunos
activistas internacionales han llegado para acompañar la protesta
semanal. Pasan por el centro de medios comunitarios, en donde se
reparte, para quien prefiere, máscaras de gas y pequeñas instrucciones
de cómo cuidar la propia seguridad. El pueblo ha ganado la atención de
las redes de solidaridad internacional por sus creativas formas de
resistencia y protesta en contra de la construcción del muro de apartheid.
El grotesco muro, comenzado en 2002, no ha respetado la línea verde de
1948, confirmada en 1967. 85% del muro está construido dentro de la
Cisjordania ocupada. En el caso de Bil’in, el muro favorece al
asentamiento Modi’in Illit donde viven alrededor de 40,000 colonos
ortodoxos, mientras despoja a Bil’in del 70% de su tierra fértil. Fue en
el 2005 cuando las familias de Bil’in comenzaron a levantarse, y desde
entonces estas han realizado marchas pacíficas hacia el muro cada
viernes. En 2007, la comunidad ganó una victoria parcial, e Israel se
vio obligado a cambiar la ruta del muro, devolviendo 30% del territorio
confiscado a Bil’in. En una de las protestas de los viernes en 2009,
Basem Abu Rahmah murió del impacto de una granada de gas en el pecho,
disparada a pocos metros de distancia. Su hermana, Jwahir, murió dos
años más tarde, por asfixia provocada por respirar el gas. La muerte de
Basem está documentada en el largometraje «5 camaras rotas», que
documenta el proceso de resistencia de Bil’in durante varios años. Ahora
las marchas se realizan también para recordar y clamar justicia por
Basem y Jwahir.
Son los niños quienes van al frente de la marcha este frío viernes de
enero. Sus hondas responden con piedras al ser atacados por los soldados
israelíes fuertemente equipados. Además de los internacionales que los
acompañan, grupos de anarquistas de Israel están presentes. Una lluvia
de granadas de gas les obliga a los manifestantes a correr. Después de
la marcha, personas de la comunidad llevan al grupo de internacionales a
recorrer la comunidad. La tierra está llena de granadas y cartuchos
testimoniando la brutalidad que ha caído sobre Bil’in. Al acercarse al
muro para fotografiar los murales de la resistencia aparecen dos
soldados. «Váyanse o les disparamos» gritan, soltando descargas al aire.
Cubriendo sus cabezas con las manos y mochilas, el grupo de
internacionales se retira.
La triple opresión y las opciones de la juventud
La opresión al pueblo palestino tiene varios rostros. Palestina no sólo
enfrenta a la ocupación israelí. También enfrenta la negligencia o
complicidad internacional con el sionismo, tal como Naji Al-Ali quiso
ilustrar con el niño Hadala. A pesar de las recientes críticas de los
Estados Unidos, la Unión Europea y la ONU sobre cómo las confiscaciones
de tierras y los asentamientos israelíes inhiben una solución de dos
estados, en febrero 2016, Obama anunció un nuevo paquete de asistencia
militar a Israel. Será de más de 40 billones de dólares, por un periodo
de 10 años, comenzando en 2018, lo que significa un aumento del programa
de 30 billones de 2008. Israel es el país que capta la mayor parte del
presupuesto de asistencia militar de los Estados Unidos, con cerca de
55% del presupuesto total.
Equipo de primeros auxilios. Fotografía: Susana Norman Fotografía:
Susana Norman Fotografía: Susana Norman Fotografía: Susana Norman
Desde los Acuerdos de Oslo, los palestinos deben enfrentar una traba
más. Sus propias autoridades palestinas. Para muchos, los Acuerdos de
Oslo significaron la mayor derrota en la historia de la ocupación. La
aceptación de la división del territorio en Gaza, Cisjordania y
Jerusalén, y la subdivisión de Cisjordania en áreas A, B y C para
algunos era un mal necesario, mientras otros anunciaban la fragmentación
que la división territorial llegaría a significar. Para Hisham
Sharabati, del Comité de Defensa de Hebrón, el proceso de las
negociaciones significó el casamiento entre la clase política y la
burguesía económica. «Los que toman las decisiones son los mismos que
tienen el monopolio de bienes, negocios, telecomunicaciones e
infraestructura. Tenemos una autoridad que vive con ayuda externa de los
países del Occidente, a través de las políticas del Banco Mundial. Sus
entidades invierten en el proceso de paz. Para ellos el proceso de paz
es manejado a través de una autoridad palestina que opera bajo las
limitaciones de la ocupación, con ninguna soberanía real. Para ellos,
paz es mantener calma en la sociedad y para esto generan ligeramente
mejores condiciones para los palestinos a través de creación de empleos
y la transferencia de más jurisdicciones civiles a las autoridades
palestinas. Entonces serán las fuerzas de seguridad palestinas en vez de
las israelíes quienes nos reprimen. Sabemos que la calma hará que la
ocupación dure más tiempo. Si tenemos resistencia o revolución, la ayuda
extranjera se va a parar. Esto es la razón de porque los intereses del
pueblo palestino difieren con los de la clase política. Los millones
canalizados para Palestina terminan en las cuentas bancarias de una
pequeña elite, mientras los pobres reciben la moneda de cambio. Por
estas razones lo saludable es la resistencia».
Los últimos meses ha existido un debate en la comunidad palestina. Desde
el octubre del año pasado (2015), jóvenes palestinos desesperados,
armados con cuchillos, han atacado a soldados israelíes en los puestos
de control. Algunos han identificado los actos como una creciente
tercera intifada, mientras otros ven los actos como reacciones aisladas
y espontáneas, a diferencia de la primera intifada y la segunda, que sí
representaban un levantamiento generalizado de la población. Los actos
han sido instrumentalizados por Israel para justificar un aumento en los
ataques a jóvenes palestinos.
Entre octubre de 2015 y enero de 2016, 158 palestinos fueron asesinados,
la mayoría de ellos en Jerusalén, Hebrón y Gaza. Alrededor de 2,000
personas han sido presas en el mismo periodo. Hisham continua: «Ahora
las autoridades palestinas desarmaron los grupos armados en Cisjordania.
Al mismo tiempo, cuando la gente hace demonstraciones pacificas mandan
la policía para pararnos. ¿Qué nos queda a los palestinos? Los ataques
individuales que estamos viendo. Son jóvenes, sin ningún tipo de
entrenamiento, que enfrentan el ejército pesadamente armado, sin límites
éticos. Si la autoridad palestina nos quisiera proteger, que den a los
jóvenes posibilidades de expresar cómo viven la ocupación. Si restringen
todo, ¿qué esperan que los jóvenes hagan? Mientras sean oprimidos,
buscaran nuevas formas de resistir».