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El Valle de Jordán: espejo del dolor de un pueblo que Israel busca
exterminar
Colaboración/22 febrero, 2016/0 comentarios
Por Susana Norman


La árida belleza del Valle de Jordán se extiende ante el ojo. Rocas
rojas, pequeños arbustos, y el sol brillante que durante los fríos
inviernos calienta los pies y los rostros de los niños durante algunas
horas a medio día, justo lo suficiente para sobrevivir a las noches
hostiles, mientras que en los meses de verano el mismo sol se hace
grande, ardiente, y seca el mítico paisaje al llevar las temperaturas
hasta arriba de 45 grados. Desde tiempos antiguos el pueblo palestino
que habita estas secas llanuras se ha dedicado a la siembra de uvas,
frutas cítricas y de olivos, y el pastoreo de borregos y chivos. A pesar
de la aridez, la tierra del Valle de Jordán es fértil por los abundantes
nacimientos de agua, el río de Jordán nace en Líbano y compone la
frontera entre la ocupada Cisjordania y Jordania hacia el oriente, en su
camino hacia el sur donde desemboca en el mar Muerto.

El acceso y el control del agua se convirtió en uno de los principales
ejes de la política de limpieza étnica de Israel sobre la población
palestina. Al control del agua se le suma los restantes ejes del
proyecto expansionista de Israel en el Valle de Jordán: infraestructura
estratégica, zonas cerradas militares, 5 puntos de revisión, la
colonización del territorio por medio de los asentamientos, demoliciones
de comunidades palestinas y la prohibición de reconstruir las casas, de
construir escuelas u hospitales.

«Peligro, zona militar. Área de detonaciones, entrada prohibida», dice
el letrero en árabe, inglés y hebreo. Atrás se mira una pequeña
comunidad, originaria del Valle de Jordán. Fotografía: Susana Norman
Estos palestinos son campesinos a quienes se les ha confiscado su
tierra. Ahora trabajan para las empresas agrícolas israelíes.
Fotografía: Susana Norman Esta tubería de agua abastecía algunas
comunidades palestinas. En 1972, Israel la cortó, reduciendo su
capacidad. Fotografía: Susana Norman
Militarización

La expansión sionista transforma el paisaje en una cárcel sin paredes.
Por la orilla de las carreteras se ubican pequeñas agrupaciones de
familias, que al ver demolidas sus comunidades resisten en escasas
tiendas de campaña, a lado de letreros que dicen: «Peligro. Zona de
disparos. Entrar está prohibido» en inglés, árabe y hebreo. Pasamos por
los asentamientos israelís encerrados en su propia cárcel de cercas
eléctricas, cámaras y vigilancia, y por el puesto de control Al-Hamra,
donde el día anterior a nuestra visita, dos palestinos fueron asesinados
por soldados israelíes mientras esperaban pacientemente en su carro para
pasar. Los palestinos que se trasladan por las carreteras no saben si
algún día correrán la misma suerte. «No necesitan razones para matarte.
Matan a mucha gente, en los puestos de control o en las prisiones. Es
para crear miedo, y para argumentar ante la comunidad internacional que
los puestos de control son necesarios», cuenta Rachid Khudiri, uno de
los activistas en la Campaña de Solidaridad con el Valle de Jordán.

Mientras maneja despacio el carro, a través de Al-Hamra, las
ametralladoras nos apuntan. Rached es señalado en el Valle por su
activismo, y ha sido encarcelado y amenazado más de una vez. «He perdido
el miedo de morir», explica. «Llegas a un punto que el único miedo es
que nuestra resistencia se debilite, que las comunidades sufran más». La
Campaña es una red de comunidades y apoyadores internacionales que
apoyan la resistencia de la población palestina en el Valle a través de
denuncias públicas de las violaciones a los derechos humanos cometidas
por los asentados de Israel y el ejército, apoyo solidario para la
reconstrucción de casas demolidas, reconstrucción de los caminos de
acceso derrumbados, escuelas y casas de salud.

La tierra

El Valle de Jordán se ubica en el oriente de Cisjordania y compone cerca
de 30% de los territorios palestinos ocupados. El aniquilamiento del
Valle es parte integral del Proyecto Matriz, elemento de la expansión
sionista sobre el territorio ocupado. La confiscación de tierras aumentó
sobre todo después de la guerra de 1967, en lo que en la memoria
colectiva palestina es recordado como Al-Naksa, y puede ser traducido
como un día en que el mundo perdió su sentido o el día de la tragedia.
Después de la guerra, Israel aniquiló Cisjordania y miles de palestinos
buscaron refugio en Jordán, donde permanecen en campamentos de
refugiados hasta hoy.

En los Acuerdos de Oslo (1993 y 1995) se dividirían los territorios
palestinos en áreas A, B y C. El Área A caería bajo control civil y
militar de las autoridades palestinas, el área B seria controlada en lo
civil por las autoridades palestinas y en lo militar por Israel,
mientras el área C, la más grande, estaría bajo control absoluto de
Israel. El Área C sería transferida para control palestino en el año
2000, pero eso no ha ocurrido, e Israel tiene la intención manifiesta de
anexarla ilegalmente a la región. Casi todo el Valle de Jordán
corresponde al área C. Para un futuro Estado palestino, el valle es
fundamental. Representa agricultura, reservas de tierra, agua y la única
frontera internacional por tierra. Aquí encontramos la importancia
estratégica del aniquilamiento de la región y el control total de sus
recursos. La expansión del gobierno israelí en la zona, a través de los
asentamientos estratégicos, proyectos de infraestructura, control
militar sobre la población, leyes y políticas discriminatorias y
constantes demoliciones de casas, que viola convenios internacionales,
ha tenido un fuerte impacto sobre las comunidades palestinas, quienes
sobreviven y resisten en una aguda marginalización.

Aunque la población israelí es relativamente pequeña, alrededor de 6,000
colonos, esta controla más de 86% de las tierras en el Valle. Antes de
1967, alrededor de 250,000 palestinos habitaban el Valle. En 1968,
Israel construyó los primeros 3 asentamientos. Hoy, el número llegó a
37. «Ahora, apenas alrededor de 56,000 familias permanecen en el Valle
de Jordán», cuenta Rashed. «La mayor parte del Valle es área militar
cerrad para la población que ha habitado las llanuras por centenares de
años, mientras que para los asentados que llegaron en el año 2006 está
permitido confiscar la tierra y los recursos», continua Rashed.

El agua y los mercados

Los acuerdos de Oslo de 1995 no sólo dividieron las tierras, también
destinaron a los asentamientos israelíes cuatro veces más agua de los
manantiales que a los palestinos. Junto a la liberación de los presos y
el derecho al retorno de los palestinos refugiados, el agua ha sido de
los temas más complejos en las negociaciones sobre la «solución de dos
Estados». Según datos de Thirsting for Justice, los palestinos consumen
cerca de 40 litros de agua por día, muy por debajo del nivel mínimo de
100 l/d recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En el Valle de Jordán, la diferencia en el acceso al agua genera un
sombrío contraste entre los asentamientos de colonos de Israel y las
comunidades palestinas. Mientras los asentamientos y sus campos
agrícolas están irrigados, verdes y rodeados de árboles, las comunidades
palestinas sufren de sequedad, la agricultura se dificulta, y los
campesinos dependen de la compra de tanques de agua, de la empresa
israelí Mekorot, la cual extrae la mayor parte del agua de pozos en el
Valle de Jordán.

La falta de acceso al agua ha obligado a muchas familias a desplazarse y
los campesinos que persisten en la región son pocos. Haeel Bshrat y su
familia están entre los pocos campesinos que resisten. Siembra plátanos,
uvas, cítricos y flores, pero ha reducido la producción hasta menos de
una tercera parte de sus tierras, dado que no tiene suficiente agua.
Antes, Israel le permitía comprar 1000 metros cúbicos, ahora sólo son
25. La mayoría de los productos se venden en la ciudad de Ramala, porque
los impuestos de exportación son altos. «Mientras las empresas israelís
pagan 700 US por exportación, los palestinos tienen que pagar cerca de
1,400 US», cuenta Rashed. Los controles militares de los camiones que
llevan los productos dentro de Cisjordania y en la frontera son extensos
y humillantes. «Nos intentan presionar y dificultar que permanezcamos en
nuestras tierras», explica Haeel, que tiene prohibido construir casas y
usar el camino principal de acceso a su finca. «De 30 familias que
producíamos aquí, solo permanecemos 5», cuenta. Algunos se tornaron
trabajadores explorados por las empresas israelíes, con sueldos
miserables y sin seguridad médica, otras se fueron a la cercana ciudad
de Tubas.

El muhktar Abdel Rahim Basharat recibe el tanque de agua en el
atardecer. Fotografía: Susana Norman Siembra de uvas de Hader, uno de
los últimos campos palestinos que resisten en el Valle de Jordan.
Fotografía: Susana Norman
Las demoliciones y confiscaciones de tierras

Los últimos rayos dorados del sol alumbran el paisaje cuando nos
acercamos a la pequeña comunidad de Al-Hadidiya. Después de los Acuerdos
de Oslo, la comunidad quedó en zona militar y dentro de Área C. Ha sido
demolida 6 veces, la última vez el pasado 26 de noviembre. Entramos por
un provisorio camino de tierras, vigilados desde las antenas del
campamento militar en el cerro más próximo. Al mismo tiempo arriba un
camión del ejército, y alrededor de 50 soldados penetran al territorio y
comienzan su adiestramiento. Callados y al son de detonaciones, pasamos
primero por el modelo de un pueblo beduino, construido para que los
soldados ensayen ataques, y un kilómetro más adelante encontramos la
comunidad. Pilas de láminas y madera, de lo que solían ser casas, al
lado de carpas en donde las familias y sus animales domésticos buscan
refugio del frio de invierno. Nos reciben los perros sin ladrar.

Abdel Rahim Basharat es líder, mukhtar, de la comunidad. Tiene 66 años y
sus ancestros son todos del Valle. Él no se identifica como beduino,
pero pertenece a una tradición nómada, en la que las familias acompañan
sus borregos y chivos en búsqueda de pasto y de agua y esta es la única
vida que conoce. Este sistema de vivir está acabando en Palestina. «La
vida antes y después de la ocupación es muy diferente. Antes de 1967 la
vida no era muy buena, y teníamos menos tecnología que ahora, pero
nuestro pueblo tenia libertad. Libertad para usar el agua, tener comida,
para tener y alimentar los borregos. Libertad de educación y de salud.
Ahora atacan y amenazan más. Lo más difícil es la falta de agua, y la
falta de libertad de usar nuestras tierras y movernos». La comunidad
también carece de luz eléctrica. En lo que platicamos llega un tractor
con el tanque de agua para las familias. «El agua cuesta 57 shekel por 1
metro cúbico», cuenta Basharat. Su esposa calienta un poco del agua
recién llegada, sirve a los visitantes un café y se retira sin hablar.

«Nos matan, y nos encarcelan. La cárcel no es sólo el espacio, es
también los puestos de control, la trinchera, el muro y las zonas
cerradas militares de disparo. Se deciden por matarnos lentamente, y nos
da más dolor y sufrimiento. No tenemos ningún derecho o alguna
justicia». La trinchera complementa el muro, y cierra el acceso de
familias palestinas a sus tierras en el Valle de Jordán.

Cuando la última demolición fue realizada en Al-Hadidiya, el pasado 26
de noviembre, las familias quedaron 16 días sin ningún tipo de cobijo.
Niños, adultos, y los animales domésticos se enfermaron. «Vi claramente
que el Estado de Israel no respeta la vida de nadie. Quieren limpiar la
zona completa. Veo los sentimientos en nuestros hijos. Aprenden a odiar
a los judíos, no sólo Israel, aunque les he enseñado las diferencias de
Israel con el aspecto religioso. Pero los judíos permanecen en la región
y no hacen nada para parar a su gobierno. Me preocupa que nuestros hijos
se tornen más violentos. Los objetivos de vivir, aprender, ser humanidad
y amistosos están siendo cambiados». En febrero 2016, en una campaña que
duró 3 días, autoridades civiles y militares israelíes demolieron las
casas de otras 59 personas, dejando 28 niños sin techo.

El contraste

Los 37 asentamientos en el Valle de Jordán son una estrategia de
colonización y expansión del Estado Israel. Es común dividir a los
colonos en dos categorías; los fundamentalistas ortodoxos, que obedecen
a principios sionistas de ocupación, y los colonos económicos, que huyen
de los altos precios, producto de la especulación inmobiliaria en
ciudades como Tel Aviv. Los colonos en el Valle disfrutan de privilegios
como casa gratuita, tierras, y préstamos de largo plazo cuando se asientan.

Además, los colonos pagan precios reducidos por la electricidad que
consumen, y acceso a educación, salud y transportación es financiado por
el Estado. En cambio, los palestinos no tienen ni escuelas, ni clínicas,
próximas a sus comunidades dado que no tienen permiso para construir en
el Área C, sin obtener autorización de Israel. Leyes internacionales
prohíben a Israel, como ocupante, a trasladar su populación civil a las
zonas ocupadas. Los asentamientos en el Valle de Jordán, son por esta
razón, no sólo ilegítimas, son también ilegales. Las confiscaciones de
tierras también son ilegales según leyes internacionales. No obstante,
la expansión en la ocupada Cisjordania y el Valle de Jordán incrementa y
en 2014 el Consejo del Valle de Jordán lanzó un plan de triplicar la
población colona en 10 años. Las campañas BDS, que invitan a la
comunidad internacional a boicotear productos israelíes producidos en la
región, instituciones académicas israelíes, a sancionar al Estado
Israel, y exigir que empresas y fondos públicos retiren sus inversiones
en las empresas israelíes, que no se distancian de la ocupación, se
fundamentan en estas leyes internacionales que prohíben la adquisición
real de un territorio ocupado en conflictos.

Basharat concluye: «Tengo un mensaje para el pueblo judío. Deben parar
el hostigamiento, la delincuencia y los ataques en el Valle de Jordán y
toda Palestina para garantizar la seguridad de nuestros hijos. Para la
comunidad internacional, deben mirar la historia. Los fuertes no serán
fuertes para siempre. Los débiles no lo serán eternamente. Los EU son
fuertes hoy, pero hace 100 años era un asentamiento británico. Turquía
era un país fuerte mundialmente hace 150 años, ahora está bajo dominio
estadounidense. Los palestinos somos débiles ahora, en ejército, pero no
en deseos y fuerza. La comunidad internacional debe parar la violencia y
abogar por la humanidad. Si esto continua la violencia va a aumentar y
será más peligroso para todos los países en la región».