[Infopalestina.mx] Pa' donde mira la derecha israelí

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Benjamin Netanyahu, el hombre que tiene un plan

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El presidente Bill Clinton dijo hace años que Benjamin Netanyahu era
el mayor hijo de puta con quien había tratado. Barack Obama no debe tener
una opinión mejor. Para el primer ministro de Israel no es un insulto,
solo una descripción de su trabajo. Su misión no consiste en hacer amigos
sino en salvar al pueblo judío que se siente amenazado por enemigos, sean
árabes o iraníes. Podemos caer en la tentación de quedarnos en la
caricatura; sería un error: detrás del político que nunca sonríe se
esconde un tipo inteligente con un plan: un Estado judío sobre las
tierras del Antiguo Testamento con el menor número de palestinos
posible.
Netanyahu, Bibi para los suyos y para nosotros por razones de espacio,
nació en Tel Aviv el 21 de octubre de 1949, tres meses después del final
de la Primera Guerra árabe-israelí. Para entender a Benjamin Netanyahu,
para meternos en su mente y comprender su estrategia y movimientos, es
necesario conocer antes a su padre, una figura determinante en su vida,
que murió en 2012 con 102 años.
Benzion Netanyahu había nacido en Varsovia en 1910, cuando era parte del
Imperio Ruso, hijo de un rabino llamado Nathan Mileikowsky que al llegar
a la Palestina del mandato británico en 1920 se cambió el apellido por
Netanyahu, que significa regalo de dios. El futuro padre de Bibi se metió
pronto en política, mientras estudiaba Historia Medieval en la
Universidad Hebrea. Se sumó a los sionistas revisionistas, escisión de la
Organización Sionista Mundial, que exigían menos palabras y más acción:
crear por la fuerza el Estado judío.
Los estudios y la militancia extremista (de derechas, se entiende) fueron
claves en el pensamiento de Benzion, y por consiguiente en el de su hijo.
El ideólogo de los revisionistas fue Zeev Jabotinsky, autor en 1923 de la
propuesta de levantar un muro de hierro (la fuerza de las armas) entre el
Estado judío y los árabes. El padre de nuestro tipo inquietante de la
semana fue mano derecha de Jabotinsky en EEUU cuando buscaban apoyos para
la creación de un patria judía. Aunque aún no se había producido el
Holocausto, el clima en gran parte de Europa era de odio y antisemitismo.
De los revisionistas nació el grupo paramilitar Irgun (para muchos una
organización terrorista), en el que militó Menahem Beguin. Más tarde
surgió el partido Herut (Libertad), predecesor del Likud.
Jabotinsky y Benzion defendían que era inútil intentar un compromiso con
los árabes, a los que había que expulsar. Rechazaron la partición de
Palestina entre judíos y palestinos, y exigían una capital en Jerusalén;
lo querían todo, incluso parte de Jordania. La necrológica del The New
York Times recordaba algunas de las opiniones más extremas de Benzion,
cuando declaró al diario Maariv que los palestinos israelíes ­­-es decir,
aquellos que no huyeron de sus casas en 1948 y hoy tienen nacionalidad
israelí pese a ser ciudadanos de segunda- matarían a sus vecinos judíos
si tuvieran la oportunidad de hacerlo. El padre de Bibi decía en aquella
entrevista de 2009 que los árabes eran el enemigo, que no se podía llegar
a acuerdos con ellos y que solo entendían el uso de la fuerza.
En la misma necrológica se cita la entrevista en 1998 de David Remnick,
director de The New Yorker, en la que el viejo Netanyahu sostiene que “la
historia del judaísmo es una historia de holocaustos” y que el de Hitler
solo fue diferente por su escala y medios empleados. El padre de
Netanyahu era un experto en Historia Medieval y autor de un libro sobre
la Inquisición española, publicado en 1995, en el que ofrece una visión
diferente a la oficial hasta ese momento.
Benzion afirma que la expulsión de los judíos de España no se debió a su
religión, asegura que muchos se convirtieron entusiastas a la religión
católica, sino por la raza, la envidia y las ansias de robarles sus
bienes. La idea es clave para entender a Netanyahu hijo, el que gobierna
en Israel. Bibi ha declarado que los palestinos no se enfrentan a Israel
por las tierras, sino por las mismas razones descritas por su padre
respecto a la Inquisición.
Remnick, que es judío estadounidense y conoció a los Netanyahu, escribió
en su texto que los israelíes no eran conscientes de la influencia del
padre en el hijo y dejó una gran frase: “Para entender a Bibi hay que
entender a su padre”.
En noviembre de 1989, el joven político del Likud llamado Benjamin
Netanyahu pronunció una conferencia en la Universidad de Bar-Ilan,
considerada la meca (con perdón) del nacionalismo religioso judío. En
ella dijo que Israel debería aprovecharse de la represión de Tiananmén,
que el mundo miraba hacia China, para proceder a una expulsión en masa de
árabes (palestinos). También dijo que las consecuencias de esa acción
serían menores. Netanyahu no era un don nadie, era viceministro de
Exteriores el Gobierno de Isaac Shamir. Al Gabinete, pese a ser muy
derechista, le pareció una idea peligrosa. Dos años después, Israel se
embarcaba en el primer proceso de paz con los palestinos, la Conferencia
de Madrid: comenzó el 1 de noviembre de 1991 y terminó tres días
después.
Cuando Netanyahu proclamaba sus ideas de expulsar en masa a los
palestinos, a los que quería enviar a Jordania, ya tenía un recorrido
político detrás: había sido vice embajador en Washington y representante
ante la ONU entre 1984 y 1988. Entre sus estudios en Filadelfia, donde
vivió un tiempo con su familia, los años universitarios de Boston y sus
cargos diplomáticos, ha pasado cerca de 20 años en EEUU. Habla un inglés
perfecto, tiene una voz grave y agradable. En la Guerra del Golfo de 1991
fue comentarista en la CNN, una cadena nada neutral.
Esta es la segunda clave para entender a Netanyahu: su profundo
conocimiento de EEUU, de su política y de sus actores. Sus relaciones con
Barack Obama son desastrosas, pero a él no le preocupa. Sabe que Obama
pasará y llegará otro u otra con quien podrá entenderse. Netanyahu
presume de conocer el corazón de EEUU y sabe que nunca abandonará a
Israel, haga lo que haga. Esa es su fuerza.
Antes de llegar como viceministro al Gobierno con Shamir, Bibi hizo
méritos en el Ejército desde 1967, participó en diversos combates, fue
jefe de una unidad antiterrorista, tomó parte en misiones arriesgadas y
resultó herido en un hombro. Antes de este bautismo de fuego estuvo en
una organización estudiantil llamada Kasel en la que conoció a dos
personas claves para su desarrollo: Tzachi Hanegbi, hijo de Geula Cohen,
militante de Irgun a quien le gusta el apodo de mujer violencia y Avigdor
Lieberman, actual ministro de Exteriores. Kasel se dedicaba a atacar a
estudiantes árabes. Ese fue el clima político, unido a las ideas y la
influencia del padre, en el que creció Benjamin Netanyahu.
Shamir perdió las elecciones de 1992 y subió al poder el laborista Isaac
Rabin, un ex militar con fama de duro que sorprendió a todos al iniciar
negociaciones secretas con la OLP de Yasir Arafat y alcanzar un pacto
histórico, los Acuerdos de Paz de Oslo. Era el comienzo de una ruta, paz
por territorios, que debería concluir en la solución de dos Estados en
las fronteras de 1967, excepto el caso de Jerusalén, que era un asunto
aparte. La audacia le costó la vida a Rabin en 1995. El asesino se llama
Yigal Amir, estudiante de extrema derecha de la Universidad de Bar Ilan,
la misma en la que había hablado Bibi seis años antes.
Tras una cadena de atentados suicidas –los palestinos nunca supieron leer
entre líneas la política israelí–, el Likud de Netanyahu ganó las
elecciones. El mundo de los colonos estaba eufórico, había ganado uno de
los suyos, un enemigo de los Acuerdos de Oslo. La presión de EEUU forzó
un cambio en el discurso, al menos en público; Bibi empezó a hablar de
dos Estados para sorpresa de los ultras y de los colonos. ¿Reconversión?
No, solo era disimulo, una especie de taqiyya de los chiíes, el permiso
religioso para mentir y ocultarse.
El nuevo Netanyahu decía lo que la llamada comunidad internacional quería
escuchar. En el terreno trabajaba para hacer descarrillar los acuerdos de
paz y el asunto de los dos Estados. Para ser justos con Netanyahu, la
construcción de colonias en los territorios ocupados es una política de
Estado en Israel y han sido históricamente los laboristas los que más
asentamientos han creado. Por un lado se apoyaba la idea de los dos
Estados y por otro se impedía. Hoy hay más de 500.000 colonos entre
Cisjordania y Jerusalén.
En octubre de 2014, Netanyahu regresó a su universidad favorita. Esta vez
su discurso estaba cerca del de 1989. Dijo que los palestinos eran los
herederos de los nazis, y los vinculó con la muerte de 4.000 niños judíos
en Europa durante el nazismo, una acusación lanzada por Alan Dershowitz y
de la que no hay pruebas. Bibi aseguró que si Israel quiere la paz deberá
remover antes el tumor del antisemitismo de los palestinos (que por
cierto también son semitas).
¿Qué quiere decir remover? En su entorno, entre aliados y rivales en el
partido, están Lieberman, Naftali Bennett, Tzipi Hotovely y Danny Danon,
todos ellos partidarios de la anexión del 60% de Cisjordania. No es algo
que el Gobierno israelí pueda, de momento, defender en público, pero
recordemos Tiananmen y las ideas de Netanyahu en 1989. Danon exige que
Israel salga del armario y cree un único Estado en el que el actual
apartheid sea visible, sin complejos.
Netanyahu trabaja en esa línea, pero no presume como Bennett o Danon.
Según el periodista Max Blumenthal, judío estadounidense nacido en
Boston, el plan es anexionarse los terrenos de la llamada área C, creada
en los Acuerdos de Oslo, y donde están la mayoría de las colonias y en la
que los judíos serían mayoría. Se podría otorgar la nacionalidad israelí
a los palestinos que estén en ella. El resto quedaría reducido a
bantustanes sin conexión directa entre sí, como en la Suráfrica blanca.
Los de las áreas A y B solo tendrían la opción de lograr la nacionalidad
o la residencia jordana.
A los palestinos incluidos en los territorios C se les aplicaría el
sistema de Jerusalén: cualquier excusa, un lanzamiento de piedras, unos
estudios en el extranjero, servirían para desposeerles de la nacionalidad
y deportarles a un bantustán cercano. El tiempo, el conocimiento del
corazón estadounidense y el silencio internacional corren a favor de
Netanyahu. Solo hay una preocupación en este camino: la iniciativa
mundial BDS: boicot, desinversiones y sanciones.
Lo aprobado el domingo en el Consejo de ministros es un primer paso en
esta dirección: una ley que consagrará el carácter judío del Estado, por
encima de sus valores democráticos, y que aún debe someterse a la
Knesset. La nueva ley elimina el árabe como lengua oficial y acepta el
principio de desigualdad entre los judíos y los no judíos.
En este escenario –negrísimo para los palestinos, sin líderes de peso y
prestigio, el único es Maruan Barguti y está en cárcel– hay un agujero:
las redes sociales, la revolución tecnológica. La maquinaria de
propaganda israelí, la mejor del mundo, no puede controlar Twitter, You
Tube, Instagram y Facebook. Si un soldado mata a un niño ya no vale la
versión oficial que esgrime la defensa propia, ahora la imagen fluye por
las redes sociales y se difunde en la aldea global. La ofensiva de Gaza
este verano no fue peor que otras, como la guerra de Líbano en 2006, pero
sí fue más visible.
Ese es el gran cambio político: Israel empieza a dejar de caer simpático
y ese sentimiento conecta con el boicot. El historiador israelí Ilan
Pappé, caído en desgracia por su defensa de los derechos palestinos y por
calificar la guerra de 1948 de limpieza étnica, sostiene que si Israel no
es capaz de hacer amigos entre sus vecinos acabará tarde o temprano como
los cruzados.
Los dos enemigos mortales para Netanyahu son Obama e Irán, posiblemente
por este orden. La sensación de estar rodeado de enemigos, que es un
hecho incuestionable, y el recuerdo del Holocausto, de lo que pasó por no
ser fuertes, obliga a Israel y a Netanyahu a ser más fuerte que la suma
de todos y durante todo el tiempo, un esfuerzo suicida. La paz es la
mejor garantía de seguridad, pero ese pensamiento no estaba en papa
Benzion. Si enfrente de Netanyahu tenemos a Tony Blair, como garante de
lo que ya no existe (la idea de los dos Estados), solo podemos decir que
los palestinos acabarán como los saharauis, invisibles para
todos.
La única vez que Bibi habló de los dos Estados en Bar-Ilan fue en junio
2009. Puso tales condiciones que el hipotético Estado palestino sería
inviable, sometido a una camisa de fuerza y, por supuesto, desarmado.
Poco después, Benzion aseguró que nadie debería preocuparse por lo dicho
porque su hijo jamás haría nada de eso. Se trataba de promesas de consumo
externo, para calmar a los occidentales. Ese es el juego, y en él los
israelíes son maestros.
Fuente: Ramón Lobo,

Eldiario.es