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Editorial / Sharon: muerte en impunidad
mar, 14 ene 2014 09:09
Ayer fue enterrado en Israel el militar, político y ex primer ministro
Ariel Sharon, fallecido el sábado pasado tras ocho años de permaner en
estado de coma a consecuencia del derrame cerebral masivo que sufrió a
comienzos de 2006. Al informar sobre su muerte fueron pocos los medios
occidentales que destacaron su papel de responsable de masacres de
civiles palestinos, como destructor del proceso de paz emprendido por
Yitzhak Rabin y Yasser Arafat en 1993 y como uno de los principales
culpables políticos de que el pueblo israelí no haya conseguido, hasta la
fecha, el estatuto de paz que anhela con sus vecinos.
La propaganda oficial estadunidense logró tender un manto de neutralidad
sobre la imagen de este hombre que en su momento fue hallado
corresponsable de crímenes de lesa humanidad y posteriormente absuelto y
encubierto por las autoridades israelíes, las de Europa occidental y las
estadunidenses. En eso desembocaron, política y legalmente, los esfuerzos
por hacer justicia tras las masacres perpetradas en los campamentos de
refugiados palestinos de Sabra y Chatila en septiembre de 1982, en
Líbano, en las que entre 350 y mil 500 civiles adultos, niños, mujeres,
ancianos fueron asesinados por las milicias cristianas de Elie Hobeika,
apoyadas e incitadas, a su vez, por las fuerzas invasoras israelíes que
comandaba Ariel Sharon. Veinte años más tarde, cuando Hobeika anunció que
revelaría el papel desempeñado en ese crimen por el ahora difunto
político israelí, murió en un atentado en Beirut y ya no pudo rendir
testimonio.
Para 2001 Sharon ya había logrado atizar el conflicto palestino-israelí
con una provocación gratuita: ir a pasear, a sabiendas del repudio que
causaba entre los palestinos, a la explanada de las mezquitas, en la
Jerusalén árabe. Y, aprovechando la escalada de tensiones y el deterioro
de los acuerdos de paz de Oslo como marco del diálogo palestino-israelí,
llegó a la primera magistratura, desde donde emprendió un acoso
sistemático e injustificado contra la Autoridad Nacional Palestina,
encabezada entonces por Yasser Arafat; fortaleció y aceleró la
consrucción de asentamientos judíos en tierras palestinas e inició la
erección de la muralla infame que se extiende hoy por una vasta zona de
Cisjordania.
Como militar, como político y como gobernante, Sharon apostó siempre por
la provocación, por la violencia y por la polarización, y logró
mantenerse impune a lo largo de su vida. Pero su belicismo racista no
sólo causó sufrimientos incalculables entre la población palestina, sino
dañó gravemente las perspectivas de paz y armonía del pueblo israelí. En
este aspecto es pertinente recordar, por último, las palabras de Naomi
Klein sobre Sharon: Cuando el antisemitismo crece, al menos en parte
como resultado de sus acciones, es el propio Sharon el que recolecta los
dividendos políticos. En estas horas, serán muy pocos los medios que las
reproduzcan.