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Auteur: Mujeres Libres
Date:  
À: pensamientoautonomo@inventati.org
Sujet: [pensamientoautonomo] FW: Rv: [RIMA] La condena de nunca acabar











--VIERNES, 21 DE JUNIO DE 2013

ENTREVISTAS

La condena de nunca acabar

A dos meses de condenadas y liberadas a un mismo tiempo en un fallo
considerado poco menos que vergonzoso por la ausencia total de
perspectiva de género, convirtiendo en víctima a su victimario, las
hermanas Ailén y Marina Jara intentan rehacer sus vidas en el centro
de una tormenta social que las discrimina nuevamente por mujeres,
jóvenes y pobres. Y las estigmatiza obstaculizando cualquier
posibilidad de crecer y acceder a un trabajo digno.

Por Roxana Sandá

En el barrio las cosas se están complicando. No sólo porque a Marina y
a Ailén Jara el vecindario las mira con las bocas torcidas desde que
dejaron el penal de Los Hornos, en abril, para volver a casa. El aire
se fue espesando con esa dosis siniestra que acumula lo inevitable
porque el hombre que las acosó, las agredió, les gatilló dos veces un
revólver, en fin, su victimario, sigue viviendo en el barrio
Sanguinetti, de Paso del Rey, caminando tranquilo por la vereda,
cruzándolas de lejos en alguna ida al kiosco o en los comercios a la
redonda. El presente de ellas, en cambio, después de ese doblete de
condena y liberación que dispuso un tribunal de Mercedes, no es
auspicioso: las agobia el estigma de un fallo considerado por algunos
especialistas como “vergonzoso”, que no fue al núcleo de la cuestión
sobre la violencia contra mujeres jóvenes y pobres y que, por el
contrario, se armó sobre un andamiaje sexista, prejuicioso y cargado
de estereotipos de género. Como dijo Ailén alguna vez, “pagamos por un
muerto que está vivo”. El desenlace, previsible, les condiciona
seriamente la posibilidad de acceder a un trabajo digno y de
insertarse en una sociedad que les dio la fama del desconfío.
“¿Ustedes son las hermanas de la televisión? ¿Las que estuvieron
presas, no? Nos dicen. Y es un vacío tan grande aquí afuera, nos
sentimos tan discriminadas, que a veces extrañamos volver al penal.
Suena increíble escucharnos decir esto, pero los rechazos y los
obstáculos que sufrimos todos los días nos destrozan.”

LO IRREPARABLE

Elena Salinas, la madre “de hierro” de las Jara, la que peleó desde el
primer minuto por dar vuelta a “lesiones leves”, una carátula
augurante del drama que vivieron durante dos años, un mes y 21 días,
vive a duras penas de changas. La mujer que logró el traslado de Ailén
al Hospital Gutiérrez de La Plata para que le extirparan del útero un
tumor que la estaba matando de dolor porque en el penal sólo le daban
calmantes. La que movió cielo y tierra para que sus hijas recuperaran
la libertad enteras y vivas, espera llevarse algún día a sus otros
hijos, los mellizos Johnatan y Manuel, y a las chicas, a una vivienda
en La Plata, “lejos de toda esta mugre, a un lugar donde las tres
podamos trabajar y estudiar sin que nadie nos señale, donde nadie nos
diga ustedes son las de la televisión. Nos han hecho un daño muy
grande con todo esto, espero que no sea irreparable, pero creo que va
a pasar mucho tiempo hasta que podamos levantar cabeza de nuevo”.

¿Era cantado tanto desasosiego en el regreso? Las fotos en esa noche
del 10 de abril, cuando las Jara recuperaron una libertad
controvertida pero celebrada por feministas, agrupaciones políticas,
organizaciones de derechos humanos, madres de Plaza de Mayo Línea
Fundadora y funcionarias provinciales que lucharon por un tratamiento
judicial con perspectiva de género, testimoniaron abrazos, risas de
felicidad, corridas de a muchas para el festejo de todo lo bueno que
parecía asomar allá afuera. “Pero condenarlas como coautoras
penalmente responsables del delito por lesiones graves es lo mismo que
condenarlas por tentativa de homicidio, y aquí hubo legítima defensa.
El fallo se apeló por nuestra disconformidad, y estamos dispuestos a
que la causa llegue a la Corte Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH)”, sostiene el abogado Isidro Encina, que integra la defensa
junto con Gabriela Conder y Eduardo Soares, ambos de la Asociación
Gremial de Abogados.

A Elena se le pone agrio el humor, “porque la hicieron bien. La
Justicia falló de esa manera para cuidarse el culo. Y bueno, habrán
concluido, esas pibas que se jodan”.

–¿Por eso el fiscal apeló a la Cámara de Casación?

–Claro –confirma–. Para que quede en tentativa de homicidio y tapar el
mal procedimiento.

Pero Encina también pidió la nulidad de la sentencia, para que las
chicas no se queden con antecedentes. Ahora, hasta que Casación
defina, sentate a esperar, querida.

NADIE QUIERE DORMIRSE AQUI

Ailén no acompañó a su madre y a su hermana en este encuentro. Hace
unos días consiguió trabajo en un cíber de Flores, donde el dueño
también la reconoció “de la tele”, pero no le importó y hasta le
permite retirarse más temprano dos veces por semana, para asistir al
FinEs (Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios),
donde cursa con Marina los últimos años de la escuela media. “Las dos
queremos seguir estudiando algo”, cuenta Marina entre las ganas de
realizar trabajo social y la necesidad de remontar esos dos años de
encierro. “Me da bronca, porque antes vivía mi vida como si nada y
después de todo lo que pasó pienso que hay tanta impunidad... Nuestro
cambio fue total. Sobre todo me afecta pensar la tortura de las
cárceles: creo que todo lo vivido todavía está muy cerca en el
tiempo.”

Vuelve sobre eso de que el retorno al barrio “fue raro, no me gustó.
Al segundo día quería irme. Lo cruzo al tío de Leguizamón en el kiosco
y encima me pregunta ‘¿cómo andás?’. Lo miré como diciendo qué me
estás preguntando, y me di vuelta. Hoy, si me cruzo a la familia trato
de evitarla, miro para otro lado. Al barrio no salgo porque no me
gusta el ambiente, y si salgo, voy al centro. Volvemos del colegio
como a eso de las diez de la noche, caminando, porque a veces no hay
plata para cargar la SUBE, y venimos reperseguidas, no sólo por este
tipo. Por cualquier tipo que pasa, te mira o te dice cosas. A esa
hora, en este barrio, fuiste”. Elena lo advierte: “Ustedes no saben lo
que es vivir en el conurbano. No saben que las mujeres somos violadas,
asaltadas todo el tiempo, y que tenés que ir mirando para todos lados
a ver si no te agarra un tipo y te viola y te mata, o tal vez por un
celular de miércoles te lastima”.

Ese regreso también agrietó la convivencia. “Los primeros días todo
anduvo mal porque no nos adaptábamos”, reconoce Elena. “Hay una
anécdota de cuando Ailén preparaba el mate. Un día estábamos mi nuera,
Marina y yo charlando, y Ailén sacó el mate por la reja de la ventana
y tiró la yerba. Tenía el tacho de basura al lado. Al otro día, a la
hora del almuerzo preparó el jugo, sacó la jarra por la reja y empezó
a sacudirla. Con uno de los mellizos nos miramos. ‘¿Por qué sacás la
jarra por la reja?’, le pregunté. ‘Lo que pasa es que en el penal
sacaba la botella de jugo y la sacudía por la reja’. Costó días para
que se fuera desacostumbrando. ¿Sabés qué pasa? Que la reja le quedó
acá”, explica Elena tocándose la frente. Y sigue en el hilván de otras
anécdotas, todas comprobatorias de que los encierros forzosos invaden
el cuerpo. “En casa funciona un calefón eléctrico. Tenés 20 litros
para bañarte y hay que racionar el agua. Ellas estaban acostumbradas a
quedarse mucho tiempo en las duchas del penal, y en casa lloraban.
Ailén no sabía cómo funcionaba el calefón, tenía que bañarse con agua
fría. Ninguna entendía cómo eran las cosas.” A Marina aún la sorprende
la incomodidad “¡en mi propia casa! Quería volver al penal, extrañaba
a mis compañeras porque estaba adaptada a ese adentro. La primera
noche en casa no pude dormir”. Como si hubieran olvidado su vida
anterior, descubre Elena. “Eran unas nenas cuando se fueron de casa.
Les llevaba mate a la cama, les cocinaba, les hacía los mandados, nos
reíamos juntas, escuchábamos música. Volvieron unas mujeres tremendas,
hay planteos, hay palabras grossas que me dejan boquiabierta. No sé
manejar mucho la situación. Ahora entran, salen, no me dicen adónde
van y me desespero. Siento que perdí esos dos años que estuvieron
privadas de libertad. Creo que quedé relegada en el tiempo, les sigo
diciendo portate bien, fijate lo que hacés, cuidate. No pude adaptarme
a que mis nenas se habían perdido.” Está presente el sentimiento
oscuro de que algo “me las quitó y no las podía recuperar. Los
primeros días, cuando estuvieron en la comisaría 5ª, no tomé
conciencia, tenía la esperanza de que los cargos fuesen lesiones leves
y de que salieran en libertad, pero el tiempo pasaba y las mandaron al
penal. Entonces ahí sentí que me las habían arrancado. Ahora que están
de vuelta, por ahí se van a lo de una amiga o a dar una vuelta, y
siento que vuelvo a perderlas. La sensación es horrible”.

Como la luz, pero en negativo, una condena baña todo. “Salí a comprar
al barrio y no me gustó porque la gente se mostraba muy mal educada.
Le digo buen día a una persona y me mira como diciendo quién te
conoce. Por eso estamos viendo de vender o alquilar esta casa y
mudarnos a otro lado. Me gustaría vivir fuera de Moreno.” Para Elena,
La Plata es un lugar posible “antes de que las cosas se pongan peor.
Yo adoro las plantas, tenía ligustrina, árboles, flores, hasta que el
vecino de al lado me hizo cortar todo y a los dos días del regreso de
las chicas construyó un muro de tres metros de altura para no vernos
las caras. Hasta colocó uno de esos alambres enrollados arriba de
todo. Y la verdad es que no me banco más esta situación. El barrio es
terrible”.

ESE TIPO SIGUE AHI

De Juan Antonio Leguizamón Avalos, tal su nombre completo, se sabe que
es un violento de la zona, vinculado a la venta de drogas y de
conocida relación con policías del lugar, en particular con la
comisaría 5ª. Hará unas dos semanas Marina lo vio de lejos; prefirió
apurar el paso hasta perderlo de vista. “Sigue haciendo sus
fechorías”, asegura Elena. “Es un impune total. El otro día una vecina
discutió con la mujer de Leguizamón. El fue a buscarla, le puso un
revólver en el estómago y gatilló, pero no salió la bala, como había
sucedido la noche que atacó a Ailén. Me juego que era el revólver que
las chicas intentaron sacarle. Como no pudo dispararle a esta vecina,
volvió a tirarle al pie y ahí salió la bala, que por suerte pegó de
costado. Lo detuvieron dos horas en la comisaría 5ª y de nuevo afuera.
¿Eso no es tentativa de homicidio? Me da impotencia que ande suelto y
siga vendiendo drogas y armas, y que los mismos jueces del tribunal
hayan reconocido esto en los fundamentos de la sentencia y sin embargo
no hicieran nada al respecto. Las asesinas, las premeditadoras, las
alevosas son mis hijas; él es la víctima. Es una injusticia.”

Marina escucha temblando por el frío, la remera no la protege del
viento que molesta en la explanada de la Biblioteca Nacional, lugar
del encuentro donde transcurría el “Congreso internacional sobre
tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes”,
encabezado por el ministro de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, y
la defensora general de la Nación, Stella Maris Martínez. “Fue duro
porque pasaron un video sobre celdas de castigo en los Estados Unidos.
No aguanté y me puse a llorar.”

En la exposición, un integrante de la Asociación Pensamiento Penal
explicaba la vida de un interno durante 24 horas en una de esas celdas
con paredes pintadas, pisos de cerámica, literas con colchón,
ventanas, mesas y lavatorios. “‘Me indignó porque en la Argentina las
paredes de los buzones están llenas de moho, no entra la luz del sol
jamás, no tienen siquiera una lamparita, sólo la puerta de metal con
el hueco del pasaplatos”, describe Elena. “Cuando Ailén y Marina
estuvieron en la Unidad 51 de Magdalena permanecieron tres meses en
los buzones. Y si esta persona estaba exponiendo la situación de un
tipo que sólo pasó un día allí, imaginate la situación de mis hijas.”
Marina cierra los ojos. “Viví todo eso al igual que muchas compañeras.
Sé lo que es estar ahí adentro, el maltrato físico o psicológico de
que te tengan encerrada. Sólo podés dar vueltas y vueltas en un hueco
donde no hay nada, ni luz.” Su madre agrega casi en un susurro que “se
vuelven locas. Algunas terminan haciendo una corbata (en la jerga
carcelaria): agarran las sábanas y se ahorcan”.

Será el desamparo que se extiende como una mancha voraz, imaginan
ambas. “La semana pasada no tenía ni para comprar un kilo de pan”,
recuerda Elena. “Estuvimos dos días sin comer. El Estado nos abandonó.
A Ailén y Marina les debe dos años, un mes y 21 días de vida, y sin
embargo las largó a la calle como a la que te criaste, no les dio ni
un subsidio. El Estado nos tendría que haber apoyado. Cuando mis hijas
vinieron a casa no tenían frazadas, camas, sábanas, nada, porque
tuvimos que llevar todo a los penales y ahí quedó. Tuve que empeñarme
y comprarles cosas nuevas. ¿Qué iban a hacer?”, se pregunta. “¿Salir
del penal y dormir de nuevo en el piso, como perros? Nadie me dio
nada. Pedí ayuda en el municipio y me dieron una cajita con dos
paquetes de arroz, fideos, lentejas, un puré de tomates y un aceite.
Tampoco puedo hacerle juicio al Estado porque están condenadas. Fueron
años horribles para nuestras vidas, por eso siento que hay alguien
responsable en todo esto, no sé quién, pero siento que hay alguien que
nos debe algo.”

De a ratos, como cuando soportó el encierro, Marina inclina la vista
al piso y calla. De repente levanta la cabeza, fija los ojos grandes
en quien la escucha y las palabras se le amontonan con la temblequera
del frío. Hay que decir para sanar. “Siento lo mismo que siente mi
mamá pero ya está, lo que pasó, pasó. Es cierto que tampoco se puede
olvidar, porque yo no olvido nada. Nunca me voy a sacar de la cabeza
todas las cosas que viví en la cárcel. Pero se puede seguir, porque si
pude seguir ahí adentro, que es lo peor, con más razón puedo seguir
afuera.”

Elena protesta: “Tendría que haber una decisión política de modificar
las leyes para que las cosas cambien en el servicio penitenciario”.
Marina la corrige: “Pero los funcionarios y los que hacen las leyes no
están adentro de los penales, y ahí es otra cosa. Si pasa algo, tapan
todo y se terminó”.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8115-2013-06-21.html

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