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Autor: Fernando Gargano
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To: pensamientoautonomo@inventati.org
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Aportes para una (auto)crítica de las
prácticas
horizontales, autónomas y anticapitalistas.
(Versión 1.0)
 
Introducción
 
Quienes escribimos este texto hemos transitado y transitamos
construcciones que promueven la autonomía del capital, la búsqueda de horizontalidad,
las prácticas asamblearias y la crítica al burocratismo, entre otros rechazos
resumidos en la idea de la autogestión. La intención de este texto es aportar a
la autorreflexión sobre un extenso arco de prácticas que, con los mismos
principios mencionados, han registrado un devenir difuso y poco problematizado.
También pretende ser una invitación abierta a repensarnos, recapitulando sobre
las situaciones a las que hemos arribado.
 
Entendemos que las prácticas que alentamos en los distintos lugares en
los que participamos no se hallan en auge en términos de potencia y número. El
impulso que diciembre de 2001 significó en cuanto a la autoorganización popular
declinó al tiempo que la delegación en las instituciones del estado capitalista
recuperó su normalidad y legitimidad. Esto nos hizo más vulnerables frente a
las políticas de los distintos gobiernos y aumentó la dispersión.
 
Hemos constatado que cuando nos enfrentamos con obstáculos no
encontramos lo mejor de nosotros para superarlos, pocas veces los tomamos como
problemas a resolver. Creemos que si cooperamos y asumimos nuestros errores y
debilidades, y damos lugar al intercambio crítico vamos a estar más fuertes y
potentes.
 
¿Por qué ocuparnos hoy de hacer una autocrítica a nuestras prácticas?
 
Porque compartimos una perspectiva sobre lo estatal, al menos enunciada
como la construcción que no tiene como objeto al estado en tanto institución a
la cual arribar o asaltar, y promovemos una fuerte crítica a las relaciones
mercantiles de producción.
 
Porque entendemos que no podemos atribuir enteramente a la lógica del
capitalismo -ni a la acción del kirchnerismo o la izquierda partidaria- el
estado de dispersión y debilidad en el que se encuentran las iniciativas que se
emparentan con los principios mencionados.
 
Porque nos hacemos cargo de un recorrido común del que tenemos algo para
decir, sabiendo que existe una acumulación colectiva de experiencias en la que
nos amparamos. Nos negamos a despreciar las vivencias comunes y rechazamos
la idea de dejar que las experiencias colectivas que van surgiendo tengan que
empezar siempre de cero, recorrer y sufrir una y otra vez errores ya cometidos
en los movimientos sociales. Queremos asumir la responsabilidad de nuestra
presencia allí donde estamos. No queremos que el devenir de ámbitos de
coordinación o de los colectivos particulares quede librado a las imposiciones
de la coyuntura.
 
Porque no creemos que intentar tener una postura política clara,
mediante debates fraternales para arribar a conclusiones provisorias entorpezca
la apertura hacia nuevas preguntas, sino que es un paso necesario para poder
avanzar.
 
Porque sabemos que no puede haber resistencia de espacios y prácticas
que busquen cierta autonomía, en soledad y sin cooperación. No es una tarea
ajena enfrentar la dispersión y hemos aprendido que es grato y necesario
encontrar pares en los difíciles caminos que abordamos.
 
Flaquezas y debilidades para repensar
 
En los últimos tiempos y en diversas situaciones hemos esbozado,
elaborado y planteado, o recogido y aceptado las siguientes críticas:
 
a) Existe un desprecio por la “encarnadura real” del estado contra
el que se pelea, de lo que han surgido intervenciones políticas que no tuvieron
en cuenta los propios límites. Esto lleva a una derrota permanente producida
por la ilusión de la posibilidad de autonomía absoluta y la elección unilateral
de las formas de lucha o resolución de los conflictos. Esta falta de estrategia
se vuelve peligrosa frente a un estado que no duda en aplicar la violencia como
forma de resolverlos, como pasó en los últimos tiempos, como pasará siempre.
Cuando los conflictos emergen solemos encontrar entre nosotros cierto
fetichismo o cosificación del estado, encontrándolo en un edificio, la reja de
una plaza, un funcionario universitario, un gobernante o el patovica de la
puerta, sin entender ni cuestionar las relaciones sociales subyacentes ni tener
en cuenta los lugares políticos efectivos de su resolución.
 
b) En el plano constructivo, se plantean situaciones ideales como si se
pudiesen eludir las relaciones mercantiles del presente, como si el estado y el
mercado no existiesen en toda la sociedad y no nos atravesaran. Así, impera el
sentimiento y la creencia de poder realizar “la autonomía del capital” aquí y
ahora, o en la huida de la ciudad “mercantilizante” hacia comunidades libres,
huertas ecológicas o emprendimientos autogestivos que se creen desligados del
mercado, o simplemente grupos de reflexión escindidos de la cotidianeidad y
generadores de un autodespliegue de conceptos que no dan cuenta de las
prácticas. No dudamos de las buenas intenciones de quienes pretenden “alejarse
del capitalismo”, pero sostenemos que para transformar la sociedad hace falta
algo más que discusiones abstractas y actos individuales.
 
c) Nos parece que hay una apropiación del sentido liberal de la
autonomía, que se traduce en posiciones individualistas y en no pensar
propuestas políticas que sean universalizables, o que puedan ser asimiladas en
forma masiva. No creemos que la automarginación genere algún tipo de cambio en
las prácticas generalizadas sino apenas una exterioridad que nos recluye al
sectarismo. Para nosotros es un desafío encontrar vasos comunicantes con el
grueso de la sociedad.
Se cae frecuentemente en el vicio de tomar una reivindicación parcializada
y elevarla a eje estratégico central, contribuyendo a la fragmentación; no
creemos tener la verdad, y no queremos automarginarnos de las luchas sociales
sólo porque éstas no se den en los términos “puros” que nosotros imaginamos.
Como contrapartida, sí entendemos que hay que encontrar permanentemente una
buena relación entre los particularismos y las cuestiones generales.
 
d) Hemos encontrado un desprecio por la formación y la discusión
política que se puede leer fácilmente en las frases que se repiten desde hace
más de una década sin salir del consignismo o de un grado de generalidad tan
grande que carecen de efectividad. Se asume un lugar de enunciación de una
irreal pureza ideológica que impide la posibilidad de una acción articulada en
los ámbitos de lo cotidiano, como consecuencia se generan microcolectivos en un
ilusorio éxodo constante.
A la vez, encontramos que no hemos podido fundar espacios de reflexión
ligados a las prácticas, y abundan intentos teoricistas presos de la
externalidad a los procesos. Muchas veces cayendo en una especie de
colonialismo de esos mismos procesos obturando la posibilidad de problematizar
y salvar los obstáculos. Claramente es una forma de idealismo: se va a los
procesos con una idea, con un bagaje conceptual, sin ninguna predisposición a
contrastar lo pensado. La originalidad y el elitismo parecen ser fines en sí
mismos sin lugar para la crítica y la revisión.
 
e) Nuestros espacios también han generado lazos de poder basados en una
fuerte afectivización y sacralización de los vínculos personales políticos, que
redundan en liderazgos encubiertos, valorización desigual de las palabras en
función de relaciones de amistades y de pertenencia. Esto ha dado lugar a que
la crítica política muchas veces fue tomada como ataque a las personas, o a la
inversa, se han venerado afirmaciones vacías y relegado al silencio otras voces
en función de quién sea el emisor. Este problema ha trascendido las cuestiones
individuales llegando a jerarquizar a unos colectivos sobre otros. El efecto y
resultado fue que hemos sufrido escisiones, abandonos y prácticas expulsivas.
 
f) Se producen identificaciones ficticias y consignistas con procesos
nunca abordados críticamente y mistificados, ajenos a nuestras realidades,
generando falsas identidades y obturando la posibilidad de asumir identidades
genuinas, que den cuenta de lo que somos y abra puentes de integración entre
quienes viven situaciones similares. Hemos demostrado gran capacidad y
disposición a movernos en situaciones solidarias pero no hemos sabido construir
dispositivos que nos nucleen en torno a problemas y obstáculos cotidianos
propios.
Estas falencias se manifiestan en un constante recomenzar, no hemos
logrado algún tipo de acumulación o construcción que se traduzca en contrapoder
–para nombrar de alguna manera a las posibilidades crecientes de poder hacer o
de desenvolver algún tipo de fortaleza a nivel local. En cambio encontramos
situaciones de movimiento constante, de desarraigo perpetuo que es buscado como
si fuera un fin en sí mismo; queremos problematizar esta concepción de las
luchas porque necesitamos poner en el orden del día la discusión del poder, del
sujeto y del propio dominio estatal capitalista. Entendemos que en este tiempo
de reflujo de las prácticas anticapitalistas es necesario defender y dar
contenido a los espacios que constituyen nuestra red; habitarlos y persistir es
una de las posibilidades además de valorar y desplegar las riquezas con que las
que ya contamos.
 
¿Cómo intentamos producir una propuesta anticapitalista actual?
 
Creemos, como muchos, que los problemas de la sociedad en la que vivimos
no pueden ser resueltos en el marco del capitalismo. Mientras no se alteren las
relaciones de producción y su correlato en las formas de organización social,
va a continuar la profunda desigualdad que vemos a diario. Pero también
entendemos que la tensión por la reproducción del estado y el capital sucede continuamente,
cada minuto de nuestras vidas, y que por eso nuestra lucha no puede ser en un
mañana lejano, sino que tiene que ser constante. Entendemos que esta lucha no
ocurre únicamente en términos discursivos ni en ámbitos específicos
extrapolados de la cotidianeidad. Queremos aclarar la ociosa distinción entre
discursos y prácticas que parece asomar aquí. Las palabras y los discursos son prácticas también. Lo que estamos afirmando apunta a sostener esos discursos practicados en efectivas
intervenciones de la corporalidad militante, además. Entendemos que la intervención corporal militante no sólo
es necesaria como acción, sino
también como instancia reflexiva que nos permita vislumbrar los límites de
nuestros discursos.
¿Cómo hacer para no refugiarnos en una supuesta pureza ideológica
abstracta? ¿Cómo eludir ser arrastrados acríticamente por las coyunturas?
 
Encontramos necesario plantear sin ambigüedades tres tesis fuertes de
las que no podemos escapar: 1) El estado es la forma que toma una relación
específica: la que existe entre capital y trabajo. 2) Esa relación
históricamente determinada se da en el contexto de la forma capitalista de
producir la vida social. 3) Ninguna postura que critique la dominación estatal
puede abstraerse de estas condiciones en las que necesariamente se da toda
lucha contra el estado.
 
Pensamos que no nos queda otra variante que habitar cierta tensión, como
lugar fértil para la acción política. Estamos inmersos en relaciones sociales
que no elegimos ni consentimos, de las que no podemos fugarnos: las relaciones
de poder atraviesan todos los espacios sociales. Sin embargo creemos que es
posible llevar una práctica anticapitalista y de desestructuración en cada uno
de ellos.
Queremos proponer llevar adelante dos líneas de intervención,
que vemos como indisolubles y estériles si no son practicadas simultáneamente
en los mismos lugares donde intervenimos:
 
- Una de ellas pertinente al ámbito de la creación, donde intentamos
generar procesos de relaciones comunitarias, horizontales, autónomas, que
experimenten en la construcción de una nueva sociedad. Donde se pongan en juego
otras relaciones afectivas y otros modos de sociabilidad y de subjetivación, y
obviamente profundizar los ya existentes aspirando a un compromiso más
generalizado.
- La otra faceta consiste en construir espacios de contrapoder y
organización popular que den respuesta política en enfrentamientos claros con
las clases hegemónicas y sus representantes, cuestionando tanto los mecanismos
de poder vigentes como las propias estructuras esclerosadas de resistencia, y
en ese camino que nos faciliten lograr cierta unidad o encuentro con otros
sectores aspirando a conquistas mínimas para mejorar nuestra calidad de vida y
garantizar nuestro desenvolvimiento social.
 
En cada hospital en el que peleamos para mejorar las condiciones de
atención, los planes de trabajo, nuestros salarios; en cada escuela en la que
intervenimos para que se pongan en práctica pedagogías emancipadoras o lógicas
de trabajo distintas estamos llevando adelante una lucha contra la enseñanza
estatal o tensionando los resultados. En cada universidad cuando peleamos los
contenidos, las formas de organización, cuando cuestionamos los dispositivos de
aprendizaje o la forma de producir saberes; en cada barrio en el que impulsamos
proyectos comunitarios y autogestivos estamos atacando el modelo de vida
individualista y consumista que nos propone el capital. Cuando intentamos
resolver nuestros problemas laborales con independencia y bajo otras reglas de
intercambio, o cuando peleamos para resistir una ley adversa o necesitamos que
se sancione otra que refuerce nuestros derechos; aun cuando construimos sin
mirar al estado como norte, estamos peleando contra él cuando contraponemos un
plan al uso que a través de él las clases dominantes hacen de los recursos
producidos por los trabajadores. Tenemos una voz y una mirada particular que
merece ser oída en otros espacios.
 
Solidariamente con las críticas esbozadas arriba, creemos que la doble
propuesta de intervención expresada, encontraría eco rápidamente en compañeros
y compañeras que lean estas líneas y compartan alguno o todos los principios de
acción resumidos en la idea de autogestión. Sin embargo creemos también que,
dadas las críticas también esbozadas, a cierta subjetividad liberal-autonomista
presente en nuestros colectivos, quizá sólo la primera tenga condiciones de
realización. Creemos que para que podamos desarrollar la segunda línea de
intervención es necesaria cierta dosis de subjetividad antagonista, que le
ponga el cuerpo y no sólo las palabras, a una paciente construcción antagónica
con las relaciones sociales imperantes en los lugares cotidianos que habitamos,
más allá de las explosiones coyunturales. Asimismo pensamos que la condición
para mantener una intervención más acá del éxodo hacia un paraíso de
subjetividades hermanadas, es la práctica incansable, respetuosa y férrea a la
vez, de una crítica y autocrítica a lo que hacemos a cada paso, recogiendo las
experiencias ya transitadas de forma consecuente y alimentándola con las
perspectivas de lo nuevo que no cesan de aparecer.
 
En resumen: en la pelea por el plan para la sociedad y en las continuas
acciones que contraponen un mundo alternativo al actual se juega en tiempo
presente el carácter de nuestras prácticas, oponiéndonos en la medida de lo
posible a la reproducción del capital. Por esto mismo queremos abrir el juego a
la discusión colectiva, que nos brinde herramientas superadoras. Creemos que
hay personas y colectivos, que están en la misma búsqueda que nosotros en
distintos ámbitos. En el barrio, en las escuelas, en las universidades, en los
sindicatos, en todos los ámbitos de la vida, somos muchos quienes luchamos por
transformar la sociedad en un sentido anticapitalista. Por supuesto que no
tenemos ninguna garantía que el camino sea fácil. Pero también, cooperando,
confiamos en ser capaces de generar una alternativa que perdure en el tiempo y
que efectivice cada día la lucha por una nueva sociedad. Ese camino es tan
deseable como necesario.
 
 
Junio de 2013.
 
Raúl G, Fernando G,
Paula V, Iván G, Paula A, Marta G, Bettina F.