*La intrusión wifi*
***Luis E. Sabini Fernández*
¿Qué expresión más clara de nuestra modernidad, nuestros adelantos en la 
cultura y el mundo que la expansión del wifi, es decir de la cómoda 
conexiòn inalámbrica, gracias a la cual podemos conectarnos a Internet y 
al universo virtual desde cualquier sitio?
Como toda comodidad, ha tenido un éxito arrollador.
Y con un poder socializador, forzoso, una invitación a la que el 
particular "no puede rehuir", como bien aclaraba el capo di mafia de El 
Padrino cuando blandía su poder sobre quienes convertía en víctimas.
Si uno observa la implantación del wifi en el mundo entero, percibe dos 
movimientos muy diferenciados: la conexión inalámbrica empezó a 
instalarse hace pocas décadas en los países del llamado Primer Mundo, es 
decir en los países que han vanguardizado el desarrollo cibernético y a 
fines del siglo XX recibíamos noticias tan "importantes" como que 
ciudades enteras, como Edimburgo en Escocia u otras en Alemania o 
EE.UU., habían pasado a ser zonas, ciudades wifi. Es decir donde en toda 
el área urbana se podía prescindir de los incordiosos cables...
En ese tiempo, el wifi llegaba tímidamente al Tercer Mundo, a sus 
centros de desarrollo tecnológico más avanzado. Ciudades, ya no sólo del 
primer mundo, como Albuquerque en EE.UU. o Málaga, en España que ha 
proyectado ser la primera ciudad wifi española, sino también ciudades 
wifi en toda la periferia planetaria, como lo ilustra el caso de San 
Pablo, en Brasil o Shangai en China, que a su vez proyecta convertirse 
en la primera ciudad china wifi. O el de Obregón, en México, que también 
anuncia con bombos y platillos su ingreso al mundo wifi. Leemos en los 
manuales de instrucciones de los router la vigorosa exhortación de 
"expandir instantáneamente la cobertura mediante el wifi".
Sin embargo, con el paso de algunos, pocos años, empezaron a llegar 
noticias, celosamente ausentes en los circuitos mediáticos cotidianos, 
de que zonas hasta entonces caracterizadas por ser wifi, lo abandonaban 
y retomaban el trabajoso sistema de conexión por cable. Estos anuncios 
se han hecho frecuentes en diversos centros de enseñanza, universitarios 
y escolares. E incluso en ciudades enteras. Advierta el lector que se 
trata de restablecer un servicio, al que retirarlo había resultado fácil 
y simplificador, pero reinstalarlo implica una serie de costos de otra 
índole...
¿Por qué esta pérdida de la comodidad, este retorno al esfuerzo, algo 
que está cada vez más mal mirado? Si tantos gobiernos nacionales o 
locales están dando los pasos hacia el wifi que hemos señalado (hemos 
anotado apenas poquísimos ejemplos del proceso de "wifización" que sigue 
siendo muy intenso), no deja de ser anormal ese otro, segundo 
movimiento: retirar el wifi y volver al cable.
Sencillamente, cada vez hay más elementos que permiten evaluar la 
contaminación electromagnética como no inocua. Y una vez que llegamos a 
tal conclusión, la cuestión adquiere toda su importancia porque no se 
trata de un uso esporádico o intermitente, residual en las actividades 
humanas: el wifi la podemos graficar como una nube asentada sobre 
nuestras cabezas... las 24 horas de cada día y los 365 días de cada año. 
Aunque el efecto deletéreo fuera bajísimo, pero muy, muy bajo, la 
persistencia de su presencia lo hace problemático.
Distintas investigaciones, como las llevadas a cabo por un equipo de 
investigadores en Suecia que ha sido denominado "equipo Hardell", por el 
nombre de su director, han comprobado cambios de comportamiento y de 
niveles de atención y otra serie de trastornos en niños en contacto más 
o menos permanente con radiación electromagnética.
Por lo cual en Suecia se han establecido, por ley, pautas y límites para 
la cercanía física a fuentes de contaminación electromagnética.
El equivalente más apropiado que se me ocurre es la comparación del wifi 
con el tabaquismo. Imaginemos que la contaminación electromagnética, que 
es invisible, inaudible, inodora, insípida, impalpalble, es decir que es 
ajena a nuestros cinco sentidos fundamentales de los que disponemos para 
atender y enfrentar al mundo material, pero que es empero, bien 
material, pudiera tomar la expresión física de los cigarrillos: una nube 
de humo, bastante desagradable, por cierto, al menos para no fumadores 
(el humo de cigarrillos, es decir con papel quemado y alquitrán, difiere 
considerablemente del que proviene de una pipa o un habano).
El wifi en una casa, instalaría, siguiendo el símil, una nube en por lo 
menos la habitación donde esté la computadora, o el celular;
el wifi del celu, instala dicha nube encima de la cabeza del conectado, 
y, con la densidad tan alta de nuestros medios de transporte colectivo, 
encima de algunas otras cabezas próximas;
el wifi en una escuela o universidad instalarìa una nube de considerable 
extensión encima de todos los que transitamos, estudiamos o trabajamos 
en ese centro de enseñanza;
el wifi en toda la ciudad, significa que una nube de muy considerable 
tamaño está encima de cientos de miles o millones de afectables... todo 
el día, todos los días.
Observe el paciente lector con quien hasta ahora hemos seguido juntos, 
que de poco y nada sirve que, por ejemplo, uno prolijamente tenga 
conexión a Internet mediante cableado (aunque sea por la sencilla razón 
de que era la cronológicamente más antigua y cuando llegó "la 
renovación" se optó por continuar con ella) porque siempre suele haber 
vecinos hipermodernos que ya están conectados wifi y le han hecho pito 
catalán al incordiante cablerío.
Por ejemplo, viviendo en zona de casas bajas, he verificado que mi 
computadora que aunque tiene un dispositivo wifi no uso en casa porque 
tengo cable, "me avisa" que hay dos vecinos, linderos o casi, que tienen 
wifi... por supuesto que si quisiera usar esa conexión necesitaría la 
clave, pero estimo que por ser precisamente inalámbrica, igual me llega 
aunque no la haya pedido. Es decir "me trago el humo", aunque no haya 
decidido fumar...
Y para rematar el símil con el cigarrillo: fumar es una actividad 
bastante agresiva hacia el no fumador, razón de tensiones y 
desavenencias familiares entre gente que tiene una vivienda pequeña y 
que no quiere que los pequeñuelos fumen pasivamente, por ejemplo...
Este tema se fue haciendo tan gravoso; los perjuicios al fumador pasivo, 
que al día de hoy, al menos en la capital argentina, se ha prohibido el 
cigarrillo en lugares cerrados, en lugares públicos...
¿Lograremos en algún momento tal grado de conciencia ambiental, 
ecológica, sanitaria, como para respetar al prójimo que no quiera ser 
irradiado por los gozosos y alegres disfrutadores de las ondas 
electromagnéticas?
fuente: revista El Abasto 149 
http://www.revistaelabasto.com.ar/149-la-intrusion-wifi.htm
texto en PDF 
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http://argentina.indymedia.org/uploads/2012/11/la_intrusion_wifi.pdf>