[pensamientoautonomo] Populistas, demagogos y dictadura

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Szerző: esceptikuz
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*Populistas, demagogos y dictadura*

Carlos Penelas
enero de 2012

Mi padre discutía con su cuñado, Pedro Fraga, el esposo de mi tía
Isabel. Ambos eran libertarios, individualistas, pero tenían enfoques
diferentes.

Mi tío Pedro consideraba que había que redimir a los más humillados, a
los más desamparados. Odiaba la demagogia y al clero con tanta
vehemencia como mi padre. Reunía en la cocina de su humilde hogar a todo
zaparrastroso que caminaba por Piñeiro. Los dejaba dormir en la cocina
ante el miedo de mi tía Isabel, que sufría los estados emocionales de su
esposo.

Quería que dejasen la bebida. Les servía sopa y un vaso de agua. Les
leía El Quijote, les hablaba de la solidaridad humana, de la Guerra
Civil Española y de la hipocresía de la Iglesia. Éstos solían estar dos
o tres días como máximo escuchando sus sermones laicos para huir
inesperadamente. Si alguno de ellos regresaba en estado de ebriedad, mi
tío lo recibía con su escopeta apuntándolo a la cabeza. Mi padre le
decía que eso no conducía a nada, que perdía el tiempo. Mi tío insistía
en que la lectura, la sopa y el vaso de agua purificaban el espíritu.

No lo tome a mal, no deseo ser grosero ni ortodoxo. Ni populista ni
monárquico. Usted sabe, fariseo lector, sostengo teorías aberrantes. Tal
vez porque mis padres fueron campesinos de origen gallego, tal vez
porque mi formación --formación que ya no existe -- fue literaria,
clásica, estética o porque colaboré muchos años con investigadores
básicos, no conozco la obsecuencia. Ni la sonrisa insustancial, torpe,
de clara felonía. Ni los aplausos o las pérfidas palmadas en la espalda.
Gazmoños sin disfraces, los vemos sonreír y aplaudir sin rubor, sin
bochorno. Descarados, diría mi madre. Tal vez, pensándolo bien, por todo
eso y porque además conocí y me formé con maestros sólidos, íntegros;
verdaderos humanistas. Sin dobleces, entonces. Y también porque conocí a
viejos libertarios de mirada transparente, hombres que sabían disimular
vicisitudes extremas, privaciones económicas. O porque los hombres del
poder, desde niño, me parecieron patéticos.

Los textos griegos, latinos e isabelinos lo corroboraron tiempo después.
Durante décadas el Partido Comunista señaló en una suerte de Inquisición
del hombre nuevo, que todo aquello que no pasase por su concepción era
reaccionario, agente del imperialismo o secuaz de la CIA. Y quedó la
marca. Diluida, sin criterio, pero el halo sigue dando vueltas. Nacieron
los mitos, las leyendas. Hicieron listas negras donde estaban Camus y
Ionesco, Pirandello y Orwell.

Se ocultaron datos de manera desenfadada, siniestra. Desde los campos de
concentración o Gulag (qué no dijeron los camaradas de Solhzenitsyn)
hasta los crímenes más absolutos en la Guerra Civil Española o en
México. Pero los camaradas leían Novedades de la Unión Soviética y todo
estaba en orden. El mal se hallaba afuera: en la Alemania nazi, en la
España franquista, en la Italia de Mussolini o en el liberalismo inglés.
Y naturalmente lo falso, lo espúreo, lo irracional, lo conspirativo,
provenía del Pentágono. Entre nosotros -- argentinos hasta la muerte -
nacía el culto del bombo, se incrementaba la delación y los sindicatos
se transformaban en burdeles. Y todo era idolatría y felicidad.

El potitburó, mientras tanto, estaba ajeno al mundo. Era la Biblia, lo
único digno, lo sagrado. Hasta embalsamaron a Lenin para cumplir con la
tradición del culto a la muerte. Cientos, miles de documentos y
antecedentes. Montañas de documentos, de contradicciones, de engaños. El
pueblo, que nunca se equivoca, no escuchaba, no veía, no respiraba.Y
paralelamente mártires, persecuciones, exilios. Insisto, hay bibliotecas
enteras con fotografías, manuscritos, cartas. No se confunda, no sea mal
pensado. Hoy todo es distinto. En esta tierra y en las otras. O
viceversa. Nos basta ver con quienes están, a quienes acompañan en estos
días.

Es así. Hay mapas genéticos, trabajos sucios, torniquetes. En política,
digo, no se confunda. Hay segmentación, retórica, montaje.
Comportamientos enigmáticos y de los otros. La imbecilidad, la torpeza,
la ignorancia, nos empuja de manera fenomenal. Poco y nada es lo que va
quedando. ¿Siempre fue así?
No deja de ser atractivo ver como se mueve el Estado. Nuestro Estado y
los otros, ahora y en el pasado.

El Estado y los obsecuentes que crecen sin piedad y sin rubor. Aquí y en
otras partes, reitero. A jugar al Gran Bonete. Ya lo señalaron los
griegos y los latinos, todo está en sus páginas, en sus obras. En verdad
no se diferencian mucho, depende las circunstancias, las aberraciones de
turno, los caballeritos que se arrastran en nombre de lo que sea.
Podemos hablar de Turquía, de Arabia Saudita, de Irán, de Wall Street.
De Vladimir Putin, de Fidel, de Chávez o de Kim Jong-un. Del duque de
Edimburgo, del Generalísimo Francisco Franco por la Gracia de Dios o del
Primer Trabajador, líder de los descamisados.

De los héroes mundiales, de los héroes latinoamericanos, del Santo Padre
o de los ideólogos revolucionarios que piensan desde Londres o desde
París el hambre de los desheredados, de los explotados, de los
indignados. Y de los salvadores que hablan de los pobres pisando
alfombras rojas, con oro en arcas secretas y estelas funerarias. En fin
-desaprensivo lector- todo, absolutamente todo es posible desde la
óptica de nuestros césares. Mientras, a engordar las arcas de nuestros
bolsillos, en nombre de la patria. En nombre de la patria, no se olvide.
Y lo peor es que los admiramos, los veneramos y los pensamos inmortales.
(Sin palabras fervorosas, tilingas o alambicadas: espero que este
artículo no sea incluido en la ley antiterrorista. Uno nunca sabe.)

Le recomiendo, amigo lector, que analice el cine de Harun Farocki. Que
vea dos veces Wie man sieht (Cómo se ve). La historia técnica como una
sucesión de fases de automatización. Y no digo más.

"... Desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni
creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en
cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla."
Carta de Niccolò Machiavelli a Francesco Guicciardini, mayo de 1521

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