[pensamientoautonomo] Indignaciones

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著者: esceptikuz
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To: Pensamiento Autonomo
題目: [pensamientoautonomo] Indignaciones
Indignaciones

*Hernún*
23 de febrero de 2012

*Dignidad*

Choca un tren contra la punta del andén. Centenares de heridos, medio
centenar de muertos. Todavía no sabemos más. Es esperable que aumente la
cifra de muertos, aunque todos deseamos que no. Las empresas
periodísticas acuden todas a juntarla con pala cubriendo el desastre con
información compulsiva. Se traen las tragedias anteriores para
coleccionar y contabilizar, para aumentar la dimensión de la tragedia y
para establecer récords. Un récord vale más que mil palabras.

Cada quien toma posición frente a la escena desgarradora de las
víctimas, de las personas intentando tener noticias acerca de parientes
o amigos. Se descubren secretos a voces como el mal estado de los
sistemas de transporte, las implicancias de la política en la gestión de
los negocios, las implicancias de los negocios en la gestión política.
Azorados, miramos y padecemos. Nos indignamos.

Pronto la tragedia pasa. La noticia pasa. Pasa la novedad y todo vuelve
al ruedo. Personas volviendo del trabajo, trenes hacinados; personas
yendo a trabajar, trenes hacinados. Un sistema de transportes saturado
en una ciudad saturada que concentra el tercio de la población de un
país con aproximadamente 15 personas por kilómetro cuadrado. 15 personas
por kilómetro cuadrado y 700 heridos y 50 muertos en un tren urbano.
Pero la tragedia pasa. Nos indignamos.

Pronto todo vuelve al ruedo.

¿Qué es lo que estamos haciendo? ¿Qué es lo que hacemos cuando la
tormenta pasa? Demandas al Estado, aserciones morales acerca de la falta
de escrúpulos de los empresarios, de la desidia de los controladores, de
la corrupción de los funcionarios. Los indignados protestan. Pero la
tormenta pasa. Entonces los indignados se dignan. Se dignan a seguir sus
vidas ordenadas en la continuidad de una humanidad autodestructiva,
retoman la ruta de la cuenta bancaria y del televisor de mil pulgadas,
de teléfonos biónicos y de alquileres imposibles. Reactivación del
mercado interno a base de consumo, importación, exportación y
producción. Crecimientos porcentuales, márgenes de ganancia, confianza
para inversores. Autos como naves espaciales que aceleran cada vez más,
con mayor estabilidad a mayores velocidades, asfaltos mejorados,
autopistas y rutas. Lomas de burro, barreras y multas. Concesiones,
subsidios, tarifas.

Crisis financiera, caída de los mercados, inestabilidad social. Nos
indignamos. ¿Y qué es lo que hacemos? "Ha vuelto la política", nos
dicen. Votamos y volvemos. Dignos como nunca, recuperamos la nación
después del cataclismo. Confianza, esperanza, dignidad. Malvinas
argentinas, mineras canadienses, sindicatos peronistas y paritarias
anuales. ¿Qué es lo que hacemos? Recuperar la fe. Como si no hubiera
otro camino que rezarle a fantasías, retomamos el camino de que alguien
haga bien las cosas, alguien otro, algún otro que nos represente y nos
proteja, que administre bien, que ya no robe, que por fin se entere de
las cosas que hay que hacer por la gente. Y que las haga.

"La gente", dicen. "la gente necesita protección". Toda la estructura
social está montada sobre la espalda de trabajadores que no logramos
organizarnos como para tomar la iniciativa. ¿Buscamos culpables? Ahí
estamos: culpables de no hacernos cargo de la administración y de la
responsabilidad sobre nuestra vida colectiva. Indignados por arranque,
soltamos rapidito para que los responsables sean los demás. Sin
organización desde abajo no habrá sino culpables desde arriba y muertos
en la calle.

Aceptamos que la vida social sea una miserable agregación de negocios,
legitimamos la comercialización de la vida en nombre de la competencia y
de la propiedad. Y, de vez en cuando, nos indignamos.

La indignación es una purga: es una forma de enajenación de las culpas
en busca de víctimas propiciatorias. Como en un ritual, todo el mundo
acusa a los demás, busca responsables para no hacerse cargo de
responder. ¿Nos acordamos de las privatizaciones? Ahora parece que el
demonio neoliberal tiene rostro, cuando ese monstruo somos nosotros hace
veinte años. El tiempo pasa, y, en vez de cambiar la ruta, echamos
culpas a diestra y siniestra.

Somos los responsables de no comprometernos en nuestra propia realidad,
responsables de no sostener las organizaciones barriales y obreras que
puedan confrontar contra el modelo de negocios que establece que el
seguro es más rentable que los frenos. ¿Dónde están los pasajeros del
sarmiento cuando no chocan los trenes? ¿Dónde están los habitantes de la
región andina cuando no reprimen los mulos y la policía? ¿Dónde están
los trabajadores cuando no asesinan a nadie?

Vivimos pateando para adelante, e indignándonos cada tanto. Vivimos
delegando decisiones y responsabilidades cotidianas en figuras útiles
para recriminar después. "Negligentes militantes", decía Enrique
Piñeyro. No nos sirve de nada echarle culpas al Estado y a los
empresarios. Eso es fácil y es obvio. El punto es que no somos capaces
de accionar antes de que ocurra la tragedia. Subimos a los trenes como
ganado, subimos a los colectivos colgándonos de las puertas, aplastados
unos contra otros. Repartimos codazos para treparnos a un vagón y llegar
a casa menos tarde. Arremetemos contra el que discute. Preferimos volver
temprano antes de sostener una asamblea.

Los trabajadores tenemos la capacidad y la responsabilidad de intervenir
en la gestión social de recursos y servicios de una manera definitoria y
efectiva. No nos organizamos para mejorar nuestro salario y dejar que
los demás decidan el resto. Matarnos en los trenes y vivir hacinados,
empobrecidos y expoliados, es parte de lo mismo. Vivir alienados por la
tarea y la explotación y padecer las decisiones de los otros, es parte
de lo mismo. La ciudad (las ciudades) tienen una estructura y un
funcionamiento sostenido sobre la división social del trabajo. Es un
diagrama gestionado por quienes no viajan en tren, por quienes no comen
chipá en las estaciones, por quienes no cruzan las vías saltándose el
tercer riel. Hay un espacio de circulación para los pobres y otro para
los que deciden. Y nosotros, desde abajo, preferimos victimizarnos antes
que asumir la responsabilidad de confrontar su poder con nuestra
organización. Preferimos putear al presidente, putear al patrón, putear
al rico, antes que hacernos cargo de meterles el boleo en el orto que
merecen, antes que hacernos cargo de asumir la responsabilidad de
cambiar nuestra situación.

Nos indignamos. Miramos Crónica TV y nos indignamos. "Los que viajan en
el tren son laburantes", dicen por la tele, como si fuera normal que
haya laburantes (es decir, que haya no-laburantes). Nos indignamos hoy.
¿Qué pasará mañana? El trabajo dignifica, decía Perón. Sí que dignifica.
Nos vuelve dignos de la continuidad, dignos de una vida de mierda de la
que no nos hacemos cargo. Ahora, desgarrándose las vestiduras, todos los
monjes salen a la plaza a llorar verdades y lamentar los muertos. Y
nosotros obedecemos eso también. Lloramos con los monjes, con los
sabios, con los comunicadores y con los políticos. Lloramos un luto de
dos días como religiosamente, dignos por obedecer, validados en tanto
ciudadanos donde la libertad consiste en acomodarse de alguna manera a
las decisiones de los otros. Nos acomodamos, sí. Surfeamos la milonga,
hasta que nos damos el palo.

Mientras sigamos prefiriendo la obediencia con culpables a la
organización colectiva, seguiremos viviendo para el orto y muriendo cada
tanto.

fuente http://entornoalaanarquia.com.ar/2012/02/23/indignaciones