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Aihe: [pensamientoautonomo] Controversia con Serge Latouche: ¿Revolución integral o decrecimiento?
A veces una mirada autonomista a la realidad que nos circunda nos pone ante los ojos de los demás como una opción inmovilizadora, paralizante. Sin embargo, este artículo que les reenvío me disparó sensaciones nuevas para comprender los hechos de Madrid, Chile, Grecia, a la vez que me reafirma en la prescindencia del Estado.Ustedes vean y después si les parece, lo comentamos.Un abrazo.Ismael.



















Controversia con Serge Latouche: ¿Revolución integral o decrecimiento?

Félix Rodrigo MoraSerge Latouche no sólo ha construido una teoría sino que la ha hecho, como suele ser habitual, omniexplicativa. Al acudir a sus escritos esto resalta de inmediato: el decrecimiento lo explica todo y tiene respuestas para todo. Dado que verbosear es fácil, pues sólo exige ingenio verbal y desparpajo, en sus textos va desgranando un largo rosario de explicaciones, argumentos y soluciones que no están extraídas de la experiencia, que carecen de la voluntad de ser verdaderas, que están faltas de complejidad y que se articulan por los mismos principios que la publicidad comercial y la política institucional. No hace falta ser muy entendido en técnicas de mercadotecnia para caer en la cuenta que el decrecimiento es una marca comercial encaminada a “vender” un producto ideológico a las clases medias de los países ricos, devastadas por el hedonismo, la hipocresía, el colapso del pensamiento, el ansia de remedios fáciles (de
milagros en definitiva) y el culto al Estado.

Al ser omniexplicativa es totalizante y no deja sitio, como se ha dicho, a otras argumentaciones. Se expande desde sí misma, sin referencias profundizadas a la realidad ni análisis riguroso de experiencias particulares, a base de especulaciones, juegos de palabras, superficialidades clamorosas y deducciones sin anclaje en lo real.

El reduccionismo quizá sea uno de los rasgos más a deplorar, por su capacidad para ofuscar las mentes y destruir la psique del sujeto común. Latouche limita y rebaja al ser humano a su componente fisiológico, lo concibe nada más que como un ente zoológico con necesidades materiales: supervivencia como especie en un planeta viable biológicamente, un medioambiente sano y alimentos saludables. Niega casi en su totalidad el mundo del espíritu y las necesidades inmateriales: libertad, autogobierno político, autonomía, verdad, conocimiento, convivencia (ésta aparece, sí, pero reducida a su caricatura), eticidad, virtud, adhesión al bien, belleza, magnanimidad, superación de la cárcel del yo, sentido, disciplina interior, transcendencia, cultura, autodominio, coraje integral, deseo de encarar los grandes problemas existenciales de la condición humana (soledad ontológica, finitud, muerte), disposición para afrontar el dolor y el sufrimiento,
sublimidad, autoexigencia, rectitud de propósitos y amor al amor.

Latouche, como buen izquierdista no regenerado, es incapaz de entender la definición de ser humano que ofrece, por ejemplo, Husserl, del cual dice que “se da fines y normas, crea valores y pretende conocer la verdad”. En particular, los valores y la verdad le traen sin cuidado, una vez que ha concluido, igual que hace el marxismo y todo el izquierdismo socialdemócrata, que el ser humano es mera fisiología, una criatura sin entendimiento, sin alma, con sólo manos para producir y estómago para digerir, sin cerebro y sin corazón, sin vida del espíritu, justamente el tipo de ente sub-humano que necesita la burguesía. Propone salvar nuestro soma sólo para dejar morir nuestro espíritu.

En su “olvido” del espíritu Latouche incurre en contradicción. En su sociedad del decrecimiento, además de no consumir ¿qué harán las gentes? Se ha de notar que su propuesta es sólo negativa, un no hacer. Esto lo pretende llenar con banalidades, algunas bienintencionadas (convivencialidad puramente verbal) y otras mucho menos (juego, goce, y algunas más de tipo lúdico, esto es, infantilizantes y degradatorias). Lo cierto es que la renuncia al consumo, imprescindible para salvar el medio natural, sólo es sólida, creíble y hacedera sobre la base de un programa que proponga un doble actuar paralelo, restaurar la naturaleza y al mismo tiempo restaurar la vida espiritual del ser humano.

Es de sentido común que lo primero es imposible sin lo segundo, de ahí la necesidad de una revolución integral que no sólo cambie la sociedad sino al ser humano en tanto que humano, como conciencia y como cuerpo, y al sistema total de valores que articula y ordena la existencia.

Al poner como meta los requerimientos del espíritu, sobre la base del fomento social, grupal y personal de sus funciones sustantivas: pensar, experimentar, sentir, querer, elevarse, autovigilarse, trascender y recordar, por citar los más importantes, se está asentando el golpe definitivo a la ideología consumista, que queda sin fundamento. Pero eso es lo que justamente NO hace Latouche, porque para él la persona es, lo diré de nuevo, una mera realidad fisiológica, el autómata biológico de Descartes, ese gran majadero de la modernidad.

Los ideólogos del decrecimiento no comprenden que la vida humana, para ser viable, no puede ser mero crecimiento o decrecimiento económico, pues ello mutila al sujeto y hace inviable la existencia en sociedad, al reducirle a un epifenómeno de lo económico, en un caso de su versión “más” y en el otro de la variante “menos”. La condición humana exige una vida cognoscitiva, una creación de cultura, unas prácticas colectivas en pos de la transcendencia, una espiritualidad (en mi caso, sin religión, dado que no soy creyente, para los que sí lo son con ella) que nos reconcilien con lo que somos, seres con conciencia, con necesidades inmateriales que el medio ambiente más impoluto y verde no puede satisfacer por sí mismo, porque se necesita algo más, mucho más, la autoorganización para construir lo humano como cualitativamente superior a lo biológico y zoológico, esto es, a lo medioambiental y ecológico.

Como consecuencia de todo ello es, además, excluyente. En efecto, sólo la teoría del decrecimiento está en condiciones de dirigirnos al nuevo paraíso celestial somático connatural a una naturaleza “restaurada”. Al convertirse en sistema se hace más rotundamente salvacionista, ya que sólo ella aporta redención del medio natural. Todos estos rasgos la hacen no sólo enfadosa sino también ridícula. Esto último se hace clamoroso cuando llega a ofrecer incluso un “Glosario del decrecimiento” (aparece en “La apuesta por el decrecimiento”), algo que ni el mismísimo Marx, y ni siquiera el ególatra por excelencia, Voltaire, se atrevieron a hacer, lo que convierte a Letouche, por obra de sí mismo, en el creador no sólo de una nueva fe sino de un nuevo lenguaje.

Pero no necesitamos maestros del pensar, ni mesías “verdes”. Lo que nos urge es realizar la autogestión del saber y el conocimiento desde el ideal de servicio desinteresado de unos a otros, sin mercenarios ni funcionarios. Al parecer Latouche no ha oído ese dicho, constituido en el corazón mismo del magnífico mundo concejil y comunal castellano de antaño, hoy por desgracia extinguido, el cual advierte que “nadie es más que nadie”. Latouche ha construido la teoría del decrecimiento a partir de las metaideas sustantivas del izquierdismo, dado que antaño se adhirió a esta ideología y nunca la ha superado. Las principales son: 1) El Estado no existe, y si existe se le ignora, modo óptimo de protegerlo 2) la revolución integral es “imposible” (indeseable quiere decir) debido a que el entusiasmo por el orden vigente le ofusca, 3) sus exigencias y perspectivas son escasas, no pretende ser un sujeto integral y los procesos anímicos le
son indiferentes, 4) el capitalismo se reduce a un palabro invocado de manera agobiante sólo para cazar a los incautos con un “anticapitalismo” de pacotilla, la vieja treta socialdemócrata, siempre de mucho éxito.

A partir de esas cuatro premisas constituye su sistema de creencias, que “vende” algo muy viejo, la idea misma de milagro, tan demandada por quienes no desean construirse como seres humanos maduros a través del esfuerzo, el servicio, el olvido de sí y el sufrimiento. Por eso, como es lógico, cuando se enfrentan a los problemas decisivos e inesquivables de la existencia, demandan lo fabricado por gurús que les ofrezcan eso, portentos y milagros, además de artificios y mendacidades, para poder llegar a creer que lo imposible es posible, lo difícil fácil, lo complejo elemental, lo intranscendente sublime, la nada el todo y lo institucional revolucionario. Unos anhelan engañar y los otros ser engañados, ambos se encuentran en el mercado de las ideas, unos como vendedores y otros como compradores. Y todos contentos, al parecer.

Latouche y sus educandos (no olvidemos que, ante todo es profesor funcionario del Estado francés a su servicio) no han comprendido lo que quizá sea la primera lección del fracaso práctico del marxismo en los regímenes del “socialismo real” pasados y presentes, que la condición humana no puede reducirse a la producción y a lo económico, ni tampoco a lo medioambiental y fisiológico, que no puede limitarse a empujar para arriba, o para abajo, los índices macroeconómicos, pues necesita imperiosamente ofrecer y organizar respuestas, razonables o no eso es otra cuestión, a los grandes problemas de la condición y el destino humano.

Félix Rodrigo Mora.
Extraído del texto: Controversia con Serge Latouche ¿Revolución integral o decrecimiento?


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