*La megamáquina infernal*
Lewis Mumford, y aún más Cornelius Castoriadis, nos enseñaron que la
máquina más extraordinaria inventada por el genio humano no es otra que
la organización social misma. Después de la metáfora del organismo, la
metáfora de la máquina ha sido utilizada ad nauseam para referirse a la
sociedad. Lo cierto es que, conforme a la visión cartesiana del animal
máquina, las dos metáforas remiten a una misma visión mecanicista de la
sociedad.
El proyecto de racionalización siempre ha apuntado en último término,
bien a través del orden técnico bien a través del orden económico, a la
organización de la Ciudad. Frank Tinland señala, con razón, a propósito
de la tecno-ciencia, que ésta de hecho siempre tiene que ver con un
triángulo tecno-económico-científico (1). La dinámica tecno-económica
planetaria ha adquirido el aspecto de un macrosistema descentralizado
bastante diferente de la megamáquina centralizada (como el Estado
faraónico o la falange macedonia consideradas por Lewis Mumford), pero
de buena gana la calificaría de infernal. Algo que merece ser precisado.
Se trata, por un lado, de identificar dicha máquina, de especificar sus
características y, por otro, de mostrar qué es lo que puede justificar
el calificativo de infernal.
*La máquina humana*
El carácter maquínico del funcionamiento del mundo contemporáneo se
manifiesta por el ascenso de la sociedad técnica y, al mismo tiempo, por
el ascenso del sistema técnico, pero también por el hecho de que los
hombres mismos se han convertido en engranajes de un gigantesco
mecanismo. Cada vez con mayor razón se puede hablar de una cibernética
social (2). Ésta destaca, en un primer momento, por la emancipación, con
respecto a lo social, de la técnica y de la economía y, más adelante,
por la absorción de lo social por lo tecno-económico.
*La emancipación y el desencadenamiento de la técnica y de la economía*
Si la técnica es, en su esencia abstracta y, como tal, insignificante,
tan vieja como el mundo, la aparición de una sociedad en la que la
técnica ya no es un simple medio al servicio de los objetivos y valores
de la comunidad, sino que se convierte en el horizonte insuperable del
sistema, en un fin en sí misma, data del periodo de la 'emancipación' de
las regulaciones sociales tradicionales, es decir, de la modernidad. No
alcanza toda su amplitud más que con el hundimiento del compromiso entre
mercado y espacio de socialidad realizado en la nación, o lo que es lo
mismo, con el fin de las regulaciones nacionales, sustitutos
provisionales y finalmente últimas secuelas del funcionamiento
comunitario. Se puede datar con mucha precisión este salto, paso de la
cantidad a la cualidad, de lo que ha dado en llamarse tercera revolución
industrial. El coste de las técnicas, sus efectos positivos o negativos
(piénsese en Chernobil), sus dinámicas son inmediatamente transnacionales.
Si el mundo obedece a las leyes del sistema técnico, tal como las
analiza Jacques Ellul, la capacidad de su legislador se encuentra
reducida en igual medida. Lo que quiere decir que el soberano, ya se
trate del pueblo o de sus representantes, se ve notablemente desposeído
de su poder en beneficio de la ciencia y de la técnica. Las leyes de la
ciencia y de la técnica se sitúan por encima de las del Estado. Es en
gran parte por haber olvidado este hecho por lo que los totalitarismos
del Este, que se encontraban en contradicción con las leyes de la
ciencia y de la técnica tal como éstas funcionaban en el mundo moderno,
terminaron por derrumbarse. Entre las consecuencias de este aumento del
poder de la técnica se encuentra la abolición de la distancia, la
creación de lo que Paul Virilio llama la 'teleciudad' mundial y el
surgimiento de la ciudad-mundo, lo que provoca el efecto inmediato de un
hundimiento del espacio político. "A partir del momento --declara
Virilio- en que el mundo queda reducido a nada en cuanto extensión y
duración, en cuanto campo de acción, de forma recíproca, no hay nada que
pueda ser mundo; es decir que yo, aquí, en mi torreón, en mi ghetto, en
mi apartamento (cocooning), puedo ser el mundo. Dicho de otro modo, el
mundo está en todas y en ninguna parte. Esto fue lo que el feudalismo,
más tarde la monarquía y finalmente la república rompieron" (3).
Una de las consecuencias de este repliegue sobre uno mismo es la
reaparición de las guerras privadas. Lo feudal y lo privativo van de la
mano. Fue necesaria la monarquía, y más tarde el Estado-nación y la
Revolución para que se superase esta noción de conflicto privado. Ha
resurgido ayer mismo en el Libano, y hoy en Yugoslavia o en Ucrania. La
desaparición de las distancias que crea esta teleciudad mundial crea
inmediatamente también la desaparición del espacio nacional y la
reemergencia de ese caos que destruye la base del Estado-nación y
engendra esos fenómenos de descomposición con los que los media nos
entretienen a lo largo de la jornada.
La transnacionalización de la economía es el complemento indispensable
de la emancipación de la técnica. Se trata también de algo
extremadamente antiguo que reaparece bajo formas nuevas. Desde los
orígenes, el funcionamiento del mercado ha sido transnacional, incluso
mundial. Durante muchos siglos se dio un concubinato entre el mercado y
el Estado-nación. A partir de una base local, aunque ya en parte
transnacional (Liga Hanseática, funcionamiento de los mercados
financieros entre Génova y el norte de Europa desde los siglos XII y
XIII), fue preciso que la economía se crease progresivamente un mercado
nacional. La nación fue el espacio de compromiso sobre el que se
desarrolló el mercado. Sin embargo, una vez concluida la conquista del
espacio nacional, el mercado siguió su curso. Sobre todo después de los
años 70, la economía fundamentalmente se ha transnacionalizado. Siempre
han existido firmas transnacionales bajo el capitalismo (los Fugger,
Jacques Coeur, los Medici); lo novedoso es que, ya no sólo las finanzas
o el comercio son transnacionales, sino también la producción misma.
Renault fabrica sus motores en España. Los ordenadores IBM se fabrican
en Indonesia, se montan en Saint Omer, se venden en Estados Unidos, etc.
La división del trabajo se ha internacionalizado, y las empresas se han
transnacionalizado por completo.
Cuando yo empezaba mis estudios, distinguíamos dos tipos de economías:
las economías autocentradas y las economías extrovertidas. Las economías
desarrolladas eran economías nacionales que presentaban un cuadro de
input-outpout 'negro', es decir, que los distintos sectores nacionales
eran interdependientes (la industria química francesa consumía materias
primas francesas, etc.). Se decía que existía un tejido industrial
coherente y muy sólido. Por oposición, las economías del Tercer mundo
presentaban cuadros vacíos, es decir, que importaban lo que consumían y
exportaban lo que producían. Se decía que tales economías eran
extrovertidas, mientras que las economías occidentales eran autocentradas.
Todo ha cambiado. La propia dinámica de las economías autocentradas las
ha llevado a extrovertirse.
Lo que producimos (productos agrícolas, armamento, etc.) lo exportamos;
lo que consumimos (productos electrónicos), en gran medida, lo
importamos. Estadísticamente, nuestras economías son tan extrovertidas
como las del Tercer mundo. Una de las apuestas del Tratado de Mastrique
consiste no sólo en impulsar dicha transnacionalización a nivel europeo,
sino en permitir además que las firmas japonesas, estadounidenses, etc.
colonicen el espacio europeo y en aumentar la fluidez de los
intercambios económicos, o lo que es lo mismo, en obedecer a las leyes
de la economía. Sin duda, el principal objetivo del GATT y del Uruguay
Round es extender dicha liberalización de los intercambios a la
agricultura y los servicios. Al igual que la ciencia y la técnica, las
leyes de la economía desposeen al ciudadano y al Estado-nación de la
soberanía, pues se presentan como una constricción que no se puede más
que gestionar y, en ningún caso, poner en cuestión. Si no se puede hacer
otra cosa que gestionar las constricciones, entonces el gobierno de los
hombres es substituido por la administración de las cosas; el ciudadano
ya no tiene razón de ser. Se le podría reemplazar por una máquina de
votar --o sea, de decir siempre que sí- y el resultado sería el mismo.
*La maquinización de lo social*
La emancipación de lo técnico y de lo económico no significa que lo
social se mantenga al margen de tales mecanismos, ni que conserve su
autonomía, que la política, en particular, podría y debería utilizar
tales máquinas en función de sus propios proyectos. Muy al contrario y
como ya se ha sugerido, la autonomización de lo técnico y de lo
económico, su desinserción de lo social, vacían a este último de toda
substancia. La autonomización no puede producirse más que al precio de
una incorporación y de una absorción de lo social por las máquinas y,
finalmente, del hundimiento de aquél. Los hombres, su voluntad, sus
deseos, son captados, desviados, por la lógica del todo. Los ciudadanos
son convertidos en usuarios. Ciertos aspectos de esta megamáquina ya son
bien conocidos y fueron analizados hace tiempo. Marx, en particular,
analizaba el mundo moderno como un sistema cuyo núcleo, el modo de
producción capitalista, era una auténtica mecánica.
Marx habla incluso de un doble molinillo que reproduce a los proletarios
como fuerza de trabajo siempre condenada a ser triturada por el capital
y, al mismo tiempo, mediante el mismo mecanismo que reproduce al propio
capital, siempre dispuesto a utilizar cada vez más fuerza de trabajo.
Adam Smith, con su mano invisible, es el gran profeta de la gran
maquinaria moderna, gracias al esclarecimiento de los maravillosos
automatismos del mercado. Los hombres de las Luces, fascinados por los
autómatas, desearon conscientemente que lo social estuviese regulado de
forma maquínica. Dicha maquinización participa del proyecto de la
modernidad de una racionalización total de lo social. El resultado ha
superado con creces sus esperanzas.
Estos mecanismos y automatismos, ya antiguos, han conocido nuevos
perfeccionamientos, y la incorporación de nuevos engranajes ha permitido
dar aún más amplitud a la máquina. Los consumidores, condicionados por
la publicidad, responden a las solicitaciones del sistema de producción
del mismo modo que los productores reaccionan ante las exigencias y las
señales del mercado. Los ingenieros, al dar de sí todo lo que pueden,
contribuyen --llegado el caso, contra su voluntad- al crecimiento
ilimitado de las técnicas. Estas técnicas generan medios cada vez más
novedosos y refinados para desposeer a los ciudadanos del dominio de sus
propias vidas. Por otro lado, acrecientan las desigualdades entre el
Norte y el Sur y alimentan la carrera de los medios de destrucción. Los
propios responsables políticos funcionan como engranajes del mecanismo.
Se convierten en ejecutantes de obligaciones que les superan. La
mediatización de la política profesional acentúa el fenómeno de forma
caricaturesca.
La dimensión esencial actual del juego político ya no es el
savoir-faire, sino el faire-savoir. La política se transforma cada vez
más en mercado (desarrollo del marketing político). Esto es algo
relativamente nuevo y deriva del carácter ahora transnacional del
funcionamiento de la máquina. La mundialización de la máquina y su
mecanización total son fenómenos recientes y en vías de conclusión. Las
nuevas tecnologías aceleran un proceso de desterritorialización puesto
en marcha por la abstracción del mercado desde el siglo XII. Los
satélites de telecomunicaciones, la interconexión de los bancos de
datos, los servidores de gestión de las bolsas y las agencias de todo
tipo crean esferas inmediatamente transnacionales. Ya hoy en día, la
velocidad de los medios de comunicación vuelve cada vez más arcaicas las
reglamentaciones nacionales y exige la aparición de una organización
mundial.
El espacio aéreo europeo parcelado constituye un auténtico rompecabezas
para los responsables del tráfico y representa un despilfarro financiero
enorme. El anonimato generalizado de la megamáquina tecno-social
desmoraliza las relaciones sociales y políticas de las colectividades
humanas. Las constricciones que pesan sobre el hombre político, así como
sobre el ingeniero, el productor o el consumidor, concluyen en una
renuncia a toda consideración ética. La eficiencia es el único valor que
circula por la máquina reconocido por todos. Sin embargo, esta
eficiencia convertida en un fin en sí misma es autodestructora y hace de
la máquina una máquina infernal. Una máquina puede ser calificada de
infernal cuando escapa al control de sus constructores. Ahora bien, esto
es precisamente lo que ha ocurrido con la máquina social de la que
hablamos: anónima e irresponsable, se ha convertido en indomeñable en la
práctica.
Esta rebelión de la máquina se manifiesta de tres maneras diferentes y
complementarias: escapa a toda regulación política, conduce a un
callejón sin salida y es profundamente injusta. Cuando la dinámica
económica funcionaba en el marco de los espacios nacionales, todavía era
concebible someter la máquina al control de las fuerzas sociales y
políticas y mantener un mínimo de vigilancia de las autoridades
políticas; en pocas palabras, una influencia de la sociedad tanto sobre
el mercado y el uso de las técnicas como sobre la velocidad, la
orientación y las modalidades de la acumulación nacional de capital. Con
la mundialización de la economía y la transnacionalización cada vez más
avanzada de las fuerzas sociales, desde las telecomunicaciones hasta la
cultura, la ilusión de un dominio sobre la megamáquina ya no es posible.
Las lógicas de su funcionamiento se sitúan a niveles que superan los de
las organizaciones sociales. Éstas no tienen más opción que someterse o
dimitir, y generalmente hacen las dos cosas. Ya en su obra Que la crise
s'aggrave, François Partant escribía: "La economía francesa no tiene más
realidad e independencia que la economía bretona, corsa u occitana... El
aparato productivo francés es indisociable del aparato mundial de
producción. La economía francesa ya no tiene existencia propia" (4).
Una de las consecuencias de este acontecimiento es un cierto "fin de lo
político", es decir, la pérdida del dominio sobre el propio destino de
las colectividades ciudadanas en beneficio de un hipercrecimiento de la
administración tecnocrática y burocrática. Las autoridades políticas de
los mayores Estados-nación industriales se encuentran ahora en la
situación de los subprefectos de provincia de antaño: todopoderosos
contra sus administrados en la puntillosa ejecución de reglamentos
opresivos, pero totalmente sometidos a las órdenes y estrechamente
dependientes del poder central y jerárquico, revocables ad nutum en todo
momento. Sólo que, y no es poca cosa, ese poder central a lo Big Brother
se ha convertido en un poder completamente anónimo y sin rostro.
*El callejón sin salida*
La carrera por el progreso en la que estamos atrapados es, hablando con
propiedad, delirante. La acumulación ilimitada de capital, el
crecimiento indefinido de las técnicas, la producción por la producción,
la técnica por la técnica, el progreso por el progreso, ese 'siempre
más' que constituye la ley de las sociedades modernas no puede proseguir
eternamente. Esta huida hacia delante, necesaria para el equilibrio
dinámico del sistema, viene a chocar con la finitud relativa del mundo.
Los límites naturales están cerca de ser franqueados, como testimonian
la crisis ambiental y el ascenso de las preocupaciones ecológicas. Acaso
sea más fundamental la pertinencia misma de esta tensión entre necesidad
y escasez en el corazón mismo del sistema, que se alcanza cuando una
tasa de crecimiento anual del nivel de vida del 10% durante un siglo
multiplica este último por 736. ¿Podemos seguir manteniéndonos ciegos de
forma sostenible y no ver que lo mejor es el enemigo del bien?
Entiéndase bien, no se trata de cultivar una nostalgia romántica por un
universo pre-técnico.
En sí mismas, las técnicas actuales, incluso las más audaces, como los
proyectos de ciber-ántropos, los cyborgs, las mutaciones genéticas, la
colonización del espacio, no son más delirantes, ni más ni menos que la
invención de la rueda, del fuego, de la máquina de vapor o que el
descubrimiento de América. La inquietud nace de la inadecuación entre el
nivel técnico alcanzado y la máquina humana encargada de fabricar
socialmente a los ciudadanos. Podemos concebir la idea de fabricar
socialmente personas sanas incorporando montones de prótesis en un mundo
sano poblado de máquinas. Resulta angustioso ver técnicas superpoderosas
utilizables sin control por empresas que no tienen otra ley que el
beneficio, a los señores de la guerra que sólo sueñan con su control, a
los burócratas que no buscan más que la eficacia, en un mundo sin alma,
sin coherencia y sin proyecto.
*La injusticia*
Finalmente, la dinámica de la máquina social planetaria es infernal por
ser gravemente injusta. Programada para realizar la mayor felicidad para
el mayor número, está en trance de realizar la infelicidad de la
mayoría, si no de todos, tras haber favorecido de forma escandalosa el
bienestar de unos pocos. ¡El millardo de habitantes más afortunado del
planeta, según el propio Banco Mundial, dispone de cien veces más
recursos que el millardo más pobre! En tales condiciones, el
universalismo, que tanto ha puesto en valor Occidente, es una estafa.
"El proceso de enriquecimiento del que se han beneficiado hasta hoy las
naciones industriales --escribe François Partant- no puede generalizarse
y beneficiar a la humanidad entera. Los pueblos del Tercer mundo no
pueden superar en ningún caso la brecha que los separa de dichas
naciones, es decir, producir tanto como ellas y consumir tanto como
ellas" (5). No es que estén atrasadas, pues esto implica que todavía se
puede seguir al pelotón; es que, sencillamente, están fuera de la
carrera. Nos topamos aquí con una de las consecuencias más dramáticas de
la megamáquina: el hecho de que no sólo produzca la uniformización, sino
también la exclusión. La megamáquina uniformiza, desarraiga y,
finalmente, destruye lo político.
*La uniformización / conformización*
Ya he descrito y analizado con amplitud el proceso de uniformización
planetaria en La occidentalización del mundo (6). La megamáquina
tecno-científica, la apisonadora occidental, aplasta culturas, lamina
las diferencias y homogeniza el mundo en nombre de la Razón. Dicho
proceso tiene efectos desculturizadores en el Sur y acarrea un peligro
de conformismo para todos mediante la mundialización de la cultura o de
aquello que ocupa su lugar, mediante la pérdida de referentes morales y
su sustitución por las modas y los sondeos. Estamos asistiendo a una
universalización planetaria de los modos de vida y de consumo, al mismo
tiempo que a una dictadura de la mediocridad, junto con la banalización
de lo excepcional y la exaltación de lo banal.
Esto de nuevo no es más que la realización del programa de la
modernidad, en la medida en que la modernidad concibe a la humanidad
como una colección abstracta de hombres idénticos, el hombre universal
de las Luces. Ya no hay, pues, razón para comer, vestirse y consumir de
forma diferente: todo el mundo lleva vaqueros y bebe Coca-Cola. Los
acontecimientos 'culturales' se convierten en acontecimientos mundiales
(Dallas, los Juegos Olímpicos). La universalización cultural no excluye
el surgimiento de rivalidades entre iguales, al contrario. Cuanto más se
asemejan los hombres, más aparecen las hostilidades, más persisten las
diferencias en el seno de la identidad. En todo momento se observa que
los conflictos se producen, no cuando las diferencias alcanzan su
máximo, sino cuando las condiciones se aproximan (quebequeses y
anglófonos en Canadá; descomposición del Imperio otomano; serbios,
croatas y bosnios hoy en día).
*El desarraigo*
La dinámica tecno-económica mundial desarraiga a los pueblos y acarrea
una desculturización dramática de todas las sociedades 'tradicionales'.
La pérdida de las identidades culturales, el desencantamiento del mundo
y la exclusión económica y social mediante la desvalorización de las
competencias, la deslegitimación de los estatus y el imposible acceso al
nivel de vida americano, favorecen un desencadenamiento desesperado de
explosiones identitarias, del que la ex Yugoslavia ofrece un trágico y
lamentable ejemplo.
Arrancados de su matriz originaria (la historia europea), el Estado
moderno y el orden nacional-estatal son injertos artificiales. El
derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos sobre el que descansa
la Sociedad de Naciones termina con la destrucción de esa misma sociedad
debido al vacío de la noción de pueblo. Un pueblo, en efecto, sólo puede
definirse por el sentimiento subjetivo de pertenencia. Cada grupo
humano, unido por un rasgo cualquiera, lengua, religión, territorio,
costumbres... puede reivindicar la etiqueta de 'pueblo' y reclamar el
reconocimiento como estado, condición de su existencia como sujeto de
derecho en el seno del concierto internacional de las potencias. Se
acaba así en la degeneración 'nacionalitaria' o en el 'tribalismo', y a
menudo en los dos a la vez.
La reivindicación nacional se confunde con una reivindicación
particularista y provoca el nacimiento de un Estado a la vez fantoche y
fanático, sin que haya madurado una sociedad civil de ciudadanos. El
individualismo, que corroe las sociedades modernas, y la mundialización
de la economía hacen que vuelen en pedazos las anteriores agrupaciones
históricas y se transformen en grupúsculos cada vez más microscópicos.
No hay más límite a esta inevitable tendencia que la unión sagrada de
los Estados ya reconocidos, que intentan bloquear por todos los medios
el acceso de los demás al muy restringido club de la Sociedad de
Naciones. Cada tribu, cada clan, cada capilla puede argüir su
particularismo como único fundamento legítimo del vínculo social. La
isla de Nauru, en el Pacífico, con sus siete mil habitantes, es un
Estado, incluso si la explotación de los fosfatos la vacía de toda
sustancia y condena a largo plazo a su población a vivir en Australia.
*La destrucción de lo político*
La transformación de los problemas por su dimensión y tecnicismo, la
complejidad de las intermediaciones y la simplificación mediática de las
puestas en escena han desposeído a los electores, y a menudo a los
elegidos, de la posibilidad de conocer y de poder decidir. La
manipulación combinada con la impotencia ha vaciado a la ciudadanía de
todo contenido. El propio funcionamiento de la megamáquina implica dicha
abdicación por razones muy pedestres: la desposesión productiva y la
ausencia del deseo de ciudadanía.
*La desposesión productiva*
La abundancia al más bajo coste, condición del mayor bienestar para el
mayor número, supone que la máxima energía se despliega y capta en el
manejo de las técnicas, y gracias a éstas. Al convertirse en trabajador,
consumidor y usuario, el ciudadano se somete en cuerpo y alma a la
máquina. Taylor tenía el mérito de la claridad cínica. "No se te pide
que pienses; ¡ya tenemos gente a la que pagamos para eso!", parece que
le contestó un día a un obrero. Al separar las tareas de concepción de
las tareas de ejecución, el fordismo / taylorismo realiza la producción
de masas, condición del consumo masivo, al precio de la reducción del
trabajador al estado de servidor ciego de la máquina. ¿Devolverán las
nuevas tecnologías la ciudadanía en el interior de las empresas? Tal
vez, pero a costa de una exclusión de la vida de la ciudad. En efecto,
reclaman un compromiso activo de los trabajadores, una atención
voluntaria y, si es posible inteligente. En el taller flexible, la
máquina-útil de mando numérico ya no deja libertad de decisión alguna a
su servidor. Aquí, como en el resto del sistema, ya ni siquiera hay
gentes a las que se pague por pensar; ¡las máquinas se encargan de ello!
El trabajador, por su parte, se convierte en su propio "perro guardián,
gestor de su auto-explotación y auto-gestor de su explotación (7)". El
trabajador de los círculos de calidad obtiene, sin duda, el sentimiento
de un reconocimiento en el colectivo de su empresa, pero a costa de la
renuncia a una parte importante de su vida privada. En Japón, como es
sabido, la única ciudadanía que queda es la de la empresa, por la que,
cada año, morirían 40000 cuadros de una forma de estrés a la que se ha
bautizado como karoshi.
*La ausencia del deseo de ciudadanía*
Así, en la fábrica, en la oficina, en el mercado, en su vida cotidiana,
el ciudadano, convertido en agente de producción, consumidor pasivo,
elector manipulado, usuario de servicios públicos, es el simple
engranaje de la gran máquina tecno-burocrática. Incluso si su soberanía
no estuviera herida de impotencia por todos los mecanismos que hemos
analizado, ¿cómo podría tener todavía el tiempo libre y el deseo de
ejercerla? Al término de jornadas de trabajo o de ocupaciones que agotan
los nervios, el ciudadano vuelve a casa para encontrarse con
innumerables problemas que hay que solucionar, desde los estudios de los
niños hasta los impresos de la Seguridad Social que es preciso rellenar,
pasando por los impuestos que hay que pagar, etc. Sólo piensa en
relajarse y, para eso, prefiere los concursos a lo telediarios. ¿Qué
tiempo le queda, qué disponibilidad tiene para acercarse al ágora o al
forum e informarse de los asuntos de la ciudad, sopesar los argumentos,
desmontar discursos retóricos y entregarse a una prudente deliberación
para determinar su elección? La avalancha mediática de mensajes, cuya
calidad no es momento de discutir ahora, conduce a una desinformación de
hecho. Y esto concierne tanto al alto responsable como al elector de
base. He llevado a cabo en mi entorno una encuesta sobre el voto de la
Ley sobre la Contribución Social Generalizada (C. S. G.).
Excepcionalmente, la cuestión había suscitado un debate público en el
Parlamento, la aparición de numerosos artículos de prensa e incluso
manifestaciones en la calle. Pregunté a mis estudiantes de Derecho
público, así como a mis estudiantes de tercer ciclo, todos ellos
electores: ¿quién conocía los textos votados? ¿Quién había comprendido
los mecanismos de deducción? No apareció más que uno (8). Y sin embargo,
la cuestión afecta a un punto sensible: el bolsillo. Las lógicas de la
megamáquina no incitan al ciudadano a cumplir con sus deberes ni a
ejercer sus derechos. El hermoso proyecto de la democracia se ve privado
así de toda substancia en beneficio de una tecnocracia anónima; ésta
hace un uso moderado de un despotismo que consideramos ilustrado porque
no es consciente de sí misma y porque nos satisface desembarazarnos, con
el menor gasto posible, de preocupaciones suplementarias.
*Conclusión*
Quisiera suscitar tan sólo dos problemas: los límites de la megamáquina
y las perspectivas abiertas.
*Los límites*
Le megamáquina no está exenta de fallos, no es totalmente homogénea. Los
análisis de Jacques Ellul sobre la sociedad técnica son justos en su
conjunto, pero su muy pesimista conclusión me parece un poco excesiva.
El hundimiento del mundo soviético demuestra que la sociedad técnica y
el totalitarismo 'duro' no constituyen la mejor combinación para
asegurar la permanencia del sistema técnico. Si es preciso un
totalitarismo para asegurar el desarrollo de la sociedad técnica, se
trata más bien de un totalitarismo 'blando'. El suave condicionamiento
de los consumidores-usuarios de la sociedad de mercado le es más
conveniente que la burocracia rígida. Tampoco hay que subestimar los
resultados de la técnica. Los fracasos y los fallos de los grandes
sistemas técnicos son numerosos. Se trata, ciertamente, de catástrofes,
y no se puede descartar el riesgo mayor. Con todo, tales catástrofes
también suponen otras tantas ocasiones para replantearnos, al menos
parcialmente, tanto la técnica como las creencias subyacentes a la
ciencia y el progreso. Las ya considerables dudas que han quebrantado la
fe tecnicista bien podrían transformarse en una crisis profunda.
Es sin duda en la tecnificación del hombre y en el funcionamiento de la
ingeniería social donde tales debilidades resultan más flagrantes. La
máquina tecno-burocrática soviética, que era la que más se había
aproximado al mito de la cibernética social, se reveló como
completamente contraproducente y, finalmente, muy frágil a pesar de las
apariencias. Hay que tomarse muy en serio las críticas a las máquinas
sociales, incluso si se presentan bajo formas humorísticas como la ley
de Parkinson o el principio de Peter. Estos fenómenos acechan, en
efecto, a toda organización social, incluso en una economía de mercado
ultraliberal. Es en la maquinización de lo social donde los granos de
arena más numerosos penetran en los engranajes y amenazan con averiar la
mecánica global.
Así pueden explicarse en parte las increíbles debilidades de ciertas
realizaciones técnicas por negligencias y errores humanos. Chernobil es
un espectacular ejemplo de los estragos que pueden producir la
incompetencia combinada con la irresponsabilidad burocrática. Aleksandr
Zinoviev ya había puesto en escena este funcionamiento ubuesco en El
radiante porvenir. En la sociedad liberal, donde persiste un mínimo de
democracia formal, las organizaciones ciudadanas pueden poner en
cuestión la concepción y, sobre todo, el uso de la técnica, incluso
apoyándose en los propios técnicos. Puede verse una ilustración de lo
anterior (con sus límites incluidos) en lo que ocurre con el debate
ecológico. La manipulación de la opinión gracias al fulminante
desarrollo de los media no es -- o no lo es todavía- completa, ni --lo
que es más importante- irreversible.
Las crisis económicas, los dramas ecológicos, las catástrofes técnicas
pueden suscitar el cuestionamiento de la omnipresencia y de la
omnipotencia de la técnica. Este cuestionamiento podría verse facilitado
tal vez si el mecanismo analizado por Nicholas Rescher, bajo el nombre
de principio de Planck, se viese confirmado. Bajo su forma falsamente
rigurosa, dicho principio enuncia lo siguiente: el rendimiento de la
investigación científica no se corresponde más que con el logaritmo de
la cantidad de los recursos asignados. Lo que significa que asistiríamos
a una deceleración ineluctable del progreso científico pesado. Más
pronto o más tarde, nos toparíamos con un crecimiento cero del progreso
científico, cualquiera que sea el montante de las inversiones (9). Los
investigadores admiten en general esta caída del rendimiento de la
investigación científica. Los grandes descubrimientos del siglo XX se
produjeron con pocos medios. Los enormes presupuestos de que están
dotados los laboratorios han desembocado fundamentalmente en progresos
en el campo del software, es decir, de las aplicaciones derivadas de los
grandes descubrimientos. Aquí, el terreno está lejos de haberse agotado.
Sin embargo, si dicho principio resultase fundado, la huída hacia
delante de la técnica no sería ilimitada.
*Las perspectivas abiertas*
Al evocar estas perspectivas de salida de la sociedad técnica, estoy
lejos de caer en los sueños optimistas de esa 'tecnodemocracia' tan
querida por Pierre Levy (10). La emancipación de la técnica con relación
a la economía, en la que se basan sus análisis, resulta de lo más
problemática. Y no traerá necesariamente más libertad; más bien al
contrario.
A partir de lo dicho, simplemente quisiera sugerir que la tecnificación
total del mundo tiene más que ver con la ciencia ficción y lo
fantasmático que con la realidad observable y previsible. Es razonable
contar con el fracaso de la organización social para suspender el
proyecto del mejor de los mundos, llevarlo hasta el límite e incluso
hacerlo funcionar. El hiato entre sistema técnico y sociedad puede ser
la fuente de disfunciones trágicas, pero también la ocasión para que los
hombres vuelvan a hacerse con las riendas de la técnica con el fin de
construir una auténtica posmodernidad, es decir, una sociedad que
reintegraría lo económico y lo técnico en lo social, que volvería a
encadenar a Prometeo, que devolvería a lo económico y lo técnico al
lugar subalterno que le pertenece, antes que confiar a una dominación
ilimitada de la naturaleza y a una competencia generalizada y ciega la
solución de todos los problemas humanos.
Serge Latouche (1998)
notas:
(1) Franck Tinland, L'autonomie technique, en La technoscience. Les
fractures des discours, bajo la dirección de Jacques Prades,
L'Harmattan, 1992.
(2) En cuanto proyecto, dicha cibernética social en ninguna parte y en
ningún lugar fue llevada tan lejos como en la ex URSS. El escritor
comunista Lion Feuchtwanger, exiliado por los nazis y convertido en
ayudante del fiscal en la URSS durante el segundo proceso de Moscú,
escribe en su obra Moscú 1937 (publicada en Ámsterdam en 1937) a
propósito de los 17 encausados trotskistas del entorno de N. Bujarin
después de las deliberaciones: "Los acusados no son verdaderos acusados,
sino científicos a los que se exige que expliquen sus errores técnicos
relativos a la teoría científica que se está aplicando en la URSS.
Jueces, fiscales y acusados están unidos por un fin común. Eran como
ingenieros que tuviesen que someter a prueba alguna especie complicada
de nueva maquinaria. Algunos de ellos, los acusados, habían deteriorado
la máquina, no por maldad, sino por obstinarse en probar concepciones
visiblemente falsas. Sus métodos revelaron ser falsos; ésta es la razón
por la que habían sido condenados. Y puesto que para la máquina no son
más importantes que los jueces, tales científicos aceptan su condena.
Ésta es también la razón de que deliberen sinceramente con los otros. Lo
que les hace solidarios a todos es el amor a la máquina, el amor a la
máquina del Estado y su idolatría por la eficacia".
(3) Paul Virilio, Entrevista en Le Monde, enero de 1992.
(4) François Partant, Que la crise s'aggrave, Solin, 1978, p. 107.
(5) Op. Cit., p. 77.
(6) Serge Latouche, L'occidentalisation du monde, essai sur la
signification, la portée et les limites de l'uniformisation planétaire,
La découverte, Paris, l989.
(7) Michel Perraudeau, citado en Michel Kamps, Ouvriers et robots, Ed.
Spartacus, Paris, 1983, p. 36.
(8) Y, sin embargo, nemo censetur ignorare legem (no se considera que se
ignore la ley).
(9) Se trataría de la formalización de una observación de Planck: "Cada
avance de la ciencia acrecienta la dificultad de la tarea".
(10) Pierre Levy, Vers une citoyenneté cosmopolite, en La technoscience,
Op. Cit.
Traducción del francés: Diego L. Sanromán
fuente
www.colaboratorio1.wordpress.com
<
http://colaboratorio1.wordpress.com/2009/08/02/la-megamaquina-y-la-destruccion-del-vinculo-social-serge-latouche-1998/>
artículo en PDF
<
http://argentina.indymedia.org/uploads/2011/06/la_megamaquina_y_la_destruccion_del_vinculo_social.pdf>