[Pensamientoautonomo] Socialismo/ elogio de Karl Marx [Terry…

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Autore: jchueco
Data:  
To: pensa
Oggetto: [Pensamientoautonomo] Socialismo/ elogio de Karl Marx [Terry Eagleton]
Tomado de Colectivo Militante - Agenda Radical - Montevideo. Me parece
interesante darle una leída y proponer una discusión. Julio
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Socialismo

Elogio de Karl Marx



Terry Eagleton *
Sin Permiso
http://www.sinpermiso.info/
Traducción de Anaclet Pons



El pasado 5 de mayo se cumplieron 193 años del nacimiento en Tréveris
del gran barbudo, el intelectual más influyente y más citado del mundo
contemporáneo. Asombrosamente, no sólo ha enterrado a cinco
generaciones de críticos, pseudocríticos y conspiradores del silencio,
sino que ha logrado sobrevivir también al heteróclito y nutridísimo
club al que, como su socarrón homónimo, siempre se negó a pertenecer:
el de los "marxistas". Engels recordó con amargura poco antes de morir
que Marx tuvo, como Heine, la desgracia de "sembrar dragones, y a
trueque, cosechar demasiadas pulgas". El amigo Anaclet Pons nos envía
esta traducción suya del ingenioso artículo del crítico literario
británico Terry Eagleton recientemente publicado en The Chronicle Of
Higher Education. Con agradecimientos muy especiales a su traductor,
lo reproducimos a continuación en Sin Permiso.

 
Alabar a Karl Marx puede parecer tan perverso como dedicarle una
palabra amable al estrangulador de Boston. ¿No eran las ideas de Marx
responsables de despotismo,  asesinato en masa, campos de trabajo,
catástrofe económica y pérdida de libertad para millones de hombres y
mujeres? ¿No fue uno de sus devotos discípulos un campesino georgiano
paranoide de nombre Stalin, y no hubo otro que fue un brutal dictador
chino que bien puede haber teñido sus manos con la sangre de unos 30
millones de personas?

La verdad es que Marx no fue más responsable de la opresión monstruosa
del mundo comunista de lo que lo fue Jesús de la Inquisición. Por un
lado, Marx habría despreciado la idea de que el socialismo pudiera
echar raíces en sociedades atrasadas, de una pobreza desesperada y
crónica, como Rusia y China. Si así fuera, entonces el resultado sería
simplemente lo que él llamó "la escasez generalizada", lo que quiere
decir que todo el mundo estaría privado, no sólo los pobres. Esto
significaría volver a "toda la porquería anterior" -o, con una
traducción menos fina, a "la mierda de siempre".  El marxismo es una
teoría de cómo las adineradas naciones capitalistas podrían utilizar
sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad para
sus pueblos. No es un programa por el cual naciones carentes de
recursos materiales, de una cultura cívica floreciente, de un
patrimonio democrático, de una tecnología bien desarrollada, de 
tradiciones liberales ilustradas y de una mano de obra educada y
cualificada puedan catapultarse a sí mismas a la era moderna.

(.) de otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas (que
entraña ya, al misma tiempo, una existencia empírica dada en un plano
histórico-universal, y no en la existencia puramente local de los
hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente
necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por
tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo
indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería
anterior.- Karl Marx, La ideología alemana.

Marx sin duda quería ver prosperar la justicia y la prosperidad en
tales lugares. Escribió con rabia y con elocuencia acerca de varias de
las oprimidas colonias de Gran Bretaña, y no menos de Irlanda y de la
India. Y el movimiento político que su trabajo puso en marcha ha hecho
más para ayudar a las naciones pequeñas a deshacerse de sus amos
imperialistas que cualquier otra corriente política. Sin embargo, Marx
no era tan incauto como para imaginar que el socialismo se pudiera
construir en esos países sin que las naciones más avanzadas les
prestaran su ayuda. Y eso significaba que la gente común de los países
avanzados tenían que arrancar los medios de producción de manos de sus
gobernantes y ponerlos al servicio de los condenados de la tierra. Si
esto hubiera sucedido en la Irlanda del siglo XIX, no habría habido el
hambre que envió a un millón de hombres y mujeres a la tumba y a otros
dos o tres millones hasta los confines de la tierra.

Hay un sentido en el que el conjunto de los escritos de Marx se pueden
resumir en varias preguntas embarazosas: ¿Por qué el Occidente
capitalista ha acumulado más recursos de los que jamás hemos visto en
la historia humana y, sin embargo, parece incapaz de superar la
pobreza, el hambre, la explotación y la desigualdad? ¿Cuáles son los
mecanismos por los cuales la riqueza de una minoría parece engendrar
miseria e indignidad para la mayoría? ¿Por qué la riqueza privada
parecen ir de la mano con la miseria pública? ¿Es, como sugieren los
reformistas liberales de buen corazón, que no hemos conseguido
eliminar estas bolsas de miseria humana, pero que lo haremos con el
paso del tiempo? ¿O es más plausible sostener que hay algo en la
naturaleza del capitalismo que genera  privación y desigualdad, tan
cierto como que Charlie Sheen genera chismes?

Marx fue el primer pensador en hablar en esos términos. Este
desarrapado exiliado judío, un hombre que una vez comentó que nadie
había escrito tanto sobre el dinero y tenía tan poco, nos legó el
lenguaje con el que el sistema en que vivimos puede ser entendido como
un todo. Sus contradicciones fueron analizadas, su dinámica interior
dejada al descubierto, sus orígenes históricos examinados  y su
potencial caída anunciada. Esto no quiere decir que Marx considerara
al capitalismo simplemente como una Mala Cosa, como admirar a Sarah
Palin o echar el humo del tabaco a la cara de los niños. Por el
contrario, era extravagante en su alabanza de la clase que lo creó, un
hecho que tanto sus críticos como sus discípulos han disimulado
convenientemente. No hay sistema social en la historia, escribió, que
haya demostrado ser tan revolucionario. En un puñado de siglos, las
burguesías (middle classes) capitalistas habían borrado de la faz de
la tierra casi todo el rastro de sus enemigos feudales. Habían
acumulado tesoros materiales y culturales, inventado los derechos
humanos, emancipado a los esclavos, derrocado a los autócratas,
desmantelado los imperios, lucharon y murieron por la libertad humana,
y sentaron las bases de una civilización verdaderamente global. Ningún
documento prodiga elogios tales como ese histórico y poderoso logro
que es El Manifiesto Comunista , ni siquiera el Wall Street Journal. [1]

Eso, sin embargo, fue sólo una parte de la historia. Hay quienes ven
la historia moderna como un relato apasionante de progreso, y quienes
lo ven como una larga pesadilla. Marx, con su perversidad habitual,
pensó que era ambas cosas. Cada avance de la civilización ha traído
consigo nuevas posibilidades de  barbarie. Los lemas de la gran
revolución burguesa (middle-class), "Libertad, Igualdad, Fraternidad",
fueron también sus consignas. Él simplemente se preguntó por qué esas
ideas no podrían ponerse en práctica sin violencia, pobreza y
explotación. El capitalismo había desarrollado energías y capacidades
humanas más allá de toda medida anterior. Sin embargo, no había
utilizado esas capacidades para hacer que los hombres y mujeres se 
liberaran de la fatiga inútil. Por el contrario, se los había forzado
a trabajar más duro que nunca. En las civilizaciones más ricas de la
tierra se padecía tanto como en sus antepasadas ??del Neolítico.

Esto, consideraba Marx, no era debido a la escasez natural. Se debía a
la forma peculiarmente contradictoria en la que el sistema capitalista
genera sus fabulosas riquezas. Igualdad para algunos significa
desigualdad de los demás, y libertad para algunos supone opresión e
infelicidad para muchos. La voracidad del sistema a la búsqueda de
poder y beneficio había convertido las naciones extranjeras en
colonias esclavizadas, y a los seres humanos en juguetes de las
fuerzas económicas más allá de su control. Había asolado el planeta
con la contaminación y la hambruna masiva, y cicatrizado con guerras
atroces. Algunos críticos de de Marx señalan con razón la atrocidad de
los asesinatos en masa en la Rusia y la China comunistas. No suelen
recordar con idéntica indignación los crímenes genocidas del
capitalismo: las hambrunas de finales del siglo XIX en Asia y África
en los que murieron muchos millones de personas; la carnicería de la
Primera Guerra Mundial, en la que las naciones imperialistas
masacraron a sus propios trabajadores en la lucha por los recursos
mundiales; y los horrores del fascismo, un régimen al que el
capitalismo tiende a recurrir cuando su espalda está contra la pared.
Sin el sacrificio de la Unión Soviética, entre otras naciones, el
régimen nazi aún podría estar incólume.

Los marxistas alertaron de los peligros del fascismo mientras los
políticos del llamado mundo libre seguían preguntándose en voz alta si
Hitler era un tipo tan desagradable como lo pintaban. Casi todos los
seguidores actuales de Marx rechazan las villanías de Stalin y de Mao,
mientras que muchos no-marxistas seguirían defendiendo enérgicamente
la destrucción de Dresde o Hiroshima. Las modernas naciones
capitalistas son en su mayor parte fruto de una historia de genocidio,
violencia y exterminio igual de detestables que los crímenes del
comunismo. El capitalismo también fue forjado con sangre y lágrimas, y
Marx estuvo allí para presenciarlo. Es sólo que el sistema ha estado
funcionando  el tiempo suficiente para que la mayoría de nosotros
olvidemos ese hecho.
La selectividad de la memoria política tiene algunas curiosas formas.
Tomemos, por ejemplo, el 11/S. Me refiero al primer 11/S, no al
segundo. Me refiero al 11/S que tuvo lugar exactamente 30 años antes
de la caída del World Trade Center, cuando los Estados Unidos ayudaron
a derrocar al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende en
Chile,  instalando en su lugar a un dictador odioso que asesinó muchas
más personas de las que murieron en ese terrible día en Nueva York y
Washington. ¿Cuántos estadounidenses son conscientes de ello? ¿Cuántas
veces ha sido mencionado en Fox News? [2]

Marx no era un soñador utópico. Por el contrario, comenzó su carrera
política peleando ferozmente con los utópicos soñadores que le
rodeaban. Tenía tanto interés en una sociedad humana perfecta como lo
pueda tener un personaje de Clint Eastwood, y nunca habló de forma tan
absurda. No creía que hombres y  mujeres pudieran superar al Arcángel
Gabriel en santidad. Por el contrario, creía factible que el mundo
pudiera convertirse en un lugar considerablemente mejor. En eso fue un
realista, no un idealista. Quienes de verdad esconden la cabeza -la
moral de avestruz de este mundo-  son aquellos que niegan que no puede
haber ningún cambio radical. Se comportan como si Padre de familia  y
la pasta dentífrica multicolor fuera a seguir existiendo en el año
4000. Toda la historia de la humanidad refuta este punto de vista.

El cambio radical, sin duda, puede no ser para mejor. Tal vez el único
socialismo que veamos  sea uno impuesto a un puñado de seres humanos
que puedan escabullirse de algún holocausto nuclear o de un desastre
ecológico. Marx habla incluso agriamente de la posible "mutua ruina de
todos los partidos". Un hombre que fue testigo de los horrores de la
Inglaterra industrial-capitalista era poco probable que albergara
presunciones idealistas acerca de sus congéneres. Todo lo que quería
decir es que hay recursos más que suficientes en el planeta para
resolver la mayoría de nuestros problemas materiales, así como que
había comida más que suficiente en Gran Bretaña en la década de 1840
para alimentar a la hambrienta población irlandesa varias veces. Es la
manera en que organizamos  la producción lo que es crucial.
Notoriamente, Marx no nos proporcionó un plan sobre cómo hacer las
cosas de forma diferente. Es bien sabido que  tiene poco que decir
sobre el futuro. La única imagen del futuro es el fracaso del
presente. No es un profeta en el sentido de mirar en una bola de
cristal. Es un profeta en el sentido bíblico de alguien que nos
advierte de que, a menos que cambiemos nuestras injustas maneras, es
probable que el futuro sea muy desagradable. O que no haya futuro en
absoluto.

El socialismo, pues, no depende de un cambio milagroso en la
naturaleza humana. Algunos de los que defendieron el feudalismo contra
los valores capitalistas en la Baja Edad Media predicaban que el
capitalismo nunca funcionaría, ya que era contrario a la naturaleza
humana. Algunos capitalistas ahora dicen lo mismo sobre el socialismo.
Sin duda hay una tribu en algún lugar de la cuenca del Amazonas que
cree que no puede sobrevivir un orden social donde un hombre puede
casarse con la mujer de su hermano fallecido. Todos tendemos a
absolutizar nuestras propias condiciones. El socialismo no ahuyentaría
la rivalidad, la envidia, la agresión, la posesividad, la dominación y
la competencia. El mundo todavía mantendría su ración de matones,
tramposos, vividores, oportunistas y psicópatas ocasionales. Es sólo
que la rivalidad, la agresión y la competencia ya no adquirirían la
forma de ciertos banqueros quejándose de que sus bonos se han reducido
a un unos miserables 5 millones de dólares, mientras que millones de
personas en todo el mundo luchan por sobrevivir con menos de 2 dólares
al día.

Marx fue un pensador profundamente moral. Habla en El Manifiesto
Comunista de un mundo en el que "el libre desarrollo de cada uno
condicione el libre desarrollo de todos".  Este es un ideal para
guiarnos, no una condición que podamos alcanzar nunca del todo. Pero
su lenguaje es sin embargo significativo. Como buen humanista
romántico, Marx creía en la singularidad del individuo. La idea
impregna sus escritos de principio a fin. Tenía pasión por lo
sensualmente específico y aversión a las ideas abstractas, a pesar de
lo ocasionalmente necesarias que pensaba que podrían ser. Su llamado
materialismo está en la raíz  del cuerpo humano. Una y otra vez, habla
de la sociedad justa como aquella en la que hombres y mujeres sean
capaces de realizar sus poderes y capacidades distintivos en sus
propias formas distintivas. Su objetivo moral es la autorrealización
placentera. En esto se une a su gran mentor Aristóteles, que entiende
que la moralidad trata de cómo florecer más rica y agradablemente, y
no ante todo (como la edad moderna desastrosamente imagina) sobre las
leyes, derechos, obligaciones y responsabilidades.

¿Cómo este objetivo moral difiere del individualismo liberal? La
diferencia es que, para lograr la verdadera realización personal, Marx
cree que los seres humanos deben encontrarla en los otros,  los unos a
través de los otros. No es sólo una cuestión de que cada uno haga sus
propias cosas aislado de los demás. Lo que ni siquiera sería posible.
El otro debe ser el terreno de nuestra propia realización, al mismo
tiempo que él o ella nos proporcionan nuestra misma condición. A nivel
interpersonal, es lo que se conoce como amor. En el plano político, se
lo conoce como socialismo. El socialismo para Marx sería simplemente
cualquier conjunto de instituciones que permitieran que esta
reciprocidad ocurriera en la mayor medida posible. Piénsese en la
diferencia entre una empresa capitalista, en la que la mayoría trabaja
para el beneficio de unos pocos, y una cooperativa socialista, en la
que mi propia participación en el proyecto aumenta el bienestar de
todos los demás, y viceversa. No se trata de que haya un santo auto
sacrificio. El proceso está integrado en la estructura de la
institución.

El objetivo de Marx es el ocio, no el trabajo. La mejor razón para ser
un socialista, excepto para los pesados a los que sucede que no les
gusta, es que detestas tener que trabajar. Marx pensaba que el
capitalismo había desarrollado las fuerzas productivas hasta el punto
de que, bajo relaciones sociales diferentes, podrían ser utilizadas
para emancipar a la mayoría de hombres y mujeres de las formas más
degradantes de trabajo. ¿Qué pensaba que íbamos a hacer entonces? Lo
que quisiéramos. Si, como el gran socialista irlandés Oscar Wilde,
optamos simplemente por estar todo el día echados, con vaporosas
prendas carmesí, bebiendo absenta y leyéndonos las páginas impares de
Homero uno a otro, entonces que así sea. La cuestión, sin embargo, era
que este tipo de actividad libre tenía que estar disponible para
todos. Nosotros ya no toleraríamos una situación en la que la minoría
tuviera tiempo de ocio porque la mayoría tuviera que trabajar.

Lo que interesaba a Marx, en otras palabras, era lo que un poco
engañosamente se podría llamar lo espiritual, no lo material. Si las
condiciones materiales tuvieran que ser cambiadas, que lo fueran para
liberarnos de la tiranía de lo económico. Él mismo era asombrosamente
muy leído en literatura mundial, le encantaba el arte, la cultura y la
conversación civilizada, se deleitaba con el ingenio, las comicidad y
el buen humor, y una vez fue perseguido por un policía por romper una
farola en el transcurso de una juerga. Era, por supuesto, ateo, pero
no hay que ser religioso para ser espiritual. Fue uno de los muchos y
grandes herejes judíos, y su obra está saturada de los grandes temas
del judaísmo, como la justicia, la emancipación, el Día del Juicio, el
reinado de paz y abundancia, la redención de los pobres.

¿Qué hay, pues, del pavoroso Día del Juicio final? ¿No preveía Marx
que la humanidad requeriría una revolución sangrienta? No
necesariamente. Pensaba que algunos países, como Gran Bretaña, Holanda
y los Estados Unidos, podrían alcanzar el socialismo en paz. Si bien
era un revolucionario, era también un vigoroso campeón de la reforma.
En cualquier caso, cuando las personas dicen que se oponen a la
revolución por lo general eso significa que les disgustan ciertas
revoluciones, y otras no. ¿Son los estadounidenses
antirrevolucionarios hostiles a la Revolución Americana como lo son a
la cubana? ¿Se frotan las manos con las insurrecciones recientes de
Egipto y Libia, o con las que derribaron las potencias coloniales en
Asia y África? Nosotros mismos somos productos de levantamientos
revolucionarios ocurridos en el pasado. Algunos procesos de reforma
han sido mucho más sangrientos que algunos actos revolucionarios. Hay
tantas revoluciones de terciopelo como violentas. La Revolución
Bolchevique se llevó a cabo con escasas pérdidas humanas.  La Unión
Soviética que engendró cayó unos 70 años más tarde, sin apenas
derramamiento de sangre.

Algunos críticos de Marx rechazan una sociedad dominada por el Estado.
Y así lo pensaba él. Detestaba la política de Estado tanto como le
disgusta al Tea Party, aunque por razones bastante menos chuscas.
¿Fue, podrían preguntar las feministas, un patriarca victoriano? Por
supuesto. Pero como algunos comentaristas (no marxistas) modernos han
señalado,  fueron los hombres del mundo socialista y comunista, hasta
el resurgimiento del movimiento de las mujeres en la década de 1960,
los que consideraron que la cuestión de la igualdad de la mujer era
vital para otras formas de liberación política. La palabra
"proletariado"  se refiere a los que en la sociedad antigua eran
demasiado pobres para servir al Estado con otra cosa que no fuera el
fruto de su vientre. "Proletarios" significa "descendientes". Hoy en
día, en los talleres y en las pequeñas granjas del tercer mundo, el
típico proletario sigue siendo una mujer.

Lo mismo ocurre con las cuestiones étnicas. En las década de 1920 y
1930, prácticamente los únicos hombres y mujeres que predicaban la
igualdad racial eran comunistas. La mayoría de los movimientos
anticoloniales fueron inspirados por el marxismo. El pensador anti
socialista Ludwig von Mises describe el socialismo como "el movimiento
de reforma más potente que la historia haya conocido jamás, la primera
tendencia ideológica no limitada a una parte de la humanidad, sino
respaldada por gente de todas las razas, naciones, religiones y
civilizaciones". Marx, que conocía su historia un poco mejor, podría
haberle recordado a von Mises el cristianismo, pero la cuestión sigue
siendo contundente. En cuanto al medio ambiente, Marx prefigura
asombrosamente nuestra propia política verde. La naturaleza, y la
necesidad de considerarla como aliada en lugar de antagonista, era una
de sus preocupaciones constantes.


¿Por qué podría Marx volver a estar en nuestras preocupaciones?
Irónicamente, la respuesta es:  por el capitalismo. Cada vez que uno
oye hablar a los capitalistas sobre el capitalismo, uno sabe que el
sistema tiene problemas. Por lo general, prefieren un término más
anodino, como el de "libre empresa". Las crisis financieras recientes
nos han obligado una vez más a pensar la organización en la que
vivimos como un todo, y fue Marx quien primero lo hizo posible. Fue El
Manifiesto Comunista el que predijo que el capitalismo se convertiría
en mundial, y que sus desigualdades se agudizarían gravemente. ¿Tiene
su trabajo algún defecto? Cientos. Pero es un pensador demasiado
creativo y original para ser reducido a los vulgares estereotipos de
sus enemigos.


* Terry Eagleton, internacionalmente reconocido crítico cultural en la
tradición marxista británica de Raymond Williams, es profesor de
literatura en la Universidad de Manchester. Se ha publicado
recientemente en castellano (editorial Debate) su interesante libro de
memorias: El portero. Anaclet Pons es un historiador catalán. Maniene
un interesante blog (Clionauta: Blog de Historia), en donde apareció
por vez primera esta traducción.


Notas

[1] The Wall Street Journal, el diario ultra liberal editado en el
corazón del complejo financiero del Imperio, defensor a ultranza de
las políticas monetaristas y especulativas responsables de la crisis
mundial.[2] Fox News, cadena televisiva en USA, propiedad del grupo
Murdoch, conocida por su conservadurismo extremista y guerrerista,
representante de los sectores radicalizados del Partido Republicano,
como el Tea Party.