[Pensamientoautonomo] Tesis de filosofía de la historia

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Autor: esceptikuz
Data:  
Para: lista por una ronda de pensamiento autonomo entre sujetos de los movimientos argentinos
Asunto: [Pensamientoautonomo] Tesis de filosofía de la historia
*Tesis de filosofía de la historia
*

*1* Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal
manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con
otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado
a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado
sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que
esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad se sentaba
dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que
guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente
de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que
llamamos «materialismo histórico». Podrá habérselas sin más ni más con
cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy
pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno.

*2* *«Entre las peculiaridades más dignas de mención del temple humano»*,
dice Lotz, «cuenta, a más de tanto egoísmo particular, la general falta de
envidia del presente respecto a su futuro». Esta reflexión nos lleva a
pensar que la imagen de felicidad que albergamos se halla enteramente teñida
por el tiempo en el que de una vez por todas nos ha relegado el decurso de
nuestra existencia. La felicidad que podría despertar nuestra envidia existe
sólo en el aire que hemos respirado, entre los hombres con los que
hubiésemos podido hablar, entre las mujeres que hubiesen podido
entregársenos. Con otras palabras, en la representación de felicidad vibra
inalienablemente la de redención. Y lo mismo ocurre con la representación de
pasado, del cual hace la historia asunto suyo. El pasado lleva consigo un
índice temporal mediante el cual queda remitido a la redención. Existe una
cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada
generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza
mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta
exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismo histórico.

*3* El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los
grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez
haya acontecido ha de darse por perdido para la historia. Por cierto, que
sólo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su pasado. Lo
cual quiere decir: sólo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado
citable en cada uno de sus momentos. Cada uno de los instantes vividos se
convierte en una *citation à l’ordre du jour*, pero precisamente del día
final.

*4* *“Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará
luego por sí mismo”.* Hegel, 1807.
La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador
educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que
no existen las finas y espirituales. A pesar de ello estas últimas están
presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos
un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como
confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan
retroactivamente en la lejanía de los tiempos. Acaban por poner en cuestión
toda nueva victoria que logren los que dominan. Igual que flores que toman
al sol su corola, así se empeña lo que ha sido, por virtud de un secreto
heliotropismo (1), en volverse hacia el sol que se levanta en el cielo de la
historia. El materialista histórico tiene que entender de esta modificación,
la más imperceptible de todas.

*5* La verdadera imagen del pasado transcurre rápidamente. Al pasado sólo
puede retenérsele en cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser
vista, en el instante de su cognoscibilidad. *«La verdad no se nos escapará»
*; esta frase, que procede de Gonfried KeIler, designa el lugar preciso en
que el materialismo histórico atraviesa la imagen del pasado que amenaza
desaparecer con cada presente que no se reconozca mentado en ella. (La buena
nueva, que el historiador, anhelante, aporta al pasado viene de una boca que
quizás en el mismo instante de abrirse hable al vacío.)

*6* Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como
verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como
relumbra en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe
fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto
histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio
de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo:
prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de
intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto
de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene como
vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la
esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo
siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste
venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

*7** “Pensad qué oscuro y qué helador es este valle que resuena a pena”*.
Bertolt Brecht: La ópera de cuatro cuartos.
Fustel de Coulanges recomienda al historiador, que quiera revivir una época,
que se quite de la cabeza todo lo que sepa del decurso posterior de la
historia. Mejor no puede calarse el procedimiento con el que ha roto el
materialismo histórico. Es un procedimiento de empatía. Su origen está en la
desidia del corazón, en la acedia que desespera de adueñarse de la auténtica
imagen histórica que relumbra fugazmente. Entre los teólogos de la Edad
Media pasaba por ser la razón fundamental de la tristeza. Flaubert, que hizo
migas con ella, escribe: *«Peu de gens devineront combien il a fallu étre
triste pour ressusciter Carthage»*. La naturaleza de esa tristeza se hace
patente al plantear la cuestión de con quién entra en empatía el historiador
historicista. La respuesta es innegable que reza así: con el vencedor. Los
respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una
vez. La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los
dominadores de cada momento. Con lo cual decimos lo suficiente al
materialista histórico. Quien hasta el día actual se haya llevado la
victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy
pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre,
en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de
cultura. En el materialista histórico tienen que contar con un espectador
distanciado. Ya que los bienes culturales que abarca con la mirada, tienen
todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror. Deben su
existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado,
sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un
documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que él
mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión
en el que pasa de uno a otro. Por eso el materialista histórico se distancia
de él en la medida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la
historia el cepillo a contrapelo.

*8 *La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de
excepción» en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia
que le corresponda. Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro
provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra
posición en la lucha contra el fascismo. No en último término consiste la
fortuna de éste en que. sus enemigos salen a su encuentro, en nombre del
progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto filosófico el
asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posibles
en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser de
éste: que la representación de historia de la que procede no se mantiene.

*9* *“Tengo las alas prontas para alzarme, Con gusto vuelvo atrás, Porque de
seguir siendo tiempo vivo, Tendría poca suerte”*. Gerhard Scholem: Gruss vom
Angelus.
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un
ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene
pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y
extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia.
Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una
cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente
ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse,
despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso
sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el
ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia
el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen
ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

*10* Los temas de meditación que la regla monástica señalaba a los hermanos
tenían por objeto prevenirlos contra el mundo y contra sus pompas. La
concatenación de ideas que ahora seguimos procede de una determinación
parecida. En un momento en que los políticos, en los cuales los enemigos del
fascismo habían puesto sus esperanzas, están por el suelo y corroboran su
derrota traicionando su propia causa, dichas ideas pretenden liberar a la
criatura política de las redes con que lo han embaucado. La reflexión parte
de que la testaruda fe de estos políticos en el progreso, la confianza que
tienen en su «base en las masas» y finalmente su servil inserción en un
aparato incontrolable son tres lados de la misma cosa. Además procura darnos
una idea de lo cara que le resultará a nuestro habitual pensamiento una
representación de la historia que evite toda complicidad con aquella a la
que los susodichos políticos siguen aferrándose.

*11* El conformismo, que desde el principio ha estado como en su casa en la
socialdemocracia, no se apega sólo a su táctica política, sino además a sus
concepciones económicas. El es una de las causas del derrumbamiento
ulterior. Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de
que están nadando con la corriente. El desarrollo técnico era para ellos la
pendiente de la corriente a favor de la cual pensaron que nadaban. Punto
éste desde el que no había más que un paso hasta la ilusión de que el
trabajo en la fábrica, situado en el impulso del progreso técnico,
representa una ejecutoria política. La antigua moral protestante del trabajo
celebra su resurrección secularizada entre los obreros alemanes. Ya el
«Programa de Gotha» lleva consigo huellas de este embrollo. Define el
trabajo como «la fuente de toda riqueza y toda cultura». Barruntando algo
malo, objetaba Marx que el hombre que no posee otra propiedad que su fuerza
de trabajo *«tiene que ser esclavo de otros hombres que se han convertido en
propietarios»*. No obstante sigue extendiéndose la confusión y enseguida
proclamará Josef Dietzgen: *«El Salvador del tiempo nuevo se llama trabajo.
En… la mejora del trabajo… consiste la riqueza, que podrá ahora consumar lo
que hasta ahora ningún redentor ha llevado a cabo»*. Este concepto marxista
vulgarizado de lo que es el trabajo no se pregunta con la calma necesaria
por el efecto que su propio producto hace a los -trabajadores en tanto no
puedan disponer de él. Reconoce únicamente los progresos del dominio de la
naturaleza, pero no quiere reconocer los retrocesos de la sociedad. Ostenta
ya los rasgos tecnocráticos que encontraremos más tarde en el fascismo. A
éstos pertenece un concepto de la naturaleza que se distingue
catastróficamente del de las utopías socialistas anteriores a 1848. El
trabajo, tal y como ahora se le entiende, desemboca en la explotación de la
naturaleza que, con satisfacción ingenua, se opone a la explotación del
proletariado. Comparadas con esta concepción positivista demuestran un
sentido sorprendentemente sano las fantasías que tanta materia han dado para
ridiculizar a un Fourier. Según éste, un trabajo social bien dispuesto
debiera tener como consecuencias que cuatro lunas iluminasen la noche de la
tierra, que los hielos se retirasen de los polos, que el agua del mar ya no
sepa a sal y que los animales feroces pasen al servicio de los hombres. Todo
lo cual ilustra un trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, está en
situación de hacer que alumbre las criaturas que como posibles dormitan en
su seno. Del concepto corrompido de trabajo forma parte como su complemento
la naturaleza que, según se expresa Dietzgen, «está ahí gratis».

*12 **“Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera a como
la necesita el holgazán mimado en los jardines del saber”.* Friedrich
Nietzsche: Sobre las ventajas e inconvenientes de la historia.
La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento
histórico. En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la
clase vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre de
generaciones vencidas. Esta consciencia, que por breve tiempo cobra otra vez
vigencia en el espartaquismo, le ha resultado desde siempre chabacana a la
socialdemocracia. En el curso de tres decenios ha conseguido apagar casi el
nombre de un Blanqui cuyo timbre de bronce había conmovido al siglo
precedente. Se ha complacido en cambio en asignar a la clase obrera el papel
de redentora de generaciones futuras. Con ello ha cortado los nervios de su
fuerza mejor. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la
voluntad de sacrificio. Puesto que ambos se alimentan de la imagen de los
antecesores esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados.

*13* *“Nuestra causa se hace más clara cada día y cada día es el pueblo más
sabio”. *Wilhelm Dietzgen: La religión de la socialdemocracia.
La teoría socialdemócrata, y todavía más su praxis, ha sido determinada por
un concepto de progreso que no se atiene a la realidad, sino que tiene
pretensiones dogmáticas. El progreso, tal y como se perfilaba en las cabezas
de la socialdemocracia, fue un progreso en primer lugar de la humanidad
misma (no sólo de sus destrezas y conocimientos). En segundo lugar era un
progreso inconcluible (en correspondencia con la infinita perfectibilidad
humana). Pasaba por ser, en tercer lugar, esencialmente incesante
(recorriendo por su propia virtud una órbita recta o en forma espiral).
Todos estos predicados son controvertibles y en cada uno de ellos podría
iniciarse la critica. Pero si ésta quiere ser rigurosa, deberá buscar por
detrás de todos esos predicados y dirigirse a algo que les es común. La
representación de un progreso del género humano en la historia es
inseparable de la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un
tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representación de dicha
prosecución deberá constituir la base de la critica a tal representación del
progreso.

*14* *“La meta es el origen”.* Karl Kraus: Palabras en verso.
La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por
el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, «tiempo – ahora». Así
la antigua Roma fue para Robespierre un pasado cargado de «tiempo – ahora»
que él hacía saltar del continuum de la historia. La Revolución francesa se
entendió a sí misma como una Roma que retorna. Citaba a la Roma antigua
igual que la moda cita un ropaje del pasado. La moda husmea lo actual
dondequiera que lo actual se mueva en la jungla de otrora. Es un salto de
tigre al pasado. Sólo tiene lugar en una arena en la que manda la clase
dominante. El mismo salto bajo el cielo despejado de la historia es el salto
dialéctico, que así es como Marx entendió la revolución.

*15* La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es
peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción. La gran
Revolución introdujo un calendario nuevo. El día con el que comienza un
calendario cumple oficio de acelerador histórico del tiempo. Y en el fondo
es el mismo día que, en figura de días festivos, días conmemorativos, vuelve
siempre. Los calendarios no cuentan, pues, el tiempo como los relojes. Son
monumentos de una consciencia de la historia de la que no parece haber en
Europa desde hace cien años la más leve huella. Todavía en la Revolución de
julio se registró un incidente en el que dicha consciencia consiguió su
derecho. Cuando llegó el anochecer del primer día de lucha, ocurrió que en
varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó sobre
los relojes de las torres. Un testigo ocular, que quizás deba su adivinación
a la rima, escribió entonces: *«Qui le croirait! on dit, qu’irrités contre
l’heure De nouveaux Josués, au pied de chaque tour, Tiraient sur les cadrans
pour arréter le jour.»*

*16* El materialista histórico no puede renunciar al concepto de un presente
que no es transición, sino que ha llegado a detenerse en el tiempo. Puesto
que dicho concepto define el presente en el que escribe historia por cuenta
propia. El historicismo plantea la imagen «eterna» del pasado, el
materialista histórico en cambio plantea una experiencia con él que es
única. Deja a los demás malbaratarse cabe la prostituta «Erase una vez» en
el burdel del historicismo. El sigue siendo dueño de sus fuerzas: es lo
suficientemente hombre para hacer saltar el continuum de la historia.

*17* El historicismo culmina con pleno derecho en la historia universal. Y
quizás con más claridad que de ninguna otra se separa de ésta metódicamente
la historiografía materialista. La primera no tiene ninguna armadura
teórica. Su procedimiento es aditivo; proporciona una masa de hechos para
llenar el tiempo homogéneo y vacío. En la base de la historiografía
materialista hay por el contrario un principio constructivo. No sólo el
movimiento de las ideas, sino que también su detención forma parte del
pensamiento. Cuando éste se para de pronto en una constelación saturada de
tensiones, le propina a ésta un golpe por el cual cristaliza en mónada. El
materialista histórico se acerca a un asunto de historia únicamente,
solamente cuando dicho asunto se le presenta como mónada. En esta estructura
reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o dicho de otra
manera: de una coyuntura revolucionaria en la lucha en favor del pasado
oprimido. La percibe para hacer que una determinada época salte del curso
homogéneo de la historia; y del mismo modo hace saltar a una determinada
vida de una época y a una obra determinada de la obra de una vida. El
alcance de su procedimiento consiste en que la obra de una vida está
conservada y suspendida en la obra, en la obra de una vida la época y en la
época el decurso completo de la historia. El fruto alimenticio de lo
comprendido históricamente tiene en su interior al tiempo como la semilla
más preciosa, aunque carente de gusto.

*18* *«Los cinco raquíticos decenios del homo sapiens»*, dice un biólogo
moderno, *«representan con relación a la historia de la vida orgánica sobre
la tierra algo así como dos segundos al final de un día de veinticuatro
horas. Registrada según esta escala, la historia entera de la humanidad
civilizada llenaría un quinto del último segundo de la última hora»*. El
tiempo – ahora, que como modelo del mesiánico resume en una abreviatura
enorme la historia de toda la humanidad, coincide capilarmente con la figura
que dicha historia compone en el universo.

*A) *El historicismo se contenta con establecer un nexo causal de diversos
momentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por ser causa.
Llegará a serlo póstumamente a través de datos que muy bien pueden estar
separados de él por milenios. El historiador que parta de ello, dejará de
desgranar la sucesión de datos como un rosario entre sus dedos. Captará la
constelación en la que con otra anterior muy determinada ha entrado su
propia época. Fundamenta así un concepto de presente como «tiempo – ahora»
en el que se han metido esparciéndose astillas del mesiánico.

*B) *Seguro que los adivinos, que le preguntaban al tiempo lo que ocultaba
en su regazo, no experimentaron que fuese homogéneo y vacío. Quien tenga
esto presente, quizás llegue a comprender cómo se experimentaba el tiempo
pasado en la conmemoración: a saber, conmemorándolo. Se sabe que a los
judíos les estaba prohibido escrutar el futuro. En cambio la Torá y la
plegaria les instruyen en la conmemoración. Esto desencantaba el futuro, al
cual sucumben los que buscan información en los adivinos. Pero no por eso se
convertía el futuro para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Ya que
cada segundo era en él la pequeña puerta por la que podía entrar el Mesías.

*Fragmento político-teológico*

Sólo el Mesías mismo consuma todo suceder histórico, y en el sentido
precisamente de crear, redimir, consumar su relación para con lo mesiánico.
Esto es, que nada histórico puede pretender referirse a lo mesiánico por sí
mismo. El Reino de Dios no es el telos de la dynamis histórica; no puede ser
propuesto aquél como meta de ésta. Visto históricamente no es meta, sino
final. Por eso el orden de lo profano no debe edificarse sobre la idea del
Reino divino; por eso la teocracia no tiene ningún sentido político, sino
que lo tiene únicamente religioso. (El mayor mérito de El Espíritu de la
Utopía de Bloch es haber negado con toda intensidad la significación
política de la teocracia.)

El orden de lo profano tiene que erigirse sobre la idea de felicidad. Su
relación para con lo mesiánico es una de las enseñanzas esenciales de la
filosofía de la historia. Desde ella se determina una concepción histórica
mística cuyo problema expondría en una imagen. Si una flecha indicadora
señala la meta hacia la cual opera la dynamis de lo profano y otra señala la
dirección de la intensidad mesiánica, es cierto que la pesquisa de felicidad
de la humanidad libre se afana apartándose de la dirección mesiánica. Pero
igual que una fuerza es capaz de favorecer en su trayectoria otra orientada
en una trayectoria opuesta, así también el orden de lo profano puede
favorecer la llegada del Reino mesiánico. Lo profano no es desde luego una
categoría del Reino, pero sí que es una categoría, y además atinadísima, de
su quedo acercamiento. En la felicidad aspira a su decadencia todo lo
terreno, y sólo en la felicidad le está destinado encontrarla. Mientras que
la inmediata intensidad mesiánica del corazón, de cada hombre interior, pasa
por la desgracia en el sentido del sufrimiento. A la *restitutio in integrum
* de orden espiritual, que introduce a la inmortalidad, corresponde otra de
orden mundano que lleva a la eternidad de una decadencia, y el ritmo de esa
mundaneidad que es eternamente fugaz, que es fugaz en su totalidad, que lo
es en su totalidad tanto espacial como temporal, el ritmo de la naturaleza
mesiánica, es la felicidad. Porque la naturaleza es mesiánica por su eterna
y total fugacidad. Aspirar a ésta, incluso en esos grados del hombre que son
naturaleza, es el cometido de la política mundial cuyo método debe llamarse
nihilismo.(2)

Walter Benjamin
1940

*notas:*
(1) heliotropismo. (De helio- y tropismo). Movimiento de ciertas plantas por
el cual sus flores, tallos y hojas se orientan según la posición del Sol.
(2) Comienza a trabajar en este texto y en el de las «Tesis» en el año 1940.
Ambos se publican por vez primera en 1955.

Traducción de Jesús Aguirre. Taurus, Madrid 1973
http://caosmosis.acracia.net/?p=333 ‘Fragmento político- teológico fue
tomado de http://homepage.mac.com/eeskenazi/benjamin.html

articulo en PDF
<http://argentina.indymedia.org/uploads/2010/11/tesis_de_filosofia_de_la_historia.pdf>
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