Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración
represiva de la sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos
mediante los cuales los individuos administrados pueden romper su
servidumbre y alcanzar su propia liberación. Claro está que imponer la Razón
a toda una sociedad es una idea paradójica y escandalosa; aunque se podrían
discutir las virtudes de una sociedad que ridiculiza esta idea mientras
convierte a su propia población en objeto de una administración total. Toda
liberación depende de la toma de conciencia de la servidumbre, y el
surgimiento de esta conciencia se ve estorbado siempre por el predominio de
necesidades y satisfacciones que, en grado sumo, se han convertido en
propias del individuo. El proceso histórico siempre ha reemplazado un
sistema de precondicionamiento por otro; el objetivo óptimo es la
sustitución de las necesidades falsas por otras verdaderas, el abandono de
la satisfacción represiva.
El rasgo distintivo de la sociedad industrial avanzada es la sofocación
efectiva de aquellas necesidades que requieren ser liberadas —liberadas
también de aquello que es tolerable, ventajoso y cómodo— mientras que
sostiene y justifica el poder destructivo y la función represiva de la
sociedad opulenta. Aquí, los controles sociales exigen producir y consumir
lo superfluo; demandan un trabajo embrutecedor cuando ha dejado de ser
verdaderamente necesario; inventan formas de ocio que disimulan y prolongan
ese embrutecimiento; engendran libertades engañosas tales como la libre
competencia a precios políticos, una prensa libre que se autocensura, una
elección libre entre marcas y artefactos.
Bajo el gobierno de una totalidad represiva, la libertad se puede convertir
en un poderoso instrumento de dominación. La amplitud de las elecciones
abiertas a un individuo no es factor decisivo para determinar el grado de
libertad humana, pero sí lo es lo que se puede elegir y lo que es escogido
por el individuo. El criterio para la selección no puede nunca ser absoluto,
pero tampoco es del todo relativo. La libre elección de amos no suprime ni a
los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de
bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y servicios
sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor, esto es,
si sostienen la alienación. Y la renovación espontánea, por los individuos,
de necesidades superimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la
eficacia de los controles.
Nuestra insistencia en la profundidad y eficacia de esos controles es
pasible de la objeción de que le damos demasiada importancia al poder de
adoctrinamiento de los mass-media, y de que la gente por sí misma sentiría y
satisfaría las necesidades que hoy le son impuestas. Pero tal objeción no es
válida. El precondicionamiento no empieza con la producción masiva de radios
y televisores y con la centralización de su control. La gente entra en esta
etapa ya como receptáculos precondicionados desde mucho tiempo atrás; [...]
No hay que sorprenderse, pues, de que, en las áreas más avanzadas de esta
civilización, los controles sociales hayan sido introyectados hasta tal
punto que llegan a afectar la misma protesta individual en sus raíces. La
negativa intelectual y emocional a «seguir la corriente» aparece como un
signo de neurosis e impotencia. Éste es el aspecto sociopsicológico del
acontecimiento político que caracteriza a la época contemporánea: la
desaparición de las fuerzas históricas que, en la etapa precedente de la
sociedad industrial, parecían representar la posibilidad de nuevas formas de
existencia.[...]
La pérdida de esta dimensión en la que el pensamiento negativo descubría su
poder —el poder crítico de la Razón— es la contrapartida ideológica del
proceso material por medio del cual la sociedad industrial silencia y
reconcilia las oposiciones. El progreso técnico hace que la Razón se someta
a las realidades de la vida y llegue a ser cada vez más capaz de reproducir
dinámicamente los elementos de este tipo de vida. [...]
No existe más que una dimensión, presente en todas partes y bajo todas las
formas. Los logros del progreso desafían tanto su cuestionamiento ideológico
como su justificación; ante su tribunal, la “falsa conciencia” de su
racionalidad se ha convertido en la verdadera conciencia.
Herbert Marcuse
extraído del libro “El hombre
unidimensional”<
http://isaiasgarde.myfil.es/get_file?path=/marcuse-herbert-el-hombre-unidi.pdf>(1964)
de Herbert Marcuse, Barcelona, Ediciones Orbis, 1984, págs. 33/4 y
36, André Vergez, “Marcuse”, Buenos Aires, Paidós, 1973, págs. 80/84.
fuente:
http://argentina.indymedia.org/news/2010/11/760213.php