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Hago circular este ensayo de un amigo. No denuncia ni "des-oculta" absolutamente nada. Simplemente pone el acento en determinadas problemáticas materiales que algunos/as bañados/as en la "pureza" de la conciencia "religiosa" pretender hacer pasar por nimiedades.
Ya desde la figura bíblica del Eclesiastés se advierte contra los "excesos" de la sabiduría -a pesar de la innegable potencia que su "cultivo" genera- en su legítima pretensión de querer sortear los obstáculos del "destino común" que liga -inexorablemente- tanto a los "sabios" como a las "bestias" y los "necios". Tal vez, esto último sea una forma más de denominar la cautela y la prudencia spinociana que debe guiar toda búsqueda política y vital -incluso en sus momentos más potentes-.
Saludos...
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Base material y autogestión - No estamos hechos sólo de aire.
No es la intención de volver a los viejos debates entre anarquismo y
marxismo, más teniendo en cuenta que el mismo marxismo más de una vez
no supo qué hacer con su propio tesoro teórico y práctico. La cuestión
del materialismo, en cuanto propuesta filosófica basada en la
inmanencia, el ateísmo, el uso de la razón y de la ciencia, es común
tanto al anarquismo como al marxismo. Pero las aguas se dividen a la
hora de enfatizar o no la famosa “base material” condicionante del
accionar humano.
Exceptuando los grises y cruces entre ambas
tradiciones, puede decirse que, a grandes rasgos, las tradiciones
políticas marxistas han puesto mucho énfasis en las condiciones
materiales de producción y en la economía a la hora de intervenir,
mientras que las anarquistas ponían énfasis en la libertad de acción y
de vida de los sujetos individuales y colectivos. Esto no es
exactamente así, sólo estoy mencionando lo que más "bulla" hizo en los
siglos XIX y XX, y no hace justicia a la diversidad de prácticas que se
han sustraído a las líneas doctrinales, filiaciones autorales, etc.
Siendo
groseros, podemos decir que la versión del materialismo que conocemos
como integrante del marxismo es una versión burda instaurada por el
marxismo-leninismo-stalinismo, y sigue siendo la que se difunde incluso
en ámbitos académicos y extra-partidarios aunque éstos no tengan nada
que ver con una filiación partidaria o de corte téorico tradicional.
Las
tendencias anarquistas, históricamente se han preocupado más por la
libertad en acto, por la construcción de dispositivos materiales de
ayuda mutua, por lo tanto no han legado una abundante literatura
teórica que adopte como un tema especial a la economía y a sus modos de
producción, dado que para la libertad, al realizarse en términos de
actualidad, un diagnóstico de la estructura social es de muy poca
utilidad.
Esto es cierto ya que esos diagnósticos han sido de
poca utilidad para los marxismos políticos cuando se les presentó la
oportunidad de tomar en sus manos la sociedad y su Estado. En términos
prácticos, han reproducido mecanismos de producción despóticos tomados
del taylorismo y del fordismo. En este sentido, mi posición es más
cercana al anarquismo que propone una realización actual de una
sociedad diferente, independiente de delirios programáticos y
abstractos. Por supuesto que no hablo del anarquismo en general, porque, por
ejemplo, el anarco-sindicalismo tiene una fuerte impronta programática
con la cual no concuerdo.
No quiero entrar en selecciones -arbitrarias- de la
inmensa variedad de posiciones teórico-prácticas de ambas tradiciones. Sería muy interesante reflotar o reinterpretar algunas, pero esto ya
excede los propósitos de mi ponencia.
Volviendo al tema de la
base material: si lo que importa es concretar la libertad ya -aquí y ahora-: ¿por qué
detenernos a pensar en cómo construimos la economía, en cómo
garantizamos nuestra subsistencia?
Primero, porque el saldo de
la militancia de los siglos pasados comprobó que no existe un camino
privilegiado para el cambio social. De hecho, hubo muchísimos, y los
más originales como la autogestión española han durado el tiempo que
les permitió la época entre las Guerras Mundiales. Noten que digo que han
durado un tiempo limitado y no que han sido derrotados. Me voy a
explayar un poquito sobre esto.
Hay un historiador francés de
las revoluciones llamado Sylvain Lazarus, muy inteligente, que sustrae el
problema de la duración de las revoluciones a las variables militares
del triunfo o de la derrota. Simplemente sostiene que las revoluciones se "agotan",
porque la potencia desencadenada por fuerzas libertarias tarde o
temprano se desgasta tratando de enfrentar los problemas internos que
conlleva tener que concretar, gestionar y garantizar su cotidianeidad,
su economía, sus instituciones y su política. Especialmente teniendo en cuenta la
amenaza de los enemigos -internos y externos- que todo el tiempo producen desorientación
acerca de las decisiones a tomar y terminan desgastando a las fuerzas involucradas.
No
tiene sentido hablar de derrota, es como decir que una manzana cayó del
árbol derrotada por la gravedad. Una revolución se agota del mismo modo que la manzana que cae. Sólo tiene sentido reflexionar ante las
situaciones, sus desafíos y las estrategias. Quedarnos en el tema de
los fracasos o de las derrotas supone un ideal de duración eterna de
las cosas.
Volviendo al tema político: la cuestión del Estado,
por ejemplo, dividía a los marxistas o anarquistas solamente una cuestión de
tiempo -al Estado se lo abole ya o en un tiempo por medio de un complejo proceso
de toma del poder-. Pero hoy nos damos cuenta de que ambas actitudes
emergían en medio de un suelo agitado, el de las masas obreras europeas
organizadas de los siglos pasados.
Y es por eso que hoy día, en
condiciones muy diferentes, lejos de existir masas obreras organizadas
y anticapitalistas, nos parece un tanto lejana la posibilidad de abolir
el Estado (más cuando en la actualidad esta institución social suele ser el último aseguro ante la miseria
extendida y la atomización radical de los lazos). Sin embargo, tampoco nos resulta
lejana esta posibilidad por los mismos motivos que los marxistas, porque nos dimos
cuenta de que la toma del poder el día de mañana habilita su abolición.
Creo que nuestra época nos obliga a producir un híbrido
inédito: la síntesis entre libertad en acto y organización de fuentes
materiales de subsistencia. Es verdad que ya se hicieron experimentos
de este tipo, pero también es verdad que no se ha reflexionado lo suficiente
acerca de la necesidad de ambos de combinarse para ser efectivos. No se
ha reflexionado mucho sobre esto porque el cielo -la revolución- estaba cerca de las
manos... Está bien: siempre obramos según las necesidades y según las
situaciones.
Ahora que el cielo parece estar extremadamente lejos, y donde
la prédica militante parece encontrar tan poco eco masivo como las
fábricas recuperadas o los mercados solidarios, nos encontramos con un
doble problema: discursos que no tienen efectividad para interpelar y
organizar; y organizaciones materiales que se enfrentan a los límites del
mercado capitalista, sucumbiendo a la particularización. El canto de
sirena del marketing nos arrincona a tres opciones: a seducir, a
trabajar con la imagen, a redoblar eternamente los mismos discursos y
estrategias, o quedarnos en la espera pasiva de tiempos mejores -pero
en general vienen peores-.
La salida del corset mercantil -y ya
no sólo estatal porque el Estado también se convirtió de alguna manera en una mercancía
más- nos vuelve a girar la mirada a las condiciones materiales de existencia.
Y
aquí es donde podemos rescatar el núcleo más interesante del marxismo,
que no se reduce al famoso análisis de los modos de producción, de las
formaciones sociales y de la determinación en última instancia de la
economía.
Ese núcleo es más elemental y crucial: el ser humano y
su cultura se caracteriza por su manera de conseguir su alimentación y
reparo. La lucha por el alimento, que viene consagrada bíblicamente por
la sentencia “con el sudor de tu frente conseguirás tu sustento” es lo
que sigue operando en las instituciones que supimos construir, de tal
modo que allí donde no parece jugarse realmente un problema de
obtención del sustento (Hegel diría: estamos ante una lucha por el
reconocimiento), es justamente donde lo material sigue condicionando.
Lo
que Marx analizaba como fetichismo de la mercancía, o como ideología,
es en realidad muy simple: es el olvido de las condiciones materiales,
el olvido de que en realidad nuestras conflictos simbólicos,
culturales, afectivos, están mediados por la manera en que movilizamos
nuestras energías, saberes, fuerzas para conseguir o producir nuestro
alimento y reparo. Mediados, no determinados. No interesa tanto escrutar la génesis de ese olvido, buscando
alguna supuesta esencia humana que goza por ser dominada, o algún
balance desequilibrado entre fuerzas objetivas y subjetivas, que tanto
gustan de analizar las reactivas ciencias sociales. Tampoco el señalamiento de
ese olvido iluminará al alienado y lo llevará por la buena senda de la
des-alienación, porque si no le propongo un dispositivo práctico para
des-alienarse sólo estoy predicando el Evangelio como un sacerdote.
¿Entonces,
de qué sirve recordar ese olvido? Sirve para darnos cuenta de que no
somos libres para poder trabajar o producir nuestro sustento. Estamos
obligados a convertirlos en mercancías y colocarlos en un mercado.
Mercancías y mercado hubo siempre dirán, pero estas dos palabritas no
son centrales en todas las sociedades humanas sino en la capitalista, porque es
en el capitalismo donde casi todo tiende a ser absorbido en la relación
de compra-venta. Dije casi todo porque su dominación no es total y
depende de que ciertas zonas sociales estén fuera de la ley del valor:
la incondicionalidad de la familia con sus miembros, o el trabajo
afectivo (cuando compartimos cosas o enseñamos a amigos, etc.).
Ahora
bien, el problema de la política aparece cuando nos damos cuenta de que
no basta con que la familia nos contenga o que podamos contar con los
amigos, porque en realidad el Capital no sólo coloniza valorizando lo
real sino que parasita lo que deja fuera de sus dominios. La cosa se pone
más compleja cuando la propia familia o los amigos insisten en que el
capitalismo, el egoísmo y la inmunidad son los mejores caminos de
realización de la vida. Pero acá lo que estamos tratando es de pensar
es cómo podemos ampliar nuestra potencia aquellos que pensamos que ese no es
nuestro camino.
Los anarquistas que rompían con la familia en
los comienzos del siglo XX tenían su contención en el sindicato de
base, ellos eran obreros que defendían su actividad laboral porque estaban
organizados en ramas determinadas (los panaderos, etc).
Los militantes
libertarios de las décadas del 60/70 podían romper con la "ayuda" de la familia tradicional porque
existía el pleno empleo del Estado de bienestar en Europa y en
Argentina.
Hoy no es posible una completa emancipación económica de la
familia, antes bien el capital explota aún más a muchos trabajadores
sabiendo que lo que les falte de sustento se emparcha con los "apoyos" de
papá, la tía, la renta, el campo, la beca, el subsidio, etcétera.
Paradójicamente,
si hay una época de la lucha descarnada por el dinero (forma
fetiche del sustento), esa época tiene que ser el tiempo presente. Es hoy donde todos sabemos,
cínicamente, que en una cátedra universitaria, una obra de teatro, en
una clínica, es decir en instituciones donde se pone en juego algo de
lo "cultural", del reconocimiento, e incluso del cuidado, se hace tan
evidente una competencia descarnada por obtener bienes escasísimos
(puestos, ascensos, aprobación de proyectos, subsidios, etc).
Entonces,
antes que alguien diga A ya sabemos que detrás hay una evidente
intención oculta de cagar, de seducir a cambio de obtener un "beneficio". Tiempo atrás la
crítica debía hacer grandes esfuerzos para desnudar esas intenciones.
Entonces nos creemos "cancheros" cuando nos damos cuenta tan fácilmente de esta situación, pero
eso ocurre porque las condiciones materiales y los dispositivos sociales de
producción han sufrido cambios importantes. Es un crimen seguir
haciendo denuncia y crítica cuando todo el mundo ya sabe inmediatamente
cómo funcionan las cosas. Tal como lo expresó Bruno Latour: "El denunciante es el hermano de la gente común que pretendía denunciar (...) La denuncia, al igual que la Revolución, ha perdido su novedad".
Se puede decir que sigue operando el tan mentado
fetichismo cuando nosotros seguimos creyendo en la efectividad de
los discursos, confiando en la interpelación ideológica, mientras tanto
las situaciones de enajenación material siguen intactas. La denuncia,
en lugar de modificar una situación, sólo nos coloca en un lugar de
pureza moral, en la que nuevamente, olvidamos la impureza de nuestras
fuentes de subsistencia, los lugares en donde transamos todos los días
para obtener nuestra subsistencia: la cátedra, el trabajo, la familia,
etcétera. Y cuando algunas personas tratan de "hacer algo" diferente en
el espacio en el que se muevem cotidianamente, no la solemos valorar porque supuestamente no combaten para
abolir totalmente las estructuras en las que están inmersas. Estructuras
que, por cierto, habría que ver cómo se sigue garantizando el flujo de
lazos y sustentos una vez abolidas.
Se dirá que esto es un
problema de poder, lo cual es cierto, pero hay un poder mayor, y es la
capacidad propia de conseguir el alimento en conjunto con otros y en
contra de otros. El poder nunca se separa del alimento porque sin él no
hay vida sencillamente. La amenaza de perder la vida no viene sólo del
fusil sino de la falta de alimento. Aunque con siglos de dominación
religiosa nos hicieron creer que somos espíritus etéreos, que la
recompensa está después de la muerte, nosotros seguimos actuando bajo
estos principios con otros nombres. ¿Acaso no estamos reduciendo las cosas
todo el tiempo a un problema de IMAGEN? ¿No estamos pensando nuestras
acciones en función de un futuro inasible e improbable?
He
dicho. No estamos hechos solamente de aire, de espíritu, hay fuerzas
gravitatorias y nos tenemos que hacer cargo de ellas... Y recién habremos
abierto paso a la política emancipatoria.
Mi amigo Maikel:
1)
Hay que ser bien específicos en relación a las áreas donde no opera la
ley del valor, para diferenciarlas de aquella donde opera "en forma
defectuosa". Estos últimos casos los podemos encontrar en situaciones
de emergencia (mercados solidarios, precio justo, fabricas recuperadas,
etc) donde se ponen límites a la ley del valor, aunque ésta continua
operando. En los casos en que no opera esto significa que no hay
intercambio de equivalentes, porque no hay equivalente. Es el ámbito
del don.
2) Para que exista una situación de don es preciso que
previamente se disponga una extraordinaria transferencia de pulsión
desde la "justicia" al "desapego". Desde el punto de vista del don es
completamente irrelevante que se reciba algo o no. Por supuesto que es
más irrelevante todavía que se reciba algo "a cambio".
3) Sin
embargo, para que sea sostenible una situación colectiva de don, es
preciso que el compromiso sea compartido. En una situación colectiva
tal no puede haber "aprovechados". Un aprovechado es aquel que pretende
vivir según dos reglas al mismo tiempo, de acuerdo a cómo le convenga
en cada momento.
4) Una situación colectiva de don, ¿puede tener a
su vez, de conjunto, una relación de valor con el afuera de esa
situación? Es obvio que sí. Lo que no es tan claro es de qué manera eso
modificaría la situación misma. Para no pecar de purista diría que en
la medida en que la relación mercantil con el afuera sea muy menor y no
significativa para la supervivencia de la situación, no debería haber
inconveniente. Por otra parte ninguna situación de don podría ser
completamente autónoma, debido a la necesidad de medios de producción,
aunque sean elementales. Debido a la gran división del trabajo, que es
correlativamente una división del conocimiento, es claramente
improbable que una situación tal sea autosuficiente.
5) De todas
maneras hay que estudiar los aspectos productivos y distributivos de
una situación así. Hay mucho por aprender de experiencias tanto
exitosas como desastrosas.
Jorge Iacobsohn
klinamen2@???
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