[Pensamientoautonomo] Aquellos barros trajeron estos lodos

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Autor: esceptikuz
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Para: pensamientoautonomo
Assunto: [Pensamientoautonomo] Aquellos barros trajeron estos lodos
*Aquellos barros trajeron estos lodos

La izquierda latinoamericana vuelve a tener un rol político indiscutible.
Rol que se expresa electoralmente. En la década de los 80' 60 millones de
latinoamericanos eran gobernados por la izquierda; hoy son más de 260
millones. Ello es más significativo porque sucede después de ser derrotada
en sus intentos revolucionarios de «izquierda armada». Sucede a pesar de
sufrir directamente la represión durante años y, en algunos casos, décadas
de dictaduras feroces. Hoy esa izquierda guerrillera, partidaria del foco
guevarista, jerárquica y clandestina; más antiimperialista que
anticapitalista; con objetivos donde primaba la liberación nacional; con
prácticas estalinistas en el interior de las organizaciones partidarias,
escondidas detrás de la compartimentación, que significó expulsión de
discrepantes e incluso, en algunos casos, como fue el del poeta salvadoreño
Roque Dalton, su ejecución; retorna siendo parte de los nuevos gobiernos de
izquierda y en otros integrando la fuerza mayoritaria.

Esta izquierda que no pudo conquistar el poder político con las armas, su
objetivo estratégico; lo logra décadas más tarde, después de años de cárcel,
de muertos y desaparecidos, por medio de procesos electorales y de
complicadas, y a veces contradictorias alianzas políticas, éticamente
imposibles de comprender, y explicadas generalmente por el funcional
argumento de la «acumulación de fuerza».

Esta izquierda administradora del poder político y continuadora de los
lineamientos económicos del capitalismo global, no es capaz de hacer
autocrítica de su militancia pasada; de la utilización y manejo de los
movimientos de base de acuerdo a los intereses partidarios, habiendo
jerarquizado y separado lo político de lo social; de haber debilitado a los
movimientos quitándole a sus mejores militantes reclutándolos para su
aparato militar. Pues sí, construyó un aparato militar, con todo lo que eso
significa, para oponerlo a otro aparato, al ejército y las fuerzas
represivas del Estado. Una institución contra otra concebidas con las mismas
formas y mismas jerarquías. Esta posición permitió a los ideólogos, que
intentan hoy justificar el terrorismo de estado, pergeñar la «teoría de los
dos demonios». Eran tan iguales que, en algunos países, las fuerzas de la
guerrilla pasaron a integrar el ejército nacional.

TODO CAMBIA…

Lo nuevo en estas dos últimas décadas, tras la hecatombe de los gobiernos
militares que aplicaron la «doctrina de la seguridad nacional» para intentar
la implantación de un nuevo orden económico, ha sido las explosiones que han
producido la emergencia de inesperados, variados e impredecibles movimientos
sociales en América Latina. Algunos de ellos han resistido los ajustes
neoliberales y los recortes de las libertades públicas. Estas resistencias,
además, dificultaron la aplicación de los planes de reestructura capitalista
y fueron deslegitimando lo que se llamaba «pensamiento único». Abrieron
brechas por las que han surgido nuevas formas para pensar y cambiar el
mundo.
Los movimientos lograron hacer retroceder privatizaciones, han hecho caer
varios presidentes y, en el caso boliviano, han producido acciones
insurreccionales que podían haber llevado a formas organizativas de
autogobierno apoyadas en las comunidades y en la autogestión.

Estos movimientos, con un protagonismo social importante al igual que las
organizaciones sociales que sobrevivieron a las dictaduras militares, en los
últimos años han tenido dificultades, han perdido espacios de acción, han
sido relegados y en algunos casos subordinados o cooptados por los nuevos
gobiernos. Sin embargo no todo se ha perdido; los acontecimientos calaron
profundo, hubo cambios que abrieron caminos, se crearon nuevas formas de
actuar, nuevas sensibilidades, etc.

No hay gobiernos «buenos» que apoyen y sean favorables a movimientos
sociales que buscan su libertad, que construyen autónomamente su sentido de
vida, que pelean por la emancipación social. Esto, por supuesto, no quiere
decir que no haya diferencias entre un gobierno u otro, no es lo mismo una
dictadura o un gobierno de derecha que uno progresista o de «izquierda».
Pero, en definitiva, los gobiernos y los estados no pueden permitir la
existencia de realidades que ellos no controlen o administren, que se pongan
por fuera, en otro lado.
Es bueno recordar que la situación de América Latina se enmarca en la misma
inestabilidad en la que se encuentra el capitalismo global. Invasiones,
tropas de ocupación, militarización de territorios ricos en materias primas
estratégicas como petróleo, agua, alimentos (Paraguay, la triple frontera de
Argentina, Paraguay y Brasil, el «Plan Colombia»), presiones de distinto
tipo e incluso la posibilidad de cambio de fronteras como sucedió en la ex
Yugoslavia, están al orden del día y cuentan con la instrumentación
logística de Estados Unidos y las fuerzas represivas «nacionales».

CONQUISTAR EL ESTADO, CONQUISTAR EL PODER

Los teóricos marxistas de la «izquierda estadocentrista» señalan en estos
nuevos gobiernos, surgidos entre 1999 y 2006, dos grupos: uno de «izquierda»
y otro de «centro». En el primero se ubicarían Venezuela, Bolivia, Ecuador y
Nicaragua. Estos gobiernos serían antiimperialistas, aunque sea sólo
declarativamente, y opuestos al neoliberalismo. En el segundo grupo
encontraríamos a Argentina, Brasil, Chile y Uruguay que tendrían una
posición más tibia respecto al neoliberalismo, más mediadora y sólo
pretenden mitigar la pobreza que ha producido los embates del capitalismo
neoliberal.

Los gobiernos de «izquierda» se enfrentarían a duras y combativas burguesías
y empresas transnacionales que siempre se han negado a repartir, aunque sea
mínimamente, las riquezas producidas por las clases subalternas. Los
capitalistas no quieren aceptar de ninguna manera ver recortados ninguno de
sus privilegios que mantienen desde hace siglos. Menos aún en la actualidad,
donde sus márgenes de ganancia se han visto reducidos y ha sido necesaria la
reubicación de los aparatos extractivos e industriales, y los sistemas de la
especulación del capitalismo financiero ya no produce las ganancias de
antaño.
Mientras tanto, los gobiernos de «centro» estarían en una posición (frente a
una burguesía) más «dialogante», ya que históricamente el liberalismo y el
populismo han impulsado políticas de reparto de riqueza que ha permitido
sobre todo la creación de clases medias que han constituido un mercado
interno importante y han sido amortiguadoras de los enfrentamientos sociales
(humanismo capitalista), salvo en los cortos periodos de su radicalización.

Para estos teóricos la posibilidad de estos nuevos gobiernos de salir del
neoliberalismo es la de reconstruir los estados. «Los estados han sido
duramente castigados por las políticas neoliberales» y concluyen en que: «no
hay democracia que funcione de la mano de un Estado en descomposición».
Según esta idea los nuevos gobiernos vienen a recuperar a los estados
debilitados, replanteando con fuerza la idea de Estado soberano. Atilio
Boron replantea, también, el modelo soviético de un Estado con planificación
centralizada de la economía y desarrollo del mercado interno.

Parece que lo más importante no sería la reconstrucción comunitaria
superando la fragmentación social producida por el capitalismo actual, sino
la de salvar estados que inevitablemente seguirán fragmentando y atacando
los vínculos sociales y las prácticas que se pongan por afuera suyo, fuera
de su control.
Pero no hay duda que las nuevas gobernabilidades, en todos los casos, buscan
el fortalecimiento de un Estado debilitado y un papel más activo en relación
al mercado y a los organismos internacionales.
John Holloway, discrepando con la posición «estadocentrista», afirma: «Decir
que el Estado es un proceso equivale a decir que canaliza la actividad
social de cierta manera, de una forma que la reconcilia y la integra en la
reproducción del capital. Entrar en contacto con el Estado significa ser
empujados a canales dirigidos hacia la reconciliación con el capital».

Pero la derecha neoliberal latinoamericana no se atemoriza fácilmente, por
eso ha organizado en Rosario, Argentina, un conclave para ver cómo recupera
los gobiernos y lleva nuevamente al continente por la senda, sin ninguna
amortiguación, de las políticas de saqueo diseñadas por el capitalismo
global.

LAS NUEVAS GOBERNABILIDADES FORTALECEN AL ESTADO

La izquierda latinoamericana llega al gobierno en medio de un proceso donde
la representación política está entrando en crisis como consecuencia de la
profunda deslegitimación que se produce por el fracaso de los gobiernos
dictatoriales por la secuela de corrupción, destrucción del entramado social
y conculcación de todas las libertades liberales y burguesas.
Consecuentemente se enfrenta, como consecuencia a una conciencia surgida del
enfrentamiento a los gobiernos dictatoriales, a un nuevo protagonismo social
que no acepta ser representado. Pero también la izquierda latinoamericana se
desliza encima de una ola de cambios, de gobernabilidades progresistas en la
región, que crea expectativas y esperanzas en amplios sectores de las clases
subalternas. Esperanzas que, a poco de caminar, tampoco serán la primera vez
en ser traicionadas.

La crisis neoliberal y de los partidos gobernantes de derecha es el
resultado de su propia deslegitimación y también de décadas de luchas
sociales. En el caso de los pueblos indígenas, son más de 500 años de
dominación y resistencia cultural. De estas luchas se produce el surgimiento
de fuerzas de izquierda y progresistas que tomando parcialmente las banderas
de estos movimientos los canalizan hacia políticas estatales, a políticas
electorales para ganar el gobierno.
Así las nuevas gobernabilidades aparecen como gobiernos más estables. Son la
afirmación de la democracia representativa a la que refuerzan con alguna
variante participativa y consultiva. Prestan mayor atención a los
movimientos a los cuales hacen alguna concesión buscando nuevos pactos
sociales para lograr la calma social. Pero estas políticas reproducen la
forma–estado que muchos movimientos habían cuestionado o puesto al menos en
discusión.

Para los propios partidos de la izquierda gobernante, la nueva situación
es consecuencia de una acumulación de fuerzas, en función de una estrategia
de poder, que en el caso de Uruguay, según sus propios voceros, comienza al
final de los años 50 y que finalmente les permite conquistar el gobierno en
el 2005.
Estos gobiernos de «izquierda» encuentran países con profundas
fragmentaciones en distintos ámbitos: cultural, étnico, económico, derechos
humanos…

En el plano de la integración regional e internacional las nuevas
gobernabilidades están planteando políticas, en algunos casos diferentes; al
extremo tal que han logrado conjuntamente bloquear el proyecto
norteamericano de creación del ALCA y han dificultado la aplicación del Plan
Colombia. Alternativamente Chávez esta impulsando el ALBA con el apoyo de
Morales, Correa, Ortega y Castro y, por otro lado, el resto de los otros
gobiernos integran el MERCOSUR y no faltan también los que afirman la
necesidad de un multilateralismo en las relaciones comerciales. Pero estas
diferencias no significan, en un principio, opciones opuestas, sino que se
inscriben en el modelo general de recuperación de instrumentos de
reconstrucción de los aparatos estatales.
Países como Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay han saldado completamente
su deuda con el FMI, mientras que a Bolivia y Nicaragua el propio Fondo les
canceló la deuda. Este organismo, emblemáticamente vinculado con las
políticas imperialistas en la región, no ha visto todas las cancelaciones
con la misma preocupación. En el caso de Brasil y Uruguay mantienen un buen
relacionamiento con el FMI.
Productores de materias primas estratégicas (petróleo y gas) han renegociado
los contratos, en el pasado leoninos, con las multinacionales extranjeras
poniéndoles límites y nuevos condicionamientos. Las privatizaciones de
empresas públicas en algunos casos dieron marcha atrás.

Estos países han creado bancos regionales de desarrollo como el Banco del
Sur, acuerdos de producción y distribución de energía y colaboración en
materia de salud y educación.
En política de derechos humanos los gobiernos de Argentina, Uruguay y Chile
están llevando adelante distintos juicios contra militares y civiles
acusados de asesinatos, torturas y desapariciones durante las pasadas
dictaduras militares que han posibilitado que terminen condenados algunos de
los culpables, desresponsabilizando de esta manera al sistema que exigió (al
igual que ahora exige gobiernos de izquierda) dictaduras, torturas,
asesinatos. Si bien es necesario aclarar que en Uruguay, vergonzosamente,
aún sigue vigente la llamada Ley de Impunidad que garantiza a los violadores
de los derechos humanos no ser juzgados por delitos cometidos durante la
dictadura salvo que el presidente, por su decisión, los deje afuera de esa
ley, que es lo que ha sucedido en algunos casos.

En estos países la lucha por «Verdad y Justicia» fue llevada adelante
durante años, en soledad y en difíciles condiciones, por familiares y
organizaciones de derechos humanos. Hoy los gobiernos de izquierda han
logrado neutralizar y cooptar muchas de esas organizaciones abanderándose
con la política de los derechos humanos.
Sin embargo la represión sigue actuando contra los movimientos, deteniendo,
juzgando y condenando; y no faltan los asesinados por las fuerzas
represivas. Se continúa promoviendo la criminalización y judicialización de
los que luchan por sus derechos, de los que no se dejan trampear por estos
gobernantes. Esto es evidente en Chile, Argentina, Uruguay, Venezuela…

LAS POLÍTICAS SOCIALES

Los estados en las nuevas gobernabilidades disponen de recursos, que antes
no existían y que son producto de la coyuntura favorable del alza de los
precios internacionales de las materias primas, para financiar programas de
apoyo a los sectores más pobres. Programas recordamos que son promovidos por
el Banco Mundial y toda la gama de organismos multinacionales de créditos.
Todos estos gobiernos de distinta manera están desarrollando políticas
públicas de lucha contra la pobreza y la marginalidad en el trabajo, la
educación y la salud. Estas políticas son el buque insignia, el programa
estrella, en la búsqueda de nuevos consensos sociales, y de la manifestación
del intento de restauración de estados "nacionales" confiables para la
inversión de capitales.
En el área andina estas políticas de lucha contra la pobreza se vienen
llevando adelante desde los gobiernos anteriores a través de planes para el
desarrollo y la participación comunitaria promovidos y financiados
directamente por el BID. Con estas políticas los gobiernos han logrado
neutralizar los movimientos, cooptarlos e integrarlos a las instituciones
sociales en algunos casos («Lula» da Silva nombró ministro de trabajo al
principal dirigente sindical opositor).

Si bien han aumentado los beneficios sociales otorgados a los más pobres, en
general se continúa con una política económica para atraer los capitales de
las transnacionales.

NUEVAS GOBERNABILIDADES Y MOVIMIENTOS

En toda América latina los gobiernos anteriores aplicaron las recetas
neoliberales con consecuencias graves que sumieron a amplios sectores de las
poblaciones en la miseria más atroz. Los de abajo no tuvieron más remedio
que aprender a organizar su supervivencia para continuar con sus vidas. Pero
además organizaron su rebeldía que se expresaron en importantes movimientos
en todo el continente como el «caracazo» en Venezuela, zapatistas en México,
los indígenas en Ecuador, cocaleros y guerras del agua y del gas en Bolivia,
los Sin Tierra en Brasil y «piqueteros»y fábricas recuperadas en Argentina,
movimiento mapuche en Chile...
Algunos piensan que la existencia de estos gobiernos de izquierda con mayor
sensibilidad social les da a los de abajo posibilidades de fortalecerse y de
lograr conquistas hasta ahora inalcanzables con los gobiernos de derecha.
Esto puede ser cierto a corto plazo, pero a la larga todos los gobiernos,
incluidos aquellos que quieren lograr un mejor reparto social,
inevitablemente tienden a manejar, conquistar e institucionalizar los
movimientos de base. Las políticas sociales de las nuevas gobernabilidades
tienen mayor capacidad para arrastrar atrás de sí a los movimientos al
adueñarse de sus banderas y hacer efectivas algunas de sus reivindicaciones.
Desembarcan con sus funcionarios y técnicos sociales, muchos de ellos
militantes sociales, encuestando, numerando, registrando, neutralizando y
controlando. Pero sobre todo impulsando un nuevo estilo de trabajo social
donde estimulan organizaciones sociales participativas y "autónomas". Las
incitan a que actúen dentro del Estado, reconociéndoles representación
institucional, cooptando así movimientos que pasan a definir y vestir estos
gobiernos como «populares».

Las nuevas gobernabilidades necesitan controlar los movimientos, pues ellos
son creadores de incertidumbre social porque con sus reivindicaciones
cuestionan la naturaleza y estructura de los estados en reconstrucción y
espantan a los inversores.

EL ABAJO QUE SE MUEVE

Los movimientos de los pueblos originarios o indígenas son seguramente uno
de los rasgos más sobresalientes de estos tiempos. Tal vez ellos están
llevando adelante el proceso de descolonización que en estos países nunca se
concluyó. Se han enfrentado duramente a las transnacionales del petróleo en
Ecuador y Colombia.
En Chile y Argentina los mapuches han resistido a las empresas madereras y
de celulosa. En Chile han sido duramente criminalizados aplicándoles la Ley
Antiterrorista (legislada por Pinochet) por parte del gobierno de la
socialista Bachelet. El movimiento de lucha del pueblo Mapuche es contra las
multinacionales que se adueñan de las tierras indígenas para desarrollar los
agro-negocios, por la autonomía y la gestión comunitaria del territorio sin
la ingerencia del Estado chileno.

En Bolivia la lucha por el agua y por el gas y por la nacionalización de los
hidrocarburos ha visto a las comunidades indígenas y campesinas en primera
fila cuando en octubre del 2003 derribaron a un gobierno y entre mayo y
junio del 2005 estuvieron a un paso de tirar al presidente Rodríguez y de
organizar un autogobierno, pero Morales y su partido el MAS, negocian y
logran que el movimiento insurgente acuerde una tregua con el gobierno,
quedando así nuevamente abierta la vía electoral que llevara al aymará Evo
Morales a la presidencia de Bolivia. La reivindicación de la nacionalización
del gas y el petróleo, el plantear la soberanía sobre estas industrias
organizadas según el modelo centralizado estatal significa hacer entrar
otra vez al parlamentarismo y al Estado como interlocutores validos en el
conflicto.

En Ecuador los pueblos originarios promueven un estado multicultural y
multirracial. En el caso de Ecuador ya los pueblos indígenas en el pasado
han hecho alianzas en este sentido con partidos y candidatos a gobiernos que
después los traicionaron. Tal vez sea posible la construcción de un nuevo
estado donde quepan las culturas indígenas siempre que no se cuestione el
mercado capitalista.
Los aymará en Bolivia proponen el autogobierno de las comunidades,
reivindican la construcción de la «nación aymará» oponiéndola a la idea de
conquistar el Estado.

El movimiento piquetero en Argentina ha sido debilitado e integrado
mayoritariamente en las políticas gubernamentales desde el gobierno de
Kirchner. El grupo numéricamente más importante dirigido por D'Elía son
actualmente los piqueteros y grupo de choque del gobierno. En esta situación
de gran confusión provocada por una política gubernamental que presta mayor
atención a la asistencia a las clases más pobres, llegando incluso a suceder
que un Movimiento de Trabajadores Desocupados vinculado a una organización
anarquista terminó trabajando electoralmente para Kirchner, pasándose con
armas y bagajes al lado de las instituciones. Sin embargo algunos sectores
piqueteros, fábricas recuperadas, asambleas vecinales continúan afirmando
sus vínculos y construyendo autónomamente su vida, produciendo y
comercializando de otra manera, autogestionariamente.

El chavismo en Venezuela es un movimiento impulsado desde el gobierno y
tiene como líder máximo al propio presidente. Ese ya es su límite de
nacimiento, un cordón umbilical que lo une fuertemente al Estado. «Que la
gente asuma el poder» esa es la idea de Chávez según escribe entusiasmado el
libertario estadounidense Michael Albert. ¿Pero qué significado puede tener
esa propuesta cuando es hecha por quien ejerce realmente el poder, el mismo
que construye el partido único PSU, para dirigir los destinos de la
«revolución bolivariana», y de quien él es el líder máximo. Un poder popular
diagramado desde arriba por los funcionarios del gobierno sólo puede servir
a fortalecer el poder de los funcionarios, de Chávez y del Estado. Es que el
socialismo del siglo XXI está inspirado en ese espejismo denominado
socialismo cubano.

«El poder tiene necesidad de disminuir nuestra potencia de actuar para,
precisamente, ejercer su poder sobre nosotros» No hay mejor manera para
hacer perder el poder hacer de los movimientos que integrarlos al espacio
del gobierno, institucionalizando las nuevas formas de participación nacidas
en la base del chavismo.
Chávez quiso afirmar su poder, no el poder popular, por medio de un
referéndum que el propio movimiento chavista boicoteó. Por eso es necesario
diferenciar a Chávez del movimiento que lo apoya.
Los Sin Tierra de Brasil vinculados en su surgimiento a las comunidades
eclesiásticas y políticamente al PT, hoy están parcialmente distanciados del
partido de Lula a partir de posiciones distintas respecto a la Reforma
Agraria y al cultivo de los transgénicos.

El MST es seguramente uno de los movimientos más poderosos de América
Latina, pero es también el más estructurado y vertical. Eso tal vez venga de
mezclar las posiciones de la iglesia progresista y una izquierda marxista
bastante ortodoxa que mira con expectativas hacia la construcción de un
estado popular.

Un movimiento muy combativo y participativo en su base, en sus campamentos y
en las ocupaciones de tierra, pero que deja de serlo en la medida que se
sube en la estructura, ya que se rige por el centralismo democrático.
El movimiento zapatista ha sido el que más han influido en estos tiempos en
el movimiento libertario y también el que más ha incidido en la búsqueda de
un cambio en el pensamiento emancipatorio en Latinoamérica. Sin embargo la
última etapa de los zapatistas de mirar, no hacia abajo como han hecho hasta
ahora, sino que con la otra campaña, han recorrido México mirando hacia
abajo y a la izquierda. Ello los ubica en un espacio político, el de la
izquierda radical, más o menos ortodoxa y leninista, donde se repiten las
políticas que los mismos zapatistas han venido criticando. Además el
ubicarse no abajo sino abajo y a la izquierda es seguir manteniendo una
categoría vinculada a la forma estado que sirve para seguir reproduciéndolo.

También en México el movimiento indígena y popular de Oxaca organizado en el
APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oxaca) y en un movimiento aún más
amplio conocido como la Comuna de Oxaca, han sido los protagonistas de la
resistencia contra el gobernador Ulises Ruiz que es la expresión de años de
corrupción y represión. Ya el oxaqueño Flores Magón había encontrado en las
comunidades indígenas el fundamento de sus propuestas libertarias.
En Uruguay, los movimientos visibles son nada más que estructuras
verticales, sin vida. Las fuerzas que hubo en algún momento en esas
estructuras, fueron ahogadas por los requisitos de la legalidad, legalidad
que los integrantes mismos aceptaron corriendo tras la zanahoria de la
democracia participativa y las facilidades que promete el «progresismo», que
por cierto no son gratuitas. Estas fuerzas se diluyeron en los pasillos del
poder, más ocupadas en perseguir permisos legales, en integrarse al sistema
que en construir sus propias realidades. Pero, mas allá de intencionalidades
el aparato burocrático de los movimientos sociales, sigue funcionando y
reproduciéndose por inercia. Sin embargo existe, también, un movimiento
invisible, disperso e impredecible, que partiendo de sus realidades y sus
deseos, busca esa autonomía y crea desde la diferencia, las realidades que
desea; haciéndose cargo de la alimentación, la educación, la salud,
esquivando la legalidad para poder tener dónde vivir, donde hacer crecer
alimentos... viviendo día a día la aventura (en mayor o menor grado) de
construir juntos esa realidad que nos posibilite vivir más libre y
sanamente.

NUEVOS CONTEXTOS, NUEVAS CAPACIDADES

Una mirada crítica hacia los movimientos, hacia su fragilidad, no implica un
juicio negativo. Pues de esa fragilidad, de la crisis de referentes, de las
incertezas nace ese deseo de creación, de la búsqueda de nuevos sentidos
para nuestras vidas.
Los movimientos no son puros, son heterogéneos, híbridos, son mezclas de
diferencias con distinto tipos de impurezas, pero de esas mezclas, de ese
mestizaje es de donde pueden nacer las trasformaciones. De lo homogéneo, de
lo puro, no hay más que repeticiones, nunca creaciones.

Sin embargo, algunos movimientos de base en América Latina siguen
impregnados por esa lógica leninista de que la política partidaria es una
instancia superior de la política, separando lo social de lo político,
afirmando de esta manera su rol de correa de trasmisión de decisiones
tomadas en instancias superiores, y cuando no es así, muchos de ellos no
van mas allá de reivindicaciones corporativas o de practicas clientelares.
La crisis de la representatividad y del vanguardismo no desemboca
automáticamente al desarrollo de acciones autónomas y en la
autoorganización. Dentro de los nuevos grupos de la izquierda radical,
muchos reivindican instrumentalmente la autonomía de los organismos de base,
pero es una autonomía construida al servicio de una estrategia de poder. Se
juega con el concepto de independencia de clase y autonomía confundiendo
como si fuera lo mismo. En Uruguay en los años '60 y '70 la independencia
de clase significaba la independencia del Estado, de los gobiernos de turno,
y de los partidos burgueses; pero no de los partidos y grupos de izquierda.
Y esa es la autonomía que se intenta hacer pasar.

La estrategia de poder implica la acumulación y ¿cuál es el lugar por
excelencia, según esa estrategia, de la acumulación política sino el partido
o la organización política?
Para los movimientos sociales, no solo aquellos que se limitan a hacerle
solicitudes al Estado en una actitud subalterna; sino sobre todo para
aquellos que no quieren quedar atrapados en las redes de las instituciones
estatales, parece claro que no se puede seguir peleando igual que antes de
estos gobiernos, como si no hubiera sucedido nada. No todo es igual y esta
situación actual, que es más compleja, hace necesario la invención de nuevas
formas que eviten tanto la cooptación como la marginalización de los
movimientos, ¿o será que justamente debemos fomentar la marginalidad misma,
en el sentido de que estamos en los márgenes de un sistema del cual queremos
salir?

Un contexto nuevo que nos exige y desafía a la creación de nuevos conceptos
y prácticas, de otras nuevas capacidades.*

Revista Alter - Taller A (Uruguay)

extraído de la revista Ekintza Zuzena

www.nodo50.org/ekintza/