*I**maginen por un instante que la naturaleza NO se entiende de la mejor 
forma a través de su descomposición en partículas cada vez más pequeñas. 
Piensen si la naturaleza llega a entenderse mejor si uno estudia las 
totalidades, los sistemas, desde los remolinos del agua hasta la 
composición del mismo planeta.*
*El 27 de noviembre de 2001 escuché una conferencia de Nils Uddenberg 
acerca de "La creencia y el saber" en el nuevo círculo de filosofía de 
Lund. No había tal vez mucho novedoso en la materia en sí, pero hacia el 
final se puso interesantísimo, al menos para mí. Se trataba de la 
explicación de Charles Darwin acerca de la evolución, es decir la idea 
de que el desarrollo dependía de variaciones azarosas, que no estaba 
dirigido a un fin.***
Fue precisamente este pensamiento lo que hizo que se levantara tanta 
polvareda con El origen de las especies y surgiera tanta resistencia. 
Hasta entonces, el hombre distinguía razones secundarias y primarias, y 
los científicos habían podido dedicarse sin dificultad en sus 
investigaciones cotidianas a las razones secundarias, en tanto los 
domingos podían ir a la iglesia y allí ofrendar la causa primaria o 
primera; Dios. Pero Darwin se desprendió de la causa primera; todo era 
producto del azar. Eso fue lo que se hizo tan difícil de aceptar. Y 
Uddenberg mencionó que unos de los primeros adherentes al darwinismo en 
Suecia, el botánico Fredrik Areschough, en Lund, insistía en que de 
todos modos debía haber una voluntad que guiara el desarrollo, lo guiara 
hacia el ser humano.
Pero al día de hoy, aclaró el conferenciante, se acepta en general en 
las ciencias naturales, que los procesos físicos y químicos actúan al 
azar y así se producen los cambios, lo que llamamos el desarrollo. Y 
recalcó mucho que tal planteo constituye "el pensamiento profundo de las 
ciencias naturales".
Por último, también se planteó la cuestión de cuan objetivo puede ser el 
conocimiento. ¿Puede ser guiado, como tantas otras áreas, por 
ideologías? Y Uddenberg hizo referencia al libro de Bengt O. Bengtsson, 
Genetik och politik, donde se muestra claramente como los genetistas 
clásicos de comienzos del s. XX en Lund tenían ideas políticas muy 
nítidas y que éstas influyeron notablemente en sus investigaciones. 
Pero, aclaró Uddenberg, sus conclusiones se han mantenido válidas, en 
pie. La ciencia puede desarrollarse aunque sus ejecutores "sean casi 
ciegos respecto de las convicciones ideológicas que los guían".
De retorno, pensaba sobre esto último. El conocimiento limpio, objetivo 
de la ciencia parece ajeno a lo ideológico y al mismo tiempo se 
caracterizó como criterio decisivo que el desarrollo está azarosamente 
guiado --valga el oxímoro-- por procesos físicos y químicos;  "el 
pensamiento profundo de las ciencias naturales". Si semejante 
pensamiento es profundamente científico, esto tiene que significar que 
de algún modo es constituyente del conocimiento de las ciencias 
naturales. Y no hace falta dudar de qué modo: para el pensamiento 
científico moderno desde el s. XVII --para la ciencia de Galilei, de 
Newton-- era fundamental  que la ciencia se dedicara exclusivamente a lo 
medible, es decir atender a datos cuantitativos, empeñarse en la 
pregunta del "cómo" y no la del "por qué". Las preguntas sobre la 
finalidad y el sentido estaban excluidas de antemano. Este modo de mirar 
se hizo también fundamental para el conocimiento académico, para la 
Royal Society que se fundó en Londres, así como para las organizaciones 
"hermanas" que se constituyeron en otros países. Darwin contribuyó más 
tarde a focalizar el asunto en el azar.
Sobre esto no hay mucho que decir, si no hubiesen aparecido otros 
conceptos o concepciones sobre la naturaleza. Sin embargo, fue eso lo 
que pasó; no sólo que había otros enfoques antes de que las enseñanzas 
de Darwin fueran genéricamente aceptadas sino también hoy en día en que 
crece cada vez más una ciencia alternativa.¿No significa esto que la 
ciencia natural de la que Uddenberg hablaba y a la que sus colegas 
dentro de los marcos institucionales le rinden pleitesía, en realidad es 
una ideología? Una ideología que comparte la cualidad común con otras 
ideologías de no ser objetiva. Esta ciencia de la naturaleza no es un 
conocimiento sin presupuestos sobre la naturaleza; sino más bien un 
conocimiento de la naturaleza de determinada manera, con un enfoque 
básico determinado y no otro.
¿Acaso podríamos hoy día imaginar otra posiblidad?  Para entender esto, 
deberíamos examinar las instancias que históricamente han sido partes de 
la finalidad, como ser Dios, el Hombre, la Naturaleza. Al principio era 
Dios el activo: según el primer libro de Moisés, fue Dios el que creó 
tanto a la naturaleza como al hombre y elaboró con ellos siguiendo su 
albedrío. Pero con la ciencia moderna a partir del s. XVII y 
particularmente con los desarrollos técnicos consiguientes, el hombre 
fue ocupando cada vez más un lugar: se lo empezó a ver cada  vez más 
como en igualdad de condiciones para ser activo y  creador. Y cuando 
sobrevino la secularización, y Dios quedó definitivamente afuera, el 
hombre quedó solo como el único actor y creador.
La tercera parte de esta relación, la Naturaleza, siempre ha sido vista 
(salvo para modelos de pensamiento como la magia o la alquimia) como un 
objeto pasivo en las manos de Dios o del hombre. Un objeto pasivo que en 
la ideología de la ciencia natural y analítica ha sido reducida a 
átomos, partículas atómicas, quanta, cuerdas.
Pero si no desnaturalizamos la naturaleza fraccionándola hasta en sus 
más mínimos componentes y la dejamos tal cual es, es decir un mar de 
unidades dinámicas, un sistema interactuante, la imagen que obtenemos es 
muy otra. Entonces podremos ver, como vamos a mostrar, que esta tercera 
parte es también activa, que puede actuar y reaccionar, y todo ello de 
un modo que dista mucho del azar. La Naturaleza puede ocupar el papel de 
Dios y hacerse a sí misma y por último, también al hombre. El mundo en 
que vivimos se parece mucho más a nosotros mismos de lo que las ciencias 
naturales nos han hecho creer.   
                                                                              
 
Esto es un modo alternativo de pensar que en muchos aspectos repugna a 
la ciencia institucionalizada.
En primer lugar, se desvía de la matriz forjada en el s. XVII; Galilei, 
Descartes, Newton, que precisamente adoptó el principio del conocimiento 
científico natural y analítico que reduce todo a sus mínimas partes y 
las correspondientes leyes elementales.
En segundo lugar, el reconocimiento de la naturaleza como "actor", parte 
activa, al lado del hombre, implicaría un cuarto paso en la 
desentronización del hombre, los otros tres pasos son archiconocidos: 1) 
Copérnico desplaza a la Tierra de la posición central del universo al 
convertirla en un satélite del Sol, 2) Darwin retira al hombre de su 
lugar como copia divina para convertirlo en un producto tardío de la 
evolución; 3) Freud muestra que el ser humano ni siquiera es amo en su 
propia "casa", sino un dependiente, por no decir un dirigido, desde su 
inconsciente. Este cuarto desentronizamiento significa ahora que la 
naturaleza, el objeto pasivo que el hombre hasta ahora se había 
habituado a ver  como material e instrumento para sus propias creaciones 
y objetivos, se ha convertido en su igual como actuante, como agente 
témporo-espacial.
Ahora se entiende mejor la amarga resistencia contra todos los intentos 
de pensar de un modo distinto: se trata de rechazar este ente extraño, 
de preservar  por todos los medios la gran herencia sobre la cual se han 
construido las ciencias naturales; su ideología.
Pero, ¿cómo puede uno imaginarse entonces unas ciencias naturales 
distintas, que entiendan a la naturaleza como actuante, con sentido 
propio? También en este caso se trata de procesos físicos y químicos 
pero no para las diminutas partes de la materia (incluidas las moléculas 
de ADN) sino para totalidades y sistemas que recíprocamente pueden 
llamarse estructuras de disipación y sistemas de autoorganización. 
Llenan nuestro mundo, desde el remolino, la luz de la vela y la rotación 
hasta la energía solar infinitamente derramada en nuestros ciclos 
terráqueos, que abarcan el clima, el estado meteorológico, las 
corrientes marinas, los circuitos del agua y de otras sustancias; todo 
desde los menores sistemas ecológicos hasta los mayores, la Tierra 
misma, Gaia; todo desde la célula viva hasta los grandes sistemas en el 
cuerpo, hasta el organismo mismo. Todo eso funciona de un modo nada 
azaroso; con ayuda del maravilloso mecanismo de retroalimentación, se 
afanan todos en tanto haya energía accesible, por realizarse, 
convertirse en sí mismos. Si se producen trastornos exógenos o endógenos 
que no resulten demasiado gravosos, logran las más de las veces 
transformarse ellos mismos, de modo tal que pueden sobrevivir bajo las 
nuevas condiciones aparecidas. Pero no se trata, obsérvese, de una mera 
adaptación pasiva sino de una activa creación en correspondencia con el 
entorno.
Desde un ángulo inesperado, desde la propia naturaleza, proviene aquí 
entonces actividad, con objetivo y con significado en este mundo, que 
para la ideología de las ciencias naturales había sido reducido 
exclusivamente a objeto. Podemos ahora advertir que el error del 
"materialismo" no consistía en ser una enseñanza sobre "la materia", 
sino que no había entendido qué era la materia. A causa del 
reduccionismo analítico, no estaba en condiciones de ver que la 
naturaleza funciona como un sistema autoorganizado. La capacidad para 
entender totalidades parece haberse esfumado en la tradición de los 350 
años de ciencia "moderna".**
**Erland Lagerroth **
*  Primera parte de un trabajo del autor editado en Ordfront, Estocolmo, 
abril 2003. Traducción directa del sueco: LESF
artículo publicado en Revista futuros nº10 / Río de la Plata otoño 2007 
http://revistafuturos.com.ar/index.php/component/content/article/87-ciencias-naturales-como-ideologia