HOla, envío un artículo desestructurante del Señor Juez (Hakim Bey) para
quien quiera oir!
salud y debates que se nos muere el mundo!
x Hakim Bey
1. Podemos definir al "Media" según que un medio dado sostenga o no ser
"objetivo", en los tres sentidos de la palabra, es decir, que "dé cuenta
objetivamente" de la realidad; que se defina como parte de una condición
objetiva o natural de la realidad; o que suponga que la realidad pueda
ser reflejada y representada como un objeto por un observador de la
misma. "El Media" --utilizado aquí como un término singular pero
colectivo- pone lo subjetivo entre paréntesis y lo aísla de la
estructura básica de la mediación, que se presenta como la mirada
autorreflejante del reportaje social, "imparcial", equilibrado,
puramente empírico. Oscureciendo deliberadamente la frontera entre lo
objetivo y lo subjetivo --como en el infotainment, los folletines
sentimentales, que tanta gente cree "reales", las historias de policías
"como la vida misma", la publicidad, o los talkshows- el Media construye
la imagen de una falsa subjetividad, empaquetada y vendida al consumidor
como un simulacro de sus propias "sensaciones" y "opiniones personales"
o de su subjetividad. Y al mismo tiempo, el Media construye (o es
construido por) una falsa objetividad, una falsa totalidad, que se
impone como la-visión-del-mundo autorizada, independientemente del
sujeto, inevitable, incontrovertible, una verdadera fuerza de la
Naturaleza. Así, cada "sensación" u "opinión personal", en cuanto nace,
es experimentada a la vez como profundamente personal y objetivamente
verdadera. Yo compro esto porque me gusta y porque es lo mejor; apoyo la
guerra porque es justa y honorable y porque produce un montón de
entretenimientos excitantes ("Tormenta del Desierto", miniserie
fabricada para la franja horaria de mayor audiencia de la televisión).
Así, rechazando en apariencia lo simplemente subjetivo (o colocándalo
entre los paréntesis del arte), el Media recupera activamente al sujeto
y lo reproduce como elemento en el interior del gran objeto, el reflejo
total de la mirada total: la mercancía perfecta en sí misma.
2. Por supuesto, todos los medios actúan así hasta cierto punto, y
quizá deberían ser objeto de una resistencia consciente o "criticados"
en la misma medida. Los libros pueden ser tan venenosos como Los 40
Principales de la radio, y tan falsamente objetivos como el telediario
de la noche. La gran diferencia consiste en que no importa qué puede
producir un libro. Se ha convertido en un "medio íntimo", en el que
están comprometidas las facultades críticas, puesto que sabemos y
comprendemos al libro como subjetivo. Cada libro, como ha señalado
Calvino, encarna una política personal, más allá de que el autor sea
consciente de ello o no. Nuestra conciencia de esto aumenta en
proporción directa a nuestro acceso al medio. Y precisamente porque el
libro no posee ya el aura de objetividad de que gozaba, digamos en el
siglo XVI, este aura se ha desplazado de los medios íntimos al "Media",
el media público tal como la red televisión. En este sentido, el Media
queda por definición cerrado e inaccesible a mi subjetividad. El Media
quiere construir mi subjetividad, no ser construido por ella. Si
permitiese esto último, se convertiría --de nuevo por definición- en
otro medio íntimo, privado de su pretensión de objetividad, reducido
(desde el punto de vista del Espectáculo) a una relativa
insignificancia. Evidentemente, el Media resistirá a esta eventualidad,
pero lo hará justamente invitándome a investir mi subjetividad de su
energía total. Recuperará mi subjetividad, la pondrá entre paréntesis, y
la utilizará para reforzar su propia falsa objetividad. Me venderá la
ilusión de que "me he expresado", sea vendiéndome el estilo de vida de
mi "elección", sea invitándome a "aparecer", bajo la mirada de la
representación.
3. En los años 60 el Media estaba aún emergiendo y no había
consolidado todavía su control en el ámbito de la imagen. Sobrevinieron
entonces algunas notables extravagancias. Intentó trivializar y
diabolizar la contracultura, pero inadvertidamente consiguió volverla
más atractiva; intentó glorificar y justificar la guerra de Vietnam,
pero inadvertidamente reveló la crueldad y el absurdo, como si de un mal
viaje con ácido se tratara. Estas extravagancias dieron como resultado
una disonancia entre la ideología y la imagen. La voz nos decía que la
contracultura era payasesca y mala, pero uno la veía divertida; la voz
nos decía que la guerra era justa y heroica, pero lo que uno veía era el
infierno. Sin embargo, afortunadamente para el Media, McLuhan y Debord
vinieron a explicar lo que ocurría realmente y la situación fue
corregida de inmediato. (McLuhan quiso reforzar el poder del Media,
Debord destruirlo, pero los análisis y las críticas de estos dos autores
eran tan perspicaces que sus descubrimientos fueron útiles para el Media
de una manera que ni el uno ni el otro hubieran sospechado.) El media
pudo, por así decir, tender un puente entre la ideología y la imagen, y
eliminar prácticamente toda disonancia cognoscitiva.
4. Durante los años 60, algunas personas empezaron a sentir e
incluso a comprender el mal alineamiento que había en los medios entre
ideología e imagen, y percibieron aquí una apertura, una vía de acceso
al poder que no estaba vigilada. Los movimientos de protesta y
contraculturales se pusieron a buscar una "visibilidad mediática",
porque tenían confianza en su imagen, que consideraban más seductora que
la ideología que procuraba interpretar esta imagen. Algunos teóricos se
convirtieron en partidarios de la toma de los medios. El ojo parecía
irresistiblemente atraído por ciertas imágenes, aun si estas imágenes
estaban codificadas como agresiones contra el "sistema" o el
"establishment". Pero, una vez más, el Media sobrevivió al ataque
intentado contra su poder por la muy contestataria imaginería disidente,
y ésta fue incluso fomentada. Al fin de cuentas, lo que importaba era
tener una "buena televisión" y estímulos para los televidentes a través
de las imágenes ardientes de la protesta, de las embestidas promovidas
por los yippies, de las endemoniadas estrellas del rock, de la estética
psicodélica, etc. El media apareció entonces mucho más resistente que su
oposición; de hecho, el "estudio" de la realidad había sido tomado por
asalto (como predicaba Burroughs), y había resistido abriendo todas las
puertas de la imagen y devorándose a sus enemigos. Porque, en última
instancia, no se podía aparecer en el Media más que como una imagen, y
una vez que uno quedaba reducido a este estatuto, se unía simplemente al
teatro de fantasmas de las mercancías, al mundo de las imágenes, al
espectáculo. Sin los varios centenares de millones necesarios para
comprar uno mismo un canal, no existía ninguna manera de imponer su
subjetividad al Media. (E incluso esto se revelaba imposible, puesto que
una persona que poseyera a la vez tanto dinero y tanto egocentrismo
jamás podría producir otra cosa que una trivialidad opresiva; ésta es
una "ley de la naturaleza".) En otras palabras, el media ha perdido
algunas batallas durante los años sesenta, pero ha ganado la guerra. Una
vez que se hubo comprendido que el medio (la imagen) es el mensaje (la
ideología), y que esta identidad constituye en sí misma el espectáculo y
su poder, el porvenir estuvo asegurado. Kennedy había obrado como un
actor para conseguir el poder, pero Reagan era un actor: el primer
símbolo del espectáculo que se ha vaciado para consolidarse como pura
simulación. Bush perfeccionó a continuación la guerra "pura" o simulada
y Clinton es nuestro primer presidente plenamente "virtual", símbolo de
la identidad absoluta entre la imagen y la ideología. No se trata de que
el Media tenga ahora todo el "poder" o de que utilice el poder de una
manera conspirativa. La verdad es que no hay "poder" --solamente una
totalidad completa y falsa dentro de la cual se contiene todo el
discurso; una objetividad completa y totalitaria; un Imperio de la
imagen absoluto fuera del cual sólo existe la patética, insignificante
y, de hecho, irreal subjetividad del individuo. Mi subjetividad. Mi
absurdidad absoluta.
5. Siendo esto así --y siéndolo de un modo tan evidente-, uno
podría sorprenderse de que los teóricos de los medios y los militantes
hablen y se conduzcan todavía como si estuviésemos en 1964 y no en 1994,
cerca de un tercio de siglo más tarde. Aún oímos hablar de "apoderarse
de los medios", de infiltrarlos, de subvertirlos, e incluso de reformar
los medios. Seguramente, varios de los teóricos de la manipulación
mediática de los años sesenta viven todavía, que Alá los premie y los
conserve, viejos beatniks y viejos hippies, y podemos perdonarlos por
inducirnos a emplear las tácticas que para ellos han parecido funcionar
otras veces. Y sin embargo, por lo que a mí respecta, fue uno de estos
personajes de los años sesenta el que me alertó sobre lo que estaba en
vías de suceder realmente. En 1974, en Teherán, yo estaba cenando en la
casa del muy notorio embajador canadiense James George, junto a Ivan
Illich, cuando llegó un telegrama del gobernador de California, Brown,
quien invitaba a Illich a sus expensas para aparecer junto a él en la
televisión y le proponía un puesto en su administración. Illich, que era
realmente una especie de santo, montó en cólera por primera y única vez
durante su estancia en Irán y se deshizo en insultos contra Brown. Como
el embajador y yo mismo mostráramos nuestro asombro ante esta reacción a
una cordial oferta de dinero, celebridad e influencia, Illich nos
explicó que Brown intentaba destruirlo. Dijo que él no aparecía jamás en
la televisión porque todo su discurso consistía en una crítica a las
instituciones y no en una píldora mágica para curar los males de la
humanidad. La televisión sólo era capaz de proponer respuestas simples,
no preguntas complejas. Él se negaba a convertirse en un gurú o en una
estrella mediática, cuando su verdadero propósito era incitar a
cuestionar la autoridad y a pensar por uno mismo. Brown quería poner en
escena la imagen de Illich (carismático, con un lenguaje claro, un
aspecto fuera de lo habitual, sin duda muy televisivo), pero no tomarse
el trabajo de reflexionar sobre la crítica illichiana de la sociedad de
consumo y el poder político. Además, dijo "Don Iván", detestaba coger el
avión y sólo había aceptado nuestra invitación a Irán ¡porque la carta
que le habíamos enviado estaba llena de faltas!
6. Cuando le preguntamos a Illich: "¿Por qué no aparece usted en
los medios?", respondió que se negaba a desaparecer en los medios. Nadie
puede aparecer en "los medios" con su propia subjetividad (y lo político
es lo personal tanto como lo personal es lo político); uno debería
rehusarse al Media por lo que éste podría extraer de energía vampírica a
partir de la manipulación (o sencillamente posesión) de nuestra imagen.
Yo no puedo "apoderarme del media" aun cuando lo comprara, y aceptar la
publicidad, por ejemplo, del New York Times, de la revista Time, de una
cadena de televisión; volvería en tal caso a transformar simplemente en
mercancía mi subjetividad, fuese ésta estética ("sensaciones", arte) o
crítica ("opiniones", agitprop). Si quiero efectuar esta transformación
en mercancía --si quiero dinero y fama-, entonces podría tener algunas
razones para "aparecer en los medios", incluso al precio de ser
masticado y escupido (porque la Mirada es fría y se aburre y se distrae
con facilidad). Pero si el precio que pongo a mi subjetividad está muy
por encima de la dudosa apuesta de 15 minutos de celebridad y del doble
de esta cantidad en monedas de plata, tendré una muy buena razón para no
"aparecer", para que no me miren de reojo. Si aspiro a que mi vida
cotidiana sea el lugar de las maravillas que deseo, antes que a
proyectar estos deseos en la sucesión de unas imágenes desencarnadas por
el consumo (o el rechazo) público, tendré otra buena razón para huir del
media en vez de "apoderarme" de él. Si deseo la "revolución", entonces
tengo una razón urgente para no renunciar a la posibilidad del cambio
social en beneficio de la imagen del cambio, o (peor aún) de la imagen
de mi deseo de revolución, o (peor aún) de la imagen de la traición de
mi deseo.
7. Desde este punto de vista, no veo más que dos estrategias
posibles contra "el Media". Primero, investir nuestras energías en el
media íntimo, que siempre puede jugar un papel auténtico (de "mediación
positiva") en nuestras vidas cotidianas y en las de los otros. Segundo,
comportarse con el "media público" (o "mediación negativa"), ya sea en
el modo de la huida, ya sea en el de la destrucción, porque el "espacio"
apropiado para la falsa representación sólo puede ser liberado por la
violencia. Huelga decir que no hablo de violencia contra los individuos
--que resultaría completamente inútil, por tentadora que fuera-, sino de
violencia contra las instituciones. Admito que en lo que se refiere a
estas dos posiciones estratégicas (huida y destrucción), aún no he
desarrollado tácticas específicas y eficaces; y, por supuesto, es vital
tener una táctica, puesto que precisamente debemos entrar en el reino
encantado de la ideología y de la imagen, para alcanzar el ámbito del
"campo de batalla", que puede ser comparado con la guerra. Lo último que
necesitamos en esta batalla es una acumulación de ingenuas teorías sobre
la conquista de los medios o su infiltración, o sobre la liberación de
las ondas. Dadme un solo ejemplo de toma del poder radical de un medio
importante y me callaré la boca para ir a proponer mi candidatura a un
gordinflón de la PBS [Public Broadcasting Service], o para empezar a
buscar algunos millones de dólares. ¿Ninguna respuesta? Entonces seguiré
aferrado firmemente a mi silencio.
Traducido del inglés al francés por Serge Quadruppani (Samizdat,
www.samizdat.net <
http://samizdat.net>) y del francés al castellano por
El Imposible.
*escrito que se encuentra publicado en papel por Pedaleadorxs del
Infierno 666pdi@???. La Sala. Avellaneda 645*