Estoy transcribiendo un texto del portal Darío Vive, "El Portal Darío
Vive es una iniciativa del área de prensa del Frente Popular Darío
Santillán (FPDS) de Argentina, pero la mayoría de sus columnistas no
pertenecen a dicha organización", como puede leerse en sus páginas,
-En torno al "autonomismo argentino"-, las comillas están en el
título, lo transcribo completo, es extenso al gusto de este tipo de
escrituras, quizás mueva a algunos a pensar algo de esto de la
necesidad de las descripciones, de las precisiones, de las
determinaciones, de que cada cosa se defina como concreción textual. Y
de la utilización de un texto redactado así como forma de
determinación de campos, lo que lleva a oposiciones, a problematizar
la convivencia con aquello que es diferente, no antagónico. Salvo que
sí, que fuera en algo antagónico y entonces sí, debiera ser motivo de
responsabilidad de cada uno el tratar de ver de qué se trata. Julio.
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En torno al autonomismo argentino
http://www.dariovive.org
Martín Bergel
Introducción
Desde hace unos años se asiste en algunas partes del mundo a la
emergencia y aparente consolidación, en el horizonte de las
tradiciones consagradas de la izquierda, de un campo relativamente
difuso y difícil de delimitar: el de los autónomos. Aunque en su
configuración actual no es difícil advertir influencias más o menos
directas de constelaciones ya establecidas el anarquismo, el marxismo
consejista y/o libertario, los movimientos del ´68, ciertas
tradiciones comunitarias indígenas, el operaismo italiano-, su
reciente despliegue se enmarca en un ciclo histórico de la política
que reclama tratamiento específico. Su irrupción, en efecto, no puede
entenderse sin considerar la crisis general de las izquierdas que se
precipitó en torno a la caída del Muro y el eclipse de los socialismos
reales -crisis de incontables consecuencias que, conjugada con el
ascenso del neoliberalismo en todo el planeta, involucró no sólo a las
tradiciones leninistas y comunistas, sino también a las diversas
figuraciones de los modos de la política guevarista-guerrillerista,
socialdemócrata y nacional-popular-, ni tampoco su necesaria ubicación
histórico-social dentro de la problemática de la globalización, con su
estela de mutaciones en áreas tan diversas y sustantivas como el
trabajo, las comunicaciones, y el mismo Estado-nación.
También en los últimos años, sobre todo luego de la rebelión
popular que terminara con el gobierno del presidente argentino
Fernando de la Rúa en diciembre del 2001, puede constatarse la
presencia de un extendido juicio, muchas veces aparecido apenas bajo
la forma de una imagen o una intuición, que coincide en otorgar a
ciertas experiencias sociales y políticas desarrolladas en territorio
argentino un lugar prominente en ese reverdecer mundial de los
movimientos autónomos. La imaginación política de las izquierdas,
sobre todo las más afectadas por el ciclo abierto con el movimiento
altermundialista, se vio en efecto conmovida por el abigarrado
espectro de experiencias grupos piqueteros, asambleas barriales,
fábricas ocupadas por sus trabajadores, grupos de comunicación
alternativa y arte político- 1 que habían protagonizado el proceso
anterior y sobre todo posterior a diciembre de 2001. Con todo, esa
sospecha acerca de la contribución proveniente de la Argentina al
emplazamiento del campo mundial de los autónomos, ha tendido a
permanecer en ese estado sin el beneficio de exámenes más precisos. En
este texto, escrito en interioridad subjetiva al propio despliegue de
ese campo, me propongo desarrollar una primera aproximación que
historice el haz de cuestiones que suscita la noción, no exenta de
problemas, de autonomismo argentino.
El problema del nombre
Si la utilización de cualquier gentilicio lleva implícita siempre
la potencial violencia aplanadora y totalitaria de los lenguajes
unificadores, el caso que nos ocupa reclama a las palabras especial
delicadeza. Autonomismo argentino es un nombre económico de
presentación que inmediatamente, si pretendemos justicia para el campo
que designa, es necesario desbrozar. En la Argentina reciente se ha
desarrollado en efecto un conjunto de experiencias que o bien se
reconocen o son reconocidas, aún laxamente, dentro de las
orientaciones generales que guían al campo genérico de los autónomos.
Y, sin embargo, un primer obstáculo para su abordaje radica en la
dificultad de adjudicar a ese conjunto de experiencias un nombre
común. Se trata de una cuestión mucho más compleja de lo que aparece a
primera vista, y que conlleva profundas consecuencias políticas.
Un conocido militante de las más originales experiencias
autónomas de la ciudad de Rosario señala, parafraseando un texto
situacionista, que el autonomismo no existe; es sólo un invento de
los antiautonomistas. 2 Ciertamente, una paradoja trama el espacio de
los movimientos autónomos en Argentina: su consistencia interna y aún
su visibilidad son, por lo general, producidas desde su exterior. El
autonomismo comenzó a cobrar entidad como tal a partir de que en los
últimos años fue reconocido y vituperado por las izquierdas no
autónomas, en particular las partidarias. Los periódicos de los
partidos de izquierda, en particular los trotskistas, repetidamente
han construido la categoría de autonomismo, sólo para descalificarla.
Es que autonomismo argentino comporta, para quienes se ubican
en el espacio de la autonomía, una inocultable incomodidad. De un
lado, surge una distancia inmediata frente a las implicancias del
sufijo ismo. Para los militantes autónomos, no hay autonomismo,
sino prácticas de autonomía. 3 He allí un rasgo que, según hemos de
ver, configura una de las especificidades de los autónomos argentinos:
el reconocimiento de la superioridad epistemológica y política del
momento práctico, y el celo por la irreductible singularidad de cada
experiencia. 4 El autonomismo, entendido ahora como un conjunto de
premisas políticas, funciona a menudo apenas como un horizonte
implícito que brinda materiales para la acción, antes que como una
identidad política. En rigor, a este respecto es posible identificar
dos tipos de militantes autónomos. Por un lado, hay quienes en su
accionar político desarrollan prácticas afines al campo autónomo, pero
no tienen relación de identificación
alguna, ni teórica ni política-afectiva, con ese campo. 5 Por otro,
están quienes sí reconocen empatía, en mayor o menor medida, con las
tradiciones de la autonomía (sobre todo con el zapatismo). Pero aún
en este caso, la palabra autonomismo u otra identificación o
referencia definida tiende a ser rechazada.
Esa aprensión por los nombres, que nace de la radical sospecha
con que las experiencias autónomas argentinas juzgan cualquier atisbo
de ideología, merece algunas consideraciones. De una parte, es
indudable que ella surge del hastío que la sobreideologización de las
izquierdas partidarias ha producido en numerosos militantes. En
Argentina existe un verdadero sistema de partidos de izquierda que
configura una subcultura a menudo salvajemente parasitaria de
cualquier forma de movilización social. No casualmente muchas voces
han creído hallar en la existencia de esa subcultura parte de las
causas del debilitamiento de las energías sociales liberadas tras la
rebelión popular de diciembre del 2001. Frente a prácticas de captura
o de cooptación de algunos movimientos (las asambleas barriales o
algunos grupos piqueteros, por caso), en muchos militantes surge, casi
naturalmente, un rechazo por cualquier aspecto que aparezca como
ideológico. Por otra parte, esa relación tensa con las palabras surge
de un vínculo a menudo complejo entre teoría y práctica. Hay algunos
grupos o personas que, provenientes muchas veces de la Universidad,
aún sin integrar formaciones partidarias tienden a volcar lecturas en
ámbitos colectivos de un modo que genera asimismo desconfianzas. Es lo
que sucede con la utilización de algunas jergas, fácilmente remisibles
a autores como Gilles Deleuze o Toni Negri. La paradoja resultante
estriba en que la dimensión teórica que sobresale en muchos militantes
autónomos argentinos un rasgo que, en una mirada comparativa, hace
diferencia frente a culturas políticas de otras latitudes-, en su
despliegue en el espacio público militante retorna como sospecha
frente al teoricismo y la ya mencionada superioridad atribuida a las
prácticas. Y es que, finalmente, es en el terreno de las prácticas
donde se encuentra una de las mayores riquezas del autonomismo
argentino: la invención del piquete como forma de autoorganización de
los desocupados, el tejido de una red de fabricas de desocupados, o
la creación de una Cátedra Experimental de autoformación en la ciudad
de Rosario son sólo algunas muestras de ello.
El temor o la sospecha frente a ciertas inclinaciones que
potencialmente llevarían a entronizar una Iglesia autonomista
aparecen como legítimos, en tanto no es difícil observar de parte de
algunos militantes la repetición de posturas que, sin el beneficio de
exámenes críticos, devienen una suerte de recetario de lugares
comunes. Tal el caso, por ejemplo, de algunas intervenciones demasiado
adheridas a concepciones fijas de lo que debe entenderse por
horizontalidad, u otras que vuelven sobre remanidos argumentos
acerca del carácter siempre heterónomo de cualquier vínculo con los
grandes medios de comunicación. El privilegio de un pensamiento
inextricablemente ligado a las prácticas que sostienen los más
interesantes grupos autónomos aparece así como fuente de creatividad y
de heterodoxia. Si el término autonomismo, u otros semejantes, resulta
inhibidor de esa tendencia, su rechazo estaría plenamente justificado.
Con todo, esa dificultad de las experiencias autónomas
para auto-nominarse que debe computarse como un déficit en su
propia voluntad de darse su propia ley-, retorna, como veremos más
adelante, como uno de los principales escollos para su propio
desarrollo.
Las fuentes del movimiento autónomo
Si el propio campo autónomo encuentra tales dificultades de
autodefinición, ¿a qué referir su noción? Aquí opto por un concepto
amplio y laxo. El campo autónomo al que aludo refiere a un conjunto
inarticulado de experiencias sociales y de pensamiento cuyos primeros
orígenes no se remontan a más de quince o veinte años, pero que,
alimentado por procesos locales, nacionales y globales, se ha visto
intensificado en calidad, cantidad y visibilidad apenas en el último
lustro.
Una mirada en perspectiva a ese campo autónomo permite señalar
que su composición y características actuales se derivan de la
yuxtaposición y entrelazamiento de dos procesos históricos de diverso
orden. De un lado, un proceso histórico-social; de otro, uno que es
dable cernir desde una perspectiva propia de la historia intelectual.
Los movimientos y grupos autónomos en Argentina y muy probablemente
en otras partes del mundo- encontraron su génesis y su posterior
desarrollo en esa doble matriz.
La historia de la sociedad argentina durante el siglo XX
comporta una reconocida excepcionalidad que se destaca y recorta
frente a la mayoría de los países latinoamericanos. Argentina supo ser
un país de índices económicos y sociales inhallables en otras naciones
del continente. El capitalismo agroexportador que se terminó de
fraguar hacia 1880, centrado en la producción de carnes y cereales,
determinó el ingreso de ingentes capitales y recursos que permitieron
una acelerada modernización y el surgimiento de una poderosa clase
media. Ciertamente, a todas luces ese proceso estuvo desigualmente
repartido tanto en un nivel social como en otro geográfico la
hipertrofia de algunas ciudades, muy particularmente Buenos Aires, fue
un tema recurrente de la literatura crítica de ideas-; pero, de
conjunto, en las primeras décadas del siglo la economía argentina
podía preciarse de exhibir indicadores sólo parangonables a los de los
más poderosos países del mundo, al tiempo que
según la mirada de algunos historiadores- un conjunto de
instituciones surgidas tanto del Estado como de la sociedad civil
acababan por configurar un modelo societal democrático, participativo
y abierto para decenas de millares de personas a posibilidades reales
de ascenso social. 6 La crisis económica de 1929 trajo aparejada un
conjunto de fenómenos que superpuestos a otros de naturaleza política
leídos en clave de declive moral generalizado- ensombrecieron el
panorama recién descripto. Pero, aún así, el perfil de la sociedad
argentina no se resquebrajó; antes bien, el surgimiento del peronismo
en la década del ´40 aseguró una radical profundización de los
alcances de la ciudadanía social que determinó un modelo de sociedad
particularmente integrada. Y aunque los avatares de la historia
política avanzaron por carriles de una virulencia suficientemente
aguda como para ser descripta por un afamado historiador en términos
de una larvada guerra civil, 7 hasta 1976 la Argentina siguió
siendo un modelo de sociedad salarial de sesgo redistributivo que
sobresalía en el concierto latinoamericano por sus altos niveles de
cohesión social.
La dictadura del ´76, además de aplicar sistemáticamente el
terror estatal, dio inicio a una radical transformación socioeconómica
que acabó por reconfigurar brutalmente a la Argentina. Y si el cariz
de un Estado benefactor y una sociedad dinámica extensamente
desarrollados resultaban excepcionales en el contexto continental, el
ciclo neoliberal que se abrió en ese momento y se continuó con los
gobiernos democráticos subsiguientes resultó también singularmente
intenso, aunque esta vez en un sentido inverso. Fue sobre todo durante
la presidencia de Menem (1989-1999) cuando alcanzó a consumarse lo que
Maristella Svampa ha llamado la gran mutación: la violenta caída de
una sociedad que encontraba en trágica ironía el destino sudamericano
que algunas voces de antaño habían vislumbrado como llave de redención
social. La latinoamericanización de la Argentina encontraba su
realización en el reverso de lo anhelado por importantes corrientes
intelectuales y políticas del
pasado. 8
Los rasgos más salientes de ese proceso pueden sintetizarse en el
advenimiento de una inédita tasa de desempleo (que llegó a rondar,
según cifras oficiales, el 20%), piedra de toque de la marcada
pauperización de los sectores populares, y de una también notoria
caída de las clases medias. 9 De conjunto, al decir de Svampa, las
transformaciones de los ´90 desembocarían en un inédito proceso de
¨descolectivización¨ de vastos sectores sociales. 10 Ese proceso
encontraría su clímax en la crisis social y política del 2001.
Este marco de deterioro de las condiciones materiales de vida de
amplias capas de la población, sobredeterminado por la crisis radical
de legitimidad del conjunto de las élites políticas sobrevenido con la
crisis del 2001 y el descrédito de un conjunto de instituciones cuyo
papel central en la historia argentina le había otorgado un papel
crucial en la estructuración de relaciones sociales jerárquicas y
verticales (fundamentalmente, los poderosos sindicatos de tradición
peronista, aunque también, de modo más complejo y no unívoco, el
ejército y la Iglesia), explican el escenario de surgimiento y
potenciación de movimientos sociales y grupos de sesgo más o menos
autónomo. La retirada del Estado iniciada en 1976 y potenciada
durante el menemismo tuvo efectos ambivalentes: si de un lado dejó en
el desamparo social a millones de personas, de otro las liberó de
constricciones sociales y políticas. El debilitamiento relativo de la
identidad peronista, durante décadas indeleblemente presente en el
conjunto de los sectores populares, contribuyó también a que ello
aconteciera. 11 (Todo esto debe no obstante relativizarse en vistas de
la capacidad de reproducción, en las nuevas condiciones de crisis y
descomposición social, de una lógica de producción de relaciones
sociales de dominación absolutamente medular para entender la realidad
argentina y latinoamericana: la del clientelismo, que tanto en las
provincias del Interior como en los barrios populares del Gran Buenos
Aires continúa siendo una matriz clave para la maquinaria tanto
estatal como de los aparatos sindicales y partidarios). En suma, fue
ante los resultados generados por un triple proceso: el desguace de un
Estado social de importante desarrollo, el avance implacable de
lógicas de polarización y exclusión social generadas por la
penetración e intensificación del poder desestructurador del mercado
impulsadas por el proceso de globalización capitalista de las últimas
décadas-, y la distancia respecto a los políticos, crecientemente
percibidos como una corporación autocentrada en sí misma e incapaz de
resolver los problemas cotidianos de la gente, que cobró vida desde
fines de los ´90 una miríada de experiencias de autoorganización
social. En condiciones de crisis social y de profunda desconfianza en
las mediaciones institucionales y partidarias, se extendió de modo a
veces imperceptible un clamor de autoprotección y de necesidad, a
veces desesperada, de recreación autónoma de lazos sociales. Así,
frente al proceso de radical descolectivización de los años ´90 se
irguió un caudal de energía y creatividad social destinado a
recomponer espacios en los que la vida fuera posible. He aquí el
origen de las más interesantes prácticas e invenciones sociales que
dieron cuerpo a muchos de los movimientos y grupos autónomos.
Pero ese proceso se solapó a otro de distinto orden. En los
últimos veinte años en la Argentina surgieron numerosas experiencias
(revistas, agrupaciones surgidas en la Universidad, colectivos de
pensamiento o de investigación militante) que, ubicándose a distancia
crítica de las tradiciones de izquierda heredadas, vinieron a
alimentar renovadamente un pensamiento autónomo. Algunas de esas
experiencias, sobre todo las más recientes, son protagonizadas por
gente joven que inició su socialización política directamente en
formaciones de ese tinte (tal el caso ejemplar de la Cátedra
Experimental de Producción de Subjetividad de Rosario). Pero la
mayoría exhibe una característica diferente: la de estar animadas por
ex militantes de partidos de izquierda u organizaciones políticas de
los años ´70.
En efecto, muchas de esas experiencias surgieron de un balance
crítico y un ajuste de cuentas (implícito o explícito) con las formas
políticas hegemónicas en las izquierdas de Argentina y el mundo.
Quienes tras las derrotas de los ´70 y los efectos del colapso de los
socialismos reales en los años ´80 persistieron en sostener una
voluntad política, comenzaron a destilar, del análisis de los modelos
perimidos, nuevas ideas y orientaciones para la praxis política. La
forma partido apareció entonces en el banquillo de los acusados, tanto
por considerarse agotada como dispositivo activo de intervención como
por promover en su interior relaciones sociales alienantes y basadas
en la disciplina. 12
Muchos de esos grupos acompañaron de lecturas heterodoxas su toma
de distancia respecto de las tradiciones organizacionales y políticas
de la izquierda. Más aún, esas lecturas a menudo se convirtieron en la
práctica específica que dio sentido a las agrupaciones y colectivos de
personas en su tránsito post-partidario. La ruptura con una
organización disciplinada y que pautaba al detalle el cuadro general
de la vida de sus militantes con frecuencia resultó traumática. De
allí que la salida de un partido a menudo determinó el abandono de
toda actividad política. Pero también pudo significar la apertura a
una curiosidad nueva que debía colmarse con ideas también nuevas.
La cultura política e intelectual argentina predispuso que ese
caudal de lecturas que sirvió de soporte en la búsqueda de
orientaciones ante la crisis de los modelos partidarios proviniera, en
gran parte, del posestructuralismo francés. Argentina había sido ya
sitio privilegiado de recepción de la obra de Louis Althusser. Los
años ´80 y ´90 asistieron en cambio a una proliferación de núcleos de
lectura de autores como Foucault, Castoriadis, Deleuze y Badiou. Todos
ellos contribuyeron a horadar las antiguas certidumbres de los
militantes llegados de la izquierda partidaria, al tiempo que abrían
continentes teórico-prácticos nuevos que eran recibidos como bocanadas
de aire fresco. 13
La obra de Michel Foucault gozó de una temprana recepción en
algunos círculos intelectuales argentinos de comienzos de los años
´70. Pero fueron los textos que configuraron un acceso novedoso a la
problemática del poder -especialmente Vigilar y Castigar, de 1975-,
los que pudieron ser leídos e incorporados en relación a la coyuntura
política latinoamericana. Foucault fue para muchos la vía privilegiada
de acceso al eje ciego de la ortodoxia izquierdista, la cuestión del
poder. Y en ese sentido su lectura abonó un uso que podía precipitar
tanto una crisis del marxismo y un abrazo de las democracias
liberales realmente existentes que retornaban en el cono sur a
mediados de los ´80, como otro que antes que desestabilizar por entero
al marxismo lo obligaba a renovarse. 14
Ahora bien, si las lecturas de Foucault salpicaron
desordenadamente diversos espacios de recepción, hasta aterrizar
incluso en sede académica, las revistas y grupos que surgieron y se
organizaron en función de leer a Castoriadis, Deleuze o Badiou fueron
más compactos y a la vez autónomos respecto a las instituciones
formales, y por ello más enfocados a un horizonte de praxis política
(en diversos grados y formas). En ocasiones, sus intervenciones
tendieron a adherirse a las perspectivas, conceptos y hasta jergas de
alguno de esos autores, transformado en gurú intelectual y hasta
objeto de culto. Castoriadis resultó importante para muchos ex
militantes de organizaciones trotskistas por provenir él mismo de una
agrupación de ese signo. Algunos de sus textos de la etapa de
Socialisme ou Barbarie resultaron un insumo estimulante para quienes
pretendían seguir pensando en la necesidad de la (auto)organización de
los trabajadores y otros grupos sociales. 15 Deleuze en cambio
ofreció algunas herramientas de pensamiento para tematizar
cuestiones prácticas novedosas, como la de las redes. Badiou, más
riguroso en términos filosóficos y por ello más difícil de abarcar,
sobre todo en los últimos años supo brindar, en grupos de estudio, en
sucesivas visitas y a través de la infatigable labor de la revista
Acontecimiento (difusora local de su pensamiento), un arsenal de
conceptos para pensar la política como esfera irrenunciablemente
autónoma, así como para reproponer una teoría del sujeto y, en un
terreno un poco menos abstracto, desplegar las categorías propias de
una praxis radicalmente crítica de la noción de representación.
En esta historia de recepciones político-intelectuales debe
computarse un lugar de primer orden al impacto del zapatismo. De
diversos modos, las transformaciones en los modos de pensar la
política generadas tras la irrupción del EZLN y de la voz del
Subcomandante Marcos en el espacio público global, atravesaron un
conjunto significativo de grupos universitarios, colectivos y
movimientos sociales. 16 En Argentina, como en otras partes del mundo,
la palabra zapatista vino acompañada de la de una serie de
intelectuales que apoyan e impulsan el proceso de renovación de las
izquierdas inaugurado con el levantamiento del EZLN en 1994. Entre
otros, deben mencionarse aquí a Ana Esther Ceceña y, sobre todo, a
John Holloway. Quien esto escribe recuerda el profundo impacto causado
por este autor en una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires, en 1995. Holloway proponía allí al
zapatismo como la vía de acceso no sólo a un nuevo universo
teórico-práctico, sino a una ética militante que tomaba distancia del
modelo sacrificial dominante en las tradiciones de la política
setentista aún muy presentes en las formaciones de izquierda. Las
palabras de Emma Goldman con las que Holloway elegía culminar su
alocución (si no puedo bailar no quiero ser parte de tu revolución!)
eran testimonio de la apertura a una nueva sensibilidad en las
relaciones sociales y políticas de la militancia de izquierdas. 17
Posteriormente, su conocida obra Cambiar el mundo sin tomar el poder
alimentó nuevos debates y tomas de posición dentro del creciente campo
político antiestadocéntrico.
Finalmente, un capítulo también importante en esta travesía se ha
configurado en torno al influjo reciente de la constelación
post-operaista italiana. Esa tradición, que tiene en su centro a Toni
Negri, era ya conocida por algunos grupos en Argentina al menos desde
los primeros años ´80. Entre otras, las revistas Praxis y El
Rodaballo, impulsadas por Horacio Tarcus, en su afán de renovar el
marxismo difundieron la obra de Negri. Pero fue a partir de la
explosión generada por las polémicas suscitadas por el libro Imperio
de Negri y Hardt que esta corriente alcanzó importante presencia.
Paradójicamente, fue el éxito editorial de esta obra el que colaboró
en descentrar en esa franja a la figura de Negri, lo que permitió que
en los últimos años otros autores como Maurizio Lazzarato, Sandro
Mezzadra, Franco Berardi (Bifo) y Paolo Virno comenzaran a conocerse.
De todos ellos, además de Negri, ha sido la filosofía política de
Virno la que ha dejado una más acusada impronta.
18 Con todo, más allá de algunas cuestiones tales como la apelación
a investigar la composición actual del trabajo vivo en función de
extraer de su naturaleza contemporánea nuevas orientaciones para su
organización, 19 el rechazo genérico por las tradiciones
nacional-estatistas o, en menor medida, un horizonte normativo que
impele a un tiempo a resguardar el carácter irreductible de las
singularidades sin perder de vista la tarea de trabajar el común (de
un modo que evite una pura filosofía de la diferencia; tal el cometido
esencial del concepto de multitud que, como recuerda Virno, no se
contrapone al Uno, sino que lo redetermina), 20 cuesta encontrar los
trazos concretos de la influencia post-operaista. Salvo algunos
intentos que por adoptar aproximaciones demasiado literales del
enfoque y el lenguaje de Negri tienden a encorsetar en categorías
rígidas los procesos sociales reales, no es dable hallar demasiadas
tentativas que exploren los más originales caminos abiertos por esta
corriente, tales como las investigaciones acerca de la presunta
hegemonía del trabajo inmaterial en el capitalismo posfordista, o la
pesquisa acerca de la materialidad de los sujetos llamados a
desarrollar una globalizzazione dal basso (globalización desde abajo).
21 Incluso las hipótesis más recientes de Negri acerca de un supuesto
nuevo pacto entre movimientos sociales y gobiernos progresistas en
Latinoamérica han tendido a tener escasa influencia. 22
En fin, sin dudas otras capas más tenues de lecturas
contribuyeron también a configurar una corriente de pensamiento
autónomo. Y lo interesante es que, si parte sustancial de este
conjunto de prácticas teóricas se originó en colectivos y grupos
provenientes de la Universidad o de las clases medias, una serie de
canales diversos permitió cierta circulación de ideas en algunos
movimientos sociales populares de base. Desde talleres de
(auto)formación a prácticas específicas de composición entre
colectivos de investigación-militante y diferentes experiencias
sociales y políticas (prácticas propiciadas ejemplarmente por el
Colectivo Situaciones), 23 pasando por la Ronda de Pensamiento
Autónomo (un espacio de reunión y debate mensual de experiencias de
muy diversa índole que aceptan compartir problemas y preguntas comunes
en la tarea de construir la autonomía) y el peregrinaje más
asistemático de ciertas nociones a través de medios de comunicación
alternativos, un abanico
de formas de contacto e hibridación de culturas políticas permitió
que al menos parte de los autores e ideas antes referidos permeen la
actividad de algunos movimientos. En esas zonas de hibridación, donde
acontece más cabalmente el ensamble de las dos matrices de origen de
los movimientos autónomos (la social y la intelectual), vieron la luz
algunas de las formaciones más interesantes del autonomismo
argentino. 24
Singularidades
En el recorrido necesariamente sintético del impacto del
conjunto de autores y referencias que incentivaron el surgimiento de
una corriente de pensamiento autónomo, hemos bordeado los contornos de
una problemática de honda presencia en la cultura de izquierdas del
continente: la que ha alcanzado su mayor densidad teórico-política en
los meandros del concepto de marxismo latinoamericano. Esta categoría
encierra y sintetiza, en los dos términos que la componen, las
tensiones derivadas de las complejidades del aterrizaje en América
Latina de ideas y doctrinas originadas en otras realidades,
fundamentalmente europeas. En rigor, esta cuestión involucra no sólo a
las ideas de izquierda ni se reduce al siglo XX, sino que abarca al
entero asunto de las doctrinas políticas y sociales del continente en
la Modernidad, en un problema que el crítico brasilero Roberto Schwarz
ha denominado el de las ideas fuera de lugar. 25
Frente a esta cuestión, la cultura de izquierdas latinoamericana
del siglo XX supo adoptar posiciones polares: si en su inicio, en
época de hegemonía del positivismo, tendió a reprisar los desarrollos
europeos sin atender a las especificidades locales (y así el marxismo,
inficionado de positivismo evolucionista, arribó a estas costas
adherido a postulados mecanicistas generados en Europa), desde los
años ´20 y ´30 ese prisma tendió a invertirse, hasta acabar, ya en la
segunda mitad del siglo, cuando la hegemonía cultural se había
desplazado a un nacional-populismo que teñía el entero campo político
del continente, en la sospecha y la inquina frontal ante las ideas
provenientes de Europa. Entre ambos, lo mejor del pensamiento de
izquierda adoptó una postura creativa, que no por enfocar las
especificidades locales y nacionales dejó de pensar al interior del
horizonte más vasto de la necesidad de una emancipación universal
(antes bien, acaso precisamente para mejor captar las singularidades
latinoamericanas se sirvió de lo más avanzado y novedoso del
pensamiento contemporáneo mundial). Como se sabe, la figura que más
cabalmente expresó este movimiento de ideas fue el peruano José Carlos
Mariátegui, y de allí que la invención de un marxismo latinoamericano
(igualmente atento a los dos polos de la ecuación) tienda a remitirse
a su nombre. 26
Pues bien: la recepción del conjunto de referencias teóricas que,
provenientes sobre todo de Europa, alimentaron un campo autónomo en
Argentina, actualiza de algún modo las tensiones y complejidades que
se presentaron históricamente en torno a la problemática del marxismo
latinoamericano. Puede decirse incluso que las actitudes polares
recién mencionadas vuelven a hacerse presentes en el caso que nos
ocupa. Aquí también, como hemos mencionado ya, algunos usos de
categorías y jergas han producido análisis que, sino estériles, a
menudo no han logrado desmarcarse del efecto de rechazo que los
lenguajes encapsulados generan fuera del circuito que les da origen. Y
aquí también, y de modo tanto más extendido, la pervivencia de una
estructura de sentimiento nacional-populista reactiva frente a las
novedades del pensamiento contemporáneo ha producido una suerte de
bloqueo tradicionalista que ha obturado la extensión de ese
pensamiento. 27
Pero también aquí, replicando el gesto mariateguiano de mixtura
creativa de elementos locales y pensamiento contemporáneo, una serie
de experiencias híbridas (en el sentido de una apertura a distintas
constelaciones político-intelectuales) ha favorecido el surgimiento de
un abanico de invenciones teórico-prácticas que ha dado cuerpo a lo
mejor y más singular del campo autónomo argentino. Hemos mencionado ya
a las más importantes y masivas invenciones prácticas: los piquetes,
las asambleas, la ocupación de fábricas. Cabe mencionar otras menos
conocidas pero acaso incluso más originales. 28 Pero además de ellas,
es posible abstraer una serie de desarrollos y postulados teóricos de
los cuáles se destilan las más singulares contribuciones de eso que, a
riesgo de hipóstasis, convenimos en llamar pensamiento autónomo
argentino:
Un pensamiento situacional. Como hemos mencionado ya, un rasgo que
exhiben algunas de las trayectorias más interesantes y productivas del
pensamiento autónomo es la del desarrollo de hipótesis singulares
encadenadas al despliegue de prácticas también singulares. Pensar en
situación es despojarse hasta donde sea posible de los saberes
heredados. Esta epistemología militante, en palabras de Franco
Ingrassia, lleva implicada una relación muy pragmática y activa entre
los conceptos y las intervenciones. 29 Estas premisas se han
desarrollado en el trabajo de diversas experiencias de investigación
militante, la más conocida de las cuales es la que lleva a cabo
sostenidamente desde hace varios años el Colectivo Situaciones. Las
prácticas de escritura que llevan a cabo se encuentran atadas
singularmente a las prácticas, al punto que la propia distinción entre
teoría y práctica idealmente queda suspendida. 30 Situaciones ha
construido así un camino fructífero (que ha dado origen a numerosos
libros y publicaciones, muchos de ellos surgidos a partir de prácticas
de composición con experiencias sociales y políticas singulares), en
polémica con las perspectivas llamadas extrasituacionales: ya las de
la militancia tradicional de izquierda, ya las de los científicos
sociales académicos, que a pesar de sus diferencias comparten una
misma mirada exterior a las experiencias sociales que acaba por
objetualizarlas y restarles potencia. Con todo, este pensamiento
interior a las prácticas no es exclusivo del Colectivo Situaciones, y
de allí que pueda decirse que configura quizás el rasgo más notorio de
las experiencias de pensamiento autónomo en Argentina. 31
Estado técnico-administrativo. Este concepto proviene de la
extremamente sugerente deriva de pensamiento de Ignacio Lewkowicz,
probablemente quien con mayor rigurosidad y creatividad estaba
meditando desde Argentina las mutaciones acaecidas en la escena
contemporánea. 32 El Estado en la contemporaneidad se halla
desfondado, roto. Esto no quiere decir que haya dejado de existir,
sino que las instituciones que lo habían transformado en el actor
central de la Modernidad han perdido su eficacia. Y junto con ellas,
se han desquiciado también la subjetividad propia de la era estatal
(la ciudadanía nacional) y el discurso que la instituía (la historia
nacional). Todo ello acontece porque nos es dado habitar lo que
Lewkowicz denomina la era de la fluidez. Un tiempo en que la
operatoria tanto del mercado como de las maquinarias de la información
y la opinión han pulverizado la consistencia del lazo social estatal
moderno. 33
Nuevas formas de subjetivación. Pero lo más original del
pensamiento de Ignacio Lewkowicz, aquello que conecta más directamente
con el pensamiento situacional de varios núcleos de la militancia
autónoma en Argentina, tiene que ver con las modalidades que adoptan
las estrategias de subjetivación contemporáneas. Hoy, cuando todo lo
sólido de la Modernidad se disuelve en el aire, han cambiado también
las operaciones relativas a la búsqueda de la emancipación. Si en
tiempos de solidez del lazo social y de una lógica de la dominación
fundada en el Estado moderno la política crítica debía subvertir,
romper, revolucionar el orden establecido, en la era de la fluidez se
trata de lo contrario: allí donde domina la liquidez y la
inestabilidad, las formas de subjetivación que pretendan producir
formas de vida otras en el vendaval capitalista deben re-ligar,
componer, incluso desacelerar el tiempo desquiciado de la
contemporaneidad. 34 En palabras de Franco Ingrassia, de lo que se
trata es de poder generar, en un contexto de dispersión, formas de
cohesión alternativas a las generadas por los circuitos de
valorización del capital. En este sentido, las prácticas militantes se
reformulan, centrándose en la constitución de secuencias autónomas de
reproducción de la vida social. 35
Límites
El campo de experiencias autónomas que hemos abordado presenta una
serie de limitaciones cuyos efectos no pueden dejar de hacerse notar.
Cabe indicar aquí el modo en que las asambleas barriales surgidas
luego de diciembre de 2001 entraron en una fase de declive pronunciado
que vino a desmentir el potencial subversivo que se había adivinado en
ellas, o los modos en que muchos movimientos, sobre todo piqueteros,
pudieron ser cooptados por la maquinaria estatal. De esas
limitaciones, aquí nos detendremos apenas en una, a nuestro juicio
central para entender la debilidad relativa del campo autónomo en el
conjunto de fuerzas sociales y políticas que diagraman el escenario
argentino actual. 36
Hemos mencionado anteriormente la dificultad del conjunto de
experiencias autónomas para presentarse en sociedad con un nombre
común. En torno a este asunto radica una diferencia sustantiva frente
a configuraciones autónomas de otras latitudes: a diferencia del
zapatismo o de los movimientos sociales de la autonomía italiana, las
experiencias argentinas adolecen de la falta de un discurso capaz de
apuntalarlas en el espacio público; un discurso que sirva como
propagador de un imaginario que por su propia existencia impulse la
multiplicación de nuevas experiencias, y que además retorne como
factor de empoderamiento a los proyectos autónomos. La ausencia
relativa de un sentimiento compartido que signifique al campo
autónomo argentino como una comunidad en marcha, facilita la
dispersión y el carácter episódico de algunas iniciativas basadas en
la autoorganización de lo social y en la horizontalidad. 37
Desdoblemos esta tesis. En un primer nivel, las significativas
contribuciones del pensamiento autónomo que hemos atisbado, tienen un
eco y un alcance limitado. Si han tenido una circulación en algunos de
los movimientos que hemos mencionado, no han siquiera rozado a muchos
otros. De allí la rareza de experiencias que han resultado innovadoras
en un terreno práctico, pero que siguen presas de representaciones e
identidades heredadas (mencionamos ya la paradoja de fábricas
recuperadas de obreros autoorganizados que sin embargo siguen siendo
partícipes de un imaginario peronista). En suma, mientras en un
terreno práctico algunos movimientos asambleas, fábricas, piqueteros,
escraches- han encontrado importante capacidad de propagación y
contagio, la ausencia de un arsenal de conceptos y miradas compartidas
38 (reverso del resguardo de lo singular y del énfasis en lo
local/situacional de las más interesantes trayectorias de pensamiento
autónomo) debilitó la capacidad de
generación y generalización de una nueva auto-representación de
muchos de esos movimientos.
Un segundo nivel permite en efecto comprobar que esa ausencia
relativa de un conjunto de conceptos difundidos y generalizados en las
experiencias de autoorganización se acompaña de la presencia tenue o
casi inexistente de una narrativa que instale en el espacio público la
historia, los hitos y las perspectivas futuras del proyecto de la
autonomía en Argentina. Resulta sintomático de esa carencia la cuasi
invisibilidad en que transcurrió a fines de 2006 el quinto aniversario
de la rebelión popular que derribó al gobierno de Fernando de la Rúa y
permitió soñar con la posibilidad de consumación del viejo anhelo de
una autogestión generalizada de lo social. Esa rebelión, en la que
participaron centenas de miles de personas, parece haber evaporado sus
marcas del cuerpo de la sociedad.
Y es que, junto a la ausencia parcial de una narrativa común
capaz de inscribir su sello en los estratos de memoria y en las luchas
por la significación que atraviesan a la sociedad argentina, la
rebelión popular del 2001 y, más específicamente, el conjunto de los
movimientos y grupos autónomos, carecieron relativamente de una
dimensión que, si podía ser ya crucial para la política moderna de
comienzos de siglo XX, parece serlo tanto más hoy. Las narrativas que
tienen vocación proyectiva suelen culminar en un horizonte voraz de
futuro que se configura bajo la forma del mito. Como quería
Mariátegui, y como lo saben también los grupos que otorgan centralidad
a la dimensión mitopoiética de las luchas (como el colectivo de
comunismo literario italiano Wu Ming), todo movimiento o ciclo
político que se quiera vivo debe alimentar su curso biográfico de un
mito, entendido como la dimensión imaginaria que proyecta una emoción
común capaz de generar un círculo virtuoso de
identificaciones parciales e incitaciones compartidas a la acción
entre grupos y personas singulares. Esa sensación de pertenecer a una
comunidad de iguales de potencia siempre incrementada, que en las
reverberaciones contemporáneas de la autonomía italiana se presenta
bajo el nombre de multitud y que ha estado presente también en la
producción simbólica zapatista al menos en sus momentos de mayor
fulgor, no es igualmente detectable en los movimientos autónomos
argentinos.
A modo de conclusión: el lugar de los movimientos autónomos en la
tradición política argentina y latinoamericana
Subsiste entonces un dilema que atraviesa no solamente al campo de
la autonomía en Argentina: ¿cómo producir esa dimensión imaginaria y/o
mitopoiética sin caer en ideología? ¿Cómo preservar la singularidad
irreductible de las prácticas, que aparece como uno de las fuentes de
creatividad de los autónomos argentinos, promoviendo al mismo tiempo
una narrativa de empoderamiento común? Al parecer, apenas tenemos
algunas sugerencias para algo parecido a una respuesta a estos
cruciales interrogantes. Tal por ejemplo las indicaciones que
provienen de conceptos como el de red difusa, del Colectivo
Situaciones, o, en otra vena, la apelación no exenta de ironía- a un
retorno a un leninismo deseante del militante autónomo malagueño
Javier Toret. O, también desde un ángulo muy distinto, los
señalamientos de Wu Ming acerca de cómo evitar que los mitos devengan
fetiches (impidiendo que muten de baterías de energía social a
herramientas de instrumentalización heterónoma al servicio de nuevos
líderes o formaciones semejantes). 39 En fin, se trata de cuestiones
que permanecen abiertas, y que probablemente habrán de hallar
respuesta en experimentos prácticos antes que en conceptos. La Otra
Campaña zapatista tal vez ha sido la apuesta más ambiciosa en este
sentido, pero su suerte parece haber sido menos auspiciosa de lo
esperado.
Con todo, aún con sus debilidades e intermitencias, el campo de
movimientos autónomos emergente en Argentina y América Latina puede
estar llamado a ocupar un lugar de peso en la historia de las
tradiciones políticas del continente. Y ello porque su presencia
remueve no solamente aspectos enquistados en el campo de las
izquierdas, relanzando un proyecto emancipatorio a la altura de los
valores más altos de la Modernidad, sino, más decisivamente, porque la
imaginación democrático-radical que trae consigo embiste contra
aquello que puede considerarse el núcleo duro de la cultura política
latinoamericana. Los movimientos autónomos en Argentina y en América
Latina han venido a interrumpir la matriz estadocéntrica y las lógicas
autoritarias que se derivan de ella. Ciertamente, desde la irrupción
del zapatismo se ha avanzado mucho en este sentido, pero el camino a
recorrer es todavía arduo.
El campo de los movimientos autónomos tiene así una preciosa
tarea histórica por desarrollar: la de contribuir al combate del
conjunto de rasgos que configura con inusitada fuerza el tronco
principal de la política del continente (un tronco que tiene sus
versiones de izquierda y de derecha): clientelismos, estatismos,
caudillismos, nacionalismos. Si tiene éxito aunque sea relativo en
esta tarea de desmontaje de estas rocas duras de la política
latinoamericana, habrá realizado sino una revolución social una
verdadera revolución político-cultural.
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1 Este texto tiene una pretensión histórico-problemática
antes que descriptiva, y por eso me limito aquí a una mención rápida
de los grupos autónomos y los movimientos sociales enrolados en la
rebelión popular de 2001 (por otra parte suficientemente estudiados
por una abundante bibliografía reciente). Los movimientos piqueteros,
nacidos en algunas localidades del interior del país en 1996 y
desarrollados sobre todo posteriormente en el conurbano de la Capital
Federal, surgieron como una respuesta organizada ante el fenómeno de
la desocupación de masas que advino durante el gobierno de Carlos
Menem. Actualmente hay decenas de grupos y movimientos piqueteros,
aunque la hábil política mixta de cooptación y aislamiento y/o
represión llevada a cabo por el gobierno de Néstor Kirchner ha tendido
a debilitar al entero espacio piquetero. Sólo una porción menor de
esos movimientos, por otra parte, es habitualmente relacionada al
campo de los grupos autónomos. La mejor
radiografía histórico-social del surgimiento y características del
conjunto de movimientos piqueteros se encuentra en Maristella Svampa y
Sebastián Pereyra, Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las
organizaciones piqueteras, Buenos Aires, Biblos, 2004 (2da. edición
ampliada). Sobre el MTD de Solano, el grupo piquetero más identificado
con el proyecto de la autonomía, véase Colectivo Situaciones y MTD de
Solano, Hipótesis 891. Más allá de los piquetes, Buenos Aires, De Mano
en Mano, 2002. Las asambleas barriales surgieron en las grandes
ciudades argentinas como continuación directa de las movilizaciones
que derribaron al gobierno de Fernando de la Rúa y mantuvieron en vilo
a la entera clase política por varios meses. En los primeros meses de
2002, en su momento de mayor fulgor, superaron las 150 en todo el
país, con una media de gente que osciló inicialmente entre las 50 y
las 200 personas. Pero miles de personas, muchas sin experiencia
política previa, pasaron ya sea brevemente por esos encuentros
semanales en los que se discutía sobre temas que involucraban asuntos
que iban desde lo barrial hasta lo nacional. Su importancia
cualitativa puede captarse en las reveladoras declaraciones del ex
presidente Eduardo Duhalde, quien a comienzos de su gobierno, en 2002,
llegó a desafiarlas públicamente al afirmar que no se puede gobernar
con asambleas. Las asambleas barriales se destacaron por el
indoblegable celo con el que custodiaron la horizontalidad en la toma
de decisiones. Hoy apenas sobrevive un puñado de ellas, con una
participación muy menguada, pero su herencia puede observarse en otros
movimientos sociales que han adoptado muchos de sus rasgos (por
ejemplo, movimientos barriales contra la especulación urbana y la
construcción de megatorres). El mejor análisis problemático de la
experiencia de las asambleas barriales puede hallarse en Ezequiel
Adamovsky, El movimiento asambleario en la Argentina: balance de una
experiencia, en El Rodaballo, no. 15, invierno 2004. Véase, también,
Hernán Ouviña, Las asambleas barriales. Apuntes a modo de hipótesis
de trabajo, en Revista Theomai, Universidad de Quilmes, número
especial, invierno de 2002; y Martín Armelino, Germán Pérez y Federico
Rossi, Entre el autogobierno y la representación. La experiencia de
las asambleas en la Argentina, en Federico Shuster, Francisco
Naishtat, Gabriel Nardacchione y Sebastián Pereyra (comps.), Tomar la
palabra. Estudios sobre protesta social y acción colectiva en la
Argentina contemporánea, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005. La toma
y recuperación de fábricas por sus propios trabajadores se inició con
anterioridad a la rebelión del 2001, pero se potenció con ésta. Aunque
cada una de las fábricas sin patrón -más de 160 en todo el país-
reconoce una historia y una trayectoria singular, en todas se destaca
el énfasis en la autoorganización del trabajo. Habiendo obtenido
algunos importantes éxitos legales que permitieron la expropiación
parcial o plena de las instalaciones o instrumentos y maquinaria de
trabajo, de los tres pilares de los movimientos del 2001 el de las
fábricas es probablemente el que goza de mejor salud (ello pasando
por alto un sinnúmero de problemas organizativos, legales y políticos
en cada una de ellas). V. Eduardo Magnani, El cambio silencioso.
Empresas y fábricas recuperadas por los trabajadores en la Argentina,
Buenos Aires, Prometeo, 2003; Julián Rebón, Desobedeciendo al
desempleo. La experiencia de las empresas recuperadas, Buenos Aires,
Picasso-La Rosa Blindada, 2004; y colectivo lavaca, Sin Patrón.
Fábricas y empresas recuperadas por sus trabajadores. Una historia,
una guía, Buenos Aires, Cooperativa de Trabajo lavaca, 2004.
Finalmente, cabe anotar la existencia de un conjunto de colectivos y
experiencias contraculturales, de investigación militante y de
comunicación alternativa, provenientes muchas veces de la Universidad,
y que, coaligados a
algunos de los movimientos sociales populares, han alimentado con
ideas y prácticas el área autónoma. El origen de algunas de esas
experiencias es narrado por Raúl Zibechi en Genealogía de la revuelta.
Argentina: la sociedad en movimiento, La Plata, Letra Libre, 2003.
Este mapa sumario y necesariamente no exhaustivo de los más
importantes movimientos sociales que tanto han sostenido prácticas de
autoorganización y horizontalidad como impulsado un pensamiento
autónomo puede completarse de muchos modos. Aquí opto por mencionar
algunas experiencias muy recientes, como las Asambleas ambientales que
en varios lugares del país han mantenido un sostenido y a menudo
exitoso combate contra empresas multinacionales -la mayoría, ligadas a
la minería- que pretenden instalarse en las cercanías de pequeñas
ciudades del interior (los casos más resonantes son los de
Gualeguaychú y Esquel); o, en un registro muy diverso, la singular
experiencia de autoformación e investigación militante de la Cátedra
Experimental de Producción de Subjetividad de la ciudad de Rosario
(véase www.catedrasubjetividad.com.ar).
2 Entrevista a Franco Ingrassia, Buenos Aires, 1 de octubre de 2006.
3 Entrevista a Karla Castelazzo, militante de variadas
experiencias autónomas, en la Universidad y en el movimiento
asambleario, Buenos Aires, octubre de 2006.
4 Ese sesgo ha alcanzado estatuto no sólo práctico sino también
teórico a través del sostenido trabajo del Colectivo Situaciones, a
cuya proyección internacional se deben buena parte del conocimiento y
las imágenes que se tienen del autonomismo argentino. Con todo, ese
privilegio de la singularidad de cada experiencia práctica no es
exclusivo de Situaciones sino que es patrimonio de la mayoría de los
autónomos argentinos.
5 Tal es la situación probablemente predominante en la mayoría de
los grupos y experiencias que aquí consideramos dentro del campo de
los autónomos. Ejemplarmente, es el caso de muchos de los trabajadores
de las fábricas recuperadas, o de los militantes de la Asamblea
Ambientalista de Gualeguaychú. Las prácticas de autoorganización y
horizontalidad que llevan a cabo en muchos casos no han llegado a
astillar sus identidades políticas. Muchos de ellos, por caso,
continúan considerándose peronistas. Resulta sintomático de esta
situación la siguiente anécdota referida por Patricio Mc Cabe, otro
militante autónomo histórico: Hace poco tuvimos una experiencia que
ilustra un poco eso. La Asamblea barrial de Villa Pueyrredón nos hizo
llegar un pedido para que armemos un taller sobre autonomía y marxismo
autonomista. Entonces tuvimos 7 u 8 encuentros en esa Asamblea: en los
dos primeros discutimos los clásicos, y en las cinco reuniones
restantes toda la línea de la autonomía.
Ellos sentían que estaban en el espacio de la autonomía, pero no
sabían de qué trataba el autonomismo. Y cuando descubren de qué se
trata, experimentan un rechazo bastante fuerte. Les ponía muy en duda
su formación histórica partidaria de izquierda. Las tesis que
acercábamos no tenían demasiada llegada. Cuando se enteraron cuáles
eran las discusiones del autonomismo, no les simpatizó en lo más
mínimo
.Pero, más allá de eso, sus prácticas concretas eran
definitivamente autónomas. Entrevista a Patricio Mc Cabe, Buenos
Aires, octubre de 2007.
6 Cf. Luis A. Romero, La crisis argentina. Una mirada al siglo
XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 19-32.
7 V. Tulio Halperin Donghi, Argentina en el Callejón, Buenos
Aires, Ariel, 1995 (ed. orig. 1964).
8 Durante la década del 90 asistimos al final de la
¨excepcionalidad argentina¨ en el contexto latinoamericano. Más allá
de las asimetrías regionales y de las jerarquías sociales, esta
¨excepcionalidad¨ consistía en la presencia de una lógica igualitaria
en la matriz social. V. Maristella Svampa, La Sociedad excluyente. La
Argentina bajo el signo del neoliberalismo, Buenos Aires, Taurus,
2005, p. 47.
9 Según apunta José Nun, el porcentaje de los llamados nuevos
pobres (estratos provenientes de las clases medias) creció, en el
área de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, de un 3,% a
comienzos de los ´80 a un 26% en 1996. V. J. Nun, Democracia ¿Gobierno
del pueblo o gobierno de los políticos?, Buenos Aires, FCE, 2000, p.
135.
10 M. Svampa, La Sociedad Excluyente, cit., p. 47.
11 El peronismo, enigma que ha suscitado desde su origen
infinidad de interpretaciones intelectuales y políticas, atraviesa en
el presente, sobre todo desde la presidencia de Menem, una serie de
mutaciones que están lejos de haber sido cabalmente esclarecidas. Si,
al decir de Halperin Donghi, el menemismo liquidó la sociedad
peronista entendida como el conjunto de fuerzas sociales que
estructuraban un horizonte de expectativas centrado en el Estado
social surgido en la coyuntura que llevó a Perón al poder, en 1943-46-
(Cf., Halperin Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista,
Buenos Aires, Ariel, 1994), el kirchnerismo y la recompuesta hegemonía
del peronismo sobre la totalidad del sistema político disponen un
conjunto de nuevos interrogantes sobre la extraña pervivencia de un
movimiento político que ha mostrado a lo largo de su historia una
singular capacidad de transfiguración y adaptación. Con todo, la
inmediata identificación con el peronismo de los
sectores populares ya no parece ser el baluarte indestructible de
años atrás. Tanto los mitos políticos peronistas, como el espacio de
sociabilidad familiar como matriz de reproducción de la identidad
peronista, parecen haber perdido al menos parte de su eficacia en los
últimos años. Un ensayo de aproximación parcial a esta cuestión
crucial puede hallarse en M. Svampa y S. Pereyra, Entre la ruta y el
barrio, op. cit., pp. 37-42.
12 La crítica a la forma partido puede seguirse en dos textos
significativos representativos de líneas teóricas diferentes: Ignacio
Lewkowicz, ¿Fin del partido? La militancia no se rinde en Revista
Acontecimiento, no. 2, Buenos Aires, invierno de 1991; y Horacio
Tarcus, La secta política. Ensayo acerca de la pervivencia de lo
sagrado en la Modernidad, en El Rodaballo, no. 9, Buenos Aires,
verano 1998/99.
13 Tal el relato ofrecido por Patricio Mc Cabe (proveniente de
una organización partidaria de izquierda) en la entrevista antes
citada. Los ejemplos, no obstante, pueden multiplicarse.
14 Ambas alternativas son repasadas en clave de autobiografía
intelectual por Oscar Terán, uno de los introductores de Foucault en
Argentina y América Latina. Cf. Filosofía, historia y política. Un
recorrido, en O. Terán, De utopías, catástrofes y esperanzas. Un
camino intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, pp. 23-24.
15 Entrevista a Patricio Mc Cabe, cit.
16 Una cuestión que merece una detenida reflexión que aquí no
podemos dar- es la de los usos del zapatismo por los movimientos y
grupos autónomos argentinos. Da la impresión de que el vínculo con el
EZLN fue importante en extensión, pero discontinuo en intensidad y,
por lo general, poco creativo. Acaso resulta más interesante y
productivo el modo en que los movimientos sociales italianos por
poner un punto de comparación- tejieron una relación con las ideas y
con la simbología zapatista más intensa y a la vez más creativa y
menos basada en el modelo del puro solidarismo internacional.
17 La conferencia de Holloway fue publicada bajo el título El
Primer Día del Primer Año: reflexiones sobre los zapatistas en el
número 8 de la revista Dialéktica, Buenos Aires, 1996.
18 V. al respecto Martín Bergel, Para leer a Virno en América
Latina, en El Rodaballo, no. 15, otoño de 2004.
19 Un incisivo ensayo en esa dirección se encuentra en Franco
Ingrassia, 11 ideas precarias para un sindicalismo biopolítico, en
El Viejo Topo, no. 212, octubre de 2005. Consúltese asimismo los
numerosos trabajos del colectivo Nuevo Proyecto Histórico, disponibles
en www.colectivonph.com.ar.
20 P. Virno, Gramática de la multitud. Para un análisis de las
formas de vida contemporáneas, Buenos Aires, Colihue, 2003, p. 16.
21 Una reciente e interesante excepción que pone en juego algunas
de las intuiciones del pensamiento radical italiano contemporáneo
acerca de las formas del trabajo en el capitalismo cognitivo de
nuestros días puede hallarse en Colectivo ¿Quien Habla? (Colectivo
Situaciones, Nicolás Barraco, Marzo y Kris), Lucha contra la
esclavitud del alma en los call center, Buenos Aires, Tinta Limón, 2006.
22 Cf. A. Negri y G. Cocco, GlobAL. Biopoder y luchas en una
América Latina globalizada, Buenos Aires, Manantial, 2006.
23 Sobre el significado de la composición, operación de creación
común de pensamiento de dos singularidades, v. del Colectivo
Situaciones el texto Sobre el Método, en Hipótesis 891, cit.
24 Dos movimientos piqueteros, los MTD (Movimiento de
Trabajadores Desocupados) de Solano y de La Matanza, se muestran como
experiencias en las que esa hibridación ha tenido ejemplarmente lugar.
Ciertamente, conviene no exagerar la importancia de esos espacios de
composición. Como hemos mencionado ya, la mayoría de los movimientos
que aquí consideramos laxamente dentro de un campo autónomo (las
fábricas recuperadas, por caso) han innovado más en las prácticas que
llevan a cabo que en el modo en que se las representan.
25 R. Schwarz, Las ideas fuera de lugar [1971], en Florencia
Garramuño y Adriana Amante (org.), Absurdo Brasil. Polémicas en la
cultura brasilera, Buenos Aires, Biblos, 2000.
26 Sobre este asunto, véase, entre otros, los siguientes textos
significativos: José Aricó (ed.), Mariátegui y los orígenes del
marxismo latinoamericano, México, Cuadernos de Pasado y Presente,
1980; y Oscar Terán, Discutir Mariátegui, Universidad Autónoma de
Puebla, México, 1985.
27 Esa estructura de sentimiento puede constatarse tanto en
espacios de militancia y movimientos sociales, como, de modo a veces
más estridente, en boca de franjas significativas de intelectuales.
Esos intelectuales reaccionan ante algunos desarrollos del pensamiento
y la política contemporánea que comprometen algunas certidumbres del
pasado, empezando por la idea de nación. Para un excelente análisis
crítico de ese discurso cf. Ezequiel Adamovsky, La patria de la
emancipación (y la angustia por la nación en la cultura argentina),
en El Rodaballo no. 16, Buenos Aires, verano de 2006. En la misma
línea, véase también mi propio análisis de las reacciones
configuradoras de un bloqueo nacional a las hipótesis de Paolo Virno
sobre la rebelión popular argentina de 2001 y, más en general, a las
conexiones entre ella y el movimiento altermundialista en Lo local,
lo global, lo múltiple. Una lectura de la relación entre la rebelión
popular argentina y el movimiento de
resistencia global, en El Rodaballo, no. 14, Buenos Aires, invierno de 2002.
28 Mencionemos dos muy significativas. En la segunda mitad de los
años ´90, la entonces recién surgida agrupación H.I.J.O.S., que nuclea
a jóvenes que reclaman justicia para sus padres, muertos o
desaparecidos por la represión estatal de los años ´70 (y que,
significativamente, aún cuando reivindican la memoria para las
organizaciones revolucionarias de esos años, a diferencia de ellas se
organizan de modo horizontal), desarrolló una práctica de producción
de justicia popular que asumió el nombre de escrache (con suficiente
éxito como para que luego sea adoptada por otras muchas experiencias).
Allí donde un conjunto de leyes aprobadas por el régimen político
democrático había dejado impunes a los autores de atroces crímenes y
violaciones a los derechos humanos perpetrados durante la dictadura
del ´76, el escrache buscaba producir un escenario de visibilización y
de construcción de condena social de algunos de esos criminales. El
escrache consiste en la identificación
del lugar de morada de algún miembro de las organizaciones
represivas, y en el tendido de un largo trabajo en el tejido barrial
que sirva a los fines de iluminar que allí vive y desarrolla sus
actividades cotidianas un asesino de la dictadura. Ese trabajo de
varios meses culmina en el escrache propiamente dicho, el asedio
festivo y no violento, cargado de producción simbólica, de la vivienda
del sujeto en cuestión. Ese marcaje ciudadano, en ausencia de un marco
legal estatal que haga justicia, ha sido pensado como un modo de
producción de justicia y memoria comunitaria desde abajo. Al respecto,
véase del Colectivo Situaciones, Conversaciones con H.I.J.O.S.,
Cuaderno de Situaciones no. 1, Buenos Aires, octubre de 2000. En un
orden diverso, a fines de 1999, en ocasión de las elecciones que
catapultaron a la presidencia a Fernando de la Rúa, un grupo de
jóvenes provenientes de la Universidad impulsó una experiencia
asimismo singular. La ley electoral argentina, que
establece la obligatoriedad del voto, prevé la posibilidad de
exención de tal compromiso a todo ciudadano que se encuentre a más de
500 km. del lugar de votación. Esta disposición busca proteger a
aquellos que por razones laborales o semejantes se encuentren lejos de
sus distritos electorales. Pues bien, ante esa situación, y en la
creencia de que al menos en esa coyuntura el voto no decidía nada
sustantivo, alrededor de 400 personas, sobre todo jóvenes,
protagonizaron una fuga de la ley electoral. Para ello, fundaron un
movimiento que recibió el nombre de 5Ø1 (en alusión al kilómetro 501,
punto imaginario de fundación de una política y una democracia otras),
que tras meses de reuniones en asambleas horizontales se desplazó el
día de la votación a una localidad distante en más de 500 km. de la
Capital Federal en la que realizó numerosas asambleas y actividades
recreativas. Ese anunciado gesto de reinterpretación y politización de
la ley electoral, alcanzó gran repercusión
y generó numerosos debates. El movimiento 5Ø1 acabó dispersándose,
pero muchos de sus integrantes impulsaron posteriormente diversas
experiencias autónomas, algunas de ellas ligadas al movimiento
altermundialista. V. los manifiestos de 5Ø1 Carta a los no votantes
y Hacia otra democracia en Acontecimiento, no. 18, Buenos Aires,
1999. Para un balance pormenorizado de esa experiencia véase asimismo
Martín Bergel, 5Ø1. Balance de una experiencia política, en El
Rodaballo, no. 10, verano de 2000. No es exagerado afirmar que el
movimiento 5Ø1 guarda un parecido de familia con La Otra Campaña
zapatista.
29 Entrevista a F. Ingrassia, cit.
30 Así lo señala también Franco Ingrassia: Entendemos al
pensamiento, en su nivel más genérico, como facultad de invención,
capacidad de resolver problemas. Nos alejamos aquí de cualquier noción
que equipare al pensamiento con la actividad mental. Proponemos otra
perspectiva. Se piensa con todo el cuerpo, con prácticas y conceptos,
y también a través de percepciones y afectos. Cf. F. Ingrassia, El
pensamiento argentino después de la Argentina, en El Rodaballo no.
15, invierno 2004, p. 82.
31 Esa misma perspectiva situacional puede hallarse también,
entre otros muchos trabajos, en Ana María Fernández (y colaboradores),
Política y Subjetividad. Asambleas barriales y fábricas recuperadas,
Buenos Aires, Tinta Limón, 2006.
32 Escribimos en tiempo pasado porque, para desazón de quienes lo
conocimos y aprendimos y nos deleitamos con su modo de pensar y hacer
pensar, Ignacio murió junto a su esposa en un trágico accidente en
2004, apenas con 42 años.
33 Todo ello señala, por vías diferentes a las de Negri y Hardt,
la evaporación del concepto moderno de soberanía, que se verifica en
el pasaje de la figura del ciudadano (propia de la Modernidad) a la de
consumidor (hegemónica en la era de la fluidez). Cf. I. Lewkowicz,
Del ciudadano al consumidor. La migración del soberano, en Pensar
sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez, Buenos Aires,
Paidós, 2004.
34 Si la fluidez es el modo de existencia en los tiempos
mercantiles, será necesario forjar los procedimientos de pensamiento y
de intervención capaces de marcar este terreno. Pero también será
necesario pensar nuevas estrategias de subjetivación en relación con
una dominación que no sabe ni pretende saber- de fundamentaciones
sólidas. En definitiva, la tarea subjetiva en los tiempos neoliberales
requiere de otro tipo de operaciones. Ya no es preciso desligar,
romper, subvertir sino ligar, afirmar, sostener. Dicho de otro modo,
nuestro punto de partida no son las instituciones estatales sino las
destituciones mercantiles (
) Transformar un fragmento en una
situación es una estrategia sofisticada pero imprescindible en los
tiempos contemporáneos. Esta estrategia consiste en la fundación de
una lógica sin remisión a otra (ya sea estatal o mercantil). Y sin
remisión implica el asentamiento de un espacio y un tiempo
situacionales, es decir, autónomos. Cf. I. Lewkowicz y
Grupo Doce, Del Fragmento a la Situación. Notas sobre la
subjetividad contemporánea, Buenos Aires, 2001, pp. 96-98.
35 F. Ingrassia, Autonomía y dispersión, en El Viejo Topo, no.
222/223, julio de 2006.
36 Este acápite retoma la tesis central desplegada en Martín
Bergel y Bruno Fornillo, Siete puntos para un balance de la rebelión
popular argentina del 2001, en Contrapoder no. 9, Madrid, 2004.
37 Hace unos pocos años, pareció que Autodeterminación y
Libertad, el partido político de nuevo tipo liderado por Luis Zamora
que obtuvo significativos resultados electorales y escaños en las
cámaras legislativas, pudo cumplir un rol importante tanto como cuña
entre el sistema representativo y los movimientos sociales autónomos,
como agente de producción de una escena favorable a la convergencia
entre esos movimientos. Pero su actuación, que reprodujo lógicas
personalistas y querellas de poder internas, acabó por desilusionar a
aquellos que veían con simpatía a esta agrupación.
38 Ausencia que parece contrastar con el espacio de la autonomía
italiana, en el que el imaginario común que lo atraviesa y le da señas
de identificación se encuentra permanentemente alimentado por el
conjunto de conceptos que han desplegado Negri y otras figuras de la
constelación post-operaista.
39 Señala Wu Ming: ¿Cómo es posible impedir que los mitos
cristalicen, se alienen de la comunidad que los quiere utilizar para
contar su lucha por la transformación del mundo volviéndose contra la
propia comunidad? Nuestra respuesta que no puede ser sino una
respuesta parcial si queremos evitar el error absolutista del que
estamos hablando- es la siguiente: contando historias. Hace falta no
parar de contar historias del pasado, del presente o del futuro, que
mantengan en movimiento a la comunidad, que le devuelvan continuamente
el sentido de la propia existencia y de la propia lucha. Historias que
no sean nunca las mismas, que representen goznes de un camino
articulado a través del espacio y el tiempo, que se conviertan en
pistas transitables. Lo que nos sirve es una mitología abierta y
nómada, en la que el héroe epónimo es la infinita multitud de seres
vivos que ha luchado y lucha por cambiar el estado de cosas. Elegir
las historias justas quiere decir orientarse
según la brújula del presente. No se trata por lo tanto de buscar
una guía (ya sea ésta un ícono, una ideología o un método), un Moisés
que pueda confundirnos a través del desierto, ni una tribu de Levi a
la vanguardia de las otras. Amador Fernández-Savater, Mitopoiesis y
acción política. Entrevista a Wu Ming, en El Rodaballo, no. 15,
invierno de 2004, pp. 72-73.