[Pensamientoautonomo] En torno al "autonomismo argentino"

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Aihe: [Pensamientoautonomo] En torno al "autonomismo argentino"
Estoy transcribiendo un texto del portal Darío Vive, "El Portal Darío
Vive es una iniciativa del área de prensa del Frente Popular Darío
Santillán (FPDS) de Argentina, pero la mayoría de sus columnistas no
pertenecen a dicha organización", como puede leerse en sus páginas,
-En torno al "autonomismo argentino"-, las comillas están en el
título, lo transcribo completo, es extenso al gusto de este tipo de
escrituras, quizás mueva a algunos a pensar algo de esto de la
necesidad de las descripciones, de las precisiones, de las
determinaciones, de que cada cosa se defina como concreción textual. Y
de la utilización de un texto redactado así como forma de
determinación de campos, lo que lleva a oposiciones, a problematizar
la convivencia con aquello que es diferente, no antagónico. Salvo que
sí, que fuera en algo antagónico y entonces sí, debiera ser motivo de
responsabilidad de cada uno el tratar de ver de qué se trata. Julio.
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En torno al “autonomismo argentino”
http://www.dariovive.org
Martín Bergel

   Introducción
   Desde hace unos años se asiste en algunas partes del mundo a la  
emergencia y aparente consolidación, en el horizonte de las  
tradiciones consagradas de la izquierda, de un campo relativamente  
difuso y difícil de delimitar: el de los “autónomos”. Aunque en su  
configuración actual no es difícil advertir influencias más o menos  
directas de constelaciones ya establecidas –el anarquismo, el marxismo  
consejista y/o libertario, los movimientos del ´68, ciertas  
tradiciones comunitarias indígenas, el operaismo italiano-, su  
reciente despliegue se enmarca en un ciclo histórico de la política  
que reclama tratamiento específico. Su irrupción, en efecto, no puede  
entenderse sin considerar la crisis general de las izquierdas que se  
precipitó en torno a la caída del Muro y el eclipse de los socialismos  
reales -crisis de incontables consecuencias que, conjugada con el  
ascenso del neoliberalismo en todo el planeta, involucró no sólo a las  
tradiciones leninistas y comunistas, sino también a las diversas  
figuraciones de los modos de la política guevarista-guerrillerista,  
socialdemócrata y nacional-popular-, ni tampoco su necesaria ubicación  
histórico-social dentro de la problemática de la globalización, con su  
estela de mutaciones en áreas tan diversas y sustantivas como el  
trabajo, las comunicaciones, y el mismo Estado-nación.
      También en los últimos años, sobre todo luego de la rebelión  
popular que terminara con el gobierno del presidente argentino  
Fernando de la Rúa en diciembre del 2001, puede constatarse la  
presencia de un extendido juicio, muchas veces aparecido apenas bajo  
la forma de una imagen o una intuición, que coincide en otorgar a  
ciertas experiencias sociales y políticas desarrolladas en territorio  
argentino un lugar prominente en ese reverdecer mundial de los  
movimientos autónomos. La imaginación política de las izquierdas,  
sobre todo las más afectadas por el ciclo abierto con el movimiento  
altermundialista, se vio en efecto conmovida por el abigarrado  
espectro de experiencias –grupos piqueteros, asambleas barriales,  
fábricas ocupadas por sus trabajadores, grupos de comunicación  
alternativa y arte político- 1 que habían protagonizado el proceso  
anterior y sobre todo posterior a diciembre de 2001. Con todo, esa  
sospecha acerca de la contribución proveniente de la Argentina al  
emplazamiento del campo mundial de  los autónomos, ha tendido a  
permanecer en ese estado sin el beneficio de exámenes más precisos. En  
este texto, escrito en interioridad subjetiva al propio despliegue de  
ese campo, me propongo desarrollar una primera aproximación que  
historice el haz de cuestiones que suscita la noción, no exenta de  
problemas, de “autonomismo argentino”.


El problema del nombre

     Si la utilización de cualquier gentilicio lleva implícita siempre  
la potencial violencia aplanadora y totalitaria de los lenguajes  
unificadores, el caso que nos ocupa reclama a las palabras especial  
delicadeza. “Autonomismo argentino” es un nombre económico de  
presentación que inmediatamente, si pretendemos justicia para el campo  
que designa, es necesario desbrozar. En la Argentina reciente se ha  
desarrollado en efecto un conjunto de experiencias que o bien se  
reconocen o son reconocidas, aún laxamente, dentro de las  
orientaciones generales que guían al campo genérico de los autónomos.  
Y, sin embargo, un primer obstáculo para su abordaje radica en la  
dificultad de adjudicar a ese conjunto de experiencias un nombre  
común. Se trata de una cuestión mucho más compleja de lo que aparece a  
primera vista, y que conlleva profundas consecuencias políticas.
     Un conocido militante de las más originales experiencias  
autónomas de la ciudad de Rosario señala, parafraseando un texto  
situacionista, que “el autonomismo no existe; es sólo un invento de  
los antiautonomistas”. 2 Ciertamente, una paradoja trama el espacio de  
los movimientos autónomos en Argentina: su consistencia interna y aún  
su visibilidad son, por lo general, producidas desde su exterior. El  
“autonomismo” comenzó a cobrar entidad como tal a partir de que en los  
últimos años fue reconocido y vituperado por las izquierdas no  
autónomas, en particular las partidarias. Los periódicos de los  
partidos de izquierda, en particular los trotskistas, repetidamente  
han construido la categoría de “autonomismo”, sólo para descalificarla.
      Es que “autonomismo argentino” comporta, para quienes se ubican  
en el espacio de la autonomía, una inocultable incomodidad. De un  
lado, surge una distancia inmediata frente a las implicancias del  
sufijo “ismo”. Para los militantes autónomos, “no hay autonomismo,  
sino prácticas de autonomía”. 3 He allí un rasgo que, según hemos de  
ver, configura una de las especificidades de los autónomos argentinos:  
el reconocimiento de la superioridad epistemológica y política del  
momento práctico, y el celo por la irreductible singularidad de cada  
experiencia. 4 El autonomismo, entendido ahora como un conjunto de  
premisas políticas, funciona a menudo apenas como un horizonte  
implícito que brinda materiales para la acción, antes que como una  
identidad política. En rigor, a este respecto es posible identificar  
dos tipos de militantes autónomos. Por un lado,  hay quienes en su  
accionar político desarrollan prácticas afines al campo autónomo, pero  
no tienen relación de identificación
  alguna, ni teórica ni política-afectiva, con ese campo. 5 Por otro,  
están quienes sí reconocen empatía, en mayor o menor medida, con las  
“tradiciones de la autonomía” (sobre todo con el zapatismo). Pero aún  
en este caso, la palabra “autonomismo” u otra identificación o  
referencia definida tiende a ser rechazada.
       Esa aprensión por los nombres, que nace de la radical sospecha  
con que las experiencias autónomas argentinas juzgan cualquier atisbo  
de “ideología”, merece algunas consideraciones. De una parte, es  
indudable que ella surge del hastío que la sobreideologización de las  
izquierdas partidarias ha producido en numerosos militantes. En  
Argentina existe un verdadero sistema de partidos de izquierda que  
configura una subcultura a menudo salvajemente parasitaria de  
cualquier forma de movilización social. No casualmente muchas voces  
han creído hallar en la existencia de esa subcultura parte de las  
causas del debilitamiento de las energías sociales liberadas tras la  
rebelión popular de diciembre del 2001. Frente a prácticas de captura  
o de cooptación de algunos movimientos (las asambleas barriales o  
algunos grupos piqueteros, por caso), en muchos militantes surge, casi  
naturalmente, un rechazo por cualquier aspecto que aparezca como  
ideológico. Por otra parte, esa relación tensa con las palabras surge  
de un vínculo a menudo complejo entre teoría y práctica. Hay algunos  
grupos o personas que, provenientes muchas veces de la Universidad,  
aún sin integrar formaciones partidarias tienden a volcar lecturas en  
ámbitos colectivos de un modo que genera asimismo desconfianzas. Es lo  
que sucede con la utilización de algunas jergas, fácilmente remisibles  
a autores como Gilles Deleuze o Toni Negri. La paradoja resultante  
estriba en que la dimensión teórica que sobresale en muchos militantes  
autónomos argentinos –un rasgo que, en una mirada comparativa, hace  
diferencia frente a culturas políticas de otras latitudes-, en su  
despliegue en el espacio público militante retorna como sospecha  
frente al “teoricismo” y la ya mencionada superioridad atribuida a las  
prácticas. Y es que, finalmente, es en el terreno de las prácticas  
donde se encuentra una de las mayores riquezas del “autonomismo  
argentino”: la invención del piquete como forma de autoorganización de  
los  desocupados, el tejido de una red de fabricas de desocupados, o  
la creación de una Cátedra Experimental de autoformación en la ciudad  
de Rosario son sólo algunas muestras de ello.
     El temor o la sospecha frente a ciertas inclinaciones que  
potencialmente llevarían a entronizar una “Iglesia autonomista”  
aparecen como legítimos, en tanto no es difícil observar de parte de  
algunos militantes la repetición de posturas que, sin el beneficio de  
exámenes críticos, devienen una suerte de recetario de lugares  
comunes. Tal el caso, por ejemplo, de algunas intervenciones demasiado  
adheridas a concepciones fijas de lo que debe entenderse por  
“horizontalidad”,  u otras que vuelven sobre remanidos argumentos  
acerca del carácter siempre heterónomo de cualquier vínculo con los  
grandes medios de comunicación. El privilegio de un pensamiento  
inextricablemente ligado a las prácticas que sostienen los más  
interesantes grupos autónomos aparece así como fuente de creatividad y  
de heterodoxia. Si el término autonomismo, u otros semejantes, resulta  
inhibidor de esa tendencia, su rechazo estaría plenamente justificado.  
Con todo, esa dificultad de las experiencias autónomas
  para auto-nominarse –que debe computarse como un déficit en su  
propia voluntad de “darse su propia ley”-, retorna, como veremos más  
adelante, como uno de los principales escollos para su propio  
desarrollo.


   Las fuentes del movimiento autónomo
       Si el propio “campo autónomo” encuentra tales dificultades de  
autodefinición, ¿a qué referir su noción? Aquí opto por un concepto  
amplio y laxo. El campo autónomo al que aludo refiere a un conjunto  
inarticulado de experiencias sociales y de pensamiento cuyos primeros  
orígenes no se remontan a más de quince o veinte años, pero que,  
alimentado por procesos locales, nacionales y globales, se ha visto  
intensificado en calidad, cantidad y visibilidad apenas en el último  
lustro.
      Una mirada en perspectiva a ese campo autónomo permite señalar  
que su composición y características actuales se derivan de la  
yuxtaposición y entrelazamiento de dos procesos históricos de diverso  
orden. De un lado, un proceso histórico-social; de otro, uno que es  
dable cernir desde una perspectiva propia de la historia intelectual.  
Los movimientos y grupos autónomos en Argentina –y muy probablemente  
en otras partes del mundo- encontraron su génesis y su posterior  
desarrollo en esa doble matriz.
      La historia de la sociedad argentina durante el siglo XX  
comporta una reconocida excepcionalidad que se destaca y recorta  
frente a la mayoría de los países latinoamericanos. Argentina supo ser  
un país de índices económicos y sociales inhallables en otras naciones  
del continente. El capitalismo agroexportador que se terminó de  
fraguar hacia 1880, centrado en la producción de carnes y cereales,  
determinó el ingreso de ingentes capitales y recursos que permitieron  
una acelerada modernización y el surgimiento de una poderosa clase  
media. Ciertamente, a todas luces ese proceso estuvo desigualmente  
repartido tanto en un nivel social como en otro geográfico –la  
hipertrofia de algunas ciudades, muy particularmente Buenos Aires, fue  
un tema recurrente de la literatura crítica de ideas-; pero, de  
conjunto, en las primeras décadas del siglo la economía argentina  
podía preciarse de exhibir indicadores sólo parangonables a los de los  
más poderosos países del mundo, al tiempo que
  –según la mirada de algunos historiadores- un conjunto de  
instituciones surgidas tanto del Estado como de la sociedad civil  
acababan por configurar un modelo societal democrático, participativo  
y abierto para decenas de millares de personas a posibilidades reales  
de ascenso social. 6 La crisis económica de 1929 trajo aparejada un  
conjunto de fenómenos que –superpuestos a otros de naturaleza política  
leídos en clave de declive moral generalizado- ensombrecieron el  
panorama recién descripto. Pero, aún así, el perfil de la sociedad  
argentina no se resquebrajó; antes bien, el surgimiento del peronismo  
en la década del ´40 aseguró una radical profundización de los  
alcances de la ciudadanía social que determinó un modelo de sociedad  
particularmente integrada. Y aunque los avatares de la historia  
política avanzaron por carriles de una virulencia suficientemente  
aguda como para ser descripta por un afamado historiador en términos  
de una “larvada guerra civil”, 7 hasta 1976 la  Argentina siguió  
siendo un modelo de sociedad salarial de sesgo redistributivo que  
sobresalía en el concierto latinoamericano por sus altos niveles de  
cohesión social.
     La dictadura del ´76, además de aplicar sistemáticamente el  
terror estatal, dio inicio a una radical transformación socioeconómica  
que acabó por reconfigurar brutalmente a la Argentina. Y si el cariz  
de un Estado benefactor y una sociedad dinámica extensamente  
desarrollados resultaban excepcionales en el contexto continental, el  
ciclo neoliberal que se abrió en ese momento y se continuó con los  
gobiernos democráticos subsiguientes resultó también singularmente  
intenso, aunque esta vez en un sentido inverso. Fue sobre todo durante  
la presidencia de Menem (1989-1999) cuando alcanzó a consumarse lo que  
Maristella Svampa ha llamado “la gran mutación”: la violenta caída de  
una sociedad que encontraba en trágica ironía el destino sudamericano  
que algunas voces de antaño habían vislumbrado como llave de redención  
social. La “latinoamericanización” de la Argentina encontraba su  
realización en el reverso de lo anhelado por importantes corrientes  
intelectuales y políticas del
  pasado. 8
     Los rasgos más salientes de ese proceso pueden sintetizarse en el  
advenimiento de una inédita tasa de desempleo (que llegó a rondar,  
según cifras oficiales, el 20%), piedra de toque de la marcada  
pauperización de los sectores populares, y de una también notoria  
caída de las clases medias. 9 De conjunto, al decir de Svampa, “las  
transformaciones de los ´90 desembocarían en un inédito proceso de  
¨descolectivización¨ de vastos sectores sociales”. 10 Ese proceso  
encontraría su clímax en la crisis social y política del 2001.
     Este marco de deterioro de las condiciones materiales de vida de  
amplias capas de la población, sobredeterminado por la crisis radical  
de legitimidad del conjunto de las élites políticas sobrevenido con la  
crisis del 2001 y el descrédito de un conjunto de instituciones cuyo  
papel central en la historia argentina le había otorgado un papel  
crucial en la estructuración de relaciones sociales jerárquicas y  
verticales (fundamentalmente, los poderosos sindicatos de tradición  
peronista, aunque también, de modo más complejo y no unívoco, el  
ejército y la Iglesia), explican el escenario de surgimiento y  
potenciación de movimientos sociales y grupos de sesgo más o menos  
autónomo. La “retirada del Estado” iniciada en 1976 y potenciada  
durante el menemismo tuvo efectos ambivalentes: si de un lado dejó en  
el desamparo social a millones de personas, de otro las “liberó” de  
constricciones sociales y políticas. El debilitamiento relativo de la  
identidad peronista, durante décadas indeleblemente presente en el  
conjunto de los sectores populares, contribuyó también a que ello  
aconteciera. 11 (Todo esto debe no obstante relativizarse en vistas de  
la capacidad de reproducción, en las nuevas condiciones de crisis y  
descomposición social, de una lógica de producción de relaciones  
sociales de dominación absolutamente medular para entender la realidad  
argentina y latinoamericana: la del clientelismo, que tanto en las  
provincias del Interior como en los barrios populares del Gran Buenos  
Aires continúa siendo una matriz clave para la maquinaria tanto  
estatal como de los aparatos sindicales y partidarios). En suma, fue  
ante los resultados generados por un triple proceso: el desguace de un  
Estado social de importante desarrollo, el avance implacable de  
lógicas de polarización y exclusión social generadas por la  
penetración e intensificación del poder desestructurador del mercado  
–impulsadas por el proceso de globalización capitalista de las últimas  
décadas-, y la distancia respecto a “los políticos”, crecientemente  
percibidos como una corporación autocentrada en sí misma e incapaz de  
resolver los problemas cotidianos de la gente, que cobró vida desde  
fines de los ´90 una miríada de experiencias de autoorganización  
social. En condiciones de crisis social y de profunda desconfianza en  
las mediaciones institucionales y partidarias, se extendió de modo a  
veces imperceptible un clamor de autoprotección y de necesidad, a  
veces desesperada, de recreación autónoma de lazos sociales. Así,  
frente al proceso de radical descolectivización de los años ´90 se  
irguió un caudal de energía y creatividad social destinado a  
recomponer espacios en los que la vida fuera posible. He aquí el  
origen de las más interesantes prácticas e invenciones sociales que  
dieron cuerpo a muchos de los movimientos y grupos autónomos.
     Pero ese proceso se solapó a otro de distinto orden. En los  
últimos veinte años en la Argentina surgieron numerosas experiencias  
(revistas, agrupaciones surgidas en la Universidad, colectivos de  
pensamiento o de investigación militante) que, ubicándose a distancia  
crítica de las tradiciones de izquierda heredadas, vinieron a  
alimentar renovadamente un “pensamiento autónomo”. Algunas de esas  
experiencias, sobre todo las más recientes, son protagonizadas por  
gente joven que inició su socialización política directamente en  
formaciones de ese tinte (tal el caso ejemplar de la Cátedra  
Experimental de Producción de Subjetividad de Rosario). Pero la  
mayoría exhibe una característica diferente: la de estar animadas por  
ex militantes de partidos de izquierda u organizaciones políticas de  
los años ´70.
    En efecto, muchas de esas experiencias surgieron de un balance  
crítico y un ajuste de cuentas (implícito o explícito) con las formas  
políticas hegemónicas en las izquierdas de Argentina y el mundo.  
Quienes tras las derrotas de los ´70 y los efectos del colapso de los  
socialismos reales en los años ´80 persistieron en sostener una  
voluntad política, comenzaron a destilar, del análisis de los modelos  
perimidos, nuevas ideas y orientaciones para la praxis política. La  
forma partido apareció entonces en el banquillo de los acusados, tanto  
por considerarse agotada como dispositivo activo de intervención como  
por promover en su interior relaciones sociales alienantes y basadas  
en la disciplina. 12
     Muchos de esos grupos acompañaron de lecturas heterodoxas su toma  
de distancia respecto de las tradiciones organizacionales y políticas  
de la izquierda. Más aún, esas lecturas a menudo se convirtieron en la  
práctica específica que dio sentido a las agrupaciones y colectivos de  
personas en su tránsito post-partidario. La ruptura con una  
organización disciplinada y que pautaba al detalle el cuadro general  
de la vida de sus militantes con frecuencia resultó traumática. De  
allí que la salida de un partido a menudo determinó el abandono de  
toda actividad política. Pero también pudo significar la apertura a  
una curiosidad nueva que debía colmarse con ideas también nuevas.
    La cultura política e intelectual argentina predispuso que ese  
caudal de lecturas que sirvió de soporte en la búsqueda de  
orientaciones ante la crisis de los modelos partidarios proviniera, en  
gran parte, del posestructuralismo francés. Argentina había sido ya  
sitio privilegiado de recepción de la obra de Louis Althusser. Los  
años ´80 y ´90 asistieron en cambio a una proliferación de núcleos de  
lectura de autores como Foucault, Castoriadis, Deleuze y Badiou. Todos  
ellos contribuyeron a horadar las antiguas certidumbres de los  
militantes llegados de la izquierda partidaria, al tiempo que abrían  
continentes teórico-prácticos nuevos que eran recibidos como bocanadas  
de aire fresco. 13
    La obra de Michel Foucault gozó de una temprana recepción en  
algunos círculos intelectuales argentinos de comienzos de los años  
´70. Pero fueron los textos que configuraron un acceso novedoso a la  
problemática del poder -especialmente Vigilar y Castigar, de 1975-,  
los que pudieron ser leídos e incorporados en relación a la coyuntura  
política latinoamericana. Foucault fue para muchos la vía privilegiada  
de acceso al eje ciego de la ortodoxia izquierdista, la cuestión del  
poder. Y en ese sentido su lectura abonó un uso que podía precipitar  
tanto una “crisis del marxismo” y un abrazo de las democracias  
liberales realmente existentes que retornaban en el cono sur a  
mediados de los ´80, como otro que antes que desestabilizar por entero  
al marxismo lo obligaba a renovarse. 14
     Ahora bien, si las lecturas de Foucault salpicaron  
desordenadamente diversos espacios de recepción, hasta aterrizar  
incluso en sede académica, las revistas y grupos que surgieron y se  
organizaron en función de leer a Castoriadis, Deleuze o Badiou fueron  
más compactos y a la vez autónomos respecto a las instituciones  
formales, y por ello más enfocados a un horizonte de praxis política  
(en diversos grados y formas). En ocasiones, sus intervenciones  
tendieron a adherirse a las perspectivas, conceptos y hasta jergas de  
alguno de esos autores, transformado en gurú intelectual y hasta  
objeto de culto. Castoriadis resultó importante para muchos ex  
militantes de organizaciones trotskistas por provenir él mismo de una  
agrupación de ese signo. Algunos de sus textos de la etapa de  
Socialisme ou Barbarie resultaron un insumo estimulante para quienes  
pretendían seguir pensando en la necesidad de la (auto)organización de  
los trabajadores y otros grupos sociales. 15 Deleuze en cambio
  ofreció algunas herramientas de pensamiento para tematizar  
cuestiones prácticas novedosas, como la de las redes. Badiou, más  
riguroso en términos filosóficos y por ello más difícil de abarcar,  
sobre todo en los últimos años supo brindar, en grupos de estudio, en  
sucesivas visitas y a través de la infatigable labor de la revista  
Acontecimiento (difusora local de su pensamiento), un arsenal de  
conceptos para pensar la política como esfera irrenunciablemente  
autónoma, así como para reproponer una teoría del sujeto y, en un  
terreno un poco menos abstracto, desplegar las categorías propias de  
una praxis radicalmente crítica de la noción de representación.
     En esta historia de recepciones político-intelectuales debe  
computarse un lugar de primer orden al impacto del zapatismo. De  
diversos modos, las transformaciones en los modos de pensar la  
política generadas tras la irrupción del EZLN y de la voz del  
Subcomandante Marcos en el espacio público global, atravesaron un  
conjunto significativo de grupos universitarios, colectivos y  
movimientos sociales. 16 En Argentina, como en otras partes del mundo,  
la palabra zapatista vino acompañada de la de una serie de  
intelectuales que apoyan e impulsan el proceso de renovación de las  
izquierdas inaugurado con el levantamiento del EZLN en 1994. Entre  
otros, deben mencionarse aquí a Ana Esther Ceceña y, sobre todo, a  
John Holloway. Quien esto escribe recuerda el profundo impacto causado  
por este autor en una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras  
de la Universidad de Buenos Aires, en 1995. Holloway proponía allí al  
zapatismo como la vía de acceso no sólo a un nuevo universo   
teórico-práctico, sino a una ética militante que tomaba distancia del  
modelo sacrificial dominante en las tradiciones de la política  
setentista aún muy presentes en las formaciones de izquierda. Las  
palabras de Emma Goldman con las que Holloway elegía culminar su  
alocución (“si no puedo bailar no quiero ser parte de tu revolución!”)  
eran testimonio de la apertura a una nueva sensibilidad en las  
relaciones sociales y políticas de la militancia de izquierdas. 17  
Posteriormente, su conocida obra Cambiar el mundo sin tomar el poder  
alimentó nuevos debates y tomas de posición dentro del creciente campo  
político antiestadocéntrico.
    Finalmente, un capítulo también importante en esta travesía se ha  
configurado en torno al influjo reciente de la constelación  
post-operaista italiana. Esa tradición, que tiene en su centro a Toni  
Negri, era ya conocida por algunos grupos en Argentina al menos desde  
los primeros años ´80. Entre otras, las revistas Praxis y El  
Rodaballo, impulsadas por Horacio Tarcus, en su afán de renovar el  
marxismo difundieron la obra de Negri. Pero fue a partir de la  
explosión generada por las polémicas suscitadas por el libro Imperio  
de Negri y Hardt  que esta corriente alcanzó importante presencia.  
Paradójicamente, fue el éxito editorial de esta obra el que colaboró  
en descentrar en esa franja a la figura de Negri, lo que permitió que  
en los últimos años otros autores como Maurizio Lazzarato, Sandro  
Mezzadra, Franco Berardi (Bifo) y Paolo Virno comenzaran a conocerse.  
De todos ellos,  además de Negri, ha sido la filosofía política de  
Virno la que ha dejado una más acusada impronta.
  18 Con todo, más allá de algunas cuestiones tales como la apelación  
a investigar la composición actual del trabajo vivo en función de  
extraer de su naturaleza contemporánea nuevas orientaciones para su  
organización, 19 el rechazo genérico por las tradiciones  
nacional-estatistas o, en menor medida, un horizonte normativo que  
impele a un tiempo a resguardar el carácter irreductible de las  
singularidades sin perder de vista la tarea de “trabajar el común” (de  
un modo que evite una pura filosofía de la diferencia; tal el cometido  
esencial del concepto de multitud que, como recuerda Virno, “no se  
contrapone al Uno, sino que lo redetermina”), 20 cuesta encontrar los  
trazos concretos de la influencia post-operaista. Salvo algunos  
intentos que por adoptar aproximaciones demasiado literales del  
enfoque y el lenguaje de Negri tienden a encorsetar en categorías  
rígidas los procesos sociales reales, no es dable hallar demasiadas  
tentativas que exploren los más originales caminos abiertos por esta  
corriente, tales como las investigaciones acerca de la presunta  
hegemonía del trabajo inmaterial en el capitalismo posfordista, o la  
pesquisa acerca de la materialidad de los sujetos llamados a  
desarrollar una globalizzazione dal basso (globalización desde abajo).  
21 Incluso las hipótesis más recientes de Negri acerca de un supuesto  
nuevo pacto entre movimientos sociales y gobiernos progresistas en  
Latinoamérica han tendido a tener escasa influencia. 22
     En fin, sin dudas otras capas más tenues de lecturas  
contribuyeron también a configurar una corriente de pensamiento  
autónomo. Y lo interesante es que, si parte sustancial de este  
conjunto de “prácticas teóricas” se originó en colectivos y grupos  
provenientes de la Universidad o de las clases medias, una serie de  
canales diversos permitió cierta circulación de ideas en algunos  
movimientos sociales populares de base. Desde talleres de  
(auto)formación a prácticas específicas de composición entre  
colectivos de investigación-militante y diferentes experiencias  
sociales y políticas (prácticas propiciadas ejemplarmente por el  
Colectivo Situaciones), 23 pasando por la Ronda de Pensamiento  
Autónomo (un espacio de reunión y debate mensual de experiencias de  
muy diversa índole que aceptan compartir problemas y preguntas comunes  
en la tarea de “construir la autonomía”) y el peregrinaje más  
asistemático de ciertas nociones a través de medios de comunicación  
alternativos, un abanico
  de formas de contacto e hibridación de culturas políticas permitió  
que al menos parte de los autores e ideas antes referidos permeen la  
actividad de algunos movimientos. En esas zonas de hibridación, donde  
acontece más cabalmente el ensamble de las dos matrices de origen de  
los movimientos autónomos (la social y la intelectual), vieron la luz  
algunas de las formaciones más interesantes del “autonomismo  
argentino”. 24


   Singularidades
        En el recorrido necesariamente sintético del impacto del  
conjunto de autores y referencias que incentivaron el surgimiento de  
una corriente de pensamiento autónomo, hemos bordeado los contornos de  
una problemática de honda presencia en la cultura de izquierdas del  
continente: la que ha alcanzado su mayor densidad teórico-política en  
los meandros del concepto de marxismo latinoamericano. Esta categoría  
encierra y sintetiza, en los dos términos que la componen, las  
tensiones derivadas de las complejidades del aterrizaje en América  
Latina de ideas y doctrinas originadas en otras realidades,  
fundamentalmente europeas. En rigor, esta cuestión involucra no sólo a  
las ideas de izquierda ni se reduce al siglo XX, sino que abarca al  
entero asunto de las doctrinas políticas y sociales del continente en  
la Modernidad, en un problema que el crítico brasilero Roberto Schwarz  
ha denominado el de “las ideas fuera de lugar”. 25
     Frente a esta cuestión, la cultura de izquierdas latinoamericana  
del siglo XX supo adoptar posiciones polares: si en su inicio, en  
época de hegemonía del positivismo, tendió a reprisar los desarrollos  
europeos sin atender a las especificidades locales (y así el marxismo,  
inficionado de positivismo evolucionista, arribó a estas costas  
adherido a postulados mecanicistas generados en Europa), desde los  
años ´20 y ´30 ese prisma tendió a invertirse, hasta acabar, ya en la  
segunda mitad del siglo, cuando la hegemonía cultural se había  
desplazado a un nacional-populismo que teñía el entero campo político  
del continente, en la sospecha y la inquina frontal ante las ideas  
provenientes de Europa. Entre ambos, lo mejor del pensamiento de  
izquierda adoptó una postura creativa, que no por enfocar las  
especificidades locales y nacionales dejó de pensar al interior del  
horizonte más vasto de la necesidad de una emancipación universal  
(antes bien, acaso precisamente para mejor captar las singularidades  
latinoamericanas se sirvió de lo más avanzado y novedoso del  
pensamiento contemporáneo mundial). Como se sabe, la figura que más  
cabalmente expresó este movimiento de ideas fue el peruano José Carlos  
Mariátegui, y de allí que la invención de un marxismo latinoamericano  
(igualmente atento a los dos polos de la ecuación) tienda a remitirse  
a su nombre. 26
     Pues bien: la recepción del conjunto de referencias teóricas que,  
provenientes sobre todo de Europa, alimentaron un campo autónomo en  
Argentina, actualiza de algún modo las tensiones y complejidades que  
se presentaron históricamente en torno a la problemática del marxismo  
latinoamericano. Puede decirse incluso que las actitudes polares  
recién mencionadas vuelven a hacerse presentes en el caso que nos  
ocupa. Aquí también, como hemos mencionado ya, algunos usos de  
categorías y jergas han producido análisis que, sino estériles, a  
menudo no han logrado desmarcarse del efecto de rechazo que los  
lenguajes encapsulados generan fuera del circuito que les da origen. Y  
aquí también, y de modo tanto más extendido, la pervivencia de una  
estructura de sentimiento nacional-populista reactiva frente a las  
novedades del pensamiento contemporáneo ha producido una suerte de  
bloqueo tradicionalista que ha obturado la extensión de ese  
pensamiento. 27
     Pero también aquí, replicando el gesto mariateguiano de mixtura  
creativa de elementos locales y pensamiento contemporáneo, una serie  
de experiencias híbridas (en el sentido de una apertura a distintas  
constelaciones político-intelectuales) ha favorecido el surgimiento de  
un abanico de invenciones teórico-prácticas que ha dado cuerpo a lo  
mejor y más singular del campo autónomo argentino. Hemos mencionado ya  
a las más importantes y masivas invenciones prácticas: los piquetes,  
las asambleas, la ocupación de fábricas. Cabe mencionar otras menos  
conocidas pero acaso incluso más originales. 28 Pero además de ellas,  
es posible abstraer una serie de desarrollos y postulados teóricos de  
los cuáles se destilan las más singulares contribuciones de eso que, a  
riesgo de hipóstasis, convenimos en llamar pensamiento autónomo  
argentino:
   Un pensamiento situacional. Como hemos mencionado ya, un rasgo que  
exhiben algunas de las trayectorias más interesantes y productivas del  
pensamiento autónomo es la del desarrollo de hipótesis singulares  
encadenadas al despliegue de prácticas también singulares. Pensar en  
situación es despojarse hasta donde sea posible de los saberes  
heredados. Esta “epistemología militante”, en palabras de Franco  
Ingrassia, “lleva implicada una relación muy pragmática y activa entre  
los conceptos y las intervenciones”. 29 Estas premisas se han  
desarrollado en el trabajo de diversas experiencias de investigación  
militante, la más conocida de las cuales es la que lleva a cabo  
sostenidamente desde hace varios años el Colectivo Situaciones. Las  
prácticas de escritura que llevan a cabo se encuentran atadas  
singularmente a las prácticas, al punto que la propia distinción entre  
teoría y práctica idealmente queda suspendida. 30 Situaciones ha  
construido así un camino fructífero (que ha dado origen a numerosos  
libros y publicaciones, muchos de ellos surgidos a partir de prácticas  
de composición con experiencias sociales y políticas singulares), en  
polémica con las perspectivas llamadas extrasituacionales: ya las de  
la militancia tradicional de izquierda, ya las de los científicos  
sociales académicos, que a pesar de sus diferencias comparten una  
misma mirada exterior a las experiencias sociales que acaba por  
“objetualizarlas” y restarles potencia. Con todo, este pensamiento  
interior a las prácticas no es exclusivo del Colectivo Situaciones, y  
de allí que pueda decirse que configura quizás el rasgo más notorio de  
las experiencias de pensamiento autónomo en Argentina. 31
   Estado técnico-administrativo. Este concepto proviene de la  
extremamente sugerente deriva de pensamiento de Ignacio Lewkowicz,  
probablemente quien con mayor rigurosidad y creatividad estaba  
meditando desde Argentina las mutaciones acaecidas en la escena  
contemporánea. 32 El Estado en la contemporaneidad se halla  
desfondado, roto. Esto no quiere decir que haya dejado de existir,  
sino que las instituciones que lo habían transformado en el actor  
central de la Modernidad han perdido su eficacia. Y junto con ellas,  
se han desquiciado también la subjetividad propia de la era estatal  
(la ciudadanía nacional) y el discurso que la instituía (la historia  
nacional). Todo ello acontece porque nos es dado habitar lo que  
Lewkowicz denomina la era de la fluidez. Un tiempo en que la  
operatoria tanto del mercado como de las maquinarias de la información  
y la opinión han pulverizado la consistencia del lazo social estatal  
moderno. 33
   Nuevas formas de subjetivación. Pero lo más original del  
pensamiento de Ignacio Lewkowicz, aquello que conecta más directamente  
con el pensamiento situacional de varios núcleos de la militancia  
autónoma en Argentina, tiene que ver con las modalidades que adoptan  
las estrategias de subjetivación contemporáneas. Hoy, cuando todo lo  
sólido de la Modernidad se disuelve en el aire, han cambiado también  
las operaciones relativas a la búsqueda de la emancipación. Si en  
tiempos de solidez del lazo social y de una lógica de la dominación  
fundada en el Estado moderno la política crítica debía subvertir,  
romper, revolucionar el orden establecido, en la era de la fluidez se  
trata de lo contrario: allí donde domina la liquidez y la  
inestabilidad, las formas de subjetivación que pretendan producir  
formas de vida otras en el vendaval capitalista deben re-ligar,  
componer, incluso desacelerar el tiempo desquiciado de la  
contemporaneidad. 34 En palabras de Franco Ingrassia, “de lo que se
  trata es de poder generar, en un contexto de dispersión, formas de  
cohesión alternativas a las generadas por los circuitos de  
valorización del capital. En este sentido, las prácticas militantes se  
reformulan, centrándose en la constitución de secuencias autónomas de  
reproducción de la vida social.” 35


   Límites
   El campo de experiencias autónomas que hemos abordado presenta una  
serie de limitaciones cuyos efectos no pueden dejar de hacerse notar.  
Cabe indicar aquí el modo en que las asambleas barriales surgidas  
luego de diciembre de 2001 entraron en una fase de declive pronunciado  
que vino a desmentir el potencial subversivo que se había adivinado en  
ellas, o los modos en que muchos movimientos, sobre todo piqueteros,  
pudieron ser cooptados por la maquinaria estatal. De esas  
limitaciones, aquí nos detendremos apenas en una, a nuestro juicio  
central para entender la debilidad relativa del campo autónomo en el  
conjunto de fuerzas sociales y políticas que diagraman el escenario  
argentino actual. 36
    Hemos mencionado anteriormente la dificultad del conjunto de  
experiencias autónomas para presentarse en sociedad con un nombre  
común. En torno a este asunto radica una diferencia sustantiva frente  
a configuraciones autónomas de otras latitudes: a diferencia del  
zapatismo o de los movimientos sociales de la autonomía italiana, las  
experiencias argentinas adolecen de la falta de un discurso capaz de  
apuntalarlas en el espacio público; un discurso que sirva como  
propagador de un imaginario que por su propia existencia impulse la  
multiplicación de nuevas experiencias, y que además retorne como  
factor de empoderamiento a los proyectos autónomos. La ausencia  
relativa de un sentimiento compartido que signifique al “campo  
autónomo” argentino como una “comunidad en marcha”, facilita la  
dispersión y el carácter episódico de algunas iniciativas basadas en  
la autoorganización de lo social y en la horizontalidad. 37
    Desdoblemos esta tesis. En un primer nivel, las significativas  
contribuciones del pensamiento autónomo que hemos atisbado, tienen un  
eco y un alcance limitado. Si han tenido una circulación en algunos de  
los movimientos que hemos mencionado, no han  siquiera rozado a muchos  
otros. De allí la rareza de experiencias que han resultado innovadoras  
en un terreno práctico, pero que siguen presas de representaciones e  
identidades heredadas (mencionamos ya la paradoja de fábricas  
recuperadas de obreros autoorganizados que sin embargo siguen siendo  
partícipes de un imaginario peronista). En suma, mientras en un  
terreno práctico algunos movimientos –asambleas, fábricas, piqueteros,  
escraches- han encontrado importante capacidad de propagación y  
contagio, la ausencia de un arsenal de conceptos y miradas compartidas  
38 (reverso del resguardo de lo singular y del énfasis en lo  
local/situacional de las más interesantes trayectorias de pensamiento  
autónomo) debilitó la capacidad de
  generación y generalización de una nueva auto-representación de  
muchos de esos movimientos.
   Un segundo nivel permite en efecto comprobar que esa ausencia  
relativa de un conjunto de conceptos difundidos y generalizados en las  
experiencias de autoorganización se acompaña de la presencia tenue o  
casi inexistente de una narrativa que instale en el espacio público la  
historia, los hitos y las perspectivas futuras del proyecto de la  
autonomía en Argentina. Resulta sintomático de esa carencia la cuasi  
invisibilidad en que transcurrió a fines de 2006 el quinto aniversario  
de la rebelión popular que derribó al gobierno de Fernando de la Rúa y  
permitió soñar con la posibilidad de consumación del viejo anhelo de  
una autogestión generalizada de lo social. Esa rebelión, en la que  
participaron centenas de miles de personas, parece haber evaporado sus  
marcas del cuerpo de la sociedad.
     Y es que, junto a la ausencia parcial de una narrativa común  
capaz de inscribir su sello en los estratos de memoria y en las luchas  
por la significación que atraviesan a la sociedad argentina, la  
rebelión popular del 2001 y, más específicamente, el conjunto de los  
movimientos y grupos autónomos, carecieron relativamente de una  
dimensión que, si podía ser ya crucial para la política moderna de  
comienzos de siglo XX, parece serlo tanto más hoy. Las narrativas que  
tienen vocación proyectiva suelen culminar en un horizonte voraz de  
futuro que se configura bajo la forma del mito. Como quería  
Mariátegui, y como lo saben también los grupos que otorgan centralidad  
a la dimensión mitopoiética de las luchas (como el colectivo de  
“comunismo literario” italiano Wu Ming), todo movimiento o ciclo  
político que se quiera vivo debe alimentar su curso biográfico de un  
mito, entendido como la dimensión imaginaria que proyecta una emoción  
común capaz de generar un círculo virtuoso de
  identificaciones parciales e incitaciones compartidas a la acción  
entre grupos y personas singulares. Esa sensación de pertenecer a una  
comunidad de iguales de potencia siempre incrementada, que en las  
reverberaciones contemporáneas de la autonomía italiana se presenta  
bajo el nombre de multitud y que ha estado presente también en la  
producción simbólica zapatista al menos en sus momentos de mayor  
fulgor, no es igualmente detectable en los movimientos autónomos  
argentinos.


   A modo de conclusión: el lugar de los movimientos autónomos en la  
tradición política argentina y latinoamericana
   Subsiste entonces un dilema que atraviesa no solamente al campo de  
la autonomía en Argentina: ¿cómo producir esa dimensión imaginaria y/o  
mitopoiética sin caer en  ideología? ¿Cómo preservar la singularidad  
irreductible de las prácticas, que aparece como uno de las fuentes de  
creatividad de los autónomos argentinos, promoviendo al mismo tiempo  
una narrativa de empoderamiento común? Al parecer, apenas tenemos  
algunas sugerencias para algo parecido a una respuesta a estos  
cruciales interrogantes. Tal por ejemplo las indicaciones que  
provienen de conceptos como el de “red difusa”, del Colectivo  
Situaciones, o, en otra vena, la apelación –no exenta de ironía- a un  
“retorno” a un “leninismo deseante” del militante autónomo malagueño  
Javier Toret. O, también desde un ángulo muy distinto, los  
señalamientos de Wu Ming acerca de cómo evitar que los mitos devengan  
fetiches (impidiendo que muten de baterías de energía social a  
herramientas de instrumentalización heterónoma al servicio de nuevos  
líderes o formaciones semejantes). 39 En fin, se trata de cuestiones  
que permanecen abiertas, y que probablemente habrán de hallar  
respuesta en experimentos prácticos antes que en conceptos. La Otra  
Campaña zapatista tal vez ha sido la apuesta más ambiciosa en este  
sentido, pero su suerte parece haber sido menos auspiciosa de lo  
esperado.
    Con todo, aún con sus debilidades e intermitencias, el campo de  
movimientos autónomos emergente en Argentina y América Latina puede  
estar llamado a ocupar un lugar de peso en la historia de las  
tradiciones políticas del continente. Y ello porque su presencia  
remueve no solamente aspectos enquistados en el campo de las  
izquierdas, relanzando un proyecto emancipatorio a la altura de los  
valores más altos de la Modernidad, sino, más decisivamente, porque la  
imaginación democrático-radical que trae consigo embiste contra  
aquello que puede considerarse el núcleo duro de la cultura política  
latinoamericana. Los movimientos autónomos en Argentina y en América  
Latina han venido a interrumpir la matriz estadocéntrica y las lógicas  
autoritarias que se derivan de ella. Ciertamente, desde la irrupción  
del zapatismo se ha avanzado mucho en este sentido, pero el camino a  
recorrer es todavía arduo.
     El campo de los movimientos autónomos tiene así una preciosa  
tarea histórica por desarrollar: la de contribuir al combate del  
conjunto de rasgos que configura con inusitada fuerza el tronco  
principal de la política del continente (un tronco que tiene sus  
versiones de izquierda y de derecha): clientelismos, estatismos,  
caudillismos, nacionalismos. Si tiene éxito aunque sea relativo en  
esta tarea de desmontaje de estas “rocas duras” de la política  
latinoamericana, habrá realizado sino una revolución social una  
verdadera revolución político-cultural.


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         1 Este texto tiene una pretensión histórico-problemática  
antes que descriptiva, y por eso me limito aquí a una mención rápida  
de los grupos autónomos y los movimientos sociales enrolados en la  
rebelión popular de 2001 (por otra parte suficientemente estudiados  
por una abundante bibliografía reciente). Los movimientos piqueteros,  
nacidos en algunas localidades del interior del país en 1996 y  
desarrollados sobre todo posteriormente en el conurbano de la Capital  
Federal, surgieron como una respuesta organizada ante el fenómeno de  
la desocupación de masas que advino durante el gobierno de Carlos  
Menem. Actualmente hay decenas de grupos y movimientos piqueteros,  
aunque la hábil política mixta de cooptación y aislamiento y/o  
represión llevada a cabo por el gobierno de Néstor Kirchner ha tendido  
a debilitar al entero espacio piquetero. Sólo una porción menor de  
esos movimientos, por otra parte, es habitualmente relacionada al  
campo de los grupos autónomos.  La mejor
  radiografía histórico-social del surgimiento y características del  
conjunto de movimientos piqueteros se encuentra en Maristella Svampa y  
Sebastián Pereyra, Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las  
organizaciones piqueteras, Buenos Aires, Biblos, 2004 (2da. edición  
ampliada). Sobre el MTD de Solano, el grupo piquetero más identificado  
con el proyecto de la autonomía, véase Colectivo Situaciones y MTD de  
Solano, Hipótesis 891. Más allá de los piquetes, Buenos Aires, De Mano  
en Mano, 2002. Las asambleas barriales surgieron en las grandes  
ciudades argentinas como continuación directa de las movilizaciones  
que derribaron al gobierno de Fernando de la Rúa y mantuvieron en vilo  
a la entera clase política por varios meses. En los primeros meses de  
2002, en su momento de mayor fulgor, superaron las 150 en todo el  
país, con una media de gente que osciló inicialmente entre las 50 y  
las 200 personas. Pero miles de personas, muchas sin experiencia  
política previa, pasaron ya sea brevemente por esos encuentros  
semanales en los que se discutía sobre temas que involucraban asuntos  
que iban desde lo barrial hasta lo nacional. Su importancia  
cualitativa puede captarse en las reveladoras declaraciones del ex  
presidente Eduardo Duhalde, quien a comienzos de su gobierno, en 2002,  
llegó a desafiarlas públicamente al afirmar que “no se puede gobernar  
con asambleas”. Las asambleas barriales se destacaron por el  
indoblegable celo con el que custodiaron la horizontalidad en la toma  
de decisiones. Hoy apenas sobrevive un puñado de ellas, con una  
participación muy menguada, pero su herencia puede observarse en otros  
movimientos sociales que han adoptado muchos de sus rasgos (por  
ejemplo, movimientos barriales contra la especulación urbana y la  
construcción de megatorres). El mejor análisis problemático de la  
experiencia de las asambleas barriales puede hallarse en Ezequiel  
Adamovsky,  “El movimiento asambleario en la Argentina: balance de una  
experiencia”,  en El Rodaballo, no. 15, invierno 2004. Véase, también,  
Hernán Ouviña, “Las asambleas barriales. Apuntes a modo de hipótesis  
de trabajo”, en Revista Theomai, Universidad de Quilmes, número  
especial, invierno de 2002; y Martín Armelino, Germán Pérez y Federico  
Rossi, “Entre el autogobierno y la representación. La experiencia de  
las asambleas en la Argentina”, en Federico Shuster, Francisco  
Naishtat, Gabriel Nardacchione y Sebastián Pereyra (comps.), Tomar la  
palabra. Estudios sobre protesta social y acción colectiva en la  
Argentina contemporánea, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005. La toma  
y recuperación de fábricas por sus propios trabajadores se inició con  
anterioridad a la rebelión del 2001, pero se potenció con ésta. Aunque  
cada una de las fábricas sin patrón -más de 160 en todo el país-  
reconoce una historia y una trayectoria singular, en todas se destaca  
el énfasis en la autoorganización del trabajo. Habiendo obtenido  
algunos importantes éxitos legales que permitieron la expropiación  
parcial o plena de las instalaciones o instrumentos y maquinaria de  
trabajo, de los tres pilares de los movimientos del 2001 el de las  
fábricas es  probablemente el que goza de mejor salud (ello pasando  
por alto un sinnúmero de problemas organizativos, legales y políticos  
en cada una de ellas). V. Eduardo Magnani, El cambio silencioso.  
Empresas y fábricas recuperadas por los trabajadores en la Argentina,  
Buenos Aires, Prometeo, 2003; Julián Rebón, Desobedeciendo al  
desempleo. La experiencia de las empresas recuperadas, Buenos Aires,  
Picasso-La Rosa Blindada, 2004;  y colectivo lavaca, Sin Patrón.  
Fábricas y empresas recuperadas por sus trabajadores. Una historia,  
una guía, Buenos Aires, Cooperativa de Trabajo lavaca, 2004.  
Finalmente, cabe anotar la existencia de un conjunto  de colectivos y  
experiencias contraculturales, de investigación militante y de  
comunicación alternativa, provenientes muchas veces de la Universidad,  
y que, coaligados a
  algunos de los movimientos sociales populares, han alimentado con  
ideas y prácticas el “área autónoma”. El origen de algunas de esas  
experiencias es narrado por Raúl Zibechi en Genealogía de la revuelta.  
Argentina: la sociedad en movimiento, La Plata, Letra Libre, 2003.  
Este mapa sumario y necesariamente no exhaustivo de los más  
importantes movimientos sociales que tanto han sostenido prácticas de  
autoorganización y horizontalidad como impulsado un “pensamiento  
autónomo” puede completarse de muchos modos. Aquí opto por mencionar  
algunas experiencias muy recientes, como las Asambleas ambientales que  
en varios lugares del país han mantenido un sostenido y a menudo  
exitoso combate contra empresas multinacionales -la mayoría, ligadas a  
la minería- que pretenden instalarse en las cercanías de pequeñas  
ciudades del interior (los casos más resonantes son los de  
Gualeguaychú y Esquel); o, en un registro muy diverso, la singular  
experiencia de autoformación e investigación militante de la Cátedra  
Experimental de Producción de Subjetividad de la ciudad de Rosario  
(véase www.catedrasubjetividad.com.ar).


     2 Entrevista a Franco Ingrassia, Buenos Aires, 1 de octubre de 2006.


     3 Entrevista a Karla Castelazzo, militante de variadas  
experiencias autónomas, en la Universidad y en el movimiento  
asambleario, Buenos Aires, octubre de 2006.


     4 Ese sesgo ha alcanzado estatuto no sólo práctico sino también  
teórico a través del sostenido trabajo del Colectivo Situaciones, a  
cuya proyección internacional se deben buena parte del conocimiento y  
las imágenes que se tienen del “autonomismo argentino”. Con todo, ese  
privilegio de la singularidad de cada experiencia práctica no es  
exclusivo de Situaciones sino que es patrimonio de la mayoría de los  
autónomos argentinos.


     5 Tal es la situación probablemente predominante en la mayoría de  
los grupos y experiencias que aquí consideramos dentro del campo de  
los autónomos. Ejemplarmente, es el caso de muchos de los trabajadores  
de las fábricas recuperadas, o de los militantes de la Asamblea  
Ambientalista de Gualeguaychú. Las prácticas de autoorganización y  
horizontalidad que llevan a cabo en muchos casos no han llegado a  
astillar sus identidades políticas. Muchos de ellos, por caso,  
continúan considerándose peronistas. Resulta sintomático de esta  
situación la siguiente anécdota referida por Patricio Mc Cabe, otro  
militante autónomo histórico: “Hace poco tuvimos una experiencia que  
ilustra un poco eso. La Asamblea barrial de Villa Pueyrredón nos hizo  
llegar un pedido para que armemos un taller sobre autonomía y marxismo  
autonomista. Entonces tuvimos 7 u 8 encuentros en esa Asamblea: en los  
dos primeros discutimos los clásicos, y en las cinco reuniones  
restantes toda la línea de la autonomía.
  Ellos sentían que estaban en el espacio de la autonomía, pero no  
sabían de qué trataba el autonomismo. Y cuando descubren de qué se  
trata, experimentan un rechazo bastante fuerte. Les ponía muy en duda  
su formación histórica partidaria de izquierda. Las tesis que  
acercábamos no tenían demasiada llegada. Cuando se enteraron cuáles  
eran las discusiones del autonomismo, no les simpatizó en lo más  
mínimo….Pero, más allá de eso, sus prácticas concretas eran  
definitivamente autónomas”. Entrevista a Patricio Mc Cabe, Buenos  
Aires, octubre de 2007.


     6 Cf. Luis A. Romero, La crisis argentina. Una mirada al siglo  
XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 19-32.


     7 V. Tulio Halperin Donghi, Argentina en el Callejón, Buenos  
Aires, Ariel, 1995 (ed. orig. 1964).


     8 “Durante la década del 90 asistimos al final de la  
¨excepcionalidad argentina¨ en el contexto latinoamericano. Más allá  
de las asimetrías regionales y de las jerarquías sociales, esta  
¨excepcionalidad¨ consistía en la presencia de una lógica igualitaria  
en la matriz social.” V. Maristella Svampa, La Sociedad excluyente. La  
Argentina bajo el signo del neoliberalismo, Buenos Aires, Taurus,  
2005, p. 47.


     9 Según apunta José Nun, el porcentaje de los llamados “nuevos  
pobres” (estratos provenientes de las clases medias) creció, en el  
área de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, de un 3,% a  
comienzos de los ´80 a un 26% en 1996. V. J. Nun, Democracia ¿Gobierno  
del pueblo o gobierno de los políticos?, Buenos Aires, FCE, 2000, p.  
135.


     10 M. Svampa, La Sociedad Excluyente, cit., p. 47.


     11 El peronismo, enigma que ha suscitado desde su origen  
infinidad de interpretaciones intelectuales y políticas, atraviesa en  
el presente, sobre todo desde la presidencia de Menem, una serie de  
mutaciones que están lejos de haber sido cabalmente esclarecidas. Si,  
al decir de Halperin Donghi, el menemismo liquidó la “sociedad  
peronista” –entendida como el conjunto de fuerzas sociales que  
estructuraban un horizonte de expectativas centrado en el Estado  
social surgido en la coyuntura que llevó a Perón al poder, en 1943-46-  
(Cf., Halperin Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista,  
Buenos Aires, Ariel, 1994), el kirchnerismo y la recompuesta hegemonía  
del peronismo sobre la totalidad del sistema político disponen un  
conjunto de nuevos interrogantes sobre la extraña pervivencia de un  
movimiento político que ha mostrado a lo largo de su historia una  
singular capacidad de transfiguración y adaptación. Con todo, la  
inmediata identificación con el peronismo de los
  sectores populares ya no parece ser el baluarte indestructible de  
años atrás. Tanto los mitos políticos peronistas, como el espacio de  
sociabilidad familiar como matriz de reproducción de la identidad  
peronista, parecen haber perdido al menos parte de su eficacia en los  
últimos años. Un ensayo de aproximación parcial a esta cuestión  
crucial puede hallarse en M. Svampa y S. Pereyra, Entre la ruta y el  
barrio, op. cit., pp. 37-42.


     12 La crítica a la forma partido puede seguirse en dos textos  
significativos representativos de líneas teóricas diferentes: Ignacio  
Lewkowicz, “¿Fin del partido? La militancia no se rinde” en Revista  
Acontecimiento, no. 2, Buenos Aires, invierno de 1991; y Horacio  
Tarcus, “La secta política. Ensayo acerca de la pervivencia de lo  
sagrado en la Modernidad”, en El Rodaballo, no. 9, Buenos Aires,  
verano 1998/99.


     13 Tal el relato ofrecido por Patricio Mc Cabe (proveniente de  
una organización partidaria de izquierda) en la entrevista antes  
citada. Los ejemplos, no obstante, pueden multiplicarse.


     14 Ambas alternativas son repasadas en clave de autobiografía  
intelectual por Oscar Terán, uno de los introductores de Foucault en  
Argentina y América Latina. Cf. “Filosofía, historia y política. Un  
recorrido”, en O. Terán, De utopías, catástrofes y esperanzas. Un  
camino intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, pp. 23-24.


     15 Entrevista a Patricio Mc Cabe, cit.


     16 Una cuestión que merece una detenida reflexión –que aquí no  
podemos dar- es la de los usos del zapatismo por los movimientos y  
grupos autónomos argentinos. Da la impresión de que el vínculo con el  
EZLN fue importante en extensión, pero discontinuo en intensidad y,  
por lo general, poco creativo. Acaso resulta más interesante y  
productivo el modo en que los movimientos sociales italianos –por  
poner un punto de comparación- tejieron una relación con las ideas y  
con la simbología zapatista más intensa y a la vez más creativa y  
menos basada en el modelo del puro solidarismo internacional.


     17 La conferencia de Holloway fue publicada bajo el título “El  
Primer Día del Primer Año: reflexiones sobre los zapatistas” en el  
número 8 de la revista Dialéktica, Buenos Aires, 1996.


     18 V. al respecto Martín Bergel, “Para leer a Virno en América  
Latina”, en El Rodaballo, no. 15, otoño de 2004.


     19 Un incisivo ensayo en esa dirección se encuentra en Franco  
Ingrassia, “11 ideas precarias para un sindicalismo biopolítico”, en  
El Viejo Topo, no. 212, octubre de 2005. Consúltese asimismo los  
numerosos trabajos del colectivo Nuevo Proyecto Histórico, disponibles  
en www.colectivonph.com.ar.


     20 P. Virno, Gramática de la multitud. Para un análisis de las  
formas de vida contemporáneas, Buenos Aires, Colihue, 2003, p. 16.


     21 Una reciente e interesante excepción que pone en juego algunas  
de las intuiciones del pensamiento radical italiano contemporáneo  
acerca de las formas del trabajo en el capitalismo cognitivo de  
nuestros días puede hallarse en Colectivo ¿Quien Habla? (Colectivo  
Situaciones, Nicolás Barraco, Marzo y Kris), Lucha contra la  
esclavitud del alma en los call center, Buenos Aires, Tinta Limón, 2006.


     22 Cf. A. Negri y G. Cocco, GlobAL. Biopoder y luchas en una  
América Latina globalizada, Buenos Aires, Manantial, 2006.


     23 Sobre el significado de la composición, operación de creación  
común de pensamiento de dos singularidades, v. del Colectivo  
Situaciones el texto “Sobre el Método”, en Hipótesis 891, cit.


     24 Dos movimientos piqueteros, los MTD (Movimiento de  
Trabajadores Desocupados) de Solano y de La Matanza, se muestran como  
experiencias en las que esa hibridación ha tenido ejemplarmente lugar.  
Ciertamente, conviene no exagerar la importancia de esos espacios de  
composición. Como hemos mencionado ya, la mayoría de los movimientos  
que aquí consideramos laxamente dentro de un campo autónomo (las  
fábricas recuperadas, por caso) han innovado más en las prácticas que  
llevan a cabo que en el modo en que se las representan.


     25 R. Schwarz, “Las ideas fuera de lugar” [1971], en Florencia  
Garramuño y Adriana Amante (org.), Absurdo Brasil. Polémicas en la  
cultura brasilera, Buenos Aires, Biblos, 2000.


     26 Sobre este asunto, véase, entre otros, los siguientes textos  
significativos: José Aricó (ed.), Mariátegui y los orígenes del  
marxismo latinoamericano, México, Cuadernos de Pasado y Presente,  
1980; y Oscar Terán, Discutir Mariátegui, Universidad Autónoma de  
Puebla, México, 1985.


     27 Esa estructura de sentimiento puede constatarse tanto en  
espacios de militancia y movimientos sociales, como, de modo a veces  
más estridente, en boca de franjas significativas de intelectuales.  
Esos intelectuales reaccionan ante algunos desarrollos del pensamiento  
y la política contemporánea que comprometen algunas certidumbres del  
pasado, empezando por la idea de nación. Para un excelente análisis  
crítico de ese discurso cf. Ezequiel Adamovsky, “La patria de la  
emancipación (y la angustia por la nación en la cultura argentina)”,  
en El Rodaballo no. 16, Buenos Aires, verano de 2006. En la misma  
línea, véase también mi propio análisis de las reacciones  
configuradoras de un “bloqueo nacional” a las hipótesis de Paolo Virno  
sobre la rebelión popular argentina de 2001 y, más en general, a las  
conexiones entre ella y el movimiento altermundialista en “Lo local,  
lo global, lo múltiple. Una lectura de la relación entre la rebelión  
popular argentina y el movimiento de
  resistencia global”, en El Rodaballo, no. 14, Buenos Aires, invierno de 2002.


     28 Mencionemos dos muy significativas. En la segunda mitad de los  
años ´90, la entonces recién surgida agrupación H.I.J.O.S., que nuclea  
a jóvenes que reclaman justicia para sus padres, muertos o  
desaparecidos por la represión estatal de los años ´70 (y que,  
significativamente, aún cuando reivindican la memoria para las  
organizaciones revolucionarias de esos años, a diferencia de ellas se  
organizan de modo horizontal), desarrolló una práctica de producción  
de justicia popular que asumió el nombre de escrache (con suficiente  
éxito como para que luego sea adoptada por otras muchas experiencias).  
Allí donde un conjunto de leyes aprobadas por el régimen político  
democrático había dejado impunes a los autores de atroces crímenes y  
violaciones a los derechos humanos perpetrados durante la dictadura  
del ´76, el escrache buscaba producir un escenario de visibilización y  
de construcción de condena social de algunos de esos criminales. El  
escrache consiste en la identificación
  del lugar de morada de algún miembro de las organizaciones  
represivas, y en el tendido de un largo trabajo en el tejido barrial  
que sirva a los fines de iluminar que allí vive y desarrolla sus  
actividades cotidianas un asesino de la dictadura. Ese trabajo de  
varios meses culmina en el escrache propiamente dicho, el asedio  
festivo y no violento, cargado de producción simbólica, de la vivienda  
del sujeto en cuestión. Ese marcaje ciudadano, en ausencia de un marco  
legal estatal que haga justicia, ha sido pensado como un modo de  
producción de justicia y memoria comunitaria desde abajo. Al respecto,  
véase del Colectivo Situaciones, “Conversaciones con H.I.J.O.S.”,  
Cuaderno de Situaciones no. 1, Buenos Aires, octubre de 2000. En un  
orden diverso, a fines de 1999, en ocasión de las elecciones que  
catapultaron a la presidencia a Fernando de la Rúa, un grupo de  
jóvenes provenientes de la Universidad impulsó una experiencia  
asimismo singular. La ley electoral argentina, que
  establece la obligatoriedad del voto, prevé la posibilidad de  
exención de tal compromiso a todo ciudadano que se encuentre a más de  
500 km. del lugar de votación. Esta disposición busca proteger a  
aquellos que por razones laborales o semejantes se encuentren lejos de  
sus distritos electorales. Pues bien, ante esa situación, y en la  
creencia de que al menos en esa coyuntura el voto no decidía nada  
sustantivo, alrededor de 400 personas, sobre todo jóvenes,  
protagonizaron una fuga de la ley electoral. Para ello, fundaron un  
movimiento que recibió el nombre de 5Ø1 (en alusión al kilómetro 501,  
punto imaginario de fundación de una política y una democracia otras),  
que tras meses de reuniones en asambleas horizontales se desplazó el  
día de la votación a una localidad distante en más de 500 km. de la  
Capital Federal en la que realizó numerosas asambleas y actividades  
recreativas. Ese anunciado gesto de reinterpretación y politización de  
la ley electoral, alcanzó gran repercusión
  y generó numerosos debates. El movimiento 5Ø1 acabó dispersándose,  
pero muchos de sus integrantes impulsaron posteriormente diversas  
experiencias autónomas, algunas de ellas ligadas al movimiento  
altermundialista. V. los manifiestos de 5Ø1 “Carta a los no votantes”  
y “Hacia otra democracia” en Acontecimiento, no. 18, Buenos Aires,  
1999. Para un balance pormenorizado de esa experiencia véase asimismo  
Martín Bergel, “5Ø1. Balance de una experiencia política”, en El  
Rodaballo, no. 10, verano de 2000. No es exagerado afirmar que el  
movimiento 5Ø1 guarda un parecido de familia con La Otra Campaña  
zapatista.


     29 Entrevista a F. Ingrassia, cit.


     30 Así lo señala también Franco Ingrassia: “Entendemos al  
pensamiento, en su nivel más genérico, como facultad de invención,  
capacidad de resolver problemas. Nos alejamos aquí de cualquier noción  
que equipare al pensamiento con la actividad mental. Proponemos otra  
perspectiva. Se piensa con todo el cuerpo, con prácticas y conceptos,  
y también a través de percepciones y afectos”. Cf. F. Ingrassia, “El  
pensamiento argentino después de la Argentina”, en El Rodaballo no.  
15, invierno 2004, p. 82.


     31 Esa misma perspectiva situacional puede hallarse también,  
entre otros muchos trabajos, en Ana María Fernández (y colaboradores),  
Política y Subjetividad. Asambleas barriales y fábricas recuperadas,  
Buenos Aires, Tinta Limón, 2006.


     32 Escribimos en tiempo pasado porque, para desazón de quienes lo  
conocimos y aprendimos y nos deleitamos con su modo de pensar y hacer  
pensar, Ignacio murió junto a su esposa en un trágico accidente en  
2004, apenas con 42 años.


     33 Todo ello señala, por vías diferentes a las de Negri y Hardt,  
la evaporación del concepto moderno de soberanía, que se verifica en  
el pasaje de la figura del ciudadano (propia de la Modernidad) a la de  
consumidor (hegemónica en la era de la fluidez). Cf. I. Lewkowicz,  
“Del ciudadano al consumidor. La migración del soberano”, en Pensar  
sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez, Buenos Aires,  
Paidós, 2004.


     34 “Si la fluidez es el modo de existencia en los tiempos  
mercantiles, será necesario forjar los procedimientos de pensamiento y  
de intervención capaces de marcar este terreno. Pero también será  
necesario pensar nuevas estrategias de subjetivación en relación con  
una dominación que no sabe –ni pretende saber- de fundamentaciones  
sólidas. En definitiva, la tarea subjetiva en los tiempos neoliberales  
requiere de otro tipo de operaciones. Ya no es preciso desligar,  
romper, subvertir sino ligar, afirmar, sostener. Dicho de otro modo,  
nuestro punto de partida no son las instituciones estatales sino las  
destituciones mercantiles (…) Transformar un fragmento en una  
situación es una estrategia sofisticada pero imprescindible en los  
tiempos contemporáneos. Esta estrategia consiste en la fundación de  
una lógica sin remisión a otra (ya sea estatal o mercantil). Y sin  
remisión implica el asentamiento de un espacio y un tiempo  
situacionales, es decir, autónomos”. Cf. I. Lewkowicz y
  Grupo Doce, Del Fragmento a la Situación. Notas sobre la  
subjetividad contemporánea, Buenos Aires, 2001, pp. 96-98.


     35 F. Ingrassia, “Autonomía y dispersión”, en El Viejo Topo, no.  
222/223, julio de 2006.


     36 Este acápite retoma la tesis central desplegada en Martín  
Bergel y Bruno Fornillo, “Siete puntos para un balance de la rebelión  
popular argentina del 2001”, en Contrapoder no. 9, Madrid, 2004.


     37 Hace unos pocos años, pareció que Autodeterminación y  
Libertad, el partido político de nuevo tipo liderado por Luis Zamora  
que obtuvo significativos resultados electorales y escaños en las  
cámaras legislativas, pudo cumplir un rol importante tanto como cuña  
entre el sistema representativo y los movimientos sociales autónomos,  
como agente de producción de una escena favorable a la convergencia  
entre esos movimientos. Pero su actuación, que reprodujo lógicas  
personalistas y querellas de poder internas, acabó por desilusionar a  
aquellos que veían con simpatía a esta agrupación.


     38 Ausencia que parece contrastar con el espacio de la autonomía  
italiana, en el que el imaginario común que lo atraviesa y le da señas  
de identificación se encuentra permanentemente alimentado por el  
conjunto de conceptos que han desplegado Negri y otras figuras de la  
constelación post-operaista.


     39 Señala Wu Ming: “¿Cómo es posible impedir que los mitos  
cristalicen, se alienen de la comunidad que los quiere utilizar para  
contar su lucha por la transformación del mundo volviéndose contra la  
propia comunidad? Nuestra respuesta –que no puede ser sino una  
respuesta parcial si queremos evitar el error absolutista del que  
estamos hablando- es la siguiente: contando historias. Hace falta no  
parar de contar historias del pasado, del presente o del futuro, que  
mantengan en movimiento a la comunidad, que le devuelvan continuamente  
el sentido de la propia existencia y de la propia lucha. Historias que  
no sean nunca las mismas, que representen goznes de un camino  
articulado a través del espacio y el tiempo, que se conviertan en  
pistas transitables. Lo que nos sirve es una mitología abierta y  
nómada, en la que el héroe epónimo es la infinita multitud de seres  
vivos que ha luchado y lucha por cambiar el estado de cosas. Elegir  
las historias justas quiere decir orientarse
  según la brújula del presente. No se trata por lo tanto de buscar  
una guía (ya sea ésta un ícono, una ideología o un método), un Moisés  
que pueda confundirnos a través del desierto, ni una tribu de Levi a  
la vanguardia de las otras”. Amador Fernández-Savater, “Mitopoiesis y  
acción política. Entrevista a Wu Ming”, en El Rodaballo, no. 15,  
invierno de 2004, pp. 72-73.