[Pensamientoautonomo] Verdades sobre Colombia

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Verdades sobre Colombia
César Hildebrandt
La Primera - Lima

Se calla en siete idiomas, cien dialectos, novecientos silencios la gran
prensa de uniforme caqui. Nos quiere hacer creer que en la computadora
portátil de Raúl Reyes -una de las tres "que quedaron intactas" después de
un bombardeo que mató a 22 personas y defolió 800 metros cuadrados de selva
tupida- figuraban "las próximas citas clandestinas" (sic) con Hugo Chávez,
el "agradecimiento" por "los 300 millones de dólares recibidos de Chávez"
(sic) y la "posible compra de 50 kilos de uranio enriquecido" (sic). Esa
gran prensa es estúpida y cree que todos somos estúpidos. Y la verdad es que
la ignorancia y la desinformación producen miríadas de estúpidos creyéndose
lo que leen, escuchan y ven. Pero no se puede estupidizar a todo un pueblo y
menos a un continente entero.

La gran prensa latinoamericana y la prensa peruana en particular no les
dicen a sus lectores algunas verdades de a puño.

No les dicen, por ejemplo, que el operativo en Sucum­bíos, Ecuador, fue un
diseño de los asesores militares israelíes que actúan junto a los
norteamericanos detrás de la inteligencia colombiana. El vínculo entre el
Mossad y Colombia empezó con el agente israelí Yair Klein, entrenador de las
primeras fuerzas paramilitares colombianas en el Magdalena Medio. Klein
llegó a entrenar a los hermanos Fidel y Carlos Castaño y a Eduardo Rueda
Rocha, uno de los ­asesinos del candidato Luis Carlos Galán. Ahora Klein
está detenido en Moscú por una orden de Interpol. El gobierno de Colombia no
hace muchos esfuerzos por extraditarlo, a pesar de una orden dictada al
respecto por un tribunal de Manizales.

No les dice a sus lectores la gran prensa que esta provocación colombiana
tiene como telón de fondo el intento de ­Uribe de reelegirse, contando como
cuenta con el apoyo de la extrema derecha colombiana y del Estado terrorista
que preside George Bush. Por eso es que incluir a Chávez "en los hallazgos
de la computadora de Reyes" era imprescindible. Por eso es que evitar
cualquier otra liberación coordinada por Chávez era un imperativo (y la
liberación de Ingrid Betauncourt ya se insinuaba como posible después de las
coordinaciones entre Sarkozy y Chávez). Matando al segundo de las FARC se
daba un paso de gigante en el bloqueo de cualquier salida política o
diplomática del conflicto y se ponía un punto final sanguinario a cualquier
otra mediación de Chávez.

Tampoco les dice la gran prensa a sus desavisados oyentes y televidentes que
el hecho de que la OEA no haya condenado la agresión colombiana es una de
las peores vergüenzas de la historia de esta región. Hemos vuelto a la época
en que la OEA era, como en 1960, la toallita higiénica superabsorbente de la
Casa Blanca (y de su mequetrefe preferido, en este caso el señor Uribe).

Tampoco se puede leer en ­esa prensa que el operativo terrestre de Colombia
estuvo destinado no sólo a llevarse los dos cadáveres que eran el botín
principal -el de Reyes y el del guerrillero y cantautor de la emisora de las
FARC Julián Conrado- sino a rematar a algunos heridos. Lo demuestra el hecho
de que seis de ­esos cadáveres aparecieron ­apilados en una esquina del
campamento y cuatro de ellos, por lo menos, tenían disparos en la espalda.

Y no se leerá en esas hojas surgidas del consenso conservador guerrerista,
que está probado que no hubo combate ni persecución -tal como señaló el
ministro de Defensa colombiano- y que sí, en cambio, está comprobado que el
territorio ecuatoriano fue violado por segunda vez en la madrugada del 2 de
marzo, cuando un comando de la Fuerza Aérea Colombiana, premunido de visores
infrarrojos, sacó en helicópteros a todos los soldados que habían
participado en el exterminio del frente 48 de las FARC.

También está probado que la incursión aérea penetró diez kilómetros en
tierra ­ecuatoriana, dado que el ataque vino del sur -tal como no dijo el
ministro de Defensa colombiano-. Eso lo prueban las marcas en la copiosa
vegetación, la forma de los cráteres de las cuatro bombas lanzadas por la
aviación colombiana y las marcas de fuego aéreo de metralla en los muchos
árboles que ocultaban el campamento.

Colombia ha acusado al ­Ecuador, bajo el paraguas de la impunidad puesto por
Bush, "de complicidad con las FARC". Nada más irresponsable. Ecuador ha
destruido, a lo largo de los últimos años, diecisiete bases de la guerrilla
colombiana en territorio ecuatoriano y se prestó inclusive para la operación
de captura de Simón Trinidad, el llamado canciller de las FARC, hecho
ocurrido en pleno Quito y con la colaboración de agentes de la CIA. Como se
recuerda, el gobierno títere de Colombia permitió que Trinidad fuese llevado
por agentes de la CIA a los Estados Unidos, donde purga una condena de 60
años de cárcel.

No sólo eso: durante el régimen de Alfredo Palacios, la inteligencia
colombiana, autorizada por el ejército del ­Ecuador, capturó a una decena de
guerrilleros de las FARC que estaban internados en una clínica en Quito. Y
es más: a pesar de las venenosas fumigaciones realizadas por Colombia en
amplias zonas fronterizas con Ecuador -descocalización pagada por los
Estados Unidos para Colombia pero que el viento convertía en binacional-, la
diplomacia de Quito trató el asunto con ­una serenidad tan profesional como
poco eficaz (Colombia continuó con sus vuelos tóxicos hasta que la
experiencia empezó a desaconsejarlos).

Colombia es un peón de los Estados Unidos. Uribe quiere reelegirse. Estados
Unidos aspira a un conflicto regional que termine con Chávez y, si se puede,
con Correa. Uribe debe destruir cualquier salida pacífica al endémico
problema de una izquierda que se fue al monte porque en las ciudades,
sencillamente, la asesinaban. Y como si todo esto fuera poco, el 31 de
diciembre de este año termina el acuerdo que le permite al gobierno
estadounidense tener una base militar en Manta, Ecuador. Correa ya ha dicho
que ese acuerdo no será prorrogado.

Algunas azafatas de la prensa peruana ya han dicho que Tumbes podría
reemplazar a Manta, pero si se mira el mapa se verá por qué Manta importa
tanto para el llamado Plan Colombia, un diseño abiertamente militarista que
sólo ahora empezamos a conocer en la peor de sus vertientes.