Reproduzco un correo que circuló en otra lista, que me parece imperdible.
Julio
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Isabel y Gonzalo <isgo@???> escribió:
Balance del pasado 2007 desde un enclave maderero.
"El campo ya fue"
"la forestación trajo plata; eso se ve en Tacuarembó".
Bien, pero hay un dicho paisano muy viejo que nos advierte que a
veces "esto es pan para hoy, hambre para mañana".
¿Hacia dónde vamos?
Los cuatro partidos políticos con repesentación parlamentaria
apoyan la expansión de los monocultivos forestales. Aisladamente
algunos ediles o diputados nos dicen, casi en secreto, que no están de
acuerdo, que hay que parar; pero su silencio público apoya en realidad
este modelo en expansión.
En el Uruguay tenemos 18 000 000 de hectáreas de suelo fértil. Se
reconoce que ya está forestado 1 000 000. Pero posiblemente ya sean
mucho más de 2 000 000. Y los impactos sobre el agua ya son terribles.
Las plagas e impactos secundaros más que conocidos son sufridos por
nuestros vecinos vinculados al campo.
Lo peor es que para el 2015, si no revertimos estas políticas
públicas, vamos a tener 8 000 000 de hectáreas bajo esos palos gringos
pegaditos, altos y profundos, asesinos de la Naturaleza.
El floricultor montevideano que es Ministro de Ganadería y
Agricultura habla de repartir decenas de miles de hectáreas para
lechería y agricultura, y eso nos alegra, pero lo alarmante es la
tendencia general. Y quien tenga duda de hacia dónde vamos, que
consulte a cualquier oficina de negocios rurales. Hermosísimas
praderas de Cerro Largo o Durazno YA están compradas por las
trasnacionales del monocultivo forestal, que por ahora dejan las
vaquitas, y nos van metiendo de a poquito los monocultivos para que no
tengamos oportunidad de protestar todos juntos.
Las plantas de celulosa son una catástrofe; el trabajo en
plantaciones (y en viveros) es una condena segura para la salud. Los
aserraderos ya son otra cosa; allí hay trabajo mejor para muchos. Pero
allí donde aún hay trabajo ¿qué porvenir nos espera en general?
El Estado ha firmado convenios de protección de inversiones con
Finlandia y Estados Unidos, grandes compradores de tierras con
fachadas diversas. Los extranjeros siguen acaparando ¿Podremos después
reclamar un uso socialmente solidario para esos latifundios extranjeros?
Pero si "el campo ya fue" ¿la ciudad al menos es un buen futuro?
La modernización de las industrias y los servicios incorpora cada
vez más computadoras y requiere menos mano de obra. Veamos el futuro
inmediato. Para unos pocos jóvenes que sepan un inglés fluido, y
tengan la capacitación adecuada (o la recomendación política precisa)
, esta modernidad ofrece puestos de trabajo bien remunerados y
desafiantes. Pero este modelo de maldesarrollo cada vez deja más gente
afuera. Por eso el Gobierno expropia a los asalariados con ingresos
mejores (no al capital extranjero) para la sobrevivencia de los
excluidos.
Para quien tenga doscientas cuadras de campo, el mejor negocio
parecería ser su venta a las forestadoras gringas. Conseguirá hoy un
buen precio y comprará casita en el pueblo; sus hijos podrán estudiar
allí. Pero cuando (con mil sacrificios) sus hijos obtengan su primer
certificado de inglés, los hijos de los más ricos ya estarán volviendo
de su estadía en Oxfortd o Harvard para iniciar su postgrado en la
Universidad de la Empresa. ¿Para quiénes serán los pocos puestos de
trabajo calificados?
Para quien fracasa en la ciudad, la caída de generación en
generación es estrepitosa.
Estadísticamente, uno de cada tres vivirá para ver a algunos de sus
nietos en los asentamientos precarios, que no son sólo de hurgadores
sino también de laburantes zafrales, vinculados el resto del tiempo a
la economía informal. La bisnieta menor quedará embarazada a los trece
años, y a los quince volverá a los bailes cumbieros ya con la
dentadura estropeada; comprará cigarrillos de a uno para tener un
pretexto y cubrirse la boca cuando sonría, y así evitar que se
adviertan sus colmillos y un único incisivo sobreviviente pero con
caries. Y la asistente social no le creerá cuando aquella gurisa le
diga "mi abuelos tenían campos".
Hoy todavía podemos pensar, especialmente si la familia sobrevive
unida pese a la TV cable y al ruido adolescente, si nuestros hijos no
están todavía en la pasta base. Hoy todavía podemos decir: o bien
salvamos el campo para quien lo trabaja o desaparecemos como pueblo.
Dificil, pero... ¿quién dijo que enfrentar estas políticas públicas
extranjerizantes es fácil? La pregunta es si somos dignos hijos de
Artigas, de Leandro y de Aparicio. Si valió para algo la muerte de
aquella maestra soñadora que fue Elena Quinteros y la de todos los
que dieron su vida contra las dictaduras y la injusticia social.
Gonzalo Abella