PERÚ: LA CRISIS SOCIAL EN SU PUNTO
Por GUSTAVO ESPINOZA M. (*)
Fueron tres minutos, pero parecieron trescientos para el común
de los mortales que vivieron en vilo el terremoto del pasado
miércoles 15 de agosto. Aunque los daños materiales en la
capital no fueron cuantiosos, la tragedia sí se enseñoreó en las
zonas más deprimidas de la ciudad y se hizo carne, y sangre,
en las denominadas "provincias del sur chico", pero también en
Ica y Huancavelica, en la costa y en la sierra más deprimida. .
Aunque han transcurrido ya más de 90 horas de los sucesos,
las autoridades no tienen una versión final de los hechos. No se
sabe a ciencia cierta cuántos fueron los muertos ni los heridos.
Tampoco a cuánto ascienden los daños materiales ni el número
de las viviendas destruida. Sólo existen datos esporádicos y
episódicos: En la ciudad de Chincha, un poblado de casi cien
mil habitantes, 16,000 viviendas se fueron al suelo. Y el
número de muertos calculado en el departamento de Ica supera
los 500. Cuando se tengan a la mano los informes finales, se
verá que estas cifras se quedaron en pequeño y las pérdidas
humanas y materiales fueron ciertamente mayores.
La crisis social llegó a su punto, sin embargo, por otros
indicadores. El colapso de las comunicaciones, fue uno de
ellos. Durante tres horas la gente en todo el país pugnó
desesperadamente por comunicarse por vía telefónica con sus
hogares y seres queridos. Todos los esfuerzos fueron vanos.
Las empresas privadas de telecomunicaciones, que tienen el
monopolio del servicio, no se dieron abasto y simplemente
salieron de la competencia. El país quedó incomunicado
¿Dónde se produjo un fenómeno similar? ¿En qué país del
mundo ocurrió un hecho de esta naturaleza?
La explicación que brindan las autoridades es ridícula. Ocurre -
dicen- que todos quisieron llamar al mismo tiempo. Y eso
bloqueó las líneas. ¿Qué debiera hacerse, entonces, en
circunstancias como ésta? Ordenar por ejemplo a los
interesados para que llamen por orden alfabético y por turno?
¿O pedirles que usen más bien señales de humo para no
enturbiar la red establecida?
Pero apenas se supo que la tragedia mayor se había producido
en las localidades situadas al sur de Lima, subieron
desmesuradamente los costos de los pasajes para esos
destinos. Si antes había pagado doce soles para viajar a Ica,
ahora tendría que pagar sesenta para concretar el mismo
propósito. La regla del mercado dice, en efecto, que la mayor
demanda permite elevar los precios. Y esa mayor demanda
existió: todos querían viajar para conocer la situación de los
suyos, y el estado de sus viviendas.
Los pocos establecimientos encargados de comercializar
víveres, subieron también abruptamente sus precios. Si antes
podía comprar diez panes por un sol, ahora le daban apenas
cuatro por la misma suma. Y así como falto el pan, escaseó el
agua, y los medicamentos. Y hasta los cajones de difuntos para
enterrar a las víctimas de la tragedia se tornaron inalcanzables
para la gente. Los propietarios recordaron que era agosto, y por
tanto quisieron hacer el suyo a su antojo. Y nadie pudo poner
orden ni concierto porque esa era la norma del Mercado.
Curiosamente, nuestro país no ha previsto tener -como sí
ocurrió en el Imperio de los Incas- depósitos con alimentos no
perecibles. Tambos destinados a almacenar productos que
pudieran ser usados en una circunstancia dramática como ésta
que, por lo demás, se repite periódicamente en nuestro suelo.
La incapacidad del Estado, por otra parte, se tornó patética. Las
autoridades oficiales pedían a gritos que un alma caritativa le
llevara cargadores frontales para descargar de los aviones
cajas con víveres y medicinas. El Director de la Cárcel de
Tambo de Mora rogó a los 700 reclusos que allí se hallaban,
que abandonaran el penal para salvar sus vidas. Y luego se
habló de la "fuga masiva" de los presos. El Presidente García
pidió que no se enviaran medicinas porque "ya tenía lo
suficiente", pero los hospitales y las postas sanitarias no podían
atender a los pacientes porque les faltaba todo: medicinas,
camas, personal, instrumental quirúrgico, vitualla.
En Pisco, a nadie se la había ocurrido construir antes una
Morgue. Por eso centenares de cadáveres fueron llevados a la
Plaza de Armas de la ciudad para ser allí reconocidos por sus
familiares y luego velados a la luz de la luna y a la intemperie.
Porque claro, así como se suspendió el agua, así también
desapareció la electricidad, y los víveres, y los medicamentos, y
el orden social precario que existe en las aldeas olvidadas.
Como la disposición presidencial era que los camiones llegaran
a Ica con auxilio, los conductores pasaron de largo las
numerosas poblaciones intermedias. Y los habitantes de ellas
vieron discurrir todo los que también a ellos les faltaba.
Optaron, entonces, por bloquear las carreteras y asaltar los
vehículos. Sólo así tuvieron el líquido elemento y lograron
llevarse algo a la boca. Pero los medios de comunicación
hablaron de inmediato de "saqueo" y de "pillaje".
Esos medios, en efecto jugaron en el marco de esta crisis un
papel siniestro: unos se limitaron a clamar a Dios pidiendo
"piedad" para los peruanos de nuestro tiempo. Otros, alentaron
el caos y lo exaltaron como si fuera la antesala de algo bueno. Y
la mayoría se dedicó a buscar los ribetes llamativos del
fenómeno como una manera de servir la voracidad competitiva
del mercado.
Sin embargo, como no todo es drama ni es tragedia, el pueblo
ha comenzado a enfrentar -él mismo- con sabiduría y tino sus
problemas. Y ha ido descubriendo por su propia experiencia
que la única manera de asimilar la circunstancia es recurriendo
a la organización ciudadana. Desde la base misma de la
sociedad, en Pisco, en Chincha, en Cañete, han ido surgiendo
comités de pobladores organizados que han buscado afirmar la
tarea con optimismo pero, sobre todo, con conciencia y
dignidad.
La solidaridad internacional no se ha hecho esperar. La gran
potencia del mundo, los Estados Unidos, se ha dignado enviar,
sin embargo, una suma ridícula: cien mil dólares para los
damnificados, en tanto que la Unión Europea ha entregado un
millón de euros, Ya hoy se calcula en más de cuarenta los
millones de dólares que habrían de llegar a nuestro país para
asistir a los martirizados pobladores de las zonas siniestradas.
Después habrá que pedir cuentas del modo cómo esta ayuda
fue utilizada para evitar el afloramiento de nuevos ricos a la
sombra del poder.
El primer avión que aterrizó en nuestro suelo, es bueno que se
recuerde, fue boliviano. Evo Morales llegó al corazón de los
peruanos con la primera ofrenda de apoyo y de ayuda,
confirmando el lazo de solidaridad y colaboración que lo une a
nuestro pueblo. Pero Argentina, Chile, Venezuela, Brasil,
Ecuador y también Colombia se hicieron presentes como un
modo de testimoniar la hermandad americana. Y Cuba -y esa
es ya una vieja lección para nosotros- una vez más nos tendió
la mano pese a todas las adversidades que afronta por la
presión del Imperio. La Habana nos enseñó otra vez que la
solidaridad no consiste en entregar lo que nos sobra, sino en
repartir lo que se tiene. Esta vez, lo volvió a hacer.
A cuatro días de la tragedia, nuestro pueblo comienza a
levantarse, más consciente que el sistema -y el modelo- no
sirven. Y países como el nuestro deben buscar nuevos
derroteros para el desarrollo y el progreso (fin)
(*) Colectivo de Nuestra Bandera.
www.nuestra-bandera.com
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¿Que es el IIRSA? ¿Te lo has preguntado?