El femicidio como abuso del capitalismo
En el libro "Eros, familia y cambios sistémicos", Jorge L. Brodsky recupera sin piedad las pruebas más incómodas de que la familia es un producto histórico. "Terminar con el modelo patriarcal de familia (sea la pareja homosexual o heterosexual), es la única salida para el género humano", asegura en esta entrevista.
POR Pablo E. Chacón
CRISIS EUROPEA. "Las consecuencias van a ser demoledoras para las familias", dice el historiador Jorge L. Brodsky.
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Jorge L. Brodsky
El historiador Jorge L. Brodsky estudia en Eros, familia y cambios sistémicos. Crítica a la negación de la crisis familiar (Biblos), las diversas formas de la declinación paterna en el mundo contemporáneo, susceptibles de ser saldadas por una teoría revolucionaria de la familia y la sexualidad que destila un optimismo casi inédito en estos tiempos oscuros. Esta es la conversación con Ñ digital.
-¿Qué es lo que usted piensa hay más allá del patriarcado? ¿Está hablando de un formato familiar, de erotismo o de convivencia?
-En principio, no hay un solo formato histórico de patriarcado, sino varios. El pater familias romano tenía una potestad superior que la que tenía el padre de la unidad doméstica de la polis griega clásica, quien estaba condicionado aún por la organización gentilicia y por un marco jurídico que no contemplaba a la familia como la unidad básica de la sociedad. En términos históricos, la autoridad patriarcal se fue atenuando o acentuando, según la época y el lugar. Por eso, el análisis de la familia no puede ni debe abstraerse de las coordenadas témporo-espaciales, en primer término, ni debería dejar de atender la situación de las diversas clases de la sociedad, como un segundo aspecto metodológico.
La demografía histórica se encargó de demostrar que hubo momentos en que bajo la forma patriarcal, la mujer jugó un papel más relevante dentro de la familia, como sucedió en los hogares semicampesinos de la sociedad protoindustrial inglesa, y otros en los que fue relegada y claramente silenciada, como señalaba Engels que acaecía al interior de las familias burguesas a fines del siglo XIX.
En líneas generales, el patriarcado es un sistema que privilegia el derecho a hacer o deshacer, como más le plazca al padre, en el seno de la unidad doméstica. Sin embargo, no es el único formato de familia que haya existido en la historia humana: hay constancias etnográficas de que no sólo hubo, sino que aún hoy hay sociedades matriarcales. Esas sociedades de derecho materno son una herencia histórica de formas pretéritas de organización social, y de no mediar un proceso de superación de la civilización que ha forjado el capitalismo, es lógico que tiendan a desparecer. Pero también cabe la posibilidad de que el capitalismo, como sistema de organización social, se hunda inmerso en sus propias contradicciones y que, atravesado por la lucha de clases, se genere un proceso en donde la mujer –que ha luchado denodadamente durante siglos, en forma más abierta o solapada, según las circunstancias, por superar esta opresión– pueda jugar un papel protagónico en la construcción de una nueva organización social, con una lógica completamente apartada del individualismo propia del capitalismo.
Es un hecho incontestable que el patriarcado no se impuso como forma rectora de organización familiar sin mediar resistencia por parte de las mujeres. Las mujeres nunca han dejado de luchar contra la opresión por parte de los hombres. Esto se ve con mucha claridad en el fenómeno inquisitorial de la quema de brujas, es decir, en el tormento a aquellas mujeres que transgredían o interpelaban el dominio absoluto de una institución claramente dominada por los hombres como es la iglesia. En cuanto a las diversas formas de erotismo y de convivencia, debemos señalar que están empapadas de historia porque en definitiva, qué otra cosa es el erotismo y los distintos modos de convivencia sino el contenido relacional con que se estructura el sujeto en el seno de la unidad doméstica y en la sociedad. En este aspecto, el tema de los valores promovidos por una u otra clase social en pugna, es decir, por clases conscientes de su interés histórico, juega un papel mayúsculo.
-Suele decirse que el patriarcado (o las formas clásicas de la autoridad) están declinando de manera notoria.
-El retroceso del patriarcado en la sociedad burguesa va de la mano de la descomposición del sistema capitalista en esta etapa conocida como globalización. Las formas clásicas de autoridad declinan por su incapacidad de conducir al cuerpo social hacia una salida satisfactoria, ya sea en el plano material, económico, moral o afectivo. Y cuando la sociedad –y la familia– no ven una salida, se desenvuelven y enfrentan, por así decirlo, dos fuerzas: el miedo patológico, por un lado, que por su propia naturaleza es irracional, y la razón que descansa en la conciencia política. Si el miedo se adueña de la subjetividad de las masas, se activa la xenofobia, el racismo, el sexismo y todos los “ismos” que arrían la bandera de la condición humana. El ser humano tiene capacidad, a través de la razón, de planificar los cambios, y a través de la revolución, de concretarlos. Este camino alternativo puede reconducir al hombre a su condición de ser genérico, es decir, de sujeto que prescinde de la competencia como requisito básico de supervivencia, tanto en la sociedad como en el seno de la familia.
La hipótesis general de mi libro es de orden metodológico: la familia acompaña, promueve y sufre las crisis sistémicas, es incompleto y fallido cualquier análisis de esta unidad social en el cual se haga abstracción de la lucha entre las clases. El impacto de la crisis mundial sobre la familia, en lo que a mí respecta, vuelve obvia la superioridad de este abordaje metodológico. Las consecuencias del derrumbe europeo van a ser demoledoras para las familias del viejo continente, pero al mismo tiempo van a activar las condiciones para el desenvolvimiento de una situación prerrevolucionaria allí.
-La familia burguesa, ¿corre el riesgo de confundirse con el átomo de parentesco que formalizó Lévi-Strauss?
-En la familia burguesa el tío materno no juega el papel que Lévi-Strauss le adjudica al hermano de la madre en las sociedades etnográficas. En estas sociedades, el hermano accedería a entregar a su hermana para favorecer el intercambio y la circulación de las mujeres, dando lugar a la prohibición de relaciones entre hermanos, que pasarían a ser consideradas incestuosas. Se supone que en la sociedad contemporánea, la mujer se casa con el hombre por correspondencia afectiva y no por la cesión de la hembra por parte de ningún hombre de su núcleo familiar primario. En todo caso, el patriarcado burgués le permitiría al padre, forzando la situación y en determinadas circunstancias en las cuales éste pudiese hacer valer su patrimonio (pero esto por fuera de lo que contempla la norma burguesa, que respalda en los papeles al eros romántico), imponer las reglas para la alianza conyugal. El hermano de la novia no juega acá ningún papel. Es decir que la llamada relación avuncular pierde el peso que Lévi-Strauss le atribuye tener (en las sociedades etnográficas). Se trata de situaciones y vínculos completamente diferentes, no son lo mismo ni hay lugar para la confusión.
El error metodológico del estructuralismo, desde mi punto de vista, es que aborda a la familia como una organización social cuya identidad en todas las culturas y sociedades estaría dada por una estructura elemental o átomo de parentesco, cuya reproducción quedaría garantizada por el tabú del incesto. La visión estructuralista pierde de vista la dinámica familiar y el recorrido de los cambios sistémicos, que son lo esencial, porque esos conflictos en su desarrollo permiten entender el tipo de relaciones que se cocinan al interior de la unidad doméstica (erotismo y modos de convivencia incluidos); cómo se van modificando y cómo se van estructurando en una axiología que al tiempo vuelve a ser interpelada.
-Su trabajo, ¿es deudor en alguna medida de la antipsiquiatría inglesa que representaron, entre otros, Ronald Laing y David Cooper?
-Mi formación es histórica, pero es evidente que la lectura de La muerte de la familia, de David Cooper, me abrió la visión de las cosas. Tiene una mirada border, que oscila entre la proclama libertaria y el informe científico, y si bien no comparto plenamente muchas de sus afirmaciones, me seduce. Soy un convencido de que las ciencias sociales deben ser puestas al servicio del elevamiento moral del género humano, en función de rescatar su salud mental, y esto sólo se consigue apostando a la victoria de Eros sobre la pulsión de muerte, el belicismo, el narcotráfico, la pedofilia, la violencia doméstica. Las ciencias sociales no pueden estar al margen del destino de la humanidad. Es necesaria una revolución social, y las ciencias sociales tienen que hacer su aporte. Justamente, el gran aporte de la ciencia fue su apego a la verdad, en confrontación con el dogmatismo y la verdad revelada. La verdad es revolucionaria, ataca los intereses consolidados en una ideología del miedo, la fobia, el odio irracional.
Rosa Luxemburgo lo sintetizó hace un siglo con el dilema Socialismo o barbarie. Hoy tiene plena vigencia
-Algo más coyuntural pero relacionado en parte a su libro. ¿Cómo pensar esta ola de femicidios, violaciones, asesinatos a niños, niñas, al interior de la familia burguesa contemporánea?
-El psicoanálisis tuvo un desarrollo impresionante en la Viena de los años previos a la Gran Guerra. Viena era la capital del imperio austro-húngaro, donde se encendió la chispa que llevó a la conflagración mundial. Las enfermedades de orden psíquico atestaban los consultorios, pero el mundo se encaminaba hacia una masacre, un genocidio de tal magnitud que no tenía precedentes históricos. Uno y otro aspecto están íntimamente vinculados. Las sociopatías, psicopatías y esas manifestaciones de morbidez social no son otra cosa que la expresión de una sociedad que ha llevado sus contradicciones a un punto tal que ya es imposible desandar el camino sin apostar por un cambio social de conjunto. Las formas más primitivas aparecen reaccionando frente a lo que surge como una amenaza. El “mundo externo” es una amenaza, pero en realidad, el monstruo se ha adueñado del individuo que se siente amenazado. ¿En qué consiste la amenaza? Muchas veces el límite es la amenaza. La presencia del otro agobia. Pero las relaciones interpersonales son la argamasa de la sociedad, y el hombre, por constitución antropológica, es un ser social. Allí hay una contradicción, que deberá resolverse a favor de Eros o Tanatos.
Las relaciones humanas están viciadas por el individualismo, la competencia, el culto al dinero, que no es, en definitiva, otra cosa que un fetiche que oculta la explotación del trabajo ajeno. Baste recordar los campos de concentración nazis o de la dictadura militar argentina, los “daños colaterales” de las fuerzas de la OTAN en Yugoslavia, las torturas en las cárceles de Guantánamo, los abusos sexuales de los curas y de las fuerzas de “paz” de la ONU, para entender que la apropiación de los cuerpos de las mujeres y de los niños es un simple reflejo de un sistema que está históricamente agotado y que retrocede a formas de explotación pretéritas, subsumidas dentro del modo de producción capitalista: la esclavitud, la servidumbre, el derecho de vida y muerte que el pater familias tenía sobre el resto de los miembros de la familia. El capitalismo es el problema. Terminar con la lógica del capitalismo, con su modelo patriarcal de familia (más allá de que la familia esté constituida por una pareja homosexual o heterosexual), es la única salida para el género humano.
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