[Pensamientoautonomo] De cómo compran nuestro silencio

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Autor: jchueco
Data:  
A: pensa
Assumpte: [Pensamientoautonomo] De cómo compran nuestro silencio
Repito lo que ya envió karla desde San Juan. Nunca escuché tanta
claridad sobre el momento, en especial sobre lo real al momento, el
uso del poder más allá de la minería a cielo abierto. Lo repito para
pedir su lectura atenta y comentarios. Un manifiesto de autonomía. Julio
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De como compran nuestro silencio

Si para muchxs de nosotrxs es evidente que la megaminería a cielo abierto
con sustancias tóxicas es una actividad extractiva y contaminante, que
sólo destruye la tierra que expropia, en beneficio de megaempresas
multinacionales que los son, justamente, porque no responden a los
intereses de un país y menos aún de un pueblo sino a sus propios intereses
de ganancia…
Si para muchxs de nosotrxs es evidente que el saqueo y la contaminación
nos garantizan a las mayorías, pocos años de prosperidad y un futuro con
escasez de agua potable y de ambientes naturales productores de alimentos,
mientras unos pocos se engordan los bolsillos…
Si pensamos esto, ¿por qué dejamos que entren las mineras, exploren y
exploten, y que “San Juan minero” sea el slogan de la provincia? ¿Por qué
los pobladores de los territorios más cercanos a las minas aceptan la
posibilidad de contaminación y notan el saqueo, y sin embargo no atinan a
impedirlo masivamente? ¿Cómo impactan las políticas de “responsabilidad
empresarial” en las poblaciones donde intervienen las empresas mineras?
¿Cómo operan y sobre qué necesidades sociales?
En primer lugar, hay una sensación de que esto es inevitable. Que el
camino del progreso nos lleva hacia las grandes explotaciones y que la
megaminería es un destino que se desprende necesariamente del presente.
Que esto es así, que el capitalismo siempre existirá, que el poder
económico es demasiado fuerte… Pero, claro, se olvidan que alguna vez no
fue así, lo que permite pensar que pueda ser distinto.
En segundo lugar, hay una cultura política generalizada que por más que no
esté de acuerdo con las políticas oficiales acepta sumisamente el mandato
de autoridad y trata de acomodarse para sacar la propia tajada. Esta
cultura política burguesa incluye el clientelismo como práctica común
entre los políticos y los trabajadores, una práctica de intercambio
desigual en el que el político da dádivas a cambio de la fidelidad de su
“cliente”. En los sectores altos, el clientelismo se confunde con
amiguismo, reparto de cargos, de licitaciones, etc.; en los sectores bajos
se mezcla con el asistencialismo (colchones, bolsones, planes, becas,
pensiones, etc.). La cuestión es la construcción de una relación de
dependencia entre el ciudadano y el Estado (y su gobierno/partido de
turno), en la que el Estado obtiene la sumisión de los ciudadanos
brindándoles elementos o dinero de manera focalizada y puntual: un aula
aquí, una sala de hospital allá, una computadora acá, una cama allí, una
bicicleta por allá, etc. Digamos que las obras del Estado no son
concebidas como obras necesarias para el conjunto, permanentes y al
servicio de todxs, sino que se utilizan discrecionalmente para comprar
voluntades y perpetuarse en el poder.
Para establecer esta relación clientelar es necesario tejer redes en las
comunidades, de relaciones cara a cara. Todo partido que quiera ganar las
elecciones provinciales tiene una red de punteros o políticos locales que
establecen las relaciones, recogen las necesidades y distribuyen las
dádivas.
Por otro lado, la política clientelar opera discriminando de acuerdo al
caudal de votos que pueda darle un pueblo, zona o región. En las zonas
periféricas, de poca concentración poblacional, las inversiones a largo
plazo suelen ser escasas, los políticos se “acuerdan” sólo antes de las
elecciones, repartiendo cosas, favores y promesas. Y todos saben que van
por el voto, saben de la perversidad de la relación, pero la aprovechan:
antes que nada… lo que hay.
Esta es la base cultural sobre la que se han asentado las políticas de
“responsabilidad empresarial” de las mineras. A ninguna empresa le
interesa más el bienestar de los trabajadores y los pueblos que su propia
ganancia. Si demuestra algún tipo de interés en la vida del conjunto de
las poblaciones es siempre para obtener algún beneficio, en última
instancia siempre económico pero a veces bajo la forma de beneficio “de
imagen”. Tener una “buena imagen” es fundamental para que empresas que
destruyen el ambiente y saquean territorios puedan seguir obteniendo
beneficios, es decir, seguir operando en ese territorio. Para construir
esta “imagen” de empresa “socialmente responsable”, que resguarda a las
poblaciones con las que interactúa, descargan toda una suerte de
publicidades y slogans (sólo algunas: fotos de guanacos y el compromiso de
Barrick de cuidarlos; “somos barrick y lo nuestro es la minería
responsable” dicen al final de, por ejemplo, una propaganda de la
inauguración de un secadero de tomates). ¿Qué tiene que ver el secadero de
tomates con la minería? Pues, la minería es tan responsable que da la
dádiva de un secadero de tomates a cambio de obtener la “licencia social”
de seguir operando en la región. Parece no importar que dar esa “licencia
social” implica aceptar el propio perjuicio de los supuestos beneficiados:
los mismos productores de tomates se ven perjudicados cuando les racionan
el agua o baja agua “mala” debido a la gran cantidad de agua que la
actividad minera a gran escala consume.
El secadero de tomates, la construcción de una sala de hospital, una
ambulancia, computadoras para una biblioteca, cursos de computación para
docentes, capacitación laboral, el impulso de microemprendimientos que
alimentan las actividades terciarizadas para las mineras, etc., son
dádivas que brindan las empresas a los ciudadanos, y plantean una relación
desigual, entre el que dá y lxs que reciben. Lxs que reciben pasan a
depender de la empresa de manera similar a como se depende en el
clientelismo político del político de turno. Pero la empresa no aparece
sólo para las elecciones. Está siempre presente, y reparte en complicidad
con los gobiernos locales. A cambio pide que cada uno se ocupe de su
tarea, que nadie mire más allá de su senda, que el presente aparezca como
inevitable y se imponga hacia el futuro sin más.
Entre las prescripciones que impone la dádiva de la empresa minera se
encuentra una fundamental y de principio: no se puede hablar mal de la
minería, ni de lo que sucede en las instalaciones de los
megaemprendimientos mineros. Por eso lxs que se animan a hablar
públicamente de eso son amenazadxs, ya sea por el municipio o por agentes
de las mineras, con la pérdida del trabajo o del trabajo de sus parientes
cercanos, con la pérdida de pensiones o castigos a parientes que trabajan
para el estado, etc. Y si esto no funciona, que parezca un accidente… En
los departamentos en los que la empresa minera desparrama unos pocos miles
de dólares dando dádivas (mientras se queda con millones), como Jáchal e
Iglesia, no se puede hablar de la actividad minera si no es bajo el
discurso oficial del gobierno y la empresa. No se puede pensar libremente
y desconfiar públicamente del discurso oficial: si se lo hace se es
castigado. Si aceptas su dádiva tienes que entregarle tu silencio. Esto es
así, está a la vista de todxs, y estamos tan acostumbradxs que nos cuesta
sacárnoslo de encima.
El silencio funciona como un voto, un voto de confianza a la actividad
minera. La relación clientelar que la empresa establece con los gobiernos
locales y las poblaciones involucradas en la actividad se asienta sobre
una configuración política cultural muy arraigada en la provincia (así
como en todo el país) a la que se ha llamado clientelismo. Los gobiernos
en todos sus niveles operan junto a las empresas generando consenso sobre
la actividad, e integrándola de tal manera en la supervivencia cotidiana
que se tenga la sensación de que nada se podría hacer “sin la Barrick”.
Además, el Estado (gobierno nacional, provincial y municipal) garantiza
las condiciones de “seguridad” para que haya “paz social” y la empresa
siga operando, esto es, posee el monopolio de la violencia y la represión
y funciona en la práctica como la oficina de seguridad de las empresas.
Cuando escuchamos que se dice “pidámosle a la Barrick, si se están
llevando todo el oro”, entendemos que hay una conciencia de que la
actividad de la minera es extractiva y destructiva, pero que parece
inevitable, por lo que, a lo menos, tenemos que sacarle algo a la empresa.
Pedirle a la Barrick, ya sea porque se le exige que deje algo a cambio del
saqueo y la contaminación, ya sea porque sea la única salida posible
planteada como real en determinada situación, reafirma la relación de
dependencia que necesita la empresa para permanecer impune. No se puede
combatir a la Barrick si se depende de sus dádivas (cosas, capacitaciones
o dineros). Entonces no sólo nos tenemos que sacar de encima a las
empresas mineras, también a los gobiernos y al clientelismo como parte de
nuestra cultura política. Ya es hora, o nos quedamos sin planeta.
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